—¡Mataré a los jo/didos
bastardos!—furioso, Nicholas forzó la pesada longitud de su po/lla de
vuelta a sus pantalones. Rápidamente cerró el material, se abrochó
correctamente el cinturón y cogió uno de los rifles de la pared junto
con un cargador.
Él colocó de un golpe las municiones en su lugar, lo comprobó y se apartó rápidamente de ella.
—Nicholas—agarrando su cinturón y su arma enfundada del estante, Miley saltó al piso y se apresuró detrás de él.
—Quieta—él
se volvió hacia ella, sus ojos resplandeciendo.—Después de que mate a
cualquiera que se haya atrevido a disparar esas sirenas, estarás
jod/ida, Miley. Acéptalo y estate malditamente preparada para ello.
Porque no voy a esperar mucho más.
Miley se quedó quieta, asombrada, mientras le veía desaparecer tras la
puerta. Perdió preciosos segundos mientras peleaba por intentar
encontrar sentido a lo que había sucedido y a la repentina furia de
Nicholas. La hormona.
Un
grito se desgarró en su garganta mientras salía a la carrera tras él,
sacando su revolver de su funda mientras alcanzaba la puerta a tiempo de
ver el Jeep girando en la pequeña zona de aparcamiento frente al
cobertizo. Agarró fuertemente la unidad de comunicación de su cinturón y
la ajustó a su oreja mientras corría hacia otro Jeep.
—¡Informe!—ella gritó en el micrófono cuando lo colocó en sus labios.
—Tenemos
intrusos—Tamber mantuvo el control mientras informaba a Miley.—La
brecha ha sido en las puertas principales. Repito, tenemos una brecha.
Todas las unidades disponibles al recinto principal. Tenemos una brecha.
Las
sirenas estallaban mientras las Especies iban saliendo de los
barracones y corrían a pie o en Jeeps hacia las puertas principales
donde una larga, negra y estirada limusina había conseguido romper la
barrera.
—¡Que alguien detenga a Nicholas!—gritó Miley en el micrófono.—¿Callan, dónde diablos estás?
Ella
estaba casi al borde de las lágrimas mientras golpeaba el Jeep para que
parara, a casi un acre de donde la limusina estaba rodeada.
—Callan, maldito seas. Coge a Nicholas. Ahora. No es racional. Callan, ¿dónde estás?
Ella recorrió la distancia mientras las voces se alzaban y se iban tomando posiciones rodeando el vehículo.
—¡Miley,
quédate abajo!—Callan ordenó repentinamente, su voz dura a través del
micrófono.—Mantente atrás. Nicholas está controlado. Vete a la casa con
Cassie. Necesitamos a Merc aquí fuera.
Ella
se detuvo ante el tono de advertencia en la voz de Callan. Su pecho se
tensó con miedo. Merc era el más fuerte de las Especies. Seis pies y
medio, su cuerpo circundado de músculos. Él era también el tirador más
fino en el recinto. Adiestrado como un asesino, hasta ahora nadie podía
golpear su objetivo. ¿Qué diablos ocurría que necesitaban a Merc?
Ella cambió de dirección hacia la casa, encontrando a Merc mientras él salía de ella, con el rifle en la mano.
—Merc—ella se paró, quedándose mirándole fijamente, aterrorizada.—Nicholas…
—Entra con Cassie, Miley. Nicholas puede cuidarse—él se apresuró tras ella, corriendo hacia la torre en medio del patio.
El
nido del francotirador. Miley rechinó sus dientes furiosamente
mientras entraba corriendo en la casa, sólo para ser recibida por el
inconsolable llanto de Cassie mientras gemía pidiendo a su mami en los
brazos de Merinus.
Varios
de los más jóvenes de las Especias permanecían dentro del recinto
atestando el vestíbulo, clavando los ojos en ella, buscando directrices.
Ella
cambió el canal en el equipo de comunicaciones rápidamente, yendo
directamente a una línea privada con Tamber. El acceso a la línea era
sólo para los que tenían los más altos niveles de seguridad.
—¿Tamber, qué demonios ves?—la colocación de Tamber dentro del cobertizo de comunicaciones le ponía en condiciones de ver todo.
—Tenemos la limusina rodeada sin ningún movimiento hasta ahora—informó.
Miley se trasladó a una de las largas ventanas delante de la puerta,
observando cuidadosamente la actividad afuera. Estaban demasiados lejos
de las puertas principales para ver exactamente lo que ocurría, pero con
más de cien Especies rodeando el vehículo, no iban lejos. Eran blancos
facilísimos para la furia de Nicholas.
—Obtén para mi una línea directa con Callan—ordenó.—Esto es prioritario, Tamber. ¡Tengo que hablar con él ahora!
El
control de Nicholas había sido inexistente cuando salió del cobertizo.
La hormona había hecho estragos en su lógica. Normalmente templado, su
control había estado fuera de vista cuando él la dejó.
—La línea directa… en…—Tamber respondió mientras el bajo zumbido indicaba el cambio.
—Callan. Maldita sea, ¿estás ahí?—no podía aguantar el miedo creciendo dentro de ella.
—Rápido, Miley—él lanzó tersamente la respuesta, dándole a ella el visto
bueno para atrapar su atención por valiosos segundos.
Ella giró en el cuarto, respirando rudamente, la furia y la violencia brillando a través de su sistema.
—Él
me besó, Callan—le dijo rápidamente.—Él no era racional cuando dejó el
cobertizo, quizá no sea razonable ahora. Tienes que sacarlo de allí.
El silencio era grueso, discordante con el zumbido mecánico de la unidad mientras ella esperaba.
—Hijo de pu/ta, si su oportunidad no apesta…—él maldijo.
Miley no podía estar más de acuerdo. Pero Nicholas nunca había tenido la idea
de cualquier otro de un horario. Siempre había ido por libre, como
quiera que hubiera conseguido manejarlo. Tal y como había hecho esta
vez.
—Estoy de acuerdo—ella lanzó.—Ahora sácale de allí.
Un
segundo más tarde, _Miley se tensó, sus ojos ampliándose mientras se
disparaban tiros y un infierno se desataba dentro y fuera.
—¡Cassie,
no!—el grito asustado de Merinus precedió a un manojo pequeño de
determinada energía cuando ella se apartó de los brazos de Merinus y fue
hacia la puerta.
El
aullido de un lobo joven enfurecido se hizo eco a través de la casa un
instante antes de que ella evadiese el agarre de Miley, torciera
claramente hacia la puerta y volara fuera hacia la soleada pesadilla que
la esperaba.
Horas más tarde, Nicholas
todavía podía sentir el sobrecogedor terror que le había llenado cuando
oyó el anuncio a gritos de que Cassie había escapado de la casa. Al
mismo tiempo, a uno de los jóvenes de las Especies le entró el pánico y
envió una ráfaga de balas mientras la puerta de la limusina empezaba a
abrirse. Una niñita, más de cien pseudoanimalísticos guerreros
endurecidos en la batalla y nadie había podido cogerla antes de que se
metiera en el oscuro interior del coche un segundo antes de que la
puerta se cerrara de golpe.
Nicholas
estaba sentado a solas ahora, la escena repitiéndose en su mente
mientras las cercanas consecuencias de las acciones de ella golpeaban su
cerebro. Ella pudo haber muerto. Allí mismo, delante de sus ojos, ese
precioso manojo de energía podía haber muerto.
Se
puso de pie con una ola de energía, restringida, vibrando con violencia
mientras metía sus puños en los bolsillos de los vaqueros, ignorando el
relámpago de dolor en su inflamada po/lla ante la tensión del material.
Primero,
había fallado al proteger a su propio hijo no nacido y ahora casi había
fallado con Cassie. No importaba que la situación se hubiera hecho
rápidamente difusa y los intrusos hubieran resultado ser el irritado
medio hermano de Roni, Seth Lawrence, y su largamente perdido padre.
Las
Especies podrían haber echado a los intrusos de la propiedad, nadie lo
hubiera cuestionado, y luego arreglar una reunión fuera de la hacienda
entre Roni y su hermano. Esta opción ya no era posible. Cassie lo había
impedido.
—Cassie
todavía está llorando—Merinus salió al porche, su voz suave en la
creciente oscuridad mientras Nicholas se volvía hacia ella.
Nicholas encorvó sus hombros contra la culpabilidad que lo devoraba vivo.
—Al
menos está viva para llorar—finalmente contestó, tan malditamente
enfadado consigo mismo, con Miley y con una niña inocente que a penas
podía darse cuenta de lo que pasaba. Él todavía podía verla corriendo,
su cara llena de lágrimas, el miedo contorsionando su expresión en una
mueca mientras se lanzaba contra los hombres y las mujeres que
intentaban detenerla antes de que desapareciera en lo que podían haber
sido los brazos del enemigo.
—Ella
se está poniendo enferma, Nicholas—le dijo Merinus mientras se acercaba
más a él, inclinando su embarazado cuerpo contra su costado.—No es más
que una niña pequeña. Una que cree en sí misma tanto como para hacer lo
que siente que está bien. Sabía que no había peligro…
—No,
maldita sea—maldijo él rudamente.—Ella no sabía nada de eso, Merinus.
Podía haber muerto…—el se rompió, sacudiendo su cabeza mientras se
apartaba de ella.—Demonios. Viví un millar de muertes cuando Miley
nos alertó de que estaba fuera. Las balas rasgaban alrededor como si
fuera una maldita zona de guerra y ella se lanza a sí misma dentro de un
vehículo desconocido. Si hubiera tenido algo para vomitar, creo que lo
hubiera hecho entonces….
Él
se apartó de ella. Había zurrado a Cassie. Sacudió la cabeza contra ese
conocimiento. Cuando la tuvo de vuelta en sus brazos la había llevado
derecha a su habitación, la había colocado de pie y la había zurrado dos
veces antes de ordenarle que fuera derecha a la cama. Luego había
gritado a Miley. Duras, amargas palabras que habían salido de su
pecho mientras veía como los ojos de ella se volvían blancos de asombro.
Se
suponía que tenías que mantenerla contenida. Malditos demonios, había
cuatro de vosotros vigilándola. ¿No hubiera podido uno de vosotros
mantenerla contenida durante diez jo/didos minutos? Le había lanzado las
palabras furiosamente.
—Dios,
soy un bastardo—murmuró.—No soy sólo un *beep*, Merinus. Soy el peor
bastardo que alguna vez ha existido. Alguien debería dispararme.
Ella suspiró pesadamente detrás de él.
—Eres
humano—dijo finalmente suavemente.—Sé que compartiste un beso con Miley. Puedo imaginar lo que estás pasando sin la carga de proteger a
todos que has colocado sobre tus hombros, Nicholas. No puedes
protegernos a todos tú solo. La mie/rda pasa. Eso es lo que solías
decirme a mí. Todo lo que puedes hacer es estar tan preparado como sea
posible cuando se descargue y pasar a través de la peste de la mejor
manera que puedas.
Él
gruñó ante eso. Era un arrogante asno autoritario, daba la impresión.
Miró fijamente hacia el oscurecido patio, hacia la alta cerca que se
extendía bajo la línea del bosque, los guardias vigilando el área. Era
como una campo armado, no mucho mejor en sus restricciones que lo que
habían sido los laboratorios del Consejo.
En
lo más lejano del complejo principal, las luces brillaban en una de las
pequeñas casas de huéspedes. Seth Lawrence, su padre y su conductor
estaban ahora bajo estrecha vigilancia mientras Taber y Dawn intentaban
convencer a Seth y Aaron Lawrence de que ahora mismo, a Roni no se le
diría quiénes eran o por qué estaban allí.
No
era tanto porque Seth Lawrence hubiera hecho caso omiso a todas sus
demandas de esperar antes de forzar ese encuentro. Eran los malditos
pelos de la nuca de Nicholas. Se habían erizado en advertencia, haciendo
que su nuca sufriera una picazón que no se iba. Estaba de acuerdo con
los miedos de Taber sobre no permitir todavía ese encuentro. La salud
física de Roni había sido precaria la primera vez que llegó al complejo.
La
mayoría del tiempo ella había afrontado el calor copulativo junto con
el cansancio extenuante, y los excesos sexuales y el resultante embarazo
la habían agotado. Pero no era ésa la única preocupación de Nicholas
sobre los Lawrence. La oportunidad estaba acabada. Dos mujeres
compañeras embarazadas, la única niña de la Especie de los Lobos viva
que se conocía allí con ellos, y ahora esto.
—Demonios. Vi a Cassie correr hacia ese coche y ¿sabes lo que pasó por mi mente, Merinus?—preguntó dolorosamente.
Merinus suspiró profundamente.
—Que
habías fallado—ella le sorprendió con esa respuesta.—No pudiste
proteger al tuyo, y ahora no habías protegido tampoco a Cassie.
Él se volvió lentamente hacia ella.
—Sí—dijo, respirando con dificultad.—¿Pero cómo lo has sabido?
—Porque
es lo mismo que Miley me dijo antes de encerrarse en su
habitación—le respondió ella gentilmente, obligándole a abrazarla
mientras se movía hacia sus brazos.
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