Como si ella tuviera alguna
intención de obedecer cualquier orden que diera Nicholas Tyler, pensó Miley, todavía más que furiosa más tarde esa noche tras unirse a las
patrullas de montaña que vigilaban la propiedad.
Él
no le había ordenado su regreso a casa. No hubiera servido de nada y él
era lo suficientemente listo para no hacerlo. Daba gracias a Dios por
ello. Su cuerpo se amotinaba, y el hecho de que ahora sabía que él era
consciente de su excitación física solamente servía para empeorar la
situación.
Demasiados
años célibes, ése era el problema, intentaba convencerse mientras se
movía entre los árboles, consciente del silencio de la noche, de la
calma que acariciaba sus sentidos. Esto le recordaba a Nicholas. Todo le
recordaba a Nicholas.
Tócame, Miley. Su voz la había acariciado como la brisa más suave cuando su
mano agarró su erección, haciendo estremecer su carne con el placer. Él
había estado duro, caliente y grueso. Un pe/ne que habría complacido a
la mujer más exigente. Y estuvo más que complacida con él.
Ella
tembló, su sexo se humedecía solo de pensar lo bien que la había
complacido en los laboratorios. Moviéndose dentro de ella, su cuerpo lo
había apretado con el esfuerzo por controlar la necesidad de
precipitarse en su propia liberación, mientras él la conducía más alto
cada vez.
Detente, se
ordenó a sí misma suspirando. Recordar solamente la haría más débil, más
hambrienta. No podía permitirse estar más hambrienta.
—Miley tenemos movimiento no identificado que se dirige hacia a ti, por el este. ¿Estás segura?
Tamber
Mason, una tímida y pequeña miembro de la Especie Leona, habló por el
canal de comunicación con una voz llena de tensión, mientras Miley se
tranquilizaba contra la amplia base de un árbol.
—¿Cómo
de cerca?—susurró Miley mientras comprobaba su reloj. Hacía poco más
de una hora que se había escapado de la amenaza de Nicholas.
—A
menos de medio kilómetro, moviéndose en diagonal a las tres en punto de
donde estás ahora. Un recorrido que siguiendo su actual curso le
conduce directamente hacia las puertas traseras del complejo
principal—el intercomunicador hizo clic varias veces, mientras el canal
seguía emitiendo, para asegurar la privacidad mientras Tamber hablaba.
Miley sacó su arma fácilmente de la pistolera y, comprobando el percutor, se
desplazó silenciosamente. Su cuerpo felino estaba listo para cualquier
tipo de amenaza que se encontrara. Rápidamente empezó a moverse a la
posición indicada.
—Mantenme
informada del rumbo y la distancia—murmuró en el micrófono. Se colocó
las gafas de visión nocturna sobre los ojos y recorrió con la pantalla
del radar el lugar.
Dos
pequeños puntos destellaron inmediatamente en un pequeño mapa en la
periferia de su ojo derecho. El suyo propio en azul y la fuente
desconocida en color rojo. Ella se desplazó a lo largo de la montaña,
manteniéndose agachada, caminando entre la densa maleza y el espeso
follaje, mientras se dirigía hacía el intruso.
En
secreto Tamber había comprobado cada enlace y posición de las Especies
que estaban en sus puestos en la montaña. Había un punto de más en
movimiento del que debería haber, sin confirmación por parte de los
guardias que había comprobado antes de consultar con Miley.
—Todo
lo que recojo ahora es una anomalía—dijo Tamber silenciosamente
mientras Miley se movía acercándose, mirando cautelosamente la sombra
verde fluorescente de las gafas que ahora protegían la parte superior
de su rostro.—Pero esto apareció de la nada. Un minuto no había nada, al
siguiente estaba allí.
Confiando
en la otra mujer para que guardara su espalda, Miley advirtió varios
puntos azules moviéndose también en otras posiciones. Rodeando un
montículo de altas rocas redondas y grandes, continuó avanzando hacía la
anomalía, vigilando cuidadosamente con un ojo el pequeño punto rojo que
se deslizaba a lo largo del mapa, acercándose cada vez más a la puerta
que conducía al complejo principal. Eso tampoco tenía sentido, era algo
incoherente. Habría sido más fácil para un intruso, entrar por muchos
otros puntos antes que por la puerta trasera.
Tan
suavemente como la brisa, se deslizó agachándose entre el espeso
follaje, esquivando fácilmente las ramas superiores que habrían alertado
a un rastreador con experiencia que estaba siendo acechado.
Del
Consejo o un fanático, eso no importaba, solo seguían intentándolo. Las
tentativas para poder entrar en el complejo parecían empeorar con cada
noticia que se emitía por televisión. Algunas de las insinuaciones en
aquellos llamados informes eran más que insultantes, eran
categóricamente peligrosas. Mantenerse al corriente de todos ellos era
casi imposible y contrarrestarlos venía siendo cada día más difícil.
Y
ellos seguían intentándolo. Las tentativas de matar las nuevas especies
humanas parecían ser diarias. Avanzando lentamente acercándose, Miley pasó fácilmente entre unos pinos jóvenes y se movió despacio
detrás del intruso. Cuando lo tuvo a la vista, el terror se cernió de un
golpe duro y pesado en su corazón.
—Yo
no lo haría—ella apuntó su arma automática cuando él se disponía a
levantar el lanzamisiles, un tubo largo y cilíndrico, a su hombro.
Él
se congeló durante un largo segundo. Ella olió el miedo que irradiaba
de su cuerpo al igual que podía sentir su determinación para asesinar.
—Un solo movimiento y te abro la cabeza—le ladró ella.—Tamber, alerta a la casa, mie/rda. Tenemos un lanzamisiles.
No
tenía ni idea si podría derribarlo antes de que él lanzara el misil. Su
mano estaba en el gatillo, el arma apuntaba a un lugar que golpearía
directamente en la casa.
—Evacuar,
Tamber. Evacuar—Miley dio la orden de vaciar la casa, escuchando de
fondo el caos que hizo erupción en la sala de control.
—¿Vale
la pena morir por eso?—le preguntó al atacante, viendo como su mano se
cerraba sobre el gatillo.—Puedo arreglarlo, compañero, si bajas el arma
ahora.
—Abominaciones…—Su mano se apretó.
Miley disparó inmediatamente, pero antes de que él cayese el gatillo del
lanzamisiles se hundió, causando el lanzamiento del misil.
—¡Lanzado! ¡Lanzado!—gritó.—¡Por Dios, salid de la casa ahora! ¡Ahora!
Ella
sabía que no habían tenido tiempo para evacuar la casa, ningún modo de
conseguir que todo el mundo estuviera a salvo. Corrió hacía el hombre
caído, consciente de que no estaba completamente muerto. Sentándose en
un instante a horcajadas sobre su espalda, no hizo caso de la sangre que
mojaba su hombro y el grito de dolor, cuando ella tiró sus brazos hacía
atrás y aseguró sus muñecas con unas esposas de acero antes de ponerse
rápidamente en pie.
—Traigan
a ese bastardo—gritó a dos de los hombres mientras oía a lo lejos la
explosión montaña abajo.—El resto de ustedes, vengan conmigo.
—Tamber, informa—gritó por el intercomunicador, mientras corría montaña abajo.—¡Por Dios, informa!
Podía oír los gritos de fondo cuando las órdenes fueron transmitidas, pero no a Tamber.
—Ningún
herido—de repente una voz gritó en su oreja, haciendo que casi
tropezase ladera abajo, teniendo ya la casa a la vista.—No tenemos
ningún herido. Ningún herido. Misil abortado.
Algo
lo había abortado. La montaña poblada con exceso de árboles había
salvado sus pellejos. Dos viejos robles con siglos de antigüedad y
gruesos troncos ardían en la base de la montaña, el impacto había
detonado los explosivos del misil. Las Especies se apresuraban alrededor
de los patios, tirando de mangueras con bocas de riego que estaban
localizadas en la periferia de la propiedad, para apagar las llamas
antes de que prendieran fuego a la montaña entera.
—Comprueba
como están todos—clamó Miley por el intercomunicador, mientras daba
media vuelta y se apresuraba, deshaciendo el camino por donde había
venido.
Mataría al bastardo.
Cuando
se acercó a los dos Especies que arrastraban a la figura que chillaba
montaña abajo, se permitió un gruñido felino, la furia se escapó entre
sus dientes. Ellos se detuvieron, dejando caer su carga y quedándose de
pie un poco apartados, mientras ella se acercaba.
Él
sollozaba. Como un niño atrapado en alguna indiscreción que sabía que
traería un castigo. El bastardo no estaba arrepentido aún, sólo
aterrorizado.
—Hola—susurró
la palabra con un peligroso gruñido, era como un depredador mientras se
encorvaba arrodillándose para mirar fijamente la cara pálida.—¿Qué
tenemos aquí? ¿Un pequeño bocado de medianoche?—Mostró sus dientes,
viendo como sus ojos se fijaban en los agudos colmillos de ambos lados
de la dentadura. Ella era uno de los raros casos con dos hileras llenas
de afiladas armas. Conservar los largos colmillos escondidos detrás de
pequeñas sonrisas y el pretexto de la timidez no había sido fácil,
viviendo en una pequeña ciudad del este de Kentucky, en la que antes
habían estado escondiéndose.
No
había ninguna necesidad de esconderse ahora. Retiró hacia atrás sus
gafas, consciente de que ahora sus ojos brillaban sorprendentemente a
luz de la luna llena que brillaba en lo alto.
Él gritó un segundo antes de que sus ojos girasen, echando la cabeza atrás y perdiera el conocimiento. Miley gruño fríamente.
—Arrástralo
a las celdas—se levantó mientras daba la orden tajante a los dos
guardias.—Estoy segura que Nicholas y Callan le están esperando.
Misiles,
ahora. Sacudió la cabeza mientras luchaba por respirar a través de las
palpitaciones de su corazón. ¿Cómo diablos había logrado pasar las
alarmas externas y llegar tan lejos montaña abajo, antes de que el radar
lo detectara?
—Necesito
dos unidades más aquí fuera. Necesitamos comprobar las cercas externas,
así como las alarmas de seguridad—gritó Miley en el intercomunicador
para estar segura de que era oída por encima del alboroto en la sala de
comunicaciones.
—Ponte
en camino—la voz de Callan llena de furia atronó por el micrófono.—Trae
tu cu/lo aquí ahora. Te necesito aquí. Tenemos heridos.
—¿Quién?—el miedo se abatió de golpe sobre su corazón pensando en su familia mientras empezaba a bajar la montaña a paso rápido.
—La
metralla causada por la explosión golpeó a varios guardias y Merinus
está despotricando sobre ti al estar allí fuera. Regresa aquí y
apacíguala. No necesito que tenga el bebé antes de lo debido.
Lo que significaba que Merinus estaba más que enfadada. Lo que significaba que era alguien cercano a Merinus…
—¿Dónde está Nicholas?—ella respiró duramente.
Se hizo el silencio.
—Oh,
Dios—sus rodillas se debilitaron debido al miedo. Reuniendo su fuerza, Miley corrió hacía abajo el resto de montaña, hasta la puerta abierta
que la esperaba.
Ella
no podía pensar, no podía respirar. Rechazó reconocer el dolor
abrasador que se instaló en su pecho y que hizo que quisiera aullar por
el sufrimiento. Ignoró la desesperación, no hizo caso al miedo y corrió
todo lo que podía para regresar a casa y a su compañero.
*****
—Demonios del infierno, si no
dejas de hurgar en mí voy a romperte los dedos—lanzó Nicholas a Doc
Martín cuando él le arrancaba un larga astilla de madera de su hombro,
restañando la sangre con una gasa gruesa.
La carne del hombro estaba toda desgarrada y manando sangre, mientras Doc trabajaba para limpiar el área.
Miley se paró dentro de la bien equipada sala médica y contempló las heridas
llena de horror. El músculo liso, perfecto, se apretó dolorosamente
cuando el Doctor insertó otra inyección de anestésico para amortiguar el
dolor antes de sacar más astillas de madera de la carne.
Las
heridas nunca la habían afectado en particular. Había estado ayudando
al Doctor durante años con las de Callan y a menudo también con Taber.
Pero viendo a Nicholas, su perfecta carne rasgada y tratada tan
brutalmente, sintió amenazadoras nauseas en el estómago.
—Miley,
necesito más vendas—le gritó Doc cuando ella hizo una pausa detrás de
él.—He tenido casi que sedar a Merinus cuando ha visto esto y todos los
demás están ocupados.
Apresurándose
a ir al fregadero, Miley rápidamente se lavó a fondo las manos y los
brazos, enjuagándolas y secándolas antes de volver de prisa a la
camilla. Quedándose frente de Nicholas, preparó las gasas, mirando
fijamente los utensilios y el pequeño cubo de metal lleno de fragmentos
de madera.
—Maldito Dr. Jekyll—masculló Nicholas con una mueca de disgusto cuando la exploración empezó de nuevo.
Él
conservaba su cabeza agachada, encorvando el hombro como por el dolor,
aunque ella sabía que el área debería estar correctamente entumecida en
aquel punto.
—No es
tan malo. Solo necesitará unos puntos—murmuró el Doctor.—Tuviste suerte,
hijo. Estas astillas volantes podrían haber perforado un pulmón.
Miley luchó por controlar la sensación de horror ante el pensamiento. Su
estómago se contrajo cuando tragó fuertemente y preparó las suturas que
el doctor necesitaría.
—¿Estás bien?—le preguntó Nicholas, en un murmullo, su cabeza todavía agachada.
—Muy
bien—dijo ella con una voz espesa. Aún no podía creer que él estuviera
sentado allí, que el ataque casi lo hubiera matado. El hecho de que
estaba consciente y relativamente ileso la asombraba.—¿Y los demás?—sus
ojos se levantaron para mirar al doctor.
Doc
Martín gruñó con irritación mientras sacaba otra astilla.—Daños
menores. Limb cogió a uno de ellos. El otro fue lanzado dentro de un
edificio. Es el que se llevó la peor parte. Si sobrevive podría
conseguir sacarle las malditas astillas antes de la próxima semana.
Nicholas
se había movido otra vez, girando ligeramente más lejos de Miley.
Ella miró ceñuda su cabeza inclinada. ¿Estaba más herido de lo que había
dejado ver? Él estaba actuando tan inusualmente que ella se movió hasta
encontrarse cara a cara con él, inclinándose sobre su pecho desnudo
para inspeccionar sus heridas.
Ella
se congeló de horror mientras él finalmente levantaba la cabeza y
lanzaba un suspiró de resignación. Las cicatrices eran horrendas.
Grandes líneas cortadas irregularmente entre la carne se extendían de un
lado a otro de su oscuro pecho. Una corría sobre un pequeño pezón
masculino, las otras entrecruzaban la piel como un mapa loco de
violencia. Él no había tenido aquellas cicatrices en los laboratorios. Y
ella sabía sobre cicatrices; aquellas eran viejas.
Dayan
dijo que él atacó a Nicholas aquella noche. Que él debería estar
muerto. Ahora sé por que él estaba tan mal todos esos meses que estuvo
en el hospital, Miley. Ellos no me dejaron verlo entonces. Pero las
heridas eran terribles. miley recordó a Merinus contando el mal que
hizo Dayan cuando intentó matarla junto al niño recién concebido con
Callan.
La mirada fija de Nicholas era dura cuando él la miró.
—¿También
vas a desmayarte?—le pregunto cautelosamente.—Con Merinus ya he tenido
suficiente. No creo que mi hombro pueda soportar otra hembra
desmayándose ahora mismo.
Su expresión era salvaje. Sus ojos brillaban intensamente con dolor y furia.
—Miley, necesito aquella gasa—le gritó el Doctor.—Deja de comerte con los ojos este pecho y dámela.
Ella
avanzó a trompicones, consciente de que Nicholas lentamente se
enderezaba tanto como le permitía el Doctor. Ella le dio la gasa, su
mente era un revoltijo de confusión. Nunca había esperado ver semejantes
cicatrices en el hombre que había creído invencible durante los meses
pasados. Aparte de su propia cólera y emociones confusas, sabía que
nunca había imaginado un tiempo en que pudiera concebir que nadie dañara
a Nicholas seriamente. No había creído completamente a Merinus hasta
ahora.
Estaba de pie
allí, incrédula, ayudando al Doctor automáticamente. Dándole lo que
necesitaba cuando se lo pedía, luchando contra la culpa y la rabia que
la llenaba cada vez que los músculos de él se contraían. Él no gemía o
se estremecía; soportaba el dolor como si sólo fuera una pequeña
irritación.
—No
necesitas demasiados puntos, pero esta herida es un tanto irregular—dijo
el Doctor cuando aplicó la última puntada.—Debes permitirle descansar
durante un rato, sin embargo. Cambiaré el vendaje diariamente, te daré
una inyección para calmarle el dolor esta noche y vigílalo. Si se
infecta tendremos dificultades. Y no queremos que esto ocurra.
Nicholas solo gruñó.
Miley se levantó silenciosamente cuando Doc le puso una inyección para el dolor y luego vendó el hombro.
—¿Puedes
llevarlo a su habitación?—le preguntó a Miley.—Todos los demás
corren de un lado a otro como pollos a los que se les haya cortado la
cabeza. Ellos le dejarían regresar mas bien a la lucha antes de
acostarlo donde él pudiera recuperar fuerzas.
—Me
encargaré de ello—dijo asintiendo con la cabeza firmemente,
encontrándose con la sonrisa satisfecha de Nicholas, cuando levantó su
cabeza. Maldito fuera, hasta herido tenía que ser un asno burlón.
—Estará
bastante aturdido hasta que se duerma. Quédate con él—la mirada de ella
voló hacia el doctor mientras empezaba a preparar excusas.
¿Estaba
loco? ¿Quedarse con Nicholas? Él era bien consciente del efecto que
estar juntos les causaba. Sabía condenadamente bien que lo mismo pasaría
en su habitación.
—No me mires así, muchacha—le dijo el Doctor.—Alguien tiene que quedarse con él y no queda nadie más. Ahora sácalo de aquí.
—Vamos,
gatita—la voz de Nicholas sonaba cansada cuando él se levantó para
ponerse de pie, mientras que con la otra mano se agarraba el brazo
herido.—Ven a mimarme toda agradable y tranquila y dejaré que te vayas
pacíficamente.
—Quédate con él—volvió a decir el Doc cuando terminó Nicholas de hablar.—Sin discusión.
El
mundo estaba contra ella, decidió Miley cuando se colocó al lado de
Nicholas, pasando su brazo alrededor de su desnuda cintura.
—Quiero
un baño, maldita sea—le informó rígidamente mientras salían de la
habitación.—No voy a tocar mi limpia cama tal y como estoy.
Ella
suspiró. Sí, el mundo estaba en su contra. Ella rezó para que alguien,
cualquiera, estuviera disponible para ayudarle aparte de ella. Entraron
en el ascensor y apretó el botón para subir hasta el piso principal
donde Nicholas había tomado una habitación. Por suerte, las puertas no
se abrirían muy lejos de su cuarto.
—¿Cogiste al bastardo?—le preguntó él cuando entraron en el ascensor.
—Sí.
Le gruñí y le mostré algunos dientes. Paso más miedo que si hubiera
estado en el infierno. Desearía que al menos enviaran a alguien más
entero. Estos mariquitas se desmayan si les sonríes de manera
equivocada.
Nicholas
gruñó. Él se apoyaba pesadamente contra ella mientras se abrían las
puertas, lo que era una indicación de que el analgésico comenzaba a
afectarlo.
—Vamos a acostarte—lo condujo del ascensor hacia su habitación.
—El baño primero—le recordó respirando profundamente.—Juro por Dios que este día ha sido un infierno.
Era
un nuevo día, pero ella no iba a indicárselo. Eran poco más de las dos
de la mañana y el alba no estaba lejos. Ella sabía que él se levantaba
antes de las cinco cada mañana y por lo general todavía estaba despierto
a medianoche. Trabajaba tan duro, si no más, que cualquiera de su
familia.
—Bien, un
baño—¿Qué podía pasar? Ella lo metería en la bañera, lavaría su espalda y
se aseguraría de estar allí cuando estuviera listo para salir. Ningún
trato más. Ella conocía las drogas del Doctor. Lo aturdirían un poco,
pero podría ponerse de pie por si mismo.
Ella no anticipó lo que vendría.
Él
no podía desabotonar sus vaqueros demasiado ajustados. Su brazo era
inútil. Tragando fuertemente, ella los desabotonó con dedos temblorosos,
más que consciente de la gruesa protuberancia bajo ellos. Cuidando de
mantener sus ojos apartados, se los deslizó junto con los calzoncillos
por sus poderosas piernas antes de que él se sentara en la pequeña silla
al lado de la bañera para dejarle que desatara sus botas.
Finalmente,
gloriosamente desnudo y con movimientos lentos, él fue capaz de entrar
en la bañera y apoyar trabajosamente su espalda contra el respaldo. Su
cabeza descansaba hacía atrás, mientras sus ojos se le cerraban.
—No
puedes dormirte, Nicholas—ella se estremeció mientras observaba la
cabeza de su pe/ne oscilar arriba y abajo a lo largo de su abdomen
bronceado. Sólo Nicholas podía ponerse duro estando medio muerto.
Simplemente era su suerte.
—Estoy despierto—refunfuñó él.—Sólo dame un minuto.
Él
levantó su brazo bueno, sus dedos frotaban perezosamente su pecho lleno
de cicatrices. Ella siguió la acción, sus ojos mirando fijamente las
delgadas cicatrices, su corazón encogiéndose de dolor al pensar lo que
él tuvo que sufrir.
—Él
me atacó fuera del edificio del laboratorio—dijo Nicholas suavemente,
provocando que ella levantara su cabeza, encontrando su mirada.
Sus ojos estaban ahora dilatados y adormecidos.
—Lo siento—ella no sabía que decir. No sabía que sentir.
—El
bastardo pensó que podía enterrarme y luego dar media vuelta y
marcharse—dijo suavemente aunque su voz palpitaba de cólera y
dolor.—Logré salir yo mismo y gatear a través de la maleza. Finalmente
me encontraron unos excursionistas. Medio muerto y febril.
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