El beso la destruyó. Los gritos
silenciosos de protesta, de miedo, rebotaron a través de su mente, pero
por su cuerpo, su carne, ignoró cada ruego demandante de parar. La
lengua de él se introdujo en su boca, un alivio refrescante contra el
fiero dolor de la suya, tan tentadora, tan tranquilizadora que ella
estuvo perdida.
No fue
como nada que ella hubiera sentido antes; incluso ese primer beso que
habían compartido hacía tanto tiempo fue sólo una débil variante de
éste. La debilitó, hizo que sus sentidos gritaran con el creciente calor
que corría a través de su cuerpo, estallando en su vientre y creciendo
incluso más brillante.
Una
conflagración creció dentro de ella cuando sus labios y lengua se
combinaron para volverla loca por la hambrienta sensualidad que azotó su
cuerpo. Ella no podía oponerse a él tanto como a sí misma. No mientras
sus labios cubrieran los de ella. Su lengua tentaba y acariciaba,
enloqueciéndola con la necesidad de sentir sus labios retorciéndose
sobre los de ella, llegando a la carne inflamada de la lengua,
aliviándola de la hormona que ahora pulsaba y latía dentro de sus
glándulas hinchadas.
Años
de necesidad, de demanda brutal causada por la naturaleza misma de lo
que ella era subieron a la superficie. La batalla por la supremacía
empezó entonces. Su lengua se enredó con la suya, pero no era lo que
ella necesitaba. Acarició y enfrió la carne de su propio ardor, pero, de
nuevo, ella necesitaba más. Luchó para empujarlo, para ganar el
control, para alcanzar la victoria de encerrar sus labios, chupándolo
con su boca, aliviando las glándulas tortuosamente hinchadas que
parecían llenarse aún más.
Sus
manos se apretaron en su pelo, sosteniéndola contra él, sin embargo
había algo más, no cualquier necesidad. Sus brazos trenzadas alrededor
de su cuello, sujetándole cerca, sus uñas metiéndose en su cabello con
la cordura resbalando aún más y más lejos.
Su
anhelo por él creció. Su sabor, su toque. Se convirtió en una tempestad
rugiente, apartando los temores, las objeciones y la razón, mientras el
calor incandescente estallaba a través de su cuerpo.
Con
un grito victorioso, ella empujó su lengua dentro de sus labios y se
disolvió. Instantáneamente Nicholas estaba allí. Sus labios la
atraparon, su boca atrayéndola. La hormona atrapada dentro de las
glándulas inflamadas se vertió libremente mientras sus caderas
avanzaban, su pe/ne empujando fuerte e insistentemente contra la húmeda
tela de sus pantalones, la protuberante cabeza dividiendo los labios de
su co/ño mientras presionaba en su interior tan profundamente como el
material permitía.
Miley trataba de frotarse ahora contra su cuerpo. El embelesado placer que se
esparcía a través de ella mientras Nicholas ama/mantaba su lengua
estaba conduciéndola casi más allá de lo que ella podría resistir. Su
co/ño derramó su gruesa esencia contra la cabeza de su pe/ne, atrapada
en tela. Sus manos lo acercaron a ella, su cabeza cayendo hacia atrás
mientras él luchaba por obtener cada gota del afrodisíaco de ella.
En
lo profundo de su mente ella sabía que el terror vendría más tarde. El
miedo por Nicholas, le enviaría a ella cada miedo que alguna vez había
conocido. Por ahora, sin embargo, sólo existía su beso, sus gruñidos de
creciente excitación masculina, su po/lla endurecida presionando contra
su co/ño, sus manos apartando su top, el dolor aliviándose en su lengua
pero creciendo en su vientre.
Sus
ojos lucharon por abrirse cuando él apartó su cabeza de ella. Un
quejido escapó de ella, el miedo asomando ante el calor que crecía entre
ellos. La cara de él estaba enrojecida, pesada ahora con lujuria, sus
ojos casi negros, dilatados por el efecto instantáneo de la hormona
absorbiéndose en su sistema.
—Nicholas—ella
murmuró su nombre con un atisbo de desesperación mientras él la
obligaba a bajar los brazos y luego tiraba del top sobre sus hombros. El
elástico material se estiró apretado, obstaculizando sus movimientos
mientras sus pechos asomaban por el borde de la tela sintética.
—No
hables—sus manos levantaron los montículos inflamados.—Cada vez que
hablas piensas. No pienses, jod/er, Miley, sólo siente.
—¿Qué has hecho, Nicholas?—ella se estremeció mientras su lengua golpeaba un duro y extremadamente sensible pezón.
—Lo
que debería haber hecho seis meses atrás—él gruñó, asombrándola con la
cólera escondida detrás de sus palabras, la necesidad vibrando en su
voz.—Maldita seas, Miley. ¿Cómo sobreviviste a esto sola, nena? Dulce
nena… Si no te tengo moriré ahora mismo.
Ella
gritó mientras el hambre se volvía voraz. Sus labios rodearon su pezón,
agarrándose a él fuerte y profundamente mientras sus manos se
dirigieron a la cintura de sus pantalones ajustados. Su pe/ne latía, la
cabeza literalmente pulsando mientras trataba de enterrarse más profundo
en su co/ño, de vencer al material de sus pantalones entre ellos,
amenazando con rasgar la tela mientras su co/ño se calentaba
destructivamente.
La
hormona. Miley lloriqueó mientras el placer gritaba a través de su
cuerpo. Su boca agarró su pezón, sus dientes raspando, la lengua
lamiendo, mientras un puño brutal de sensaciones tensaba su vientre.
¿Cómo
funcionaría él? ¿Cómo lo haría ella? El calor era proporcionalmente más
fuerte en ella que lo que había sido en Merinus. El agonizante dolor
pronto se rasgaría a través de su vientre mientras su cuerpo batallaba
por concebir. Era un hueco inútil, y no importaba cuán fértil la hormona
quisiera hacerla, nunca podría sostener nueva vida.
Sin
embargo, el pensamiento de la nueva vida que ella nunca podría ayudar a
crear fue destruido por su toque. Él estaba descontrolado. Ellos
estaban descontrolados. Sus manos fueron duras mientras peleaba por
deslizar sus pantalones sobre sus caderas mientras la mantenía apretada
contra él, un fuerte y fiero gruñido saliendo de su garganta.
Nicholas
la mantuvo segura, su boca, sus dientes y su lengua atormentando la
carne dura que él tenía cautiva. Su pezón estaba volviéndose tan
sensible, tan inflamando que el placer era casi un dolor, empujándola
más alto mientras la sobrecogía.
Ella
podía sentir su corazón corriendo a velocidad, la sangre borboteando a
través de sus venas mientras sus dientes raspaban sobre la cresta
enhiesta antes de agarrarla amablemente, manteniéndola cautiva mientras
su lengua daba un golpecito sobre ella en una demanda hambrienta.
Miley se contorsionó en sus brazos. Ella necesitaba estar más cerca. Podía
sentir la masa remolineante de sensaciones creciendo en su vientre,
pulsando con una demanda que no podía negar. No por más tiempo.
Sus
brazos estaban amarrados a su cuerpo por la tela tensa de las mangas de
su top, pero su mano alcanzó escapar, agarrando los musculosos
antebrazos de Nicholas mientras él consumía sus pechos.
Él
introdujo la dura punta más profundamente en su boca, succionando con
movimientos fuertes, hambrientos mientras su lengua continuaba
atormentándola. Ella podía sentir cada golpecito rápido de su lengua
llevándola más cerca de la inconsciencia. Estaba indefensa para luchar
contra eso. Indefensa contra eso.
—Por favor…—ella lloriqueó, pero no supo si la súplica era para que él parase o la tomase más profundo.
Su
cabeza retrocedió mientras ella jadeaba por respirar, estremeciéndose
mientras sus dientes raspaban la punta tierna, enviando blancas y
calientes llamaradas desde su pecho hasta su vientre hasta que se
convulsionó en un caliente y agonizante éxtasis. Sus gritos resonaron
alrededor de ella mientras ella se tensaba, se estremecía, clavando sus
uñas en los fuertes brazos que sujetaba mientras campanas y sirenas
comenzaban a aullar a su alrededor.
¿Sirenas?
La
boca de Nicholas liberó su pezón con una sensación de suave
deslizamiento mientras levantaba la cabeza, un gruñido saliendo de sus
labios mientras Miley repentinamente se daba cuenta de que las
sirenas venían del exterior. Advirtiendo, estridente, el sistema de
alarma aulló a través del recinto, resonando alrededor de ellos mientras
las voces que se alzaban fuera del cobertizo finalmente penetraban en
la neblina de lujuria que los envolvía.
La
mirada de ella voló hacia él, sus manos tratando de alcanzarle mientras
su cerebro reconocía el hecho que ahora existía peligro rodeándolos.
Peligro para los ocupantes de la casa, Cassie, Merinus y Roni y sus
bebés nonatos. La mente de ella peleó para aceptar la repentina
interrupción, la necesidad de proteger en vez de fo/llar, la necesidad
de luchar en vez de tocar.
El
último pensamiento fue como un cuchillazo en su alma mientras Nicholas
repentinamente apartaba los tirantes del top de sus hinchados pechos
hacia sus hombros y ella se ajustaba el escote. Él luchaba por
controlarse a sí mismo. Ella lo podía ver en la emoción rugiente
brillando intensamente en sus ojos dilatados, la mueca de disgusto que
tensaba su enrojecida cara mientras la furia comenzaba a envolverle.
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