La emoción de Destiny era palpable cuando la recogió en la escuela y se dirigieron al parque.
Sí, le aseguró, llegaban a la hora.
Sí, se había acordado de llevar un paquete de pan en rebanadas para dar de comer a los patos.
Y sí, estaba segura de que Nick las esperaría allí.
El parque era un lugar muy popular y había varias parejas y familias en el césped que rodeaba el estanque. Era un hermoso día de principios de verano, la brisa mecía suavemente las copas de los árboles. Miley buscó un agradable sitio y extendió una manta en el suelo.
—Creo que está aquí —anunció Destiny sin aliento unos minutos después—. Sí, es él —movió los brazos para atraer su atención.
«Sonríe», se dijo Miley mientras Nick se unía a ellas y enterraba un ligero resentimiento por lo fácilmente que su hija parecía haber quedado prendada de él.
La comida fue un éxito tremendo… desde la perspectiva de Destiny.
«Lo más», según decía con entusiasmo cada vez que volvía a contar los puntos álgidos, la mayor parte de ellos relacionados con Nick.
No había ninguna duda de la existencia de un mutuo afecto entre padre e hija. Los gritos y las risas de Destiny lo demostraban. Lo mismo que los gestos cariñosos que Nick tenía con la niña.
Era normal, tenía que admitir Miley, insegura por el creciente vínculo.
Maldición, tenía que ser algo bueno, reconoció mientras se dirigía al trabajo más tarde esa noche. A lo mejor, si se lo repetía con la suficiente frecuencia, conseguía llegar a creérselo.
El documento notarial estaba ya en su poder, cortesía de un servicio de mensajería urgente. Prácticamente una copia literal de lo que ella le había dado a Nick durante la comida.
También había un nombre de un contacto y un número para facilitar la obtención del pasaporte de Destiny. A finales de semana, podrían salir para Madrid.
Para demostrar que ella respetaba el trato, firmó la autorización para la prueba de paternidad, reunió los documentos necesarios para sacar el pasaporte y pediría el permiso en el trabajo.
Había una excesiva lista de sugerencias para acelerar todos los trámites para el viaje.
Había una parte de ella que comprendía sus motivos, al mismo tiempo que existía una cierta simpatía hacia un anciano enfermo que quería conocer a su única bisnieta.
Había cubierto todas las posibilidades… ¿verdad?
Y tres semanas tampoco eran tanto tiempo. Entonces, ¿por qué sentía esa sorda preocupación? No la abandonaba mientras trabajaba, aunque conseguía empujarla hasta el fondo de su mente mientras despachaba recetas y hablaba con los clientes que frecuentaban la farmacia.
Había el habitual trasiego del final de la tarde, seguido por una tregua durante la que tuvo la oportunidad de rellenar una solicitud para pedir el permiso.
John Bennett, el dueño de la farmacia, que era al mismo tiempo su amigo, dejó lo que estaba haciendo y prestó a Miley toda su atención.
—Es un poco repentino. ¿Te importa contarme la razón?
Miley le contó lo mínimo.
—¿Crees que es una buena idea, Milet?
John era un hombre agradable, atento y con quien se trabajaba bien. También había querido salir con ella… algo que había rechazado. El le gustaba, pero… era el pero lo que importaba.
La amistad estaba bien, pero no una relación. No contemplaba dar ese paso.
—Es un acuerdo amigable —«al menos eso espero», se dijo en silencio—. Y he tomado medidas de protección.
—¿Como…?
Miley sacó del bolso el documento notarial y se lo tendió pendiente de su expresión.
—¿Quieres mi opinión sincera?
—Por supuesto.
—Mi principal preocupación —le devolvió el papel— es si tendría validez ante un tribunal —hizo una pausa—. ¿Confías en él?
Confiar le pareció demasiado.
—En lo que respecta al bienestar de Nicki, sí.
—¿Y respecto al tuyo?
—Son sólo tres semanas, John —«no lo sé».
—Si estás segura…
¿Segura? ¿Cómo podía estar segura de algo en lo que estaba implicado Nick? Tenían una accidentada historia llena de altibajos. Una montaña rusa, pensó en silencio mientras trataba de apartar de su mente el torbellino de sensualidad que amenazaba con arrastrarla al recordar todo lo que habían compartido… durante los buenos tiempos.
La tarde y la noche siguieron su modelo habitual: un período de mucho movimiento mientras los cines cercanos se vaciaban y después el clásico padre o madre desesperado que acudía a por medicamentos infantiles.
Era casi la hora de cerrar cuando el timbre de la puerta anunció la llegada del último cliente. Miley miró la pantalla de la cámara de seguridad y casi se quedó sin respiración al ver a Nick avanzar hacia el mostrador.
Ya no llevaba la ropa que había usado durante el día. Unos pantalones sastre, una camisa abierta en el cuello y una chaqueta remarcaban su fuerte y masculino cuerpo.
—Yo cerraré.
Oyó Miley decir a John antes de volverse hacia Nick.
—¿Qué haces aquí? —preguntó mientras John se dirigía a la puerta.
—¿Qué pasa si he venido a saludar? —dijo Nick arrastrando las palabras mirándola mientras ella metía unos datos en el ordenador y después lo apagaba.
—Pasabas por aquí, ¿no? —alzó una ceja—. ¿O has venido a recoger los papeles que tengo que firmar?
—Las dos cosas —dijo con suavidad—. Estoy seguro de que a John no le importará ser testigo de tu firma.
Miley se sintió tentada de poner en práctica más tácticas dilatorias, pero algo así sería inútil y no tendría sentido.
Nick se guardó el papel en el bolsillo de la chaqueta y esperó mientras ella se ponía su chaqueta y recogía el bolso.
Miley no tenía particular interés en que la acompañara.
El… la afectaba. No se sentía cómoda con él. La hacía sentirse ligeramente alterada, consciente de que, de algún modo, su presencia amenazaba los cimientos que tanto le había costado levantar durante los últimos años.
Era una tontería, se dijo. Estaba cansada, eso era todo, y tensa. Aún peor: estaba permitiendo a su imaginación correr como un torrente.
Lo miró de soslayo al salir de la farmacia y le dijo:
—Tengo coche.
—¿Te molesta que me asegure de que llegas bien?
—Estás haciendo el ridículo.
La calle estaba iluminada por unas farolas lejanas y una luna en forma de hoz.
El estaba demasiado cerca y el aroma de su colonia mezclado con su masculino olor provocaba sus sentidos.
El coche de Miley estaba aparcado a plena vista. Desconectó la alarma, se detuvo mientras Nick le abría la puerta. Se metió dentro rápidamente. Con la puerta abierta, Nick se inclinó y le dijo:
—Estaremos en contacto.
Miley inclinó la cabeza, arrancó el motor y se incorporó a la calle en dirección a casa.
El lujoso avión empezó a descender hacia el aeropuerto de Barajas. Había sido un largo vuelo durante el que Miley había tenido mucho tiempo para reflexionar… y preguntarse por qué había aceptado abandonar la relativa seguridad de su propio territorio e ir a una ciudad que le traía demasiados recuerdos, no todos buenos.
******
La presencia de Carlos ayudaba a romper la excesiva intimidad de una cabina con tan pocos pasajeros; además era un hombre muy agradable, alto, delgado y alerta como correspondía a su puesto.
«Todo irá bien», se decía Miley en silencio.
Tenía el control, había pensado en cada contingencia y era una visita muy corta.
Destiny viajaba bien, sobrecogida por lo que la rodeaba, el vuelo y su desesperado deseo de agradar. Nick se había convertido en el nuevo amigo de Destiny durante la semana que había llevado confirmar su paternidad y arreglar toda la documentación del viaje. Sólo había habido un momento complicado cuando la niña le había preguntado con candor:
—¿Eres mi tío?
—Estoy emparentado con el lado español de tu familia —había respondido él amablemente y unos ojos abiertos de par en par lo habían mirado con solemnidad.
—¿Conoces a mi padre?
—Sí.
—¿Lo conoceré yo?
«Oh, no, aún no», había pensado en silencio Miley.
—Te prometo que sí.
La innegable compenetración que había entre ellos tenía que ser buena, se decía constantemente Miley mientras comprobaba la paciencia que Nick exhibía con la niña.
Eso le hacía pensar en otros tiempos cuando ella había disfrutado de las caricias de sus manos, de su cálida sonrisa… y de su amor. Porque había sido amor lo que los había unido de un modo tal que ella nunca había pensado que algo podría separarlos.
Pero había sido así y estar en su compañía y volver a Madrid revivía todo de nuevo.
Podría soportarlo. Tenía que hacerlo, por Destiny.
La felicidad, seguridad y alegría de su hija era lo primero. Así que… tendría que sobreponerse.
El avión aterrizó suavemente, completó el recorrido de la pista y después se metió en un hangar, donde desembarcaron. Nick se ocupó de su equipaje y de las formalidades antes de llevarlas a la limusina que los esperaba.
L
a temperatura de Madrid en octubre no era muy diferente de la de principios de verano en Perth. Una agradable época del año en ambas ciudades, ni mucho calor, ni mucho frío.
Miley miró a Destiny sentada en el medio del asiento trasero, después se colocó a su lado, consciente de que Nick podría sentarse a la derecha de la niña.
Nick se había duchado, afeitado y cambiado de ropa durante el vuelo, lo mismo que ella. Había dormido con Destiny en un compartimento dormitorio, pero sólo había podido dormir a ratos.
El trayecto hasta el centro de la ciudad les llevaría menos de media hora. No le preocupaba el alojamiento que Nick les habría elegido… sólo deseaba llegar porque eso significaría dejar de verlo hasta el día siguiente.
El podía estar acostumbrado a cambiar de huso horario con frecuencia, pero Destiny y ella no.
Madrid, una ciudad de espléndida arquitectura, una combinación fascinante de lo antiguo y lo moderno, su cacofonía de sonidos, tráfico, voces en un idioma que llevaba sin escuchar casi cuatro años. Sintió que los dedos de su hija se enlazaban con los suyos y la miró con detenimiento mientras ella observaba lo que pasaba por la ventanilla ligeramente tintada.
—Es diferente —dijo Destiny con vacilación.
—Los coches van por el lado contrario a donde tú vives. Te acostumbrarás pronto —aseguró Nick y se encontró con las cejas alzadas de Miley
¿En tres semanas? No lo creía. Nick esbozó una ligera sonrisa cuando se dirigió a la niña.
—Un poco más, pequeña —dijo en español—, y habremos llegado.
—¿Qué me has llamado? —preguntó la niña seria.
—Pequeña —dijo suavemente—. Es una forma cariñosa de llamar a las niñas.
Destiny trató de repetir la palabra imitando la entonación, y sonrió cuando él le dijo que lo había pronunciado muy bien.
Miley se encontró con la mirada de Nick, intentó interpretar su expresión pero no lo consiguió, así que dedicó su atención a lo que ocurría fuera del coche. Nick era muy enigmático.
¿Qué esperaba? ¿Qué la calidez que mostraba con ella en presencia de la niña fuera un sentimiento auténtico? Por favor. Ella tampoco sentía nada por él, ¿verdad?
Que se le acelerara el corazón, o que sintiera mariposas en el estómago, era sólo fruto de la tensión. El estrés derivado de la necesidad de asegurar el bienestar emocional de Destiny.
En casi cuatro años de ausencia habían cambiado pocas cosas y una ligera arruga empezó a dibujarse en la frente de Miley cuando vio en qué sentido tomaban la carretera. Su tensión fue en aumento hasta que la sospecha finalmente apareció.
«No, por favor, no puede ser cierto».
—¿A dónde nos llevas, Nick? —preguntó con tono ligero.
—A mi casa de La Moraleja.
Lo miró de un modo que quería decir: «estás bromeando».
—Un hotel sería mucho más conveniente.
—No tiene las necesarias medidas de seguridad —en su voz había una voluntad de acero que ella no pudo dejar de notar.
Los ojos de Miley brillaban de furia cuando lo miró. Si hubiera podido, lo habría abofeteado. Menos mal que Destiny estaba entre los dos y, además, no se había dado cuenta de nada.
«Espera, sólo espera», le dijo con la mirada, «a que te pille a solas, tras una puerta cerrada y fuera del alcance del oído de la niña».
Resultó difícil mantener la calma durante el tiempo que tardaron en llegar a La Moraleja, uno de los barrios más exclusivos a las afueras de Madrid.
La casa de Nick era una prueba de su riqueza y posición. Oculta tras altos muros y protegida por puertas electrónicas, la mansión era una combinación de diversos estilos en dos pisos de estuco color crema, una cubierta de tejas crema y terracota y grandes ventanas curvadas con contraventanas, la mayor parte de las cuales daban a una explanada cubierta de baldosas.
La entrada era cubierta y compuesta por dos puertas de madera con los herrajes de metal pulido; el suelo era de mármol.
Se dijo que no quería estar allí. No quería rememorar los dolorosos recuerdos… ni tampoco los buenos. Era demasiado personal, demasiado doloroso…
Nick tenía que saber cómo le impactaría estar allí. Una casa con habitaciones en las que habían discutido, gritado, hecho el amor…
Aunque se iba a convertir en el hogar temporal de Destiny en algunos períodos del año. De los años, se corrigió mentalmente. Un lugar con el que su hija tenía que familiarizarse, sentirse bienvenida, cómoda. Estar allí tenía sentido… para Destiny.
Para Miley representaba una tortura que pondría sus nervios a prueba durante las siguientes tres semanas.
El lo sabía, lo había planeado y la había mantenido en la ignorancia deliberadamente.
Pero se las pagaría… en su momento. Se lo juró mientras salía de la limusina y acompañaba a Destiny hasta el enorme recibidor donde fueron recibidos por María y Emilio, los empleados de confianza de Nick y quienes vivían en la misma propiedad.
Suelos de mármol, amplia escalera que subía en una elegante curva al piso de arriba, una brillante araña de cristal y cristaleras de colores. Antiguos muebles apoyados en paredes color crema de las que colgaban obras de arte originales entre las que se intercalaban hornacinas en las que se podía admirar una ecléctica mezcla de vasijas, cuencos y ánforas venecianas.
La mansión la formaban dos alas separadas por una galería con una balaustrada oval. Una estaba pensada para recepciones formales, con un enorme salón, recibidor y cocina en el primer piso, mientras que en el segundo había un gran estudio, una biblioteca y un salón informal. El ala oeste la componían tres suites para invitados separadas por un distribuidor en el primer piso y cinco suites privadas en el piso superior.
La finca tenía una piscina enorme, una cabaña, un gimnasio bien equipado y un campo de tenis. Había una zona de habitaciones para el servicio y un garaje de seis plazas.
Una casa demasiado grande para un hombre, reflexionó Miley… sabedora de que él la usaba como base principal entre sus frecuentes viajes a diversas ciudades europeas como máxima autoridad de la corporación de empresas Jonas.
La cartera de clientes de Nick era envidiable y le otorgaba el estatus de multimillonario en un mundo despiadado. Miley se preguntaba si seguiría organizando recepciones regularmente, continuaría siendo activo en la escena social y apoyando unas pocas y selectas obras benéficas.
En cuatro años tendría que haber habido unas cuantas mujeres en su vida. Imaginar a Nick sin pareja estaba más allá de lo posible.
Y aquello llevaba inevitablemente a pensar en su última amante… y castigo de Miley: Alisson de Córdoba. ¿Seguiría aún con ella? Y si era así, ¿intentaría Nick casarse con ella tras el divorcio?
Sintió que se le helaba el corazón. Por favor, no. Pensar que Alisson pudiera tener alguna relación con Destiny era suficiente para que sintiera náuseas.
—Ha sido un largo vuelo —empezó a decir María—. He preparado algo ligero para comer. Después seguramente querrán descansar.
Carlos sacó su equipaje y lo llevó al piso de arriba.
—Un té sería estupendo. Quizá un vaso de leche para Destiny —sugirió Miley mientras Nick señalaba las escaleras.
—Primero voy a enseñaros vuestras habitaciones.
—Es una casa muy grande —dijo gritando Destiny—. ¿Vive más gente aquí?
—Algunas veces hay invitados —dijo Nick amable.
—¿Cómo mamá y yo?
—Sí.
Miley sintió un vuelco en el estómago cuando se dirigieron al ala contraria a la que albergaba las habitaciones para invitados. Conocía bien el ala familiar. Habitaciones elegantes, hermosos muebles.
¿Dormiría Nick solo en la habitación principal o habría elegido otra? ¿Qué más daba eso? ¿Por qué le preocupaba donde dormía? Con tal de que su habitación estuviera lejos de la que les hubiera preparado a ellas María.
La suite principal se dibujó en su mente con todo detalle. Al fondo del ala familiar, estaba compuesta por un dormitorio, dos cuartos de baño y dos vestidores con sus armarios. ¿La habrían redecorado?
—No.
Miley oyó decir eso a Nick, pero no miró, aborreciendo que mantuviera la capacidad de leerle la mente.
Nick se detuvo ante una puerta abierta.
—Creo que estaréis bien aquí.
«Aquí» eran dos dormitorios separados por una salita. Uno de los dormitorios decorado especialmente para una niña. Diferentes tonalidades de rosa, dibujos en las paredes, juguetes y una cama como de princesa. La habitación de Destiny.
Una habitación sólo para la niña, para cuando fuera de visita. Una habitación que se le haría familiar, en la que se sentiría cómoda y querría estar. No lejos de donde dormía Nick para que se sintiera segura sabiendo que podía llamarlo.
Una parte de ella sintió que lo odiaba por preparar deliberadamente esa parte del futuro de Destiny, pero otra sentía gratitud al mismo tiempo que una considerable ansiedad.
—¿Voy a dormir aquí? —preguntó Destiny asombrada.
—Sí —dijo Nick entrando en la habitación y abriendo una puerta que daba a otro dormitorio—. Y tu madre dormirá aquí.
—¿Podemos dejar la puerta abierta? —preguntó dubitativa la niña.
—Por supuesto.
Destiny agarró la mano de su madre.
—¿No tenemos mucha suerte? —preguntó sencillamente, por lo que Miley sólo pudo responder.
—Nick es muy amable dejando que nos quedemos aquí.
Se le ocurrían bastantes más adjetivos… ninguno de ellos remotamente parecido a «amable», dado que él parecía tener sus propios planes.
—María colocará todo —dijo Nick, señalando las maletas al pie de la cama—. Refrescaos un poco y después bajad al piso de abajo —dedicó una cálida sonrisa a Destiny que después hizo extensiva a Miley y se marchó.
_______________________________________________________________________
Bien si el anciano es no me deja tarea subo maraton la proxima semana por que hay vacaciones