Cuando ella lo miró, sus bellos ojos estaban oscurecidos con ojeras, en sorprendente contraste con su palidez. Brillantes, como las puntas de una estrella por sus lágrimas y sable negro sus pupilas, sus pestañas doradas oscuras, guardando su increíble color verde. Un rayo de sol cortaba los árboles detrás de ella, creando un nimbo de oro alrededor de su pelo alborotado. Nunca la había mirado más como un ángel. Nicholas no quería nada más que envolverla entre sus brazos.
—De todos modos —continuó ella con voz temblorosa— he decidido que voy a seguir adelante y tener a este bebé. May Belle cree que podemos encontrar unos padres adoptivos, y ella se ofreció a prestarme algo de dinero para mantenerme a mí y a mi familia hasta que pase el embarazo. Estoy pensando en dedicarme más a la costura y es un buen oficio. He estado pensando que podría ganar un salario para mantenerme, poniendo las cosas en depósito en las tiendas. No sólo aquí, tal vez también en Jacksonville y Grants Pass. ¿Crees que la gente puede comprar mis cosas?
Su capacidad de recuperación sorprendió a Nicholas. Pero sólo por un momento. Una de las cosas que lo habían hecho amar a Miley en primer lugar, era que había encontrado una manera de sobrevivir. No era una mujer muy grande, sus rasgos eran frágiles y sus grandes ojos la hacían parecer aún más delicada. Pensando en la primera vez que había puesto los ojos en ella, recordó en querer luchar contra leones de montaña por ella, para ganarla. De lo que no se había dado cuenta entonces, y que estaba empezando a aceptar ahora, era que Miley no necesitaba a nadie para librar sus batallas. No necesitaba la fuerza de su brazo para hacerle frente a la adversidad.
—Bueno —le presionó— ¿Qué piensas?
—Yo creo —respondió lentamente— que eres la mujer más increíble que he conocido.
Volvió los ojos incrédulos hacia él.
—¿Perdón?
—Ya me has oído.
Un rubor subió a sus pálidas mejillas.
—Oh, vaya.
—No, en serio —estaba claro que no se veía a sí misma como admirable, ni algo parecido, lo cual era una razón más por la que sintió que tenía que decírselo— eres una entre un millón. Hermosa, dulce, deseable. Estar contigo me hace sentir flotando a diez pies de altura.
Pasó un dedo por el hueco suave de su mejilla bañada en lágrimas. El hueso se sentía muy frágil, por debajo de la punta de los dedos romos, y anhelaba explorar más a fondo, para sentir la delicada estructura de la mandíbula, y la V de la clavícula. Amándola como lo hacía, se encogió cada vez que recordaba el alambre de la percha sobre su cama y lo que podría haber sucedido si ella lo hubiese utilizado. Tan valiente como evidentemente era, todavía no había garantías de que no iba a hacer algo desesperado en un momento de pánico. El pensar en su familia que podría quedar desamparada, probablemente correría el riesgo de cualquier cosa para evitarlo, incluso poner en riesgo su vida. Por mucho que odiaba obligarla a nada, no iba a dejarla pensar mucho, no fuese que cambiara de opinión en cualquier momento y volviera a ponerse en riesgo.
—Miley, ¿qué dirías si yo te pidiese que te casaras conmigo y me permitieses ser el padre de este bebé? —le preguntó en voz baja.
Ella le lanzó otra mirada incrédula.
—Por favor, piensa en ello antes de contestar. Te amo, lo sabes. Eso tiene que contar para algo.
—¿Me tomas el pelo?, ¿no?
—Señor, no. Esto no es para bromear —Nicholas la miró fijamente a los ojos, tratando de transmitir la profundidad de sus sentimientos por ella. En su corazón, él rezó por favor, Dios, deja que me crea y diga que sí. No me obligues a hacer algo que va a hacer que me desprecie.
En voz alta dijo.
—Te amo, Miley. Hazme el hombre más feliz y dime que vas a casarte conmigo.
El poco color que quedaba en su cara desapareció.
—No te puedes casar conmigo.
—Oh, sí que puedo.
Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
—¿Has perdido la cabeza? Tú no puedes casarse con una pros/tituta embarazada.
Dios, cómo odiaba esa palabra. Pros/tituta. Se refirió a ella como si fuera un trozo de excremento en un montón de estiércol. Lo hizo enojar, impotente de ira. Ella era tan increíblemente hermosa, tan infinitamente preciosa para él. ¿Cómo podía mirar en un espejo y no verse a sí misma como él lo hacía?
—En el instante en que aceptes ser mi esposa, no serás una pros/tituta embarazada –susurró— serás mi mujer —poniendo su mano sobre la pequeña cintura, agregó— y este niño va a ser mío.
Ella se sacudió de su tacto, como si le hubieran quemado. Empujando su brazo casi frenéticamente, gritó:
—No seas absurdo. Ni siquiera sabes quién es el padre este bebé.
Al ver el pánico, Nicholas sacó su brazo y se echó hacia atrás, permitiéndole algo de espacio, porque sentía que ella lo necesitaba desesperadamente.
—No me importa.
—¡Sí, sí importa! ¡Importa muchísimo! —levantó las manos— Ni siquiera se puede adivinar quién es el padre, Nicholas.
—Entonces mi reclamo será indiscutible.
Ella lo miró fijamente, como si estuviera loco.
—Si nos sentamos delante del saloon y observó a los hombres en esta ciudad que caminan a pie por la acera, yo no podría señalar a uno solo y jurar que haya estado en mi habitación. Me quedaba con las luces apagadas. Nunca hablaban…
—Yo sé todo acerca de tus reglas, Miley —añadió con dulzura—.Tengo entendido que no estabas familiarizada con los hombres, para que… —era su turno de gesticular con la mano— .JesuCristo. ¿Qué diferencia hay si sabes o no? La verdad es que prefiero que no lo sepas. Yo quiero que sea mi hijo. Sólo mío.
—Oh, Nicholas —su barbilla empezó a temblar, y en un esfuerzo por controlarla, sus labios se entristecieron— no me hagas esto— .Por su mirada destrozada supo que ella era demasiado sincera.
—¿Lo harás, cariño? Te pido que seas mi mujer, para estar a mi lado por el resto de mi vida. Es el lugar donde perteneces. ¿No ves eso?
—Vete —le susurró entrecortadamente— .Por favor, sólo tienes que irte lejos. Me estás cogiendo en un momento de debilidad. No puedo ser fuerte en estos momentos. Vete. Antes de hacer algo totalmente loco y decir que sí. ¿Por favor?
Si no fuera por el terror absoluto que vio en sus ojos, Nicholas podría haber gritado con alivio. Estaba a punto de decir que sí. ¡Alabado! sea el Dios de su madre y los Grandes Seres de su padre, ella estaba a punto de decir que sí.
—Estás empeñado en hacer que te ame —dijo abruptamente— nunca vas a rendirte, ¿verdad? Y va a ser un desastre si lo hago. ¿Por qué no te das cuenta? —Se dio la vuelta, como si ella no pudiese soportar mirarlo. —¿Crees que soy de piedra? En este momento, estoy más asustada de lo que he estado alguna vez en mi vida. Nunca me he sentido tan sola.
Con un profundo dolor por no poder abrazarla ahora, Nicholas se conformó con tocar ligeramente su hombro. Ella se encogió bajo su mano.
—Cariño, no tienes que estar sola. Nunca más. Permíteme cuidar de ti, ¿eh? De ti y del bebé. De tu familia. Todo lo que tienes que decir es una palabra. Sí. Y no tendrás que volver a sentir miedo.
Un sollozo la desgarró, al salir de su pecho.
—Oh, Nicholas. ¿Sabes lo que casi hice? —Ella cerró los ojos— .Cuando me enteré que estaba embarazada, pensé acerca de casarme contigo y pretender hacerte creer que este bebé era tuyo. Pensé en mentir y decir que era tuyo. Por eso estoy tan desesperada ahora.
—Entonces hazlo —Él tomó la barbilla en la palma de su mano y la obligó a mirarle— Cásate conmigo, cariño, y dime que este bebé es mío. Eso es lo que quiero. ¿No ves? No puedo pensar en nada que me gustara más. Dilo ahora. “Nicholas, este es tú bebé. Y, sí, me casaré contigo”. Dilo, Miley.
Se arrastró lejos de él casi gateando sobre la arena, desesperada.
—¡Basta! ¡Tienes que parar! —Presionó los dedos rígidos en las sienes, se volvió a mirarle de nuevo— .Te has vuelto loco, y yo también. Si te casas conmigo y reclamas a este niño, vas a terminar despreciándome. Tarde o temprano, comenzarás a buscar los rostros de los hombres en esta ciudad, en busca de un parecido con mi hijo. Lo buscarías en cada cara y te preguntarás cuántos de ellos habían tenido intimidad con tú esposa, y la respuesta serían docenas. No puedo hacerte eso, ni a ti, ni a mí misma, y menos aún a un niño inocente.
—Miley…
Apretó sus manos sobre los oídos.
—¡Cállate! ¡No digas una palabra más, Nicholas Jonas! Si lo haces, yo podría… —Se interrumpió y sacudió la cabeza— .Sería una locura.
—¿Qué podrías hacer? ¿Decir que sí? —se puso en pie. —Entonces, cariño, hazlo. Sigue a tu corazón y hazlo.
—¿Mi corazón? —ella le dirigió una mirada lastimosa— ¡Oh, Nicholas! ¿Qué hay de tu familia? ¿Tus padres? Ellos nunca te perdonarán, y me odiarán. Nunca aceptaran a este bebé ni en un millón de años. Sería una paria.
—Tú no sabes nada acerca de mis padres –sentenció— .Les encantarás, tú y mi hijo, te lo prometo.
—No es tu hijo.
Nicholas respiró hondo, preparándose, con una mano sobre su corazón, golpeó su propio pecho con la palma abierta.
—Sí. Mi mujer, mi hijo. Ya basta de esto. Casarte conmigo es lo mejor para los dos, y eso es exactamente lo que vamos a hacer.
—No me tientes.
—Te lo estoy diciendo.
Ella puso ojos incrédulos y cautelosos sobre él, alarmada por la firmeza de su tono.
—Acabo de explicarte por qué no puedo hacerlo…
Nicholas apoyó las manos en las caderas.
—Obviamente estás demasiado aturdida en este momento para tomar la decisión. O eso, o te da miedo. Así que estoy tomando yo esta decisión por los dos. No hay opciones. ¿Qué te parece? Vas a casarse conmigo. Si todo se va a la mie/rda más tarde, entonces no será culpa tuya. Estoy tomando yo la decisión. Si no es la correcta, asumo toda la responsabilidad.
Ella lo miró con sus ojos brillantes llenos de lágrimas.
—Oh, Nicholas, es un bonito gesto. Pero tengo que pensar en mi bebé.
—No es un gesto, es una orden. Y a partir de este segundo, no te permito pensar en él, no cuando se trata de esto. Te vas a casar conmigo, es el final de esta conversación. Por lo tanto, vamos a ir y hacerlo.
Ella se abrazó a su cintura. Con su nariz roja de tanto llorar, sus ojos se abrieron con asombroso cuidado, pensó en cuando tenía doce años. Él se imaginó que debía tener un aspecto muy parecido al de ahora en esa fatídica noche, hacía ya nueve años. Pequeña, asustada, agotada de tanto llorar. ¿Cómo un hombre que se llamase a sí mismo hombre podría haberla forzado? Nicholas no lo sabía. El pensamiento, literalmente, lo enfermó. Incluso ahora, que era mucho más grande de edad y de cuerpo, sólo le duraría dos minutos forzarla. Sabía que no tendría competencia si la arrojase al suelo, ella no podría luchar contra él. Fácilmente podría sujetar sus muñecas en un puño y mantener sus piernas abiertas con una de la suyas. Su lucha podría ser una incomodidad, pero nada más. Aquel hombre pudo evitarlo, y detenerse en cualquier parte, si hubiese sido un hombre de verdad, la habría sacado de allí, no la hubiese forzado, haciéndola experimentar con dolor su primera vez, con su boca, con sus manos y luego por la invasión de su frágil cuerpo.
Sabía que, cuando la tomase algún día, sería dulce y suave, y dudaba que el hijo de pu/ta que había hecho los honores se hubiera molestado en serlo. Un hombre que paga el precio para arrebatar la virginidad a una pequeña niña, era del tipo que conseguía su disfrute imponiéndose a alguien débil, aterrorizando e infligiendo dolor. Era inconcebible para Nicholas que otros hombres hubiesen ido a esa habitación después de ver a la niña, sangrando en la cama, y utilizando su pequeño cuerpo maltrecho. ¿Qué tipo de monstruos hacían esas cosas? ¿Cómo iban a retomar después su aura de respetabilidad, y volver a su casa, a sus propios hijos, sin sentirse miserable y vil?
Avanzó hacia Miley, con pasos lentos y medidos, Nicholas le tendió una mano hacia ella.
—Ven conmigo, cariño. Se acabó. No más agonía. Yo he tomado la decisión por ti.
Ella miró a su mano extendida cómo si estuviese contemplando una serpiente a punto de atacar.
—No puedo.
—Tú no tienes elección.
—Por supuesto que sí.
Su pulso corría a gran velocidad, Nicholas sacó el arma que se había guardado, un arma grande, enojado consigo mismo para usarlo en su contra, sin embargo, convencido de todo esto sería más fácil para ella si lo hiciese.
—No, Miley, no. Si deseas continuar con esta discusión, lo haremos en el salón de la casa de tu madre.
Su cuerpo se puso rígido y fijó en el sus ojos acusadores.
—¡Tú no…! No te reconozco ahora, Nicholas. No serías tan cruel.
—Pruébame.
—Ella es ciega. Sería absolutamente despiadado con ella arrastrarla a esto.
Nicholas se endureció a la súplica en los ojos.
—Miley, ser despiadado está en mi sangre. Soy comanche, ¿recuerdas? Vengo de una larga lista de hombres que ponían su mirada sobre una mujer y eran implacables en hacerla suya. Es un poco como la primera vez que monté un caballo. Simplemente, para mí es algo natural. Te quiero y voy a tenerte. Tan simple como eso — se encogió de hombros— en cuanto a ser despiadado, tu madre puede dar lecciones.
—¿Lecciones? ¿Qué diablos quieres decir?
—Que ella se hizo pasar por mucho más ciega de lo que es en realidad en estos últimos nueve años, eso es.
Ella dio un respingo como si la hubiese herido, lo que hizo a Nicholas desear poder llamar de nuevo sus palabras. Él no tenía la intención de bajar en ese tema, no ahora, tal vez nunca. Algunas verdades eran demasiado dolorosas para hacer frente, y sintió que para Miley, ésta era una de ellas.
—¿Cómo te atreves a darme a entender que mi madre lo sabe? —exclamó con voz entrecortada— ¿Cómo te atreves?
Nicholas podría haber dicho mucho más, por todos los infiernos, pero su objetivo era proteger a la muchacha, no destruirla. Preparado por si ella tratase de resistirse, la agarró del brazo.
—Son casi las cuatro de la tarde. Vamos a ver al Juez de Paz y conseguir acabar con esto, tenemos que ponernos manos a la obra.
Cogió del tirón su brazo libre. No iba a dejarla escapar.
—Puedes venir conmigo por tu propio pie… —dijo en voz baja— o puedo llevarte a cuestas encima de mi hombro. Y, por favor, no cometas el error de pensar que es un farol. Yo me crie con las historias de cómo mi padre tomó cautiva a mi madre. Cuando yo era niño, solía soñar con capturar para mí una chica bonita algún día y acarrearla hasta mi tienda, al igual que mi padre hizo con mi mamá. Poniéndote encima de mi hombro cumpliría todas mis fantasías de muchacho.
Sus ojos se abrieron.
—Eso es bárbaro.
—¿No es justo? —sonrió, bordeando casi la amenaza. —No hablo en broma, por supuesto, aunque hazte cargo. Vamos, cariño. Al segundo, el modo de transporte va a atraer una gran cantidad de miradas, una vez que lleguemos a la ciudad.
Su boca temblaba en las esquinas y tembló un músculo bajo su ojo.
—Tú no lo harías.
Nicholas hizo el gesto como si fuera a agarrarla por las piernas. Con un chillido asustado, apretó sus manos contra sus hombros.
—¡No, espera! Yo… voy a ir andando.
Poco a poco se enderezó. Cuando trató de alejarse, él apretó su agarre en el brazo.
—Mi sombrero —dijo ella con voz temblorosa.
—Déjalo —respondió con firmeza— de aquí en adelante, no lo vas a necesitar.
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