viernes, 30 de noviembre de 2012

Catch Me Cap: 7

Ella no puede controlarlo. Ésa es la única cosa sobre las hembras que he comprobado. Sus cuerpos simplemente no pueden evitar el toque de su compañero, sin importar nada, sin importar cuándo o dónde. Hasta que se de la concepción, o, en el caso de Miley, sospecho que hasta que el calor disminuya, como ha pasado antes.
Nicholas no había olvidado esa poca perla de información que Doc Martin le había dado en una reunión anterior, pero él era suficientemente hombre como para admitir que quería que Miley viniera a él por sí misma, y no porque su cuerpo no le dejara otra opción. Esa fue la más virulenta objeción que tuvo inicialmente contra la relación de Callan y Merinus. Siempre se había sentido como si su hermana no hubiera tenido elección en el asunto, incluso aunque pareciera ser delirantemente feliz.

Pero mientras se abría paso a través de la hacienda, se encontró repentinamente a sí mismo viendo el tema desde una perspectiva diferente. Su perspectiva, admitió, pero, al menos, una diferente. Ella era su mujer. Olvidando el emparejamiento, olvidando el calor, el hecho simple y llano del tema era que ella era de él, lo quisiera ella admitir o no. Si el calor no fuera un factor a tener en cuenta, se habría congelado el infierno antes de que él la tratara con tanta consideración.

No tocarla, reservando sus tratos con ella los mordaces y afilados comentarios que a menudo le habían lastimado a él tanto como a ella, no había sido fácil. Él le había permitido correr cada vez que ella lo había necesitado, y en lugar de ir a cazarla, le había dado libertad. Porque él no había querido forzar en ella algo que era tan natural en el cuerpo de Miley como respirar: la necesidad de estar con su compañero.
Tiró con fuerza de la pequeña radio de su cinturón y se la acercó a la boca.
Miley, ¿dónde estás?
Estaba jod/idamente cansado de esperar a que ella tomara su decisión. El hecho de que ella estuviera dispuesta a enfrentar las agonías físicas que había sufrido antes que acudir a él había herido su orgullo, incluso aunque algo cálido llenara su pecho ante el pensamiento de que ella estaba intentando protegerle de algo desconocido. Sonrió entre dientes. Lo desconocido podía ser condenadamente excitante a veces.
—En el cobertizo de las municiones—su voz sonó brusca, distraída.—¿Qué pasa?
Nicholas giró automáticamente hacia el bajo y extenso cobertizo de acero que guardaba las armas y las municiones. Se había construido y diseñado según las especificaciones de Miley. Las armas que se suponía que iban a llegar pronto se habían encargado según las recomendaciones de ella. La mujer sabía tanto como él, si no más, sobre las armas. Pero no era sobre pistolas o rifles de lo que quería hablar con ella.
—Estaré ahí en un minuto. Tenemos que hablar—contestó, tenso. No estaba dispuesto a entrar en el tema en un canal abierto.
Se había despertado esa mañana con una erección que hubiera podido hacerle clavar las uñas en un roble sólido, de tan dura que había sido. Su excitación había disminuido un poco a lo largo de la mañana. Si lo que Doc Martin había encontrado era cierto, entonces la unión física entre Miley y él había estado allí desde aquella primera noche que habían pasado juntos. Cómo había pasado, él no se preocupaba de eso. Todo lo que sabía era el hambre que sentía por ella, y una necesidad multiplicada por diez de estar dentro de su cuerpo.

Empujó la puerta para abrir el cobertizo de armas y entró en los confines frescos y bien iluminados del edificio. Y allí estaba ella.
Nicholas la miró mientras cerraba la puerta, apretando los dientes antes los signos de estrés en la expresión de ella. Sus ojos estaban oscurecidos por el insomnio, sus labios apretados por el esfuerzo de luchar contra el calor que se extendía por su cuerpo.
—¿Crees que puedes luchar contra esto por siempre, Miley?
Ella se sobresaltó. Si había algo que le volvía loco era ver ese traicionero temblor de dolor cuando ella se veía obligada a enfrentarse a algo que no quería afrontar.
—Maldición, Nicholas—ella se irguió frente a las cajas que había estado ordenando.—Tengo trabajo que hacer aquí. No tengo tiempo para esto.
Él se acercó más, manteniendo sus pasos lentos, sin amenazarla de momento.
—Mordiendo y siseando como siempre—dijo burlonamente, permitiendo a sus labios inclinarse en esa sonrisa sarcástica que sabía que ella odiaba.—Prefiero ese dulce ronroneo que haces cuando te toco.
La quería fuera de sus casillas. Quería sacudir ese control que ella trataba de mantener entre ellos.
—Yo no ronroneo—ella pareció aterrorizada ante el pensamiento.
—Oh, sí, lo haces—él miró su instintiva necesidad de retirarse, ocultando su sonrisa cuando ella se contuvo, luchando por permanecer ante él, para superarle.—Haces el más dulce ronroneo cuando te toco, Miley. Lo recuerdo. Bajo y suave, resonando con placer.
Su po/lla se endureció, totalmente erecta, más dura de lo que él recordaba que había estado nunca mientras se acercaba lo suficiente como para oler la esencia de mujer de ella, como para ver el deseo que ella trataba de esconder brillando en sus ojos verdes.
—Estás loco—bufó ella, dándose la vuelta, con sus manos temblando mientras se inclinaba hacia la caja, buscando desordenadamente en la paja mientras cogía otro rifle automático de las profundidades y lo dejaba junto a otros en un carro a su lado.
—¿Lo estoy?—él la empujó para que lo afrontara, sintiendo el calor febril de su piel mientras ella trataba de apartarse.


—Voy a darte una patada en el cu/lo como no me dejes ir—ella jadeaba.
Nicholas podía ver la fina película de transpiración deslizándose sobre su frente, el rubor en sus mejillas, el hambre que rugía en sus ojos.
—No podrías patearme el cu/lo ni aunque quisieras ahora mismo—replicó, tensamente.—Mírate, Miley. Estás débil, exhausta de luchar contra el calor y casi temblando de lujuria. ¿Cuánto tiempo puedes luchar contra ello?
—He luchado antes—ella se retorció mientras él la empujaba contra el estante bajo de metal detrás de ella, manteniéndola sujeta con su cuerpo, su propia hambre carnal latiendo en su cerebro con una fuerza que él estaba empezando a temer.
—Algo como esto no—gruñó él, agarrando sus caderas mientras las manos de ella peleaban contra su pecho. Ella flexionó sus dedos, raspando las uñas a través del algodón de su camisa, acariciando la marca en su pecho con placer devastador.—¿Crees que estás sola, Miley? ¿Crees por un solo maldito minuto que estás sufriendo sin mí?
Él tiró de su camisa para abrirla, los botones saltaron mientras ella apartaba sus manos.
—Mira, maldita seas—una mano enmarañó su pelo mientras la forzaba a mirar la marca a una sola pulgada de su plano y duro pezón masculino.—Mira lo que dejaste en mí, Miley. Mira lo bien que me marcaste. ¿Crees por un solo jod/ido minuto que esa maldita hormona puede hacer esto más duro en mí?
Su voz era dura, enrabietada. Él no sabía si podría controlarse, si podía foll/arla ahora sin hacerles daño a ambos.

Escuchó el pequeño sonido de agonía que surgió de las profundidades de la garganta de ella mientras abría sus ojos con dolor y horror. Su cara empalideció, sus dedos se acercaron para tocar de nuevo la marca enrojecida.
Nicholas sonrió por el placer, caliente y destructivo, que corrió derecho hacia su pe/ne. Se hinchó, latió mientras sentía rezumar la pre-eyac/ulación del pequeño y resbaladizo ojo en el centro de la protuberante cabeza.
Con una profunda respiración, atrapó los dedos de ella contra su pecho, aquietándolos.
—Lo siento tanto—murmuró ella, con un quejido de necesidad y negación que rompió el corazón de él.
—¿Lo sientes?—preguntó él suavemente.—Oh, no, nena. No quiero oír que lo sientes. Quiero oírte ronronear mientras mi lengua folla tan profunda y duramente tu apretado y pequeño coñ/ito que grites por eso. Y después de que haya saciado mi necesidad de ti, entonces quiero sentir esas afiladas uñas arañando mi espalda mientras te lleno con cada dura y dolorida pulgada de mi po/lla. Eso es lo que quiero oír, Miley.
Sus ojos se abrieron aún más, con el estupor brillando intensamente en su mirada mientras alzaba la cabeza, con la lengua asomando entre sus labios.
—Uh, uh—él sacudió la cabeza, aplicando un poco más de presión en la de ella mientras la presionaba contra su pecho.—No te lamas esos preciosos labios, nena. Lame la marca que dejaste en mí. Saboréame, Miley, antes de que haga algo que los dos lamentemos.

Su control estaba en el punto más bajo. Su cuerpo estaba lleno de un desorden sobrecogedor. Su po/lla dolía como una herida abierta y la marca de su pecho ardía como una llama.
—Nicholas.—Ella apoyó su frente en él, con la respiración murmurando sobre la sensible marca.

Las manos de ella se cerraron en su cintura, acercándose más apretadamente a él mientras luchaba por respirar. Su pequeño cuerpo temblaba, casi se sacudía mientras luchaba contra los dos y contra el hambre que rabiaba entre ellos.
Nicholas apretó su agarre sobre las sedosas hebras de su pelo en la parte posterior de su cabeza antes de abrir la palma de su mano, apretando de nuevo.
—Ahora—gruñó él.—Sabes lo que jod/idamente necesito, Miley. Dámelo antes de que coja algo que no estás lista para darme.
El suave y desesperado gemido que resonó en el pecho de ella hizo que él se tensara, esperando. No era un sonido de protesta ni de miedo, sino de hambre. Un segundo después, su propio gemido masculino, más duro, resonó sobre ellos cuando la lengua de ella asomó, golpeando despacio sobre la marca, haciendo que el áspero y desgarrador toque recorriera sus terminaciones nerviosas y llevando cada músculo de su cuerpo a un punto muerto mientras su cabeza caía, haciendo muecas por la agonía de sensaciones.

Tan delicadamente como un gatito ella probó el sabor de su carne, tentando el control que él estaba ejerciendo sobre la famélica necesidad que estaba creciendo dentro de él. Lamió la pequeña marca caliente con una sensualidad que le destruyó mientras probaba su piel; cada caricia hacía que ella se moviera hacia él con mayor demanda, acrecentando el calor entre ellos.
Sus vaqueros eran una restricción que él no podía soportar más. Con una mano en su cabeza, la otra se movió entre sus cuerpos, sus dedos peleando desesperadamente con su cinturón mientras luchaba por liberar su agonizante carne.
—¡Oh, Dios! Nicholas, por favor…—sus manos apretaban su cintura, su voz delgada con negación y protesta a pesar de los hambrientos lametones contra su carne.
Miley, nena.—Él sacó su camiseta de los pantalones antes de volver a su lucha con el cinturón.—Dios, tócame. Me estoy quemando vivo.
El cinturón se soltó y un segundo después las manos de ella estaban allí con la de él, peleando para abrir el cierre de sus vaqueros mientras él peleaba por liberar su pe/ne. Los labios de ella cubrieron la marca que había hecho tantos años antes, succionando con vacilación, con la lengua lamiendo provocativamente ahora a pesar de los lamentos de protesta que vibraban contra la piel de él.

Un segundo después, estaba libre. El áspero grito de placer de Nicholas le sorprendió incluso a él mientras la mano de Miley intentaba enrollarse alrededor del grueso tallo de carne. Las heridas de su hombro fueron olvidadas. En realidad, no existían más. Nicholas podía sentir la sangre bombeando dura y pesadamente a través de sus venas mientras el placer se convertía en una tormenta de fuego, chamuscando cada célula en su despertar.
La mano de ella se movió sobre la sensible carne de su po/lla, flexionando, acariciando, volviéndole loco con las sensaciones mientras luchaba por volver a controlarse. No podía arrojarla al suelo y foll/arla como el animal que podía sentir creciendo en su interior. Pero quería hacerlo. Que Dios le ayudara, quería saborear el dulce jugo que sabía que fluía de su co/ño y luego quería foll/arla. Tan profundamente, tan malditamente duro que nunca volviera a negársele de nuevo.
—Siiiiii…—él siseó en voz alta la palabra cuando sintió que ella se movía hacia abajo, su respiración húmeda y caliente mientras sondeaba buscando cada sudada zona de sensibilidad. A través de su pecho, bajo su abdomen. Su po/lla latió ansiosamente. Más abajo… si él no conseguía introducir la prominente cabeza de su erección en la boca de ella se iba a volver loco. Y si conseguía meterla, entonces se volvería loco.

Gimió profundamente cuando la lengua de ella le tocó. Pudo sentirla, abrasadoramente caliente y tan malditamente buena que él a duras penas pudo contener la liberación que podía sentir en ebullición en sus pelotas.
—Maldita seas—jadeó, perdido en la neblina de lujuria que le llenaba, agarrando con una mano la base de su pe/ne y apretando con la otra el pelo de ella.—Chúpala, Miley. Envuelve tu boca alrededor de mi po/lla antes de que pierda la cabeza.

Pero él estaba perdido de cualquier manera. Oyó el pequeño y estrangulado gemido procedente de la garganta de ella, lo sintió mientras atravesaba, duro y pesado, sus labios. Abrió los ojos mientras miraba desesperado las hileras de armas en el muro frente a él. No podía mirar hacia abajo. No podía tentar su control…

Las manos de ella le rodearon, apretando su po/lla, ordeñándola mientras sus labios, enrojecidos y llenos, se desplegaban alrededor de la inflamada cabeza. Su lengua dio un golpecito sobre la prieta carne, mientras sus gemidos aumentaban al sentir una pequeña cantidad de líquido pre-seminal eyaculada en el interior de su caliente boca.

Él estaba cerca, tan cerca, y ella estaba empujándole al precipicio. El se estremeció ante la tormenta que sacudía su cuerpo, la lujuria, la emoción, la necesidad y el dolor que habían ido creciendo a lo largo de los años. Y el sabía, sin importar la demanda de su cuerpo, que esto nunca sería suficiente. Podría correrse en su boca por siempre y aún estaría duro, furiosamente erecto y muriéndose por el caliente líquido escondido en el interior del ajustado agarre de su co/ño.

Sus manos eran duras, quizá demasiado duras, temió él mientras empujaba hacia atrás, arrastrándola hacia él. La alzó sobre el estante de tal manera que colocó la dulce entrada de su cuerpo en línea directa con su carne caliente y dura como una roca y que dolía por hundirse en ella.
—Nicholas, no…—ella murmuró las palabras, pero estaba débil en sus brazos, su cabeza cayendo hacia atrás mientras los labios de él se movían por su cuello.—No hagas esto. Por favor.
—Que se jo/da—gruñó él, enmarcando la cabeza de ella con sus manos, centrando su mirada fija en los labios de ella.—Bésame, Miley. Dámelo, nena. Ahora.
Las manos de ella agarraron sus muñecas; sus labios temblaron.
—No puedo—gritó ella débilmente.—Sabes que no puedo.
Los ojos de ella estaban casi negros por la lujuria ahora, con el hambre salvaje devorándola, destruyendo el control de él.
—Negarlo es matarnos a los dos, Miley—mordió él, con la lujuria y la rabia desplegándose en el interior de su mente hasta que no supo si quería foll/arla o golpearla primero.—Negar mi derecho a esto, a tus besos. Negar que soy tu jo/dido compañero, maldita seas.
Ella abrió la boca, si fue para negarlo o darle la razón, él nunca lo supo. Todo lo que sabía era el hambre, la rabia, la necesidad enviando agujas de agonizante demanda a través de sus pelotas y al eje atormentado de su po/lla.
Él cubrió sus labios con los suyos, introduciendo profundamente su lengua en la boca de ella. Su mujer. Por Dios, su compañera.

1 comentario:

  1. Este es el final? si no lo es por favor síguela, me encanta como escribes, eres muy buena <3

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