jueves, 24 de octubre de 2013

Magia en Ti - Cap: 29


Tarde mucho en subir por que tarde mucho en leer todos los comentarios *Sarcasmo On* 

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Se sentía como los restos que una ola se llevaba por delante, Miley vivió a través de la siguiente hora cómo si estuviese en un sueño. Ningún otro argumento le valió, Nicholas la obligó a volver a la ciudad, buscó a un juez de paz, y exigió que los casaran de inmediato. Miley apenas podía asimilar lo que allí se decía. Cuando comenzó la breve ceremonia, Nicholas tuvo que empujarla con el codo para hacerla decir “sí quiero”.

Así que rápidamente se convirtió en la señora Miley Jonas. Nicholas selló sus votos con un suave beso, el primero que nunca le había dado, Miley estaba tan insensible que no lo pudo sentir. Por desgracia, el entumecimiento no se extendía a su estómago y cuando salieron de la oficina del juez de paz, en el paseo marítimo, sintió un poco de náuseas, ya sea por nervios o por su embarazo, no lo sabía. Al balancearse ligeramente, él le puso una mano sobre su cintura.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, con un tono de voz totalmente en desacuerdo con su arrogancia marcial de hacía unos minutos.

Miley murmuró:
—Enferma —y tragó saliva, con miedo a soltar el contenido de su estómago, allí mismo, en el paseo marítimo. Salpicar sus botas negras Montana no era exactamente una manera ideal de comenzar su vida juntos.

¿Su vida? Las palabras resonaban en su mente. Ellos no tenían entre manos una vida en construcción. Un circo, más bien, con todo el mundo boquiabierto con ellos. La única diferencia sería que la gente no tendría que pagar para comprar las entradas.
—¡Ah, cariño! —con solicitud marital, deslizó un brazo fuerte alrededor de su cintura— .Vamos a ir a casa a continuación. Mi madre sabrá de algún remedio  para darte. Ella es buena con los remedios caseros, en especial para este tipo de cosas.
Empezando, su madre. Miley tenía una urgencia histérica por correr. ¿A dónde?, no lo sabía. Hacia cualquier lugar, con tal de que estuviese lejos de él. 

Él no podía llevarla a su casa, como podría llevar un perrito callejero que había encontrado. ¿Qué le diría a sus padres? ¿El hecho de que se había casado con la pros/tituta local? Y, oh, ¿por cierto, que estaba embarazada? El mismo pensamiento le hizo arrugar la piel. Ellos la detestarían a la vista. ¿Cómo podía hacerle esto a ella? ¿O a sus padres?
Muy simple, lo hizo poniendo un pie delante del otro, y llevándola a su lado, a través de la ciudad. A través de la ciudad. A la casa de sus padres. Siguiendo sus pasos. Al otro lado del porche. Durante todo el tiempo, Miley fue tragando para que su estómago se comportase y frenéticamente pensando en maneras de poder escapar. Demasiado tarde. Abrió la puerta, penetraron en su interior, y gritó:
—¡Mamá! Tengo una sorpresa para ti!
¿Una sorpresa? ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! No, ya no, tal vez ahora sabía que iba a vomitar. Vagamente se daba cuenta de los alrededores. Un sofá de crin, tapetes de crochet, un suelo de madera brillante y coloridas alfombras tejidas. Más allá de la zona de la sala de estar, vio una cocina de aspecto amigable, dividida por una mesa larga, el área de cocinar a un lado, la alacena en el otro. Era el tipo de casa que decía “bienvenido” y abrazaba cálidamente a todos los que entraron. Pulidos cristales de las ventanas le guiñaron un ojo desde detrás de las cortinas blancas prístinas y almidonadas.

Desde lejos, Miley había visto a la madre de Nicholas y de Índigo, Loretta Jonas, por lo menos una docena de veces, y como se acordaba,  era una mujer pequeña con el pelo de miel dorada que siempre parecía estar sonriendo. Cuando salió de una habitación a la izquierda, sin embargo, le pareció a Miley la más temida pesadilla, una señora, desde la punta de los negros y viejos zapatos hasta el moño que  coronaba sobre su cabeza. Su ligera blusa de alpaca, casi el mismo tono de azul como el de Miley, estaba hermosamente decorada con pliegues intrincados en el corpiño, un volante de  blanco puro en el cuello y los puños, cordones y volantes en la cintura. En lugar de caminar como una persona normal, parecía deslizarse. Cuando vio a la mujer al lado de su hijo, dudó un instante y luego se recuperó de su sorpresa, sus grandes ojos azules, con una calurosa bienvenida.
—¡Ah, una invitada! Qué bien. ******** un poco de té.
Miley sintió el brazo de Nicholas ajustándose a su alrededor.
—¿Es bueno el té para las náuseas matutinas?
El suelo desapareció. Al menos eso es lo que sentía Miley. Echó una mirada de horror a su nuevo marido. Sonreía como si no tuviera sentido común.
—¿Nauseas matutinas? —Loretta frunció ligeramente el ceño— .El té de jengibre podría ser justo lo que necesita. O quizás de frambuesa. —Sus ojos azules se  llenaron de amistosa preocupación, mirando a Miley.—¿Se siente mal, querida?
—¿Mal? —no dijo ni la mitad. Se iba a desmayar— .Yo… sí, un poco.
—Mamá —dijo Nicholas con voz ronca— .Prepárate para un susto.

A Loretta se le abrieron los ojos como platos. Entonces le disparó otro vistazo a Miley.
—Nos casamos —dijo Nicholas suavemente.
Loretta Jonas no reveló el choque que debió haber sentido,  por tanto como en un abrir y cerrar de las pestañas. Su hermoso rostro de inmediato puso una sonrisa alegre, y  apretó sus manos juntas como si tener en su casa a su hijo junto a la pu/ta local fuese la respuesta a su oración de toda la vida.
—¿Casado? ¡Oh, Cielos, es maravilloso!

Miley pensó que la pobre mujer no tenía ni idea de quién era ella. Era eso, o se engañaba. Loretta se apresuró a cerrar la distancia restante entre ellos y estrechó las manos frías de Miley.
—Oh, Nicholas, es absolutamente encantadora.
Nicholas parecía un poco decepcionado.
—No te ves muy sorprendida.
Loretta besó la mejilla de Miley en señal de bienvenida.
—Por supuesto que no. Tu padre me dijo en qué dirección soplaba el viento hace más de una semana. Habíamos empezado a creer que habías cambiado de opinión. Oh, estoy tan contenta. Miley, ¿no? Índigo no tiene nada más que cosas maravillosas que decir sobre ti. Ven, pasa, voy a poner un poco de té de jengibre a calentar. Se van a acabar tus nauseas en nada, te lo aseguro.
En un revuelo de faldas, estaba fuera de la cocina. Miley se quedó tan estupefacta que olvidó por completo que se sentía enferma. Nicholas le dio un empujan y le guiñó un ojo cuando miró hacia arriba.
—¿Qué te dije? No hay nada de qué preocuparse. Junto a ti, mi mamá es la mujer más dulce de la tierra.
—¡He oído eso! —Loretta dijo desde los fogones.
Nicholas se rio y llevó a Miley hacia la mesa. Después de sentarse ella, cruzó la cocina para levantar a su madre en sus brazos. Ella chilló con sorpresa, entonces se echó a reír. —¡Bribón!
—Nadie va a quitarte tu sitio. Ya lo sabes.
Ella le dio un golpe en la frente.
—Sólo estaba tomándote el pelo. Si no crees que ella es la mujer más dulce en la tierra, es que necesitas que un doctor te examine esa cabeza por casarte con ella. —Loretta lanzó una mirada cálida a Miley.—Estoy contenta que por fin has conseguido un poco de sentido común. Estaba empezando a pensar que nunca ibas a darme un nieto.
—No te dejas engañar, ¿no?
—Sí, bueno, nunca hiciste nada en la forma convencional.
Loretta se desprendió de sus brazos para esparcir el jengibre en el agua de una tetera pequeña.
—No tengo fresco —comentó a nadie en particular— .Sin embargo, el seco funciona igual de bien.
—¿Dónde está papá?
—Llegará dentro de poco. Todavía está en la mina —la tetera en la parte posterior de la estufa empezó a silbar, y cogió una agarradera para retirarla del fuego— .Tengo frambuesas secas, Miley. Una vez que el jengibre haya asentado tu estómago, puedes comer un poco en la cena, las serviré para el postre. Muy bien, dentro de poco te sentirás mejor.
Miley sólo podía esperarlo. Ahora que ella se sentaba a su lado, su estómago había comenzado a rebelarse de nuevo. Supuso que quien la mirase la vería tan verde como se sentía, cuando Nicholas volvió para mirarla, sus ojos se oscurecieron con preocupación.
—Creo que tal vez deberías acostarme un rato. Te puedo llevar el té en la cama.
—No, estoy bien, de verdad —Miley se sentía fuera de lugar sentada a la mesa de su madre. Ir a la cama en su casa estaba fuera de cuestión.

A Nicholas no le importaba nada de eso. Antes de que Miley adivinase lo que pensaba hacer, la cogió de la silla en sus brazos. Lo siguiente que supo, es que la llevaba a una escalera de gato hacia el piso superior abuhardillado. Construido con cierta inclinación, la escalera ascendente no podría haber parecido tan peligrosa si se hubiese agarrado de los carriles para mantener su equilibrio, pero sus brazos estaban llenos con ella. Con cada paso, Miley temían caer a la sala de estar de abajo, y se aferró a su cuello con miedo.
—Recuérdame que te suba hasta el desván más a menudo —bromeó.

Miley tenía una vaga impresión de un muro central que dividía dos dormitorios. Nicholas se desvió hacia el de la derecha. Una ventana soleada sobre la cama llenaba la habitación con su brillo. Sin soltarla, se las arregló para dar la vuelta a la colcha y la sábana de colores antes de bajarla en el borde de la cama. Demasiado enferma como para resistir, Miley se sentó como un peso muerto mientras él le quitó los zapatos. Cuando llegó a los botones de su blusa, ella se quedó paralizada.
—No, por favor, yo…
—No seas gallina —echándole a un lado sus manos, comenzó a desabrochar su blusa con dedos expertos— soy tu marido, ¿recuerdas? Desnudar a mi esposa es uno de los muchos privilegios que vienen con el honor.

Su marido. Sus manos cayeron aturdidas a su regazo. Dos botones, tres. Cerró los ojos, demasiado enferma como para resistir la situación y con miedo a contemplar lo lejos que podría llegar. Si él quería despojarla de su ropa, ¿qué podía hacer? ¿Insistir en que no? Estaba seguro de que su madre probablemente podía oír cada palabra que hubiese entre ellos.

Con el dominio de un hombre que parecía practicar a menudo el desnudar a mujeres, sacó su blusa por los hombros y las mangas de sus manos. Tirando suavemente de sus pies, rápidamente desató las faldas y pololos, a continuación, rozándola apenas, las sacó de su cuerpo junto con sus medias. Miley se estremeció. Tan acostumbrada como estaba a la cercanía de los hombres, ninguno la había desnudado desde su iniciación en la profesión. Tampoco hubo ningún  hombre que la viese a la luz del día, cuando llevaba nada más que una camisa interior.

Nicholas no se detuvo en la tarea. En el instante en que fue despojada de la ropa interior,  le apoyó la espalda en la cama y le ayudó a acomodarse, ahuecando la almohada de plumas bajo su cabeza y tirando de la manta hasta cubrir sus brazos. A Miley le gustaban las mantas hasta taparle la barbilla, pero suponía que estaba pidiendo demasiado de un hombre recién casado. Por supuesto que él quería mirar a su esposa…
¿Qué era exactamente lo que le hacía? Miley se sentía como un insecto atrapado sobre terciopelo. Comenzó a cerrar los ojos, pero Nicholas se anticipó al tocar con la punta del dedo en su mejilla. Miró entonces su cara oscura. Inclinándose sobre ella, se veía inmensamente grande de hombros, y su cabello color caoba caía en ondas brillantes por la frente. Los rasgos oscuros de su hermoso rostro se cernían a escasos centímetros del suyo, haciéndola sentir el aliento. Su matrimonio había tomado una velocidad vertiginosa, y se sentía atrapada.

Era más bien como probar si el agua estaba fría con la punta de un dedo, sólo para que alguien la empujase desde atrás. Sorprendente. Se sentía como si estuviera a punto de hundirse por tercera vez.
No del todo segura de lo que quería decir, Miley espetó:
—¡Oh, Nicholas, estoy tan asustada!
Casi esperaba que él se burlara, por ser tan completamente absurda. Era una pros/tituta, la intimidad con un hombre debería haber sido algo antiguo para ella. Pero en lugar de reírse, él, se alisó el pelo en las sienes y le dijo:
—Sé que lo estás, mi amor. Si mi madre tiene una cura, la traeré y te la daré a cucharadas.
La preocupación en su voz trajo lágrimas a los ojos de Miley.
—No va a funcionar. Sé que no lo hará.
Él se le acercó y le sostuvo la mirada con su único color azul oscuro.
—Miley, ¿he mentido alguna vez?
—No.
—Entonces créeme cuando digo que va a funcionar. No  debes sentir malestar. No es bueno para nuestro bebé. Debes tener pensamientos felices, y lo puedes hacer si sólo confías en mí.
—¿Tienes los bolsillos llenos de magia o algo así?
—Tal vez —dijo en voz baja— soy un cuarto Comanche, recuerda. Tenemos hechizos, talismanes y conjuros. Voy a buscar por el interior de mis bolsillos y ver lo que puedo encontrar. La pregunta es, si nosotros hacemos un poco de magia, ¿vas a creer conmigo   en ella? No creo que funcionase de otra manera.

Miley quería creer. Con todo su corazón, ella quería. Pero en lugar de eso se llenó de temor. Él la había obligado a entrar en su mundo. Y, oh, Dios, era todo lo que había soñado que podría ser. Su madre era una maravilla. Su casa de la infancia tenía paredes que emanaban calidez. Y cuando le miró a los ojos, leyó un centenar de promesas que estaba aterrorizada a creer. Un marido maravillosamente hermoso, un bebé, una familia con sus suegros, que le daban la bienvenida con los brazos abiertos. Era el sueño de su vida. Un sueño imposible.
—¡Nicholas, el té de jengibre está listo! —su madre llamó desde abajo.
Sus ojos siguieron mirándola fijamente mientras se incorporaba.
—Vuelvo enseguida.

A medida que desapareció en la pared divisoria, esas dos palabras resonaron en sus oídos, una garantía simple. Tenía miedo de creer incluso en eso. Temía tanto tener razón. Ella sabía en su corazón que con el tiempo, él ya no la querría volver a ver, tiempo vendría cuando la dejaría y seguiría su camino.
Aunque le produjese angustia,  no lo culparía.


El té de jengibre hizo maravillas. Después de beberlo, Miley se sentía muchísimo mejor y cerró los ojos, consciente de que Nicholas le tomaba la mano y la miraba, pero demasiado cansada como para preocuparse. Había sido un día sin fin. Su mundo se había dado la vuelta, y luego se había enderezado de nuevo, pero ya nada sería igual. Nada volvería a ser lo mismo otra vez. Lo único que quería era escapar para no tener  que lidiar con todo esto ahora mismo.

Un prado lleno de margaritas, la luz del sol, una brisa dulce del verano, el sonido del gorgoteo del agua sobre las rocas. ¿Realidad o sueño? La línea que separaba los dos, se estaban desdibujando, pero a Miley no le importaba. Se sentía tan segura en su prado. Nada podía tocarla allí. Nada malo podría pasarle. Nada podría hacerle daño. Era un buen lugar para dormir. Un lugar seguro.
Cuando se despertó, por la ventana encima de ella entraba el crepúsculo. Sorprendida, Miley se levantó en la cama y aguzó el oído. La casa de los Jonas estaba tranquila. Los sugerentes olores de la cena llegaban hasta arriba, desde la cocina, y en respuesta, el estómago gruñó. Bajando las piernas por el lado de la cama, Miley llegó a su ropa.
Después de vestirse, se deslizó por la escalera de la buhardilla. La casa estaba silenciosa y vacía. Las lámparas colocadas estratégicamente en las habitaciones no habían sido encendidas por el momento, y las sombras caían sobre el suelo de madera pulida. Más a gusto en las tinieblas que en la luz, Miley  se relajó un poco mientras  se acercaba al centro de la sala de estar. Su mirada se posó en el hermoso piano Chickering, con  su superficie muy pulida. Cerca de allí, el sofá de crin de caballo estaba colocado por debajo de un conjunto de cuadros, algunos de los cuales mostraban retratos y otros recuerdos. Dio un paso más cerca para verlos mejor, esbozó una leve sonrisa cuando vio las fotografías de niño de Nicholas.  Había sido buen mozo, incluso entonces, con los ojos encendidos de malicia, y su pícara sonrisa.
—Mi mujer tiene todos sus recuerdos en la pared —comentó una voz profunda detrás de ella— eso es porque ella cree que tiene un cerebro muy pequeño, ¿no? La mayoría de los blancos son lo mismo. Ellos piensan que tienen espacio en sus cabezas sólo para el aquí y ahora.

Miley saltó y se giró. Después, mirando a través de las sombras por un momento, vio la silueta oscura de un hombre grande sentado en un taburete cerca de la chimenea. Cazador de Jonas. Desde su ventana sobre el Lucky Nugget, lo había visto desde lejos con frecuencia mientras caminaba por la ciudad. Eso era diferente de verse a solas con él.
Con el torso desnudo y de aspecto siniestro con su pelo largo y oscuro, que parecía perfilarse como él, se levantó y se movió silenciosamente hacia ella. Vio que llevaba pantalones de cuero, con flecos a lo largo de las costuras exteriores y usaba mocasines hasta la rodilla.
—¿Me tienes miedo? Lo siento.

Magia en Ti - Cap: 28


Cuando ella lo miró, sus bellos ojos estaban oscurecidos con ojeras, en sorprendente contraste con su palidez. Brillantes, como las puntas de una estrella por sus lágrimas  y sable negro sus pupilas, sus pestañas doradas oscuras, guardando su increíble color verde. Un rayo de sol cortaba los árboles detrás de ella, creando un nimbo de oro alrededor de su pelo alborotado. Nunca la había mirado más como un ángel. Nicholas no quería nada más que envolverla entre sus brazos.
—De todos modos —continuó ella con voz temblorosa— he decidido que voy a seguir adelante y tener a este bebé. May Belle cree que podemos encontrar unos padres adoptivos, y ella se ofreció a prestarme algo de dinero para mantenerme a mí y a mi familia hasta que pase el embarazo. Estoy pensando en dedicarme más a la costura y es un buen oficio. He estado pensando que podría ganar un salario para mantenerme, poniendo las cosas en depósito en las tiendas. No sólo aquí, tal vez también en Jacksonville y Grants Pass. ¿Crees que la gente puede comprar mis cosas?

Su capacidad de recuperación sorprendió a Nicholas.  Pero sólo por un momento. Una de las cosas que lo habían hecho amar a Miley en primer lugar, era que había encontrado una manera de sobrevivir. No era una mujer muy grande, sus rasgos eran frágiles y sus grandes ojos la hacían parecer aún más delicada. Pensando en la primera vez que había puesto los ojos en ella, recordó en querer luchar contra leones de montaña por ella,  para ganarla. De lo que no se había dado cuenta entonces, y que estaba empezando a aceptar ahora, era que Miley no necesitaba a nadie para librar sus batallas. No necesitaba la fuerza de su brazo para hacerle frente a la adversidad.
—Bueno —le presionó— ¿Qué piensas?
—Yo creo —respondió lentamente— que eres la mujer más increíble que he conocido.
Volvió los ojos incrédulos hacia él.
—¿Perdón?
—Ya me has oído.
Un rubor subió a sus pálidas mejillas.
—Oh, vaya.
—No, en serio —estaba claro que no se veía a sí misma como admirable, ni algo parecido, lo cual era una razón más por la que sintió que tenía que decírselo— eres una entre un millón. Hermosa, dulce, deseable. Estar contigo me hace sentir flotando a diez pies de altura.

Pasó un dedo por el hueco suave de su mejilla bañada en lágrimas. El hueso se sentía muy frágil, por debajo de la punta de los dedos romos, y anhelaba explorar más a fondo, para sentir la delicada estructura de la mandíbula, y la V de la clavícula. Amándola como lo hacía, se encogió cada vez que recordaba el alambre de la percha sobre su cama y lo que podría haber sucedido si ella lo hubiese utilizado. Tan valiente como evidentemente era, todavía no había garantías de que no iba a hacer algo desesperado en un momento de pánico. El pensar en su familia que podría quedar desamparada, probablemente correría el riesgo de cualquier cosa para evitarlo, incluso poner en riesgo su vida. Por mucho que odiaba obligarla a nada, no iba a dejarla pensar mucho, no fuese que cambiara de opinión en cualquier momento y volviera a ponerse en riesgo.
—Miley, ¿qué dirías si yo te pidiese que te casaras conmigo y me permitieses ser el padre de este bebé? —le preguntó en voz baja.
Ella le lanzó otra mirada incrédula.
—Por favor, piensa en ello antes de contestar. Te amo, lo sabes. Eso tiene que contar para algo.
—¿Me tomas el pelo?, ¿no?
—Señor, no. Esto no es para bromear —Nicholas la miró fijamente a los ojos, tratando de transmitir la profundidad de sus sentimientos por ella. En su corazón, él rezó por favor, Dios, deja que me crea y diga que sí. No me obligues a hacer algo que va a hacer que me desprecie.
En voz alta dijo.
—Te amo, Miley. Hazme el hombre más feliz y dime que vas a casarte conmigo.
El poco color que quedaba en su cara desapareció.
—No te puedes casar conmigo.
—Oh, sí que puedo.
Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
—¿Has perdido la cabeza? Tú no puedes casarse con una pros/tituta embarazada.

Dios, cómo odiaba esa palabra. Pros/tituta. Se refirió a ella como si fuera un trozo de excremento en un montón de estiércol. Lo hizo enojar, impotente de ira. Ella era tan increíblemente hermosa, tan infinitamente preciosa para él. ¿Cómo podía mirar en un espejo y no verse a sí misma como él lo hacía?
—En el instante en que aceptes ser mi esposa, no serás una pros/tituta embarazada –susurró— serás mi mujer —poniendo su mano sobre la pequeña cintura, agregó— y este niño va a ser mío.
Ella se sacudió de su tacto, como si le hubieran quemado. Empujando su brazo casi frenéticamente, gritó:
—No seas absurdo. Ni siquiera sabes quién es el padre este bebé.
Al ver el pánico, Nicholas sacó su brazo y se echó hacia atrás,  permitiéndole algo de espacio, porque sentía que ella lo necesitaba desesperadamente.
—No me importa.
—¡Sí, sí importa! ¡Importa muchísimo! —levantó las manos— Ni siquiera se puede adivinar quién es el padre, Nicholas.
—Entonces mi reclamo será indiscutible.
Ella lo miró fijamente, como si estuviera loco.
—Si nos sentamos delante del saloon y observó a los hombres en esta ciudad que caminan a pie por la acera, yo no podría señalar a uno solo y jurar que haya estado en mi habitación. Me quedaba con las luces apagadas. Nunca hablaban…
—Yo sé todo acerca de tus reglas, Miley —añadió con dulzura—.Tengo entendido que no estabas familiarizada con los hombres, para que… —era su turno de gesticular con la mano— .JesuCristo. ¿Qué diferencia hay si sabes o no? La verdad es que prefiero que no lo sepas. Yo quiero que sea mi hijo. Sólo mío.
—Oh, Nicholas —su barbilla empezó a temblar, y en un esfuerzo por controlarla, sus labios se entristecieron— no me hagas esto— .Por su mirada destrozada supo que ella era demasiado sincera.
—¿Lo harás, cariño? Te pido que seas mi mujer, para estar a mi lado por el resto de mi vida. Es el lugar donde perteneces. ¿No ves eso?
—Vete —le susurró entrecortadamente— .Por favor, sólo tienes que irte lejos. Me estás cogiendo en un momento de debilidad. No puedo ser fuerte en estos momentos. Vete. Antes de hacer algo totalmente loco y decir que sí. ¿Por favor?

Si no fuera por el terror absoluto que vio en sus ojos, Nicholas podría haber gritado con alivio. Estaba a punto de decir que sí. ¡Alabado! sea el Dios de su madre y los Grandes Seres de su padre, ella estaba a punto de decir que sí.
—Estás empeñado en hacer que te ame —dijo abruptamente— nunca vas a rendirte, ¿verdad? Y va a ser un desastre si lo hago. ¿Por qué no te das cuenta? —Se dio la vuelta, como si ella no pudiese soportar mirarlo. —¿Crees que soy de piedra? En este momento, estoy más asustada de lo que he estado alguna vez en mi vida. Nunca me he sentido tan sola.

Con un profundo dolor por no poder abrazarla ahora, Nicholas se conformó con tocar ligeramente su hombro. Ella se encogió bajo su mano.
—Cariño, no tienes que estar sola. Nunca más. Permíteme cuidar de ti, ¿eh? De ti y del bebé. De tu familia. Todo lo que tienes que decir es una palabra. Sí. Y no tendrás que volver a sentir miedo.
Un sollozo la desgarró, al salir de su pecho.
—Oh, Nicholas. ¿Sabes lo que casi hice? —Ella cerró los ojos— .Cuando me enteré que estaba embarazada, pensé acerca de casarme contigo y pretender hacerte creer que este bebé era tuyo. Pensé en mentir y decir que era tuyo. Por eso estoy tan  desesperada ahora.
—Entonces hazlo —Él tomó la barbilla en la palma de su mano y la obligó a mirarle— Cásate conmigo, cariño, y dime que este bebé es mío. Eso es lo que quiero. ¿No ves? No puedo pensar en nada que me gustara más. Dilo ahora. “Nicholas, este es tú bebé. Y, sí, me casaré contigo”. Dilo, Miley.
Se arrastró lejos de él casi gateando sobre la arena, desesperada.
 —¡Basta! ¡Tienes que parar! —Presionó los dedos rígidos en las sienes, se volvió a mirarle de nuevo— .Te has vuelto loco, y yo también. Si te casas conmigo y reclamas a este niño, vas a terminar despreciándome. Tarde o temprano, comenzarás a buscar los rostros de los hombres en esta ciudad, en busca de un parecido con mi hijo. Lo buscarías en cada cara y te preguntarás cuántos de ellos habían tenido intimidad con tú esposa, y la respuesta serían docenas. No puedo hacerte eso, ni a ti, ni a mí misma, y menos aún a un niño inocente.
—Miley…
Apretó sus manos sobre los oídos.
—¡Cállate! ¡No digas una palabra más, Nicholas Jonas! Si lo haces, yo podría… —Se interrumpió y sacudió la cabeza— .Sería una locura.
—¿Qué podrías hacer? ¿Decir que sí? —se puso en pie. —Entonces, cariño, hazlo. Sigue a tu corazón y hazlo.
—¿Mi corazón? —ella le dirigió una mirada lastimosa— ¡Oh, Nicholas!  ¿Qué hay de tu familia? ¿Tus padres? Ellos nunca te perdonarán, y me odiarán. Nunca aceptaran a este bebé ni en un millón de años. Sería una paria.
—Tú no sabes nada acerca de mis padres –sentenció— .Les encantarás, tú y mi hijo, te lo prometo.
—No es tu hijo.

Nicholas respiró hondo, preparándose, con una mano sobre su corazón, golpeó su propio pecho con la palma abierta.
—Sí. Mi mujer, mi hijo. Ya basta de esto. Casarte conmigo es lo mejor para los dos, y eso es exactamente lo que vamos a hacer.
—No me tientes.
—Te lo estoy diciendo.
Ella puso ojos incrédulos y cautelosos sobre él, alarmada por la firmeza de su tono.
—Acabo de explicarte por qué no puedo hacerlo…
Nicholas apoyó las manos en las caderas.
—Obviamente estás demasiado aturdida en este momento para tomar la decisión. O eso, o te da miedo. Así que estoy tomando yo esta decisión por los dos. No hay opciones. ¿Qué te parece? Vas a casarse conmigo. Si todo se va a la mie/rda más tarde, entonces no será culpa tuya. Estoy tomando yo la decisión. Si no es la correcta, asumo toda la  responsabilidad.
Ella lo miró con sus ojos brillantes llenos de lágrimas.
—Oh, Nicholas,  es un bonito gesto. Pero tengo que pensar en mi bebé.
—No es un gesto, es una orden. Y a partir de este segundo, no te permito pensar en él, no cuando se trata de esto. Te vas a casar conmigo, es el final de esta conversación. Por lo tanto, vamos a ir y hacerlo.

Ella se abrazó a su cintura. Con su nariz roja de tanto llorar, sus ojos se abrieron con asombroso cuidado, pensó en cuando tenía doce años. Él se imaginó que debía tener un aspecto muy parecido al de ahora en esa fatídica noche, hacía ya nueve años. Pequeña, asustada, agotada de tanto llorar. ¿Cómo un hombre que se llamase a sí mismo hombre podría haberla forzado? Nicholas no lo sabía. El pensamiento, literalmente, lo enfermó. Incluso ahora, que era mucho más grande de edad y de cuerpo, sólo le duraría dos minutos forzarla. Sabía que no tendría competencia si la arrojase al suelo, ella no podría luchar contra él. Fácilmente podría sujetar sus muñecas en un puño y mantener sus piernas abiertas  con una de la suyas. Su lucha podría ser una incomodidad, pero nada más. Aquel hombre pudo evitarlo, y detenerse en cualquier parte, si hubiese sido un hombre de verdad, la habría sacado de allí,  no la hubiese forzado, haciéndola experimentar con dolor su primera vez, con su boca, con sus manos y luego por la invasión de su frágil cuerpo.

Sabía que, cuando la tomase algún día, sería dulce y suave, y  dudaba que el hijo de pu/ta que había hecho los honores se hubiera molestado en serlo. Un hombre que paga el precio para arrebatar la virginidad a una pequeña niña, era del tipo que conseguía su disfrute imponiéndose a alguien débil, aterrorizando e infligiendo dolor. Era inconcebible para Nicholas que otros hombres hubiesen ido a esa habitación después de ver a la niña, sangrando en la cama, y utilizando su pequeño cuerpo maltrecho. ¿Qué tipo de monstruos hacían esas cosas? ¿Cómo iban a retomar después su aura de respetabilidad, y volver a su casa, a sus propios hijos, sin sentirse miserable y vil?

Avanzó hacia Miley, con pasos lentos y medidos, Nicholas le tendió una mano hacia ella.
—Ven conmigo, cariño. Se acabó. No más agonía. Yo he tomado la decisión por ti.
Ella miró a su mano extendida cómo si estuviese contemplando una serpiente a punto de atacar.
—No puedo.
—Tú no tienes elección.
—Por supuesto que sí.
Su pulso corría a gran velocidad, Nicholas sacó el arma que se había guardado, un arma grande, enojado consigo mismo para usarlo en su contra, sin embargo, convencido de todo esto sería más fácil para ella si lo hiciese.
—No, Miley, no. Si deseas continuar con esta discusión, lo haremos en el salón de la casa de tu madre.

Su cuerpo se puso rígido y fijó en el sus ojos acusadores.
—¡Tú no…! No te reconozco ahora, Nicholas.  No serías tan cruel.
—Pruébame.
—Ella es ciega. Sería absolutamente despiadado con ella arrastrarla a esto.
Nicholas se endureció a la súplica en los ojos.
—Miley, ser despiadado está en mi sangre. Soy comanche, ¿recuerdas? Vengo de una larga lista de hombres que ponían su mirada sobre una mujer y eran implacables en hacerla suya. Es un poco como la primera vez que monté un caballo. Simplemente, para mí es algo natural. Te quiero y voy a tenerte. Tan simple como eso — se encogió de hombros— en cuanto a ser despiadado, tu madre puede dar lecciones.
—¿Lecciones? ¿Qué diablos quieres decir?
—Que ella se hizo pasar por mucho más ciega de lo que es en realidad en estos últimos nueve años, eso es.

Ella dio un respingo como si la hubiese herido, lo que hizo a Nicholas desear poder llamar de nuevo sus palabras. Él no tenía la intención de bajar en ese tema, no ahora, tal vez nunca. Algunas verdades eran demasiado dolorosas para hacer frente, y sintió que para Miley, ésta era una de ellas.
—¿Cómo te atreves a darme a entender que mi madre lo sabe? —exclamó con voz entrecortada— ¿Cómo te atreves?

Nicholas podría haber dicho mucho más, por todos los infiernos, pero su objetivo era proteger a la muchacha, no destruirla. Preparado por si ella tratase de resistirse, la agarró del brazo.
—Son casi las cuatro de la tarde. Vamos a ver al Juez de Paz y conseguir acabar con esto, tenemos que ponernos manos a la obra.
Cogió del tirón su brazo libre. No iba a dejarla escapar.
—Puedes venir  conmigo por tu propio pie… —dijo en voz baja— o puedo llevarte a cuestas encima de mi hombro. Y, por favor, no cometas el error de pensar que es un farol. Yo me crie con las historias de cómo mi padre tomó cautiva a mi madre. Cuando yo era niño, solía soñar con capturar para mí una chica bonita algún día y acarrearla hasta mi tienda, al igual que mi padre hizo con mi mamá. Poniéndote encima de mi hombro cumpliría todas mis fantasías de muchacho.
Sus ojos se abrieron.
—Eso es bárbaro.
—¿No es justo? —sonrió, bordeando casi la amenaza. —No hablo en broma, por supuesto, aunque hazte cargo. Vamos, cariño. Al segundo, el modo de transporte va a atraer una gran cantidad de miradas, una vez que lleguemos a la ciudad.
Su boca temblaba en las esquinas y tembló un músculo bajo su ojo.
—Tú no lo harías.
Nicholas hizo el gesto como si fuera a agarrarla por las piernas. Con un chillido asustado, apretó sus manos contra sus hombros.
—¡No, espera! Yo… voy a ir andando.
Poco a poco se enderezó. Cuando trató de alejarse, él apretó su agarre en el brazo.
—Mi sombrero —dijo ella con voz temblorosa.
—Déjalo —respondió con firmeza— de aquí en adelante, no lo vas a necesitar.

Magia en Ti - Cap: 27


Nicholas estaba lubricando los goznes de la puerta del granero cuando Gus irrumpió por la puerta abierta. Con el cabello alborotado por el viento, los ojos muy abiertos por el miedo, respiraba con dificultad, casi jadeaba, tanto que le tomó un momento para hablar. Nicholas dejó caer la aceitera que estaba usando y llegó hasta él, mientras su corazón golpeaba con temor.
—Gus, ¿qué ocurre?
Aun así, esforzándose por respirar, el obeso dueño del saloon tragó saliva y se frotó la boca con la manga de su camisa blanca.
—May Belle. Ella dice…es Miley…Tendrías que… mejor que vengas rápido.

Miley. Nicholas había sospechado algo en el momento en que vio a Gus. Sin detenerse, ni siquiera para limpiarse las manos, salió corriendo del establo. El  Lucky Nugget estaba sólo a una corta distancia en la calle principal, pero en ese momento para Nicholas parecía más de una milla lejos. 

Alargando sus pasos, cortó por  el centro de la carretera, zigzagueando para evitar un carro, después un caballo. Miley. Algo terrible le había sucedido. May Belle nunca habría enviado a Gus a buscarlo de lo contrario.

Miley. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Una docena de posibilidades se agolpaban en la mente de Nicholas  cada una más terrible que la anterior. Que ella había caído en las escaleras. Que un cliente había perdido los estribos. Se la imaginó golpeada e inconsciente. Semanas atrás, había decidido que quería a la niña. Pero tuvo que pasar la idea de perderla para hacerle comprender hasta qué punto. Miley, su pequeño ángel de ojos verdes. Jesús. Si alguien la había lastimado, lo mataría. Con sus propias manos, mandaría al infierno al hijo de pu/ta.

Nicholas corrió todo el paseo marítimo hasta el saloon, sus botas impactando en la madera de la acera, el sonido hueco resonando. Con el hombro, empujó a través de las puertas de vaivén del saloon, había muy poca luz. En una hora tan temprana de la tarde, sólo había un cliente, un minero sin rostro que estaba sentado en las sombras, una mano enroscada en torno a un vaso de whisky. Nicholas apenas le dió un vistazo. Virando a la derecha, corrió por las escaleras, agarrando la barandilla para impulsarse hacia arriba con rapidez.
—¡Miley!—consiguió llegar al primer piso.
Su puerta estaba abierta.
—Miley.
Nicholas no estaba seguro de lo que esperaba ver cuando entró en la habitación. Un desorden caótico, tal vez. En su lugar todo parecía estar en perfecto estado y orden. May Belle estaba cerca de la cama, su rostro pálido y demacrado, sus ojos oscuros de preocupación. Nicholas se tambaleó hasta ella.
—¿Dónde está? —preguntó.
—Tenía la esperanza de que tal vez tú podrías decírmelo. No está con Índigo, y me preocupa, Nicholas.  Me preocupa y mucho.

Después del susto que su llamada le había dado, Nicholas se sentía más que un poco irritado.
—¿Estás preocupada porque  ha ido a alguna parte? Ella no pasa todo el tiempo aquí encerrada.
May Belle hizo un gesto hacia la cama. Nicholas se volvió a mirar. La colcha estaba un poco arrugada, como si Miley se hubiese acostado sobre ella. Pero por lo demás… su mirada entonces aterrizó en un pedazo largo de alambre. Dio un paso más cerca de tener una mejor vista y vio que se trataba de una percha que alguien había enderezado. No comprendió el significado, se volvió a mirar a May Belle. Las pestañas de May Belle revoloteaban sobre sus mejillas. Después de tomar una respiración temblorosa, dijo:
—Ella vio al Dr. Yost hace un par de horas. Le dijo que está embarazada.

Nicholas trató de asimilar las palabras. Embarazada.
Finalmente su mente comprendió, y su mirada se disparó hacia el trozo de alambre de la percha.
—Oh, Dios mío.
—Ella iba a aceptar tu propuesta de matrimonio, ya sabes —dijo May Belle, con una oscilación en su voz— .Estaba tan feliz. —Levantó las manos a continuación, y golpeó sus anchas caderas— .Y ahora esto. Te lo juro, nunca, jamás le han dado  una justa oportunidad en toda su vida, y ahora esto.

Nicholas sentía como si sus piernas fuesen a doblarse. Al vivir en los campamentos madereros, había llegado a conocer más sobre el lado oscuro de la vida de lo que hubiese querido. No fue necesario para May Belle explicar cómo Miley tenía la intención de usar el acero, o para qué. El pensamiento lo aterrorizó. Oró a Dios para que Miley no hubiera hecho nada tan terrible aún. Las mujeres que hacían cosas así, a menudo terminaban muertas.
—Tenemos que encontrarla —dijo May Belle con voz temblorosa— .Dios sabe dónde podría haber ido o en qué condición estará ahora, si utilizó ese gancho, podría ser… —su voz se quebró y los ojos se cubrió con una mano— .Nunca me perdonaré por dejarla sola. Nunca. Sabía que ella estaba aturdida, por que no sabía lo que iba a hacer. Simplemente no me di cuenta de lo desesperada que estaba sintiéndose. Soy una vieja tonta, la dejé en paz…sólo  unos pocos minutos, para que se relajase, pero cuando volví,  se había ido.

Vamos. ¡Oh!, dulce Jesús. Nicholas giró y salió corriendo de la habitación. Cuando salió de la cantina hasta el paseo marítimo, se detuvo para echar un vistazo rápido en todas las direcciones. ¿Si no estaba con Índigo, a donde podría haberse dirigido Miley? Las posibilidades eran infinitas.
Actuando por instinto, Nicholas atravesó la calle y se fue por un callejón. Si acabara de recibir una noticia devastadora y se sintiese desesperado, buscaría un lugar aislado, tranquilo para lamer sus heridas. En su opinión, no había ningún lugar más pacífico ni aislado que los sombreados bancos de la Cala Shallow. Estaba convencido de que Nicholas había ido allí.

Su corazón se estrelló como un trineo mientras corría por el laberinto de árboles. El sotobosque se alzaba en su camino. No perdió tiempo tratando de ir alrededor de los matorrales. Cuando  no podía saltar por encima, se abrió paso a través. Las imágenes dentro de su cabeza le aterraban. Miley, tendida en algún lugar a lo largo del arroyo, su vida escapándose de manera constante desde su cuerpo en un flujo carmesí. ¡Oh, Dios! ¿Y May Belle se echó la culpa? Él era el que tenía que rendir cuentas. Debería haber insistido a Miley para casarse con él hacia una semana. A falta de eso, debería haberse, por lo menos, asegurado de que ella creía lo mucho que la amaba. Nada podría cambiar de opinión al respecto. Nada.

Ciertamente no un embarazo. Si amaba a Miley como lo hacía, ¿cómo no iba a amar a su hijo?
La encontró sentada debajo del roble sobre el que una vez había tallado sus nombres. A Nicholas le pareció que había pasado toda una vida desde esa noche. Sus manos rodeando sus tobillos, sentada en la hierba, con la cara apretada contra las rodillas levantadas. A su lado yacía en el césped su feo sombrero. Llevaba una blusa azul desteñida, que rápidamente analizó en busca de rastros de sangre. Nada. Físicamente se veía perfectamente bien. Tan perfectamente bien como una persona podría estar cuando su corazón se rompía. Como un niño perdido, se balanceaba rítmicamente adelante y atrás. Por encima del ruido del agua, Nicholas podía oír su sollozo. Profundos sollozos, y lágrimas.

Su primer impulso fue correr más y cogerla en sus brazos, para asegurarle que él se haría cargo de todo y que ella no tenía que preocuparse, pero el sonido de los sollozos, la desesperanza que la envolvía, se lo impidió. Ya no era ninguna niña, era una mujer. Desde la edad de trece años, la vida la había forzado a lo largo de un camino que nunca habría escogido para sí de ninguna otra manera. Ahora la Madre Naturaleza, finalmente la había hecho jaque mate. Ella ya no podía seguir en el camino que había ido siempre, pero tampoco podía volver sobre sus pasos, y para una mujer de su profesión, no había vuelta atrás.

En ese momento, a Nicholas  le dolía ella como nunca nadie le dolió. La vida le había robado tanto. No sólo su infancia, sino todas las otras cosas que la gente daba por sentado, además de su derecho a caminar con la cabeza bien alta. Ahora estaba a punto de robarle una vez más por correr en su ayuda y convertirla en su esposa. Sus intenciones eran buenas, y sólo Dios sabía cuanto la amaba. El problema era como poder demostrárselo.
Miley. Las lágrimas picaron en la garganta de Nicholas cuando la miró. Si alguna mujer de la tierra merecía ser adecuadamente cortejada, era ella. Flores, un anillo de compromiso, una propuesta romántica de rodillas, una boda de lujo con todos los adornos. Otras mujeres jóvenes tomaban estas cosas por sentado, las esperaban e incluso las exigían. Para Miley, estas cosas eran sueños que nunca podrían ser.

Nicholas se acercó lentamente hacia ella, sintió impotencia y enojo. No con ella, por supuesto, de nada de esto podría ser atribuido a su culpa. Y, ciertamente, tampoco consigo mismo. Después de ver ese gancho de alambre en su cama, la forma en que lo percibía, era que tenía sólo una opción, y era que iba a casarse con la chica tan rápido como pudiese. Él no se atrevía a hacer otra cosa. Pero, maldita sea si no quería sacudir su puño, si no en contra de Dios, entonces contra el destino, por empujarla a ella a otra situación de la que no tenía ningún control.

Cierto era que Nicholas había tenido la esperanza de que ella se casaría con él, desde hacía ya bastante tiempo, y si la cosa hubiese ido de otra manera, ella habría, tarde o temprano, aceptado. Pero él nunca la habría forzado. Ahora no tenía otra alternativa. Si tuviera que hacerlo, tendría que utilizar el chantaje. Si lo detestaba por eso, que así fuese. Cualquier cosa era mejor de lo que era evidente que tenía en mente, que era poner fin a su embarazo, pasase lo que pasase.

Un bebé. Por todas sus creencias. Corriendo en busca de Miley, Nicholas no había usado más de un segundo en pensar en el niño, y ahora no iba a echarse atrás. De acuerdo con las creencias del Pueblo de su padre, si un hombre reclamaba a una mujer, él también reclamaba a sus hijos, y en la reivindicación, se convirtió en su padre antes incluso de que naciese.

Como si de repente se diese cuenta de su presencia, Miley levantó la cabeza y se sujetó sus dolorosos sollozos ante los ojos en él. Con manos temblorosas, rápidamente se limpió las mejillas.
—Nicholas —dijo con voz débil.

Sabía que ella deseaba que se fuese, pero no estaba dispuesto a complacerla. Se acercó hasta sentarse en el suelo a su lado, cubrió los brazos sobre las rodillas  flexionadas. Para darle un momento para recuperar la compostura, pretendió estar intensamente interesado en algo en el lado opuesto del arroyo.
En su visión lateral, la vio hacer un intento desesperado por arreglar su cabello. Sabía que no era la vanidad la que la impulsaba. A pesar de que toda su vida había sido tocada y tratada por manos podridas, ella todavía se aferraba a su dignidad. No quería que él la viera así. Golpeada, sin saber adónde ir. No, no Miley. Si ella lo permitiese, iba a tratar de poner un rostro brillante en cada cosa de su mundo e iba a terminar de derramar sus lágrimas después de que él tomase el control. Buena suerte para eso. A partir de ahora, se iba a pegar a esta niña cómo una maldita lapa.

Debido a que no había manera que se le ocurriese como abordar con facilidad el tema, se decidió a cortar por lo sano e ir derecho al tema.
—May Belle encontró el acero de la percha. No sabía a dónde te habías ido, o lo que te podrías haber hecho, se asustó y me mandó llamar.
Con voz fina y chillona, dijo.
—¿Quieres decir que te lo dijo?
—¿Eso de que llevas un niño? — La miró fijamente con una mirada implacable. —Sí, me lo dijo.
Era evidente que le daba vergüenza, y giró a la cara. Arrancó un puñado de hierba, que desplegó sobre sus dedos delgados y se quedó mirando las hojas verdes como rayas sobre la palma de la mano.
—Miley…
Todavía no lo miraba, levantó la otra mano para hacerlo callar.
—Lo sé. Por favor, no lo digas. Sólo tienes que irte lejos de mí. ¿De acuerdo?
Nicholas sólo podía adivinar lo que ella pensaba que él quería decir.
—Cariño, yo…
—Yo lo entiendo. En realidad, lo hago. —Ella hizo otro pequeño sonido extraño y se encogió de hombros. —Nunca hubiera funcionado de todas formas, Nicholas.  Yo era… —Ella tragó saliva y se tensó para mantener el equilibrio de su voz— .Yo… eh… creo que eres un buen tipo, incluso para tratar de explicarte. En verdad que sí. La mayoría de los hombres no me habrían preguntado, en primer lugar, y seguro que no se tomarían la molestia de sentirse mal por algo como esto. . . —Ella hizo un gesto con la mano sin fuerzas— . De todos modos, ha sucedido, y tú no tienes que decir una palabra. Yo lo entiendo.
—Tal vez quiero decir una palabra. Si puedo conseguir hablar.
—Bueno, por favor no lo hagas —ella se frotó la mejilla con dedos temblorosos, y luego le echó un vistazo a él— vamos a dejarlo sin terminar. ¿De acuerdo? —ella dio una velada y temblorosa risita— .Sé que suena tonto, probablemente viniendo de alguien como yo, pero tú eres el único novio que he tenido. Me gustaría mantener el dulce recuerdo y no quedarme con los tristes.

El único novio que había tenido. Por su vara de medir, pocos malditos dulces recuerdos  había tenido. Sin embargo, por la forma en que lo dijo, sentía que no había habido en su vida una gran cantidad de buenos recuerdos.
—Miley…
Su boca temblaba en las esquinas. Haciendo un visible esfuerzo para luchar contra las lágrimas, dijo:
—Antes de venir, yo estaba aquí sentada pensando en… así, en cosas tontas, supongo. Cosas cómo de qué color serán sus ojos.

Estaba abriendo su corazón a Nicholas,  diciéndole hasta más de lo que debía saber, eso era más importante que todos sus esfuerzos por cortejarla, su acercamiento no había sido en vano. Si nada más había, por lo menos llegar a confiar en él como su amigo. Se sentía como si acabara le entregarle una gran parte de su corazón roto. Y, oh, Dios, cómo deseaba poder arreglarlo.
Ella perdió la batalla contra las lágrimas, y rodaron por sus mejillas. Atrapadas por un rayo de sol que entraba entre los árboles, brillaba sobre su piel pálida como los diamantes.
—¿No es absurdo? Con todo lo que yo debería preocuparme, todo lo que puedo pensar es en el color de sus ojos.
Ahondando profundamente, Nicholas encontró su voz.
—No creo que sea absurdo en absoluto.
La garganta le volvió a funcionar mientras ella luchaba por tragar.
—Yo… eh… —Levantó un frágil hombro.
—Creciendo como lo hice, en una gran familia, una de las cosas que soñé cuando era niña era que algún día tendría un bebé propio. Ahora Dios me lo ha enviado, y no importa cómo lo piense, no veo una manera de que se quede conmigo —ella sorbió y se estremeció— . Supongo que es lo único que puede esperar alguien como yo.
—Un gancho de alambre no es una solución, Miley.
—¡No! —admitió ella con voz temblorosa — quería llegar hasta el final. Realmente lo quería. Pero en el último segundo, empecé a preguntarme: —su voz se quebró y tragó para recuperarse— esas cosas tontas, como si iba a ser niño o una niña. Y de repente ya no era sólo un problema del que tenía que deshacerme. Yo… eh… no podía hacerlo. Acabé de darme cuenta de que no podía hacerlo.