domingo, 24 de marzo de 2013

Magia en Ti - Cap: 4

Entonces, una noche inolvidable cuando acompañó a su padre a Jacksonville para asistir a la reunión de los mineros, Nick aprendió lo que su padre quería decir. Después de esa reunión, todos los hombres habían vuelto a Tierra de Jonas y se congregaron en el saloon. Varios de ellos, casados o no, había ido arriba con ansia a visitar a May Belle, cuya brillante sonrisa parecía pegada a su boca. Nick se escandalizó, porque la mayoría de los que se beneficiaron de sus servicios eran los hombres que asistían a la iglesia regularmente y ni siquiera la hubieran saludado a la pobre mujer con un asentimiento de cabeza si la encontraran por la calle. Era bastante obvio para Nick que a nadie le importaba nada acerca de los sentimientos de May Belle, si es que creían que ella tenía de eso. Debido a que ella estaba haciéndose mayor y menguando su atractivo, algunos de ellos ni siquiera querían pagarle su tarifa de diez dólares.


Cuando la pros/tituta fue envejeciendo al pie de su trabajo, ganaba cada día menos con su negocio. Ese día que Nick acompañaba a su padre, Cazador de Jonas, éste puso en la mano de la mujer cuarenta dólares en piezas de oro, lo suficiente para ocho visitas, según los cálculos de Nick. Por un momento horrible pensó que su padre, a quien siempre había creído que era perfecto, planificaba traicionar a su madre y subir las escaleras. Pero entonces Cazador de Jonas había dicho algo a May Belle, que Nick nunca olvidaría.
—Mi mujer dice que nuestra puerta sigue abierta. Vas a encontrar más amigos dentro de nuestras paredes, si tus pasos te llevaran allí.
Ahora, nueve años más tarde, Nick se quedó mirando las ventanas del piso superior del Lucky Nugget y se dio cuenta que el círculo de la vida nunca se acababa. Los días de May Belle como un producto comercializable se habían terminado, y una joven de aspecto angelical, con asustados ojos verdes, había tomado su lugar.
—De no ser por la gracia de Dios estaríamos así todas las demás mujeres en esta ciudad. Vosotros, los hombres no nos habéis dejado a las mujeres muchas opciones cuando se trata de ganarnos nuestro pan—. Le había dicho Índigo.
Nick apoyó la cabeza contra el poste del porche y cerró los ojos, recordando la pu/ta joven que le había esquilmado hacía unos años. La amargura de siempre brotó en su interior, pero aquí en Tierra de Jonas, con las lecciones de su infancia que parecían susurrar a cada paso, tuvo un efecto diferente sobre él. En lugar de sentirse justificado, se sentía culpable por pensar como lo hizo. Aun así, dudaba que alguna vez fuese a cambiar. Algunas de las experiencias de la vida marcan demasiado profundo, tanto que nunca podría escapar de ellas.


Miley, con los ojos verdes había hecho su cama, y por Dios, que podía dormir en ella.
* * *
Sombras… Miley era lo único que sentía a su alrededor, cambiando, susurrando, tocando. Pero ellos no eran reales. A veces, sus susurros sonaban como preguntas, y si las preguntas encajaban en el diálogo de sus sueños, ella respondía. De lo contrario, ni se molestaba. Nadie la pagaba por hablar, de todos modos.


Cerró los ojos y se perdió en el sol. Estaba en la carreta en el camino a la iglesia. La brisa de la mañana era dulce con el aroma de flores silvestres, y Mamá iba cantando himnos. Miley apretó la cabeza de su pequeño hermano Jason junto a su pecho y lo abrazó, dirigiendo su mirada desenfocada hacia el campo de margaritas que pasaban. Su boca laxa extendió en una sonrisa tonta. Pidió prestado un pañuelo de Mamá para limpiar la baba del labio inferior de su hermanito.
—Di que me quieres. Quiero oírte decirlo.
El pecho de Miley se hinchó con la felicidad al oír hablar a Jason.

—Oh, sí. Te quiero.— Le alisó el pelo a Jason, preguntándose si él sabía lo mucho que lo amaba, y cuánto lo seguiría amando a pesar de todo lo que había tenido que hacer por él. La aflicción de Mamá era tremenda cosa. Por lo menos Miley podía hacer la carga más ligera de su madre y cuidar de ella. Pero la vida de Jason se había terminado antes de que comenzara, y ahora vivía en un oscuro mundo del que nunca podría escapar. Y todo era culpa de ella.

—Te quiero… realmente lo hago. Te amo con todo mi corazón.
La sombra se alejó, y Miley oyó tintinear monedas. Apretó la mejilla contra la chenille de la colcha y volvió a sonreír.
Estaban en la iglesia ahora, y los monaguillos estaban caminando por los pasillos para pasar las canastas de la colecta para el Pastor Elías. Miley se inclinó sobre su hermana Alaina para dejarle el dinero de su madre para el óbolo en su mano. Luego, guió su brazo para que pudiera abandonar su diezmo a la canasta. A pesar que fuese Miley la que ganaba el dinero para su familia, a su madre la gustaba encargarse de hacer una donación a la iglesia, siendo ella viuda y cabeza de su hogar.
Otra sombra se movió sobre Miley. Oyó una voz que decía:
—Vamos a pasar un buen rato, cariño.
Ella le dio una sonrisa soñadora y le dijo:
—Oh, sí, un buen rato.
Ella estaba en la sala de casa. Era el cumpleaños de Ellen, y Miley tenía una gran sorpresa para ella escondida detrás del sofá de crin, un par nuevo de zapatos de tacón alto de Montgomery Ward y Compañía, sus primeros zapatos de señorita. Antes de abrir los regalos, por supuesto, volverían a jugar a sus juegos y comerían la tarta. Mamá estaba casi terminando de girar la máquina de helados. Eso era algo que su mamá podría hacer sin la ayuda de Miley, una vez que empezaba, parecía disfrutar. Probablemente porque lo sentía necesario.
Con demasiada frecuencia Mamá se sentaba en el banquillo deseando poder participar, con la cabeza inclinada para escuchar mejor, sus grandes ojos grises fijos hacia delante. Miley sabía que no era fácil para ella estar atrapada en la oscuridad de su ceguera.


Pero basta de pensamientos tristes. Este era un momento para celebrar. ¡Decimocuarto cumpleaños de Ellen! Miley casi no podía creer que su hermana pequeña hubiera crecido tan rápido. ¡Oh, qué maravilloso día! Los nueve iban a pasar unos momentos estupendos. Y a Jason le encantaba el helado.
—Háblame, cariño. Dime que lo estás pasando bien.
Miley levantó su falda y dio vueltas alrededor de la sala abrazando a su hermano Frankie. Ella le estaba enseñando a bailar a expensas de sus dedos de los pies. Con diecisiete años, era una cabeza más alto que ella, y tenía los pies gigantes que iban hacia todas las direcciones, menos en la forma que debieran. Era rápido para aprender, sin embargo, y Miley estaba siempre muy orgullosa de él. Se parecía tanto a su padre.
—Oh, eso es perfecto—, exclamó. —Me siento como si estuviera flotando en el aire.
Frankie se sonrojó y dijo que bailar con ella era sentirse como el cielo. Miley se rió. Le decía a veces las cosas más tontas.
Por fin, la sombra se alejó de Miley y oyó las monedas caer en su tocador. Esperó a oír cerrarse la puerta; seguía con los ojos apretados y bien cerrados para no vislumbrar la cara del hombre, en el derrame breve de luz que entraba en su habitación desde el rellano. Hacerlo de otra manera significaría que tendría que enfrentar la realidad, y a menos que se viera absolutamente obligada, Miley evitaba hacer eso.


A los hombres que la visitaban no parecía importarles la manera poco ortodoxa en la que proporcionaba sus servicios. Una mujer que se podría alquilar, eso era todo lo que cualquiera de ellos realmente quería, y en un lugar tan pequeño como Tierra de Jonas, no tenía que preocuparse por la competencia y se le permitía su idiosincrasia. Estaba disponible desde el anochecer hasta la una de la mañana, sin excepciones. Siempre en la oscuridad, un límite de tiempo de treinta minutos, absolutamente sin extras. La mayoría de sus clientes que eran asiduos aceptaron esas estipulaciones, sin dudarlo. La usaban el tiempo asignado y se podía confiar que ellos dejaban fielmente su cuota sobre la cómoda.


A veces, si un hombre tardaba poco, se podría quedar un rato mas en su próxima visita a cubrir la diferencia. En las raras ocasiones cuando llegaban a la ciudad algún extraño y quería compañía femenina, Gus, el dueño del salón, explicaba las reglas y recogía el dinero para ella en la planta baja.
Así, guardaba a Miley de tener que hacer frente a cualquier transacción comercial.
Para distanciarse aún más, Miley conjuró una imagen de los bajíos Creek, y con la facilidad de una larga práctica, se deslizó rápidamente hacia allí. Mediodía. Índigo y sus hijos. A medida que la imagen llegó con más claridad, sonrió un poco viendose a sí misma en el ojo de su mente mientras caminaba a través del agua, riendo un poco con Hunter, ya que se apresuraron a coger el perro de agua que se escabullía.


Entonces su imagen en el sueño se tornó un escalofrío. Alguien la estaba observando. Miley miró hacia el banco de sombra de los árboles. Un hombre de cabello oscuro se sentó con sus hombros musculosos presionando contra un roble, sus fuertes brazos descansando sobre una rodilla doblada. La brisa le revolvió el pelo y lo colocó en ondas rebeldes a través de su alta frente. Sus ojos azules ardientes la paralizaron. Ella no podía moverme, no podía respirar.


La forma en que la miró la hacía sentirse desnuda. Y mucho. Supuso que era el hermano de Índigo, Nicholas. Pero a partir de la admiración que vio brillando en sus ojos, sabía que él estaba en desventaja. Sin su maquillaje de la cara y con su pelo rizado salvajemente, él no la reconoció.
Por un instante loco, Miley quiso que nunca lo hiciera. Era increíblemente guapo, oscuro y atractivo, con un aura de poder que emanaba de su cuerpo relajado. Su sonrisa maliciosa brillaba con dientes perfectos, de color blanco y prestó a sus ojos azules un brillo irresistible. Ella había conocido a muchos hombres, pero ninguno la hacía sentir así, como si hubiera estado esperando toda su vida a poner los ojos en él.

En cuanto la sensación la envolvió, Miley se apartó. Tan hermoso como era, Nicholas Jonas no era para ella. No sabía por qué, incluso haciéndose ilusiones tontas. Lo último que necesitaba o quería en su vida era un hombre.



Con un suspiro de cansancio, retiró la imagen dentro de su cabeza y obligó a sus ojos a abrirse para buscar las sombras. Estaba sola, y por su reloj interno, supuso que su turno había terminado. Desde abajo llegaba el sonido de la música, de la risa y el piano. Al apretar el cinturón de la bata, se deslizó de la cama. Después de abrir la puerta para voltear el signo ocupado, corrió el cerrojo. Luego se trasladó a través del espacio para el lavabo. Como era su costumbre, se lavó todo el rastro de sus encuentros profesionales, antes de encender la lámpara. Esta rutina hacía que todo pareciese menos real.


Cuando la sala estaba iluminada por la lámpara una vez más, hizo a un lado el biombo que ocultaba su mesa de trabajo. Una sonrisa le tocó los labios mientras se sentaba en su silla de costura y levantaba el vestido que estaba haciendo para Alaina, que estaba a punto de cumplir dieciséis años. Rosa, su color favorito.
Miley sacó un alfiler de la almohadilla y reanudó la tarea de sujetar el volante con el dobladillo.
En cuestión de segundos, los sonidos provenientes de la planta baja se perdieron en el fondo, y se dio cuenta sólo de aquellas cosas familiares a su alrededor que constituían su realidad. Su mirada se desplazó a la disposición de las flores prensadas bajo un cristal a su lado, un regalo que ella estaba haciendo para Índigo. En el asiento de su mecedora estaba su Biblia abierta, el pasaje en el que había dejado de leer marcado con una cinta. Y sobre el borde de su nueva máquina de coser, la funda de almohada, con una cara de payaso, que estaba bordanLa luz del sol se inclinaba bajo el alero e iluminaba el moteado de las tablas del paseo marítimo. Con el ancho y fruncido sombrero bien hacia adelante, Miley se mantenía con la cabeza inclinada mientras se apresuraba más allá de las tiendas. En la brisa de la mañana, los deliciosos olores de arce, la canela y la levadura llegaban de la panadería. De la barbería vinieron los olores mezclados de ron de bahía, la pasta de asentador de navajas, bergamota, y sales de baño de los hombres.


Al pasar por la tienda de ropa, vislumbró un nuevo escaparate en la ventana y redujo sus pasos para admirar a una señora vestida con una capa de primavera hecha de tela perforada de Kersey negra, adornada con bordados de seda negro. Fue precisamente el tipo de capa que Nick había estado pensando en hacer a su madre, suficiente para asistir a la iglesia, pero no tan elegante que estaría fuera de lugar en la ciudad. El cuello elegante era de fino encaje negro, y el sombrero Venecia a juego estaba clavado en el hombro del maniquí.

Por mucho que ansiaba quedarse y estudiar el patrón de la capa, no se atrevió. Tal vez cuando visitara su casa el fin de semana siguiente, la tienda en Grants Pass tendría capas de primavera de un diseño similar en stock.
Como se apresuró en su camino, oyó voces que venían a través de la puerta abierta del almacén de ramos generales. Sam Jones y Elmira tenían unas cien libras en sacos de patatas a precio especial, y pese a la temprana hora algunas de las mujeres locales ya estaban fuera de casa para hacer sus compras diarias, probablemente con la esperanza de obtener lo mejor. Miley no podía dejar de envidiar a las mujeres a sus amistades casuales entre sí. Qué bueno sería no tener miedo a ser reconocida, a ser capaz de mantener la cabeza en alto y saludar a los transeúntes con una sonrisa.
No debía pensar en ello. Lanzando miradas a derecha e izquierda para asegurarse de que el camino estaba despejado, se bajó del paseo marítimo y de la calle. Mientras corría a través de la vía de tierra apisonada, oyó un silbido y una voz de hombre. Ella no titubeó ni lo miró. El hombre la reconoció sólo porque ser Miley, la ramera, la había visto antes andando furtivamente por la ciudad llevando el gran sombrero que ocultaba su rostro. Si tuviera que quitarse el sombrero y girar para enfrentarse a él, vería la poca similitud de esta Miley con el pelo rizado y salvaje a la Miley pintada llamativamente dentro del Lucky Nugget, la mujer que él creía que era.


Eso Miley no existía, en realidad no.
A medida que se acercaba a la casa de Índigo, Miley desaceleró sus pasos. No había otras residencias en el extremo sur de la ciudad, sólo la escuela, y estaba vacía ahora a causa del verano. Había pocas posibilidades de toparse con alguien inesperado aquí.
Hoy, ella e Índigo habían planeado hacer melcocha* de agua salada. Una idea loca con este calor, Miley lo sabía, pero no podía esperar para empezar. El pequeño Hunter llevaba mucho tiempo esperando, cuando llegó con la mantequilla en las manos y empezó a batirla. Con una sonrisa, Miley recordó la última vez que había tirado la mezcla chiclosa. Su hermano menor Frankie había perdido el control sobre el caramelo y aterrizó de plano en su parte trasera.


Tomando una respiración profunda, se quitó el sombrero y levantó la cara al sol. Los olores de la ciudad no llegaban tan lejos, allí el aire olía a pino y encina, un aroma maravillosamente terroso que le resultó tan agradable como ninguna otra cosa podría. Hasta el anochecer, cuando tendría que arrastrase de nuevo al Lucky Nugget y asumir su identidad, esto, aquí y ahora, era su realidad, Índigo y sus hijos y la mañana iluminada por el sol.
Era suficiente para Miley, porque sabía que tenía que ser así. Estaría eternamente agradecida a Índigo por su amistad. Sin esa distracción, Miley estaba segura que volvería loca a Stark Raving. Su economía hacía imposible para ella visitar la casa de su familia más de un fin de semana al mes. Los veintiocho días que se extendían como una eternidad en el medio serían insoportables, si no fuera capaz de escapar de las trampas de mal gusto de la berlina. Tenía un caso incurable de insomnio que sólo la dejaba dormir algunas horas por la noche, y su labor de costura y artesanía tomaban sólo la parte de sus horas de vigilia.


Las voces llegaban a Miley a través de las ventanas abiertas de la pequeña casa de Índigo. Reconoció el tenor aterciopelado de Jake Rand y dedujo que se le había hecho tarde para salir a trabajar. Queriendo evitarle, Miley se deslizó en la esquina de la casa para esperar hasta que se fuese a la mina.
La sombra de un alto pino cayó sobre ella, y se apretó de nuevo contra la pared de la casa. Marchitas lilas alfombraban el suelo, secos pétalos marchitos rozarban sus zapatos. Cerrando los ojos, aspiró su perfume tenue y escuchó a la familia Rand riendo juntos. Amelia Rose gritaba con alegría, y 
Miley recordó la imagen de su padre lanzándola por los aires besándola antes de decir adiós. La risa ronca de Hunter también llegó hasta ella.


Una vez, hacía mucho tiempo, Miley había tenido un padre amoroso como Jake Rand. Aún podía recordar lo maravillosa que se había sentido cuando él la abrazaba. Francie, la había llamado a ella, su niña Francie. Aunque Frank Graham llevaba muerto casi diez años, sus recuerdos sobre él eran tan preciosos que los llevaría con ella siempre.
—¿Espías?
La pregunta, pronunciada con una voz profunda, burlona, hizo saltar a Miley. Se volvió y vio al hermano de Índigo, Nicholas Wolf, caminando hacia ella, dorado con la luz del sol de la mañana, y en un momento, bañado al siguiente paso en las sombras del árbol por encima de él. Él llevó a cabo una taza de cerámica azul en una mano, un dedo fuerte y cerrado a través del asa, los nudillos callosos sujetando su base. Vio la bocanada de vapor hacia arriba y adivinó que era una taza de café recién hecho.


Para un hombre con las costillas rotas, se movía con una agilidad desconcertante, sus largas piernas acortaron pronto la distancia entre ellos, sus anchos hombros se movían al compás, con cada zancada.
El pelo de caoba estaba en la frente bronceada en ondas rebeldes. Sus ojos eran de un azul oscuro en sorprendente contraste con su oscura piel india, mirándole así, aún era demasiado fácil imaginarlo en las llanuras de Texas, asaltando y saqueando, tal vez incluso secuestrando a las mujeres blancas.
Hoy vestía blue jeans y una camisa sin cuello, blanca, cosida simplemente, sin dobladillo en las mangas que se doblaban sobre sus amplios antebrazos, la pechera delantera desabrochada y colgando abierta para revelar los músculos de su pecho y las tiras de vendas de muselina blanca con las que se vendó las costillas. La camisa, gastada y suave de muchos lavados, marcando las líneas musculares de su torso como una caricia, los faldones ligeramente metidos en sus pantalones, abrazando la cintura delgada. Miley bajó su mirada a las botas, las típicas de leñador, pesadas y gruesas, con suela de clavos, las usuales que llevaba la mayoría de los madereros. Sin embargo, daba sus pasos con una energía misteriosa, la gracia innata y el salvajismo de sus antepasados Comanche evidente en cada movimiento.


Debido a que ya la había visto la cara de ayer, no tenía mucho sentido en ponerse el sombrero de nuevo. Él la miró como si quisiera aprendérsela de memoria, y un terrible presentimiento se apoderó de ella. Desvió la mirada, con miedo de él sin saber ciertamente por qué.


Ridículo. Él no era nada para ella, sólo el hermano de Índigo, que estaba en su casa para recuperarse de una lesión. No se quedaría en Tierra de Jonas lo suficiente como para ser una amenaza para ella. Y si por casualidad se quedase, ¿por qué iba a querer hacerla daño?


Miley se obligó a mirar hacia él de nuevo y a continuación, deseó no haberlo hecho. No habló, pero no había necesidad. Miró a sus ojos unos segundos, estos parecían mantener un control implacable. Tenía la inquietante sensación que él podía leer mucho más en su mirada de lo que ella deseaba. Ayer, en el arroyo, no había tenido esta sensación sobre él, pero ahora se dio cuenta que podía ser tan intuitivo sobre los sentimientos de los demás como su hermana. La extraordinaria capacidad de Índigo para despojar las capas que ocultaban a una persona no le molestó nunca a Miley, porque eran buenas amigas, y tenía toda su confianza.


Nicholas Jonas era un caballo de un color diferente.
El destello de burla en sus ojos era muy diferente al que ella había conocido ayer. Duro, y de alguna manera, mezclado con deseo carnal. Él había sabido la verdad acerca de ella, lo veía escrito en su rostro.
Miley tenía un loco deseo de correr. Pero no pudo. Su mirada se quedó estática. Como si supiera que estaba atrapada, él sonrió lentamente, con la boca elevada levemente en las esquinas, de una manera que hizo latir corazón.
—Tenemos una hermosa mañana, ¿no?— Su tono era bajo y de seda, ni mucho menos amenazante o desagradable, sin embargo, sus nervios vibraba con cada inflexión de su voz.


A medida que se acercó más, su cercanía la hacía sentirse empequeñecida. Supuso que como él media más de seis pies, una altura extraordinaria, sin duda, heredada de su padre que estaba muy por encima de la mayoría de los hombres de la comunidad. Para ampliar su estatura, tenía la musculatura enorme de alguien que constantemente se enfrentaba contra los elementos. Su aroma, agudizado por la humedad de la mañana, se trasladó a su alrededor. Sus fosas nasales recogieron los rastros de la bergamota y el jabón, que reconoció como los ingredientes del jabón de afeitar, y ron de bahía mezclada con glicerina, que se utiliza en forma líquida casera cómo champú. En otro hombre la combinación de olores podría parecer común, tal vez hasta mundana, pero en Nicholas Jonas, le envolvían de forma potente y masculina.
Como no quería hacerle saber que su tamaño la intimidaba, Miley se aplastó contra la casa. Como si él hubiera percibido su derrota y lo encontrase divertido, su sonrisa se profundizó mientras la examinaba. Esos ojos… Eran tan intensos y oscuros, de un azul increíble, llenos de fuerza, pestañas sedosas del mismo tono de su pelo. Cuando volvió a mirar dentro de ellos, le resultó difícil pensar con claridad, y mucho menos dar respuestas inteligentes.
—Eres un rompecabezas—, murmuró. —Y nunca he sido capaz de resistirme a un buen juego.
Miley trató de tragar, pero su garganta se negó a trabajar. No importaba, porque su boca estaba tan seca como el polvo.
—Yo… tengo que irme.
—No saldrás corriendo.


Su expresión todavía traviesa pero con arrogante marcialidad, llegó a ella. Miley se estremeció cuando sus dedos fuertes le rozaron la oreja. A medida que su mano iba hacia atrás, vio que sacaba una moneda de oro reluciente. Con sus dedos mágicos la puso, brillante, en su mano, la elevó y la tomó dentro del círculo de sus dedos pulgar e índice.
Pasando el dinero delante de ella, le dijo con voz de seda,
—Diez dólares. Puedo hacerlos aparecer por arte de magia.— Su mirada se perdía perezosamente en su corpiño. —Y hay más de donde vino esto. —Sus dientes blancos brillaron mientras hablaba, y sus ojos se calentaron con la invitación descarada.— ¿Cuántos de diez dólares en monedas de oro tendría que encontrar detrás de esa orejita, para que pasaras esta mañana conmigo?


Miley se sintió tan humillada que quería hacer una madriguera en la tierra y desaparecer.
—¿Esta mañana?
—Esta mañana—, repitió él. Entrecerrando los ojos, miró a través de las ramas de pino al cielo sin nubes. —Es un día perfecto para encontrar un lugar privado a lo largo del río, en algún lugar tranquilo y lejos, estupendo para pasar unas horas con una joven muy bonita y servicial.


Ella parpadeó, no del todo segura de cómo manejar esto. Los hombres a veces trataban de pararla por la calle, pero se las había arreglado siempre para evitarlos. Nick Jonas estaba tan cerca que se sentía como un pedazo de carne entre dos rebanadas de pan, la casa en su espalda, el pecho masculino bloqueando su escape.
—Yo…eh…— Buscó desesperadamente algo que decir. —No veo a caballeros fuera del saloon.
—No soy un caballero.— Giró la moneda ante su nariz. —¿Cuánto, Miley? ¿Qué te parecen quince? Si eres talentosa en el comercio, voy a subir en otros cinco, ¿y lo dejamos en veinte? Me atrevería a decir que es el doble de lo que sueles ganar.
—No.
Con un giro amplio de su muñeca, vació el contenido de su taza de café sobre la hierba. Apoyando un brazo contra la casa, se acercó más y acarició su labio inferior con la moneda. La luz burlona de sus ojos desapareció para ser reemplazada por una mirada brillante.
—¿Cuál es tu juego?
—¿Perdón?
Él se rió, el sonido salió entrecortado en tono burlón.
—Oh, eres buena. ¿Practicas lo que haces con tus ojos frente a un espejo, o te nace de forma natural?
Miley no tenía la menor idea de lo que quería decir.
—¿Qué cosa? No tiene ningún sentido, señor Jonas.
—Voy a ser un poco más claro a continuación. ¿Por qué una mujer de tu condición quiere pasar tanto tiempo con una mujer dulce y joven como mi hermana? ¿Qué sacas de esto? Y por favor no me digas que te gusta jugar a la niñera de sus dos hijos.
¿Una mujer de su condición? Miley se oyó a sí misma, la habían descrito en términos mucho más bajos, pero aun así dolía.
—Índigo es mi amiga. Me gusta estar con ella, eso es todo.
—Tonterías—, disparó él-. —Conozco a las de tu clase, y creo que siempre tenéis motivaciones ocultas. ¿Es el dinero? ¿Esperas conseguir sus simpatías, y obtener ganancia con ello en sus bolsillos?


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es tan mmm feo que Miley sea una prostituta en la novela :/ esta novela es hermosa ksdfjsfhdhsfh todo lo que ella pasa es y¡tan triste 

1 comentario:

  1. Feo Miley prostiuta en la nove? feo Nick como la trata creyendo que viene hacia ellos con doble intencion, ok no, siguela bitch me encanta =D

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