—No,— Miley negó débilmente. —Eso nunca.
Él la hizo callar al presionar firmemente la moneda en contra de su boca.
—Escúchame, y escúchame bien. Puedes engañar a algunas personas, parte del tiempo, es decir, a Índigo y Jake, pero no puedes engañar a todo el pueblo todo el tiempo, o sea, yo. Mantente alejada de mi hermana y sus hijos. Lo último que necesita es una **** lastimosa jugando con su simpatía y echar a perder su vida.
La indignación prestó a Miley un destello de coraje. Liberando sus labios, dijo:
—Creo que está yendo más allá de sus límites, señor Jonas. Cuando Índigo me diga que me mantenga lejos de ellos, con mucho gusto cumpliré, pero gente como usted, no tiene por que darme órdenes.
—¿No lo harás? Permíteme enumerar un par de hechos para ti, mejillas dulces. La prostitución es algo muy poco respetable. Una palabra aquí y allá, chismeando que mi hermana y tu teneis algún tipo de relación amistosa, y todas las señoras de esta ciudad, estarán calentando sus calderos, para desplumar a mi familia como pollos. ¿Me entiendes?
Miley ciertamente no necesitamos que la pintara una imagen de ello. A más de una mujer en su profesión, se la había echado de un pueblo, por salirse de sus rieles.
—Yo nunca haría nada que…
—Nada—, dijo interrumpiéndola. —No es personal, cariño. Pero el mero hecho de verlo por mi mismo. Todos los miembros de mi familia, desde mi padre para abajo, son demasiado ingenuos para conocer tu juego. Pero eso mismo no puede decirse de mí. Sálvate a ti misma de un montón de dolores de cabeza, ¿eh? Mantente alejado de mi hermana, y tu y yo, nos llevaremos muy bien.
En lugar de encontrarse con su mirada, Miley miró a su nariz, a la moneda. Se dio cuenta ahora de que no había sido en serio su propuesta. La había usado cómo una apertura, para darle una advertencia. Ella no quería tener problemas, sobre todo, no de un hombre de la clase de Nick Jonas. Fuese o no el hermano de Índigo, tenía un extremo peligroso y si no conseguía lo que se proponía, tenía la sensación de que iría a por sangre. No podía permitirse un escándalo. Grants Pass estaba tan sólo a cuarenta millas de distancia, una distancia suficiente para garantizar que ninguno de sus clientes fuesen hombres de su ciudad natal, pero una noticia así, podría llegar con facilidad desde Tierra de Jonas.
—¿Nos entendemos?— le preguntó en voz baja.
—Sí—, susurró ella, incapaz de decir nada más. El verano se tornó sombrío sin la esperanza de la amistad de Índigo, Miley se imaginó que tendría que apartarse de ellos, y del camino de Nick, al menos hasta que volviese a los campamentos madereros.
—Tal como pensé, una chica inteligente.
Nick se enderezó y le dejó un poco más de espacio, Miley cerró los ojos en una oleada de náuseas. Rezó para no avergonzarse a sí misma vaciando el contenido de su pobre estómago en todas sus botas.
Cuando se sintió un poco más bajo control, levantó sus pestañas para encontrarlo mirándola con una expresión incierta nublándole la mirada. En ese instante, Nick Jonas supo que bajo una armadura de acero, ella tenía otro lado merecedor de compasión. Lamentó ser tan cruel.
Miley se sentía sofocada por su cercanía y olor masculino, que respiraba a su alrededor. Después de todo, él había dicho lo que había venido a decir. Seguramente la había visto dejar el salón esta mañana y la siguió hasta aquí, lo que explicaba su encuentro casual. Una emboscada, más bien.
Para su sorpresa y consternación, antes de que se las arreglase para quedar completamente fuera de su alcance, la agarró del brazo y la llevó a su lado. Sintió como si sus dedos la quemaran al agarrarse del brazo sobre la manga de su vestido.
Se le puso piel de gallina, y se esforzó para no temblar. Lanzándole una mirada de asombro e inquisidora, esperó a que le hiciese aun mas sangre con su lengua afilada cómo hoja de afeitar. En lugar de eso, le deslizó la pieza de oro en su mano y forzó a sus dedos a cerrarse en torno a la moneda. En el momento en que relajó su agarre, Miley hizo lo mismo y dejando que el dinero cayese sin hacer ruido en la hierba. Ella no tenía intención de dejar que salvase su conciencia con tanta facilidad.
Le sostuvo la mirada, esperando que él notara su desprecio en sus ojos. Era tan fácil para él condenarla. Si tuviese que buscar un trabajo en Tierra de Jonas, probablemente podría tener una oferta de media docena a su disposición antes del mediodía, y todos ofreciéndole un salario decente. ¿Pensaba que ella no sería capaz de trabajar en una maderera a la par que él, si alguien la contratase? ¿Realmente creía que a ella le gustaba la forma en que se ganaba la vida? Dios lo perdonase, si sólo él supiese lo que era para ella, no sería tan hipócrita.
En el instante en que le soltó el brazo, Miley recogió sus faldas y dio un paso a través de la hierba húmeda de rocío, resistiendo el impulso de correr. No le daría esa satisfacción.
Nick se quedó mirando alejarse a Miley, tenía un nudo en la garganta con una emoción que no podía nombrar. Esa mirada en sus ojos. Creyó que nunca sería capaz de borrarla de su mente. No sólo era desprecio, sino una herida que corría demasiado profundo para las lágrimas. Al verla, no pudo evitar hacer una comparación entre ella y todas las otras prostitutas que había conocido jamás. No había ninguna similitud. Sea la que fuese su profesión, Miley tenía la marca de una dama. Incluso la forma de moverse era formal y correcta.
Un destello brillante llamó la atención de su mirada, y buscó hacia abajo para ver la pieza de oro tirada en la hierba a sus pies, donde la había dejado caer. Así que ella despreció su dinero, ¿verdad? Se paró ante la moneda, mirándola sin ver, reacio a recogerla. Por todo lo que le importaba, podía yacer ahí eternamente y crecer musgo por encima.
—¿Qué le has dicho?
La voz acusadora de Índigo lo azotó a través del aire de la mañana y le hizo girar la cabeza para verla. La miró fijamente, como reacio a admitir lo que había dicho, tan reacio o más que estaba para recuperar su dinero.
—Nada que no necesitara decir.
Con sus ojos azules heridos y sin darle tregua, Índigo se abrazó a su cintura y luego se acercó a él.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué necesitabas decirle, Nick?
Hacía mucho tiempo que Nick no se había sentido como un niño llamado para una regañina. Enojado, de que se le hiciese sentir culpable, cuando su único delito había sido intentar protegerla, tragó humedecer la garganta.
—Una pu/ta no tiene por qué ser como uña y carne con una joven decente. Eres demasiado dulce para tu propio bien, cariño. ¿Qué pasa con tu reputación? Y si tú no estimas eso, ¿qué pasa con tus hijos? Cuando alcancen la edad escolar, ¿quieres que se sientan humillados, por que los demás niños susurren acerca de su madre y la compañía que mantiene?
Los ojos de Índigo se agrandaron y su tez bruñida, naturalmente, se puso mortalmente pálida. Miró hacia abajo, vio la pieza de oro a sus pies, y se lamentó.
—Oh, Nick, ¿qué has hecho?
—Lo que tenía que hacer—, respondió él con suavidad. —Sé que te preocupas por ella, Índigo. Pero tu no puede tomar los males del mundo sobre tus hombros. _Miley ha elegido su camino. No debes estar a su lado. Tú tienes una familia en que pensar.
Las lágrimas llenaron los ojos de Índigo, y su boca comenzó a temblar.
—Índigo—, comenzó.
—No—, dijo ella con voz temblorosa. —Por favor, no digas nada más. Creo que ya has dicho bastante.
Nick no podía creer su reacción. Es cierto que había esperado que ella se molestase.¿Pero esto? Lo que había hecho nadie con sentido común lo cuestionaría. No pudo creerlo,
—Sé que estás enfadada conmigo en este momento—, repuso suavemente —, pero con el tiempo verás que sólo lo hago por ti. En tu propio interés.
—¿Y qué hay del interés de Miley? Soy la única amiga que tiene, Nick.
Dio un resoplido despectivo.
—¿Desde cuándo las *beep* esperan tener amigos? Jesús, Índigo, seguro que no puedes ser tan ingenua.
—¿Soy ingenua? ¿Y que hay de la compasión? Y ya que estamos en el tema de no poder creer, no puedo creer lo mucho que tu has cambiado.
—Índigo …— lo intentó de nuevo.
—No digas Índigo. Quiero que vayas directamente al Lucky Nugget y pidas disculpas a Miley. Lo digo en serio, Nicholas Kelly. Ella no va a volver a visitarme hasta que lo hagas.
—Bien.
—¿Bien? Nick, vas a pedirle disculpas, así que ayúdame.
—¿Disculparme?— se hizo eco. —¿Por qué?
Índigo le volvió la cara.
—Hasta que no te des cuenta de eso por ti mismo, tal vez sería mejor que no vinieras mas por aquí.
—¿Cómo dices?
Se dio la vuelta, y fijó su acusadora mirada en él.
—Ya me has oído. Si yo voy a proteger a mis hijos de toda la fealdad en este mundo, tal vez debería empezar a protegerlos de ti.
—¿En serio?
—En serio.
Nick podía ver que hablaba en serio. Olvidándose de sus costillas, se inclinó para recoger su taza y tuvo dificultades para enderezarse. Índigo se acercó a agarrar su brazo. Él se apartó.
—No me toques. Mi maldad puede ser contagiosa.
—Oh, Nick—, dijo ella con voz temblorosa. —Ni siquiera te conozco. ¿Dónde ha ido mi hermano?
—Al infierno y de regreso,— poco a poco se alejó. —Tu vives aquí, en tu pequeño mundo protegido y crees que lo sabes todo. La verdad es que, Índigo, no sabes nada acerca de las mujeres como Miley. Ninguno de vosotros saben nada. Yo sólo estaba tratando de ayudar. Pero, ¡hey! Si este es el agradecimiento que voy a conseguir, ¿a qué molestarme? Aprende tu lección como lo hice yo, con mujeres como Miley, por las malas. Eso sí, no vengáis luego quejándoos, cuando empiece a mostrar su verdadero color.
Con eso, se alejó tan furioso con ella que casi temblaba. Al diablo con ella. Para ser alguien tan contraria a criticar la conducta de alguien, no había dudado en juzgarlo, y con rudeza.
do para su hermano Jason.
Miley buscó con el pie el pedal de la máquina de coser. Su día de duro trabajo había terminado, y ahora podría trabajar en el vestido de su hermana, una hermosa pieza, sin otra interrupción. Esto era la realidad, se aseguró a sí misma. Y todo lo que realmente importaba. Sus recuerdos vagos de lo que había pasado antes fueron enviados a ese rincón oscuro, y secreto de su mente donde las pesadillas sólo acechaban.
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