Ella no puede controlarlo. Ésa
es la única cosa sobre las hembras que he comprobado. Sus cuerpos
simplemente no pueden evitar el toque de su compañero, sin importar
nada, sin importar cuándo o dónde. Hasta que se de la concepción, o, en
el caso de Miley, sospecho que hasta que el calor disminuya, como ha
pasado antes.
Nicholas
no había olvidado esa poca perla de información que Doc Martin le había
dado en una reunión anterior, pero él era suficientemente hombre como
para admitir que quería que Miley viniera a él por sí misma, y no
porque su cuerpo no le dejara otra opción. Esa fue la más virulenta
objeción que tuvo inicialmente contra la relación de Callan y Merinus.
Siempre se había sentido como si su hermana no hubiera tenido elección
en el asunto, incluso aunque pareciera ser delirantemente feliz.
Pero
mientras se abría paso a través de la hacienda, se encontró
repentinamente a sí mismo viendo el tema desde una perspectiva
diferente. Su perspectiva, admitió, pero, al menos, una diferente. Ella
era su mujer. Olvidando el emparejamiento, olvidando el calor, el hecho
simple y llano del tema era que ella era de él, lo quisiera ella admitir
o no. Si el calor no fuera un factor a tener en cuenta, se habría
congelado el infierno antes de que él la tratara con tanta
consideración.
No
tocarla, reservando sus tratos con ella los mordaces y afilados
comentarios que a menudo le habían lastimado a él tanto como a ella, no
había sido fácil. Él le había permitido correr cada vez que ella lo
había necesitado, y en lugar de ir a cazarla, le había dado libertad.
Porque él no había querido forzar en ella algo que era tan natural en el
cuerpo de Miley como respirar: la necesidad de estar con su
compañero.
Tiró con fuerza de la pequeña radio de su cinturón y se la acercó a la boca.
—Miley, ¿dónde estás?
Estaba
jod/idamente cansado de esperar a que ella tomara su decisión. El hecho
de que ella estuviera dispuesta a enfrentar las agonías físicas que
había sufrido antes que acudir a él había herido su orgullo, incluso
aunque algo cálido llenara su pecho ante el pensamiento de que ella
estaba intentando protegerle de algo desconocido. Sonrió entre dientes.
Lo desconocido podía ser condenadamente excitante a veces.
—En el cobertizo de las municiones—su voz sonó brusca, distraída.—¿Qué pasa?
Nicholas
giró automáticamente hacia el bajo y extenso cobertizo de acero que
guardaba las armas y las municiones. Se había construido y diseñado
según las especificaciones de Miley. Las armas que se suponía que
iban a llegar pronto se habían encargado según las recomendaciones de
ella. La mujer sabía tanto como él, si no más, sobre las armas. Pero no
era sobre pistolas o rifles de lo que quería hablar con ella.
—Estaré ahí en un minuto. Tenemos que hablar—contestó, tenso. No estaba dispuesto a entrar en el tema en un canal abierto.
Se
había despertado esa mañana con una erección que hubiera podido hacerle
clavar las uñas en un roble sólido, de tan dura que había sido. Su
excitación había disminuido un poco a lo largo de la mañana. Si lo que
Doc Martin había encontrado era cierto, entonces la unión física entre Miley y él había estado allí desde aquella primera noche que habían
pasado juntos. Cómo había pasado, él no se preocupaba de eso. Todo lo
que sabía era el hambre que sentía por ella, y una necesidad
multiplicada por diez de estar dentro de su cuerpo.
Empujó
la puerta para abrir el cobertizo de armas y entró en los confines
frescos y bien iluminados del edificio. Y allí estaba ella.
Nicholas
la miró mientras cerraba la puerta, apretando los dientes antes los
signos de estrés en la expresión de ella. Sus ojos estaban oscurecidos
por el insomnio, sus labios apretados por el esfuerzo de luchar contra
el calor que se extendía por su cuerpo.
—¿Crees que puedes luchar contra esto por siempre, Miley?
Ella
se sobresaltó. Si había algo que le volvía loco era ver ese traicionero
temblor de dolor cuando ella se veía obligada a enfrentarse a algo que
no quería afrontar.
—Maldición,
Nicholas—ella se irguió frente a las cajas que había estado
ordenando.—Tengo trabajo que hacer aquí. No tengo tiempo para esto.
Él se acercó más, manteniendo sus pasos lentos, sin amenazarla de momento.
—Mordiendo
y siseando como siempre—dijo burlonamente, permitiendo a sus labios
inclinarse en esa sonrisa sarcástica que sabía que ella odiaba.—Prefiero
ese dulce ronroneo que haces cuando te toco.
La quería fuera de sus casillas. Quería sacudir ese control que ella trataba de mantener entre ellos.
—Yo no ronroneo—ella pareció aterrorizada ante el pensamiento.
—Oh,
sí, lo haces—él miró su instintiva necesidad de retirarse, ocultando su
sonrisa cuando ella se contuvo, luchando por permanecer ante él, para
superarle.—Haces el más dulce ronroneo cuando te toco, Miley. Lo
recuerdo. Bajo y suave, resonando con placer.
Su
po/lla se endureció, totalmente erecta, más dura de lo que él recordaba
que había estado nunca mientras se acercaba lo suficiente como para
oler la esencia de mujer de ella, como para ver el deseo que ella
trataba de esconder brillando en sus ojos verdes.
—Estás
loco—bufó ella, dándose la vuelta, con sus manos temblando mientras se
inclinaba hacia la caja, buscando desordenadamente en la paja mientras
cogía otro rifle automático de las profundidades y lo dejaba junto a
otros en un carro a su lado.
—¿Lo estoy?—él la empujó para que lo afrontara, sintiendo el calor febril de su piel mientras ella trataba de apartarse.
—Voy a darte una patada en el cu/lo como no me dejes ir—ella jadeaba.
Nicholas
podía ver la fina película de transpiración deslizándose sobre su
frente, el rubor en sus mejillas, el hambre que rugía en sus ojos.
—No
podrías patearme el cu/lo ni aunque quisieras ahora mismo—replicó,
tensamente.—Mírate, Miley. Estás débil, exhausta de luchar contra el
calor y casi temblando de lujuria. ¿Cuánto tiempo puedes luchar contra
ello?
—He luchado
antes—ella se retorció mientras él la empujaba contra el estante bajo de
metal detrás de ella, manteniéndola sujeta con su cuerpo, su propia
hambre carnal latiendo en su cerebro con una fuerza que él estaba
empezando a temer.
—Algo
como esto no—gruñó él, agarrando sus caderas mientras las manos de ella
peleaban contra su pecho. Ella flexionó sus dedos, raspando las uñas a
través del algodón de su camisa, acariciando la marca en su pecho con
placer devastador.—¿Crees que estás sola, Miley? ¿Crees por un solo
maldito minuto que estás sufriendo sin mí?
Él tiró de su camisa para abrirla, los botones saltaron mientras ella apartaba sus manos.
—Mira,
maldita seas—una mano enmarañó su pelo mientras la forzaba a mirar la
marca a una sola pulgada de su plano y duro pezón masculino.—Mira lo que
dejaste en mí, Miley. Mira lo bien que me marcaste. ¿Crees por un
solo jod/ido minuto que esa maldita hormona puede hacer esto más duro en
mí?
Su voz era dura, enrabietada. Él no sabía si podría controlarse, si podía foll/arla ahora sin hacerles daño a ambos.
Escuchó
el pequeño sonido de agonía que surgió de las profundidades de la
garganta de ella mientras abría sus ojos con dolor y horror. Su cara
empalideció, sus dedos se acercaron para tocar de nuevo la marca
enrojecida.
Nicholas
sonrió por el placer, caliente y destructivo, que corrió derecho hacia
su pe/ne. Se hinchó, latió mientras sentía rezumar la pre-eyac/ulación
del pequeño y resbaladizo ojo en el centro de la protuberante cabeza.
Con una profunda respiración, atrapó los dedos de ella contra su pecho, aquietándolos.
—Lo siento tanto—murmuró ella, con un quejido de necesidad y negación que rompió el corazón de él.
—¿Lo
sientes?—preguntó él suavemente.—Oh, no, nena. No quiero oír que lo
sientes. Quiero oírte ronronear mientras mi lengua folla tan profunda y
duramente tu apretado y pequeño coñ/ito que grites por eso. Y después de
que haya saciado mi necesidad de ti, entonces quiero sentir esas
afiladas uñas arañando mi espalda mientras te lleno con cada dura y
dolorida pulgada de mi po/lla. Eso es lo que quiero oír, Miley.
Sus
ojos se abrieron aún más, con el estupor brillando intensamente en su
mirada mientras alzaba la cabeza, con la lengua asomando entre sus
labios.
—Uh, uh—él
sacudió la cabeza, aplicando un poco más de presión en la de ella
mientras la presionaba contra su pecho.—No te lamas esos preciosos
labios, nena. Lame la marca que dejaste en mí. Saboréame, Miley,
antes de que haga algo que los dos lamentemos.
Su
control estaba en el punto más bajo. Su cuerpo estaba lleno de un
desorden sobrecogedor. Su po/lla dolía como una herida abierta y la
marca de su pecho ardía como una llama.
—Nicholas.—Ella apoyó su frente en él, con la respiración murmurando sobre la sensible marca.
Las
manos de ella se cerraron en su cintura, acercándose más apretadamente a
él mientras luchaba por respirar. Su pequeño cuerpo temblaba, casi se
sacudía mientras luchaba contra los dos y contra el hambre que rabiaba
entre ellos.
Nicholas
apretó su agarre sobre las sedosas hebras de su pelo en la parte
posterior de su cabeza antes de abrir la palma de su mano, apretando de
nuevo.
—Ahora—gruñó él.—Sabes lo que jod/idamente necesito, Miley. Dámelo antes de que coja algo que no estás lista para darme.
El
suave y desesperado gemido que resonó en el pecho de ella hizo que él
se tensara, esperando. No era un sonido de protesta ni de miedo, sino de
hambre. Un segundo después, su propio gemido masculino, más duro,
resonó sobre ellos cuando la lengua de ella asomó, golpeando despacio
sobre la marca, haciendo que el áspero y desgarrador toque recorriera
sus terminaciones nerviosas y llevando cada músculo de su cuerpo a un
punto muerto mientras su cabeza caía, haciendo muecas por la agonía de
sensaciones.
Tan
delicadamente como un gatito ella probó el sabor de su carne, tentando
el control que él estaba ejerciendo sobre la famélica necesidad que
estaba creciendo dentro de él. Lamió la pequeña marca caliente con una
sensualidad que le destruyó mientras probaba su piel; cada caricia hacía
que ella se moviera hacia él con mayor demanda, acrecentando el calor
entre ellos.
Sus
vaqueros eran una restricción que él no podía soportar más. Con una mano
en su cabeza, la otra se movió entre sus cuerpos, sus dedos peleando
desesperadamente con su cinturón mientras luchaba por liberar su
agonizante carne.
—¡Oh,
Dios! Nicholas, por favor…—sus manos apretaban su cintura, su voz
delgada con negación y protesta a pesar de los hambrientos lametones
contra su carne.
—Miley,
nena.—Él sacó su camiseta de los pantalones antes de volver a su lucha
con el cinturón.—Dios, tócame. Me estoy quemando vivo.
El
cinturón se soltó y un segundo después las manos de ella estaban allí
con la de él, peleando para abrir el cierre de sus vaqueros mientras él
peleaba por liberar su pe/ne. Los labios de ella cubrieron la marca que
había hecho tantos años antes, succionando con vacilación, con la lengua
lamiendo provocativamente ahora a pesar de los lamentos de protesta que
vibraban contra la piel de él.
Un
segundo después, estaba libre. El áspero grito de placer de Nicholas le
sorprendió incluso a él mientras la mano de Miley intentaba
enrollarse alrededor del grueso tallo de carne. Las heridas de su hombro
fueron olvidadas. En realidad, no existían más. Nicholas podía sentir
la sangre bombeando dura y pesadamente a través de sus venas mientras el
placer se convertía en una tormenta de fuego, chamuscando cada célula
en su despertar.
La
mano de ella se movió sobre la sensible carne de su po/lla, flexionando,
acariciando, volviéndole loco con las sensaciones mientras luchaba por
volver a controlarse. No podía arrojarla al suelo y foll/arla como el
animal que podía sentir creciendo en su interior. Pero quería hacerlo.
Que Dios le ayudara, quería saborear el dulce jugo que sabía que fluía
de su co/ño y luego quería foll/arla. Tan profundamente, tan
malditamente duro que nunca volviera a negársele de nuevo.
—Siiiiii…—él
siseó en voz alta la palabra cuando sintió que ella se movía hacia
abajo, su respiración húmeda y caliente mientras sondeaba buscando cada
sudada zona de sensibilidad. A través de su pecho, bajo su abdomen. Su
po/lla latió ansiosamente. Más abajo… si él no conseguía introducir la
prominente cabeza de su erección en la boca de ella se iba a volver
loco. Y si conseguía meterla, entonces se volvería loco.
Gimió
profundamente cuando la lengua de ella le tocó. Pudo sentirla,
abrasadoramente caliente y tan malditamente buena que él a duras penas
pudo contener la liberación que podía sentir en ebullición en sus
pelotas.
—Maldita
seas—jadeó, perdido en la neblina de lujuria que le llenaba, agarrando
con una mano la base de su pe/ne y apretando con la otra el pelo de
ella.—Chúpala, Miley. Envuelve tu boca alrededor de mi po/lla antes
de que pierda la cabeza.
Pero
él estaba perdido de cualquier manera. Oyó el pequeño y estrangulado
gemido procedente de la garganta de ella, lo sintió mientras atravesaba,
duro y pesado, sus labios. Abrió los ojos mientras miraba desesperado
las hileras de armas en el muro frente a él. No podía mirar hacia abajo.
No podía tentar su control…
Las
manos de ella le rodearon, apretando su po/lla, ordeñándola mientras
sus labios, enrojecidos y llenos, se desplegaban alrededor de la
inflamada cabeza. Su lengua dio un golpecito sobre la prieta carne,
mientras sus gemidos aumentaban al sentir una pequeña cantidad de
líquido pre-seminal eyaculada en el interior de su caliente boca.
Él
estaba cerca, tan cerca, y ella estaba empujándole al precipicio. El se
estremeció ante la tormenta que sacudía su cuerpo, la lujuria, la
emoción, la necesidad y el dolor que habían ido creciendo a lo largo de
los años. Y el sabía, sin importar la demanda de su cuerpo, que esto
nunca sería suficiente. Podría correrse en su boca por siempre y aún
estaría duro, furiosamente erecto y muriéndose por el caliente líquido
escondido en el interior del ajustado agarre de su co/ño.
Sus
manos eran duras, quizá demasiado duras, temió él mientras empujaba
hacia atrás, arrastrándola hacia él. La alzó sobre el estante de tal
manera que colocó la dulce entrada de su cuerpo en línea directa con su
carne caliente y dura como una roca y que dolía por hundirse en ella.
—Nicholas,
no…—ella murmuró las palabras, pero estaba débil en sus brazos, su
cabeza cayendo hacia atrás mientras los labios de él se movían por su
cuello.—No hagas esto. Por favor.
—Que
se jo/da—gruñó él, enmarcando la cabeza de ella con sus manos,
centrando su mirada fija en los labios de ella.—Bésame, Miley.
Dámelo, nena. Ahora.
Las manos de ella agarraron sus muñecas; sus labios temblaron.
—No puedo—gritó ella débilmente.—Sabes que no puedo.
Los ojos de ella estaban casi negros por la lujuria ahora, con el hambre salvaje devorándola, destruyendo el control de él.
—Negarlo
es matarnos a los dos, Miley—mordió él, con la lujuria y la rabia
desplegándose en el interior de su mente hasta que no supo si quería
foll/arla o golpearla primero.—Negar mi derecho a esto, a tus besos.
Negar que soy tu jo/dido compañero, maldita seas.
Ella
abrió la boca, si fue para negarlo o darle la razón, él nunca lo supo.
Todo lo que sabía era el hambre, la rabia, la necesidad enviando agujas
de agonizante demanda a través de sus pelotas y al eje atormentado de su
po/lla.
Él cubrió sus labios con los suyos, introduciendo profundamente su lengua en la boca de ella. Su mujer. Por Dios, su compañera.
Este es el final? si no lo es por favor síguela, me encanta como escribes, eres muy buena <3
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