Tarde mucho en subir por que tarde mucho en leer todos los comentarios *Sarcasmo On*
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Se sentía como los restos que una ola se llevaba por delante, Miley vivió a través de la siguiente hora cómo si estuviese en un sueño. Ningún otro argumento le valió, Nicholas la obligó a volver a la ciudad, buscó a un juez de paz, y exigió que los casaran de inmediato. Miley apenas podía asimilar lo que allí se decía. Cuando comenzó la breve ceremonia, Nicholas tuvo que empujarla con el codo para hacerla decir “sí quiero”.
Así que rápidamente se convirtió en la señora Miley Jonas. Nicholas selló sus votos con un suave beso, el primero que nunca le había dado, Miley estaba tan insensible que no lo pudo sentir. Por desgracia, el entumecimiento no se extendía a su estómago y cuando salieron de la oficina del juez de paz, en el paseo marítimo, sintió un poco de náuseas, ya sea por nervios o por su embarazo, no lo sabía. Al balancearse ligeramente, él le puso una mano sobre su cintura.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, con un tono de voz totalmente en desacuerdo con su arrogancia marcial de hacía unos minutos.
Miley murmuró:
—Enferma —y tragó saliva, con miedo a soltar el contenido de su estómago, allí mismo, en el paseo marítimo. Salpicar sus botas negras Montana no era exactamente una manera ideal de comenzar su vida juntos.
¿Su vida? Las palabras resonaban en su mente. Ellos no tenían entre manos una vida en construcción. Un circo, más bien, con todo el mundo boquiabierto con ellos. La única diferencia sería que la gente no tendría que pagar para comprar las entradas.
—¡Ah, cariño! —con solicitud marital, deslizó un brazo fuerte alrededor de su cintura— .Vamos a ir a casa a continuación. Mi madre sabrá de algún remedio para darte. Ella es buena con los remedios caseros, en especial para este tipo de cosas.
Empezando, su madre. Miley tenía una urgencia histérica por correr. ¿A dónde?, no lo sabía. Hacia cualquier lugar, con tal de que estuviese lejos de él.
Él no podía llevarla a su casa, como podría llevar un perrito callejero que había encontrado. ¿Qué le diría a sus padres? ¿El hecho de que se había casado con la pros/tituta local? Y, oh, ¿por cierto, que estaba embarazada? El mismo pensamiento le hizo arrugar la piel. Ellos la detestarían a la vista. ¿Cómo podía hacerle esto a ella? ¿O a sus padres?
Muy simple, lo hizo poniendo un pie delante del otro, y llevándola a su lado, a través de la ciudad. A través de la ciudad. A la casa de sus padres. Siguiendo sus pasos. Al otro lado del porche. Durante todo el tiempo, Miley fue tragando para que su estómago se comportase y frenéticamente pensando en maneras de poder escapar. Demasiado tarde. Abrió la puerta, penetraron en su interior, y gritó:
—¡Mamá! Tengo una sorpresa para ti!
¿Una sorpresa? ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! No, ya no, tal vez ahora sabía que iba a vomitar. Vagamente se daba cuenta de los alrededores. Un sofá de crin, tapetes de crochet, un suelo de madera brillante y coloridas alfombras tejidas. Más allá de la zona de la sala de estar, vio una cocina de aspecto amigable, dividida por una mesa larga, el área de cocinar a un lado, la alacena en el otro. Era el tipo de casa que decía “bienvenido” y abrazaba cálidamente a todos los que entraron. Pulidos cristales de las ventanas le guiñaron un ojo desde detrás de las cortinas blancas prístinas y almidonadas.
Desde lejos, Miley había visto a la madre de Nicholas y de Índigo, Loretta Jonas, por lo menos una docena de veces, y como se acordaba, era una mujer pequeña con el pelo de miel dorada que siempre parecía estar sonriendo. Cuando salió de una habitación a la izquierda, sin embargo, le pareció a Miley la más temida pesadilla, una señora, desde la punta de los negros y viejos zapatos hasta el moño que coronaba sobre su cabeza. Su ligera blusa de alpaca, casi el mismo tono de azul como el de Miley, estaba hermosamente decorada con pliegues intrincados en el corpiño, un volante de blanco puro en el cuello y los puños, cordones y volantes en la cintura. En lugar de caminar como una persona normal, parecía deslizarse. Cuando vio a la mujer al lado de su hijo, dudó un instante y luego se recuperó de su sorpresa, sus grandes ojos azules, con una calurosa bienvenida.
—¡Ah, una invitada! Qué bien. ******** un poco de té.
Miley sintió el brazo de Nicholas ajustándose a su alrededor.
—¿Es bueno el té para las náuseas matutinas?
El suelo desapareció. Al menos eso es lo que sentía Miley. Echó una mirada de horror a su nuevo marido. Sonreía como si no tuviera sentido común.
—¿Nauseas matutinas? —Loretta frunció ligeramente el ceño— .El té de jengibre podría ser justo lo que necesita. O quizás de frambuesa. —Sus ojos azules se llenaron de amistosa preocupación, mirando a Miley.—¿Se siente mal, querida?
—¿Mal? —no dijo ni la mitad. Se iba a desmayar— .Yo… sí, un poco.
—Mamá —dijo Nicholas con voz ronca— .Prepárate para un susto.
A Loretta se le abrieron los ojos como platos. Entonces le disparó otro vistazo a Miley.
—Nos casamos —dijo Nicholas suavemente.
Loretta Jonas no reveló el choque que debió haber sentido, por tanto como en un abrir y cerrar de las pestañas. Su hermoso rostro de inmediato puso una sonrisa alegre, y apretó sus manos juntas como si tener en su casa a su hijo junto a la pu/ta local fuese la respuesta a su oración de toda la vida.
—¿Casado? ¡Oh, Cielos, es maravilloso!
Miley pensó que la pobre mujer no tenía ni idea de quién era ella. Era eso, o se engañaba. Loretta se apresuró a cerrar la distancia restante entre ellos y estrechó las manos frías de Miley.
—Oh, Nicholas, es absolutamente encantadora.
Nicholas parecía un poco decepcionado.
—No te ves muy sorprendida.
Loretta besó la mejilla de Miley en señal de bienvenida.
—Por supuesto que no. Tu padre me dijo en qué dirección soplaba el viento hace más de una semana. Habíamos empezado a creer que habías cambiado de opinión. Oh, estoy tan contenta. Miley, ¿no? Índigo no tiene nada más que cosas maravillosas que decir sobre ti. Ven, pasa, voy a poner un poco de té de jengibre a calentar. Se van a acabar tus nauseas en nada, te lo aseguro.
En un revuelo de faldas, estaba fuera de la cocina. Miley se quedó tan estupefacta que olvidó por completo que se sentía enferma. Nicholas le dio un empujan y le guiñó un ojo cuando miró hacia arriba.
—¿Qué te dije? No hay nada de qué preocuparse. Junto a ti, mi mamá es la mujer más dulce de la tierra.
—¡He oído eso! —Loretta dijo desde los fogones.
Nicholas se rio y llevó a Miley hacia la mesa. Después de sentarse ella, cruzó la cocina para levantar a su madre en sus brazos. Ella chilló con sorpresa, entonces se echó a reír. —¡Bribón!
—Nadie va a quitarte tu sitio. Ya lo sabes.
Ella le dio un golpe en la frente.
—Sólo estaba tomándote el pelo. Si no crees que ella es la mujer más dulce en la tierra, es que necesitas que un doctor te examine esa cabeza por casarte con ella. —Loretta lanzó una mirada cálida a Miley.—Estoy contenta que por fin has conseguido un poco de sentido común. Estaba empezando a pensar que nunca ibas a darme un nieto.
—No te dejas engañar, ¿no?
—Sí, bueno, nunca hiciste nada en la forma convencional.
Loretta se desprendió de sus brazos para esparcir el jengibre en el agua de una tetera pequeña.
—No tengo fresco —comentó a nadie en particular— .Sin embargo, el seco funciona igual de bien.
—¿Dónde está papá?
—Llegará dentro de poco. Todavía está en la mina —la tetera en la parte posterior de la estufa empezó a silbar, y cogió una agarradera para retirarla del fuego— .Tengo frambuesas secas, Miley. Una vez que el jengibre haya asentado tu estómago, puedes comer un poco en la cena, las serviré para el postre. Muy bien, dentro de poco te sentirás mejor.
Miley sólo podía esperarlo. Ahora que ella se sentaba a su lado, su estómago había comenzado a rebelarse de nuevo. Supuso que quien la mirase la vería tan verde como se sentía, cuando Nicholas volvió para mirarla, sus ojos se oscurecieron con preocupación.
—Creo que tal vez deberías acostarme un rato. Te puedo llevar el té en la cama.
—No, estoy bien, de verdad —Miley se sentía fuera de lugar sentada a la mesa de su madre. Ir a la cama en su casa estaba fuera de cuestión.
A Nicholas no le importaba nada de eso. Antes de que Miley adivinase lo que pensaba hacer, la cogió de la silla en sus brazos. Lo siguiente que supo, es que la llevaba a una escalera de gato hacia el piso superior abuhardillado. Construido con cierta inclinación, la escalera ascendente no podría haber parecido tan peligrosa si se hubiese agarrado de los carriles para mantener su equilibrio, pero sus brazos estaban llenos con ella. Con cada paso, Miley temían caer a la sala de estar de abajo, y se aferró a su cuello con miedo.
—Recuérdame que te suba hasta el desván más a menudo —bromeó.
Miley tenía una vaga impresión de un muro central que dividía dos dormitorios. Nicholas se desvió hacia el de la derecha. Una ventana soleada sobre la cama llenaba la habitación con su brillo. Sin soltarla, se las arregló para dar la vuelta a la colcha y la sábana de colores antes de bajarla en el borde de la cama. Demasiado enferma como para resistir, Miley se sentó como un peso muerto mientras él le quitó los zapatos. Cuando llegó a los botones de su blusa, ella se quedó paralizada.
—No, por favor, yo…
—No seas gallina —echándole a un lado sus manos, comenzó a desabrochar su blusa con dedos expertos— soy tu marido, ¿recuerdas? Desnudar a mi esposa es uno de los muchos privilegios que vienen con el honor.
Su marido. Sus manos cayeron aturdidas a su regazo. Dos botones, tres. Cerró los ojos, demasiado enferma como para resistir la situación y con miedo a contemplar lo lejos que podría llegar. Si él quería despojarla de su ropa, ¿qué podía hacer? ¿Insistir en que no? Estaba seguro de que su madre probablemente podía oír cada palabra que hubiese entre ellos.
Con el dominio de un hombre que parecía practicar a menudo el desnudar a mujeres, sacó su blusa por los hombros y las mangas de sus manos. Tirando suavemente de sus pies, rápidamente desató las faldas y pololos, a continuación, rozándola apenas, las sacó de su cuerpo junto con sus medias. Miley se estremeció. Tan acostumbrada como estaba a la cercanía de los hombres, ninguno la había desnudado desde su iniciación en la profesión. Tampoco hubo ningún hombre que la viese a la luz del día, cuando llevaba nada más que una camisa interior.
Nicholas no se detuvo en la tarea. En el instante en que fue despojada de la ropa interior, le apoyó la espalda en la cama y le ayudó a acomodarse, ahuecando la almohada de plumas bajo su cabeza y tirando de la manta hasta cubrir sus brazos. A Miley le gustaban las mantas hasta taparle la barbilla, pero suponía que estaba pidiendo demasiado de un hombre recién casado. Por supuesto que él quería mirar a su esposa…
¿Qué era exactamente lo que le hacía? Miley se sentía como un insecto atrapado sobre terciopelo. Comenzó a cerrar los ojos, pero Nicholas se anticipó al tocar con la punta del dedo en su mejilla. Miró entonces su cara oscura. Inclinándose sobre ella, se veía inmensamente grande de hombros, y su cabello color caoba caía en ondas brillantes por la frente. Los rasgos oscuros de su hermoso rostro se cernían a escasos centímetros del suyo, haciéndola sentir el aliento. Su matrimonio había tomado una velocidad vertiginosa, y se sentía atrapada.
Era más bien como probar si el agua estaba fría con la punta de un dedo, sólo para que alguien la empujase desde atrás. Sorprendente. Se sentía como si estuviera a punto de hundirse por tercera vez.
No del todo segura de lo que quería decir, Miley espetó:
—¡Oh, Nicholas, estoy tan asustada!
Casi esperaba que él se burlara, por ser tan completamente absurda. Era una pros/tituta, la intimidad con un hombre debería haber sido algo antiguo para ella. Pero en lugar de reírse, él, se alisó el pelo en las sienes y le dijo:
—Sé que lo estás, mi amor. Si mi madre tiene una cura, la traeré y te la daré a cucharadas.
La preocupación en su voz trajo lágrimas a los ojos de Miley.
—No va a funcionar. Sé que no lo hará.
Él se le acercó y le sostuvo la mirada con su único color azul oscuro.
—Miley, ¿he mentido alguna vez?
—No.
—Entonces créeme cuando digo que va a funcionar. No debes sentir malestar. No es bueno para nuestro bebé. Debes tener pensamientos felices, y lo puedes hacer si sólo confías en mí.
—¿Tienes los bolsillos llenos de magia o algo así?
—Tal vez —dijo en voz baja— soy un cuarto Comanche, recuerda. Tenemos hechizos, talismanes y conjuros. Voy a buscar por el interior de mis bolsillos y ver lo que puedo encontrar. La pregunta es, si nosotros hacemos un poco de magia, ¿vas a creer conmigo en ella? No creo que funcionase de otra manera.
Miley quería creer. Con todo su corazón, ella quería. Pero en lugar de eso se llenó de temor. Él la había obligado a entrar en su mundo. Y, oh, Dios, era todo lo que había soñado que podría ser. Su madre era una maravilla. Su casa de la infancia tenía paredes que emanaban calidez. Y cuando le miró a los ojos, leyó un centenar de promesas que estaba aterrorizada a creer. Un marido maravillosamente hermoso, un bebé, una familia con sus suegros, que le daban la bienvenida con los brazos abiertos. Era el sueño de su vida. Un sueño imposible.
—¡Nicholas, el té de jengibre está listo! —su madre llamó desde abajo.
Sus ojos siguieron mirándola fijamente mientras se incorporaba.
—Vuelvo enseguida.
A medida que desapareció en la pared divisoria, esas dos palabras resonaron en sus oídos, una garantía simple. Tenía miedo de creer incluso en eso. Temía tanto tener razón. Ella sabía en su corazón que con el tiempo, él ya no la querría volver a ver, tiempo vendría cuando la dejaría y seguiría su camino.
Aunque le produjese angustia, no lo culparía.
El té de jengibre hizo maravillas. Después de beberlo, Miley se sentía muchísimo mejor y cerró los ojos, consciente de que Nicholas le tomaba la mano y la miraba, pero demasiado cansada como para preocuparse. Había sido un día sin fin. Su mundo se había dado la vuelta, y luego se había enderezado de nuevo, pero ya nada sería igual. Nada volvería a ser lo mismo otra vez. Lo único que quería era escapar para no tener que lidiar con todo esto ahora mismo.
Un prado lleno de margaritas, la luz del sol, una brisa dulce del verano, el sonido del gorgoteo del agua sobre las rocas. ¿Realidad o sueño? La línea que separaba los dos, se estaban desdibujando, pero a Miley no le importaba. Se sentía tan segura en su prado. Nada podía tocarla allí. Nada malo podría pasarle. Nada podría hacerle daño. Era un buen lugar para dormir. Un lugar seguro.
Cuando se despertó, por la ventana encima de ella entraba el crepúsculo. Sorprendida, Miley se levantó en la cama y aguzó el oído. La casa de los Jonas estaba tranquila. Los sugerentes olores de la cena llegaban hasta arriba, desde la cocina, y en respuesta, el estómago gruñó. Bajando las piernas por el lado de la cama, Miley llegó a su ropa.
Después de vestirse, se deslizó por la escalera de la buhardilla. La casa estaba silenciosa y vacía. Las lámparas colocadas estratégicamente en las habitaciones no habían sido encendidas por el momento, y las sombras caían sobre el suelo de madera pulida. Más a gusto en las tinieblas que en la luz, Miley se relajó un poco mientras se acercaba al centro de la sala de estar. Su mirada se posó en el hermoso piano Chickering, con su superficie muy pulida. Cerca de allí, el sofá de crin de caballo estaba colocado por debajo de un conjunto de cuadros, algunos de los cuales mostraban retratos y otros recuerdos. Dio un paso más cerca para verlos mejor, esbozó una leve sonrisa cuando vio las fotografías de niño de Nicholas. Había sido buen mozo, incluso entonces, con los ojos encendidos de malicia, y su pícara sonrisa.
—Mi mujer tiene todos sus recuerdos en la pared —comentó una voz profunda detrás de ella— eso es porque ella cree que tiene un cerebro muy pequeño, ¿no? La mayoría de los blancos son lo mismo. Ellos piensan que tienen espacio en sus cabezas sólo para el aquí y ahora.
Miley saltó y se giró. Después, mirando a través de las sombras por un momento, vio la silueta oscura de un hombre grande sentado en un taburete cerca de la chimenea. Cazador de Jonas. Desde su ventana sobre el Lucky Nugget, lo había visto desde lejos con frecuencia mientras caminaba por la ciudad. Eso era diferente de verse a solas con él.
Con el torso desnudo y de aspecto siniestro con su pelo largo y oscuro, que parecía perfilarse como él, se levantó y se movió silenciosamente hacia ella. Vio que llevaba pantalones de cuero, con flecos a lo largo de las costuras exteriores y usaba mocasines hasta la rodilla.
—¿Me tienes miedo? Lo siento.