Cinco Meses Más Tarde
— Buenas tardes, gatita —la voz deliberadamente arrastrada de Nicholas
mientras Miley entraba en la cocina, preparada para la reunión
semanal en la que Callan insistía, hacía que el pelo detrás de su nuca
se erizara en defensa instantánea. Esa voz arrastrada nunca indicaba una
agradable conversación cuando Nicholas estaba involucrado.
No era como si cualquier conversación que ella tuviera con él fuera
siempre agradable, sin embargo, se recordó a sí misma sarcásticamente.
Él insistía en provocarla en cualquier oportunidad y generalmente hacía
sus mejores intentos para ver simplemente lo enojada que la podía poner.
Sus ojos azules eran indiferentes, calculadores, mirándola con una mofa
divertida que le hacía querer arrancarla. Esa necesidad estaba en
conflicto directo con el deseo abrumador de fo/llar a ese tonto. Estaba
en celo. Odiaba eso pero no tenía opción excepto admitirlo. Después de
ocho largos años de dolor y miedo, ahora sabía porqué su cuerpo la
traicionaba, comenzando con una abrumadora excitación y terminando con
un yermo, casi agonizante dolor antes de disminuir lentamente. Por un
mes, cada año, había estado entrando en calor. Y había sufrido porque su
consorte ya la había tomado, ya había programado su cuerpo para no
aceptar otro toque que el de él.
Si él hubiera sido uno de la Especie, ella podría haberlo entendido.
Merinus y Roni habían sido marcadas por sus consortes, sus cuerpos
condicionados por los fluidos hormonales que liberaban las glándulas
hinchadas justo debajo de las lenguas de los hombres. Pero Miley
sabía que en la única noche que ella había pasado con Nicholas sus
propias glándulas hormonales no habían sido activadas. Y ella sin duda
alguna no había cometido el error de besarlo desde que él había
irrumpido de vuelta en su vida. No desde que había aprendido los signos
del calor copulativo y había sabido más allá de una sombra de duda que
Nicholas era su consorte.
Él se apoyaba negligentemente contra el mostrador de la cocina, taza en
mano, su cuerpo alto, esbeltamente musculoso, relajado y tentador. Sus
pantalones vaqueros hinchados en lo alto de sus muslos. Ella tragó
apretadamente mientras arrastraba su mirada sobre él. Él estaba duro y
listo para fo/llar. Y sólo Dios sabía justamente cuán perversamente
quería que él viniera a ella. Fuerte y grueso, su pe/ne entrando en su
mojado co/ño hasta que ella gritara. Casi tembló ante el pensamiento
mientras sintió una corriente de calor fluyendo en ella.
—
Oh, ahora hay algo interesante —su voz divertida bajó un tono mientras
él obviamente notaba el traicionero color.— ¿Por qué el sonrojo, gatita?
¿Estás acalorada?
Apartándose de él rápidamente, ella fingió indiferencia mientras
colocaba los archivos sobre la mesa en preparación para la llegada del
resto de la Manada.
— Nicholas, estás comenzando a irritarme —le dijo serenamente sin
volverse.—Tus pequeños y astutos comentarios me ponen los nervios de
punta. Sigue, y te mostraré cómo pelea un Felino realmente.
Él gruñó, el sonido lleno de sarcasmo.
— Sé buena, Miley, o mandaré a nuestro pequeño ángel sobre ti. Ella te morderá, ¿recuerdas?
Cassie realmente le había gruñido el día anterior cuando Miley le
había contestado bruscamente a Nicholas acerca de algo que él le dijo.
La niñita era asombrosamente protectora con él.
Miley miró hacia Nicholas mientras negaba con la cabeza
compasivamente. Pobre Cassie. Estaba aprendiendo tantos malos hábitos de
él.
—
Prometimos mantenerla alejada de ti —le dijo. Nicholas no era una buena
influencia sobre la niña, eso parecía.—Vas a convertirla en un pequeño
monstruo si continúas echándola a perder en la forma en que lo estás
haciendo.
Él sonrió con presumida diversión.
— Combate a la pequeña muñeca en la que tú y Merinus la querrían
convertir —replicó él.— Deja a la niña ser una niña, diablos. No es que
ella haya tenido mucha oportunidad en los pasados dos años.
Eso no era más que la verdad. Según las informaciones de Dash Sinclair,
la niñita había vivido una pesadilla de constantes ataques y huidas
desesperadas mientras su madre luchaba por mantenerla segura. Ella era
la primera niña de la Especie Lobo conocida concebida fuera de un tubo
de ensayo, y el precio sobre su cabeza debido a eso era astronómico.
Pero eso no quería decir que Nicholas tenía que convertir a una niña
perfectamente dulce en algo como un pequeño marimacho.
— Ella es un niña pequeña, no un rufián —Miley se volvió contra él
ceñuda.— Nicholas, la tuviste en una pelea de barro ayer. No hay excusa
para eso a estas alturas del año.
Él sonrió. Una deliberada y lenta curva de sus labios mientras sus ojos cafes se llenaban de regocijo.
— Lo sé. Maldición, la chica tiene buena puntería, ¿no es así? Y no
estaba frío, hacía calor como el infierno y ella estaba pasando un buen
rato. Eso es todo lo que necesitaba.
Nicholas y Cassie, ambos, estuvieron cubiertos de barro de la cabeza a
los dedos de los pies. En el momento en que Miley se había acercado a
la puerta, recriminando a Nicholas por el desorden, una masa informe de
tierra firme pegajosa había salpicado contra un lado de su cabeza. El
pequeño ángel, una vez conocido como Cassie Colder, le había informado
muy ferozmente que ella era un lobo y Miley una gata y si ella no era
muy simpática con Nicholas entonces iba a morderla.
— Al ritmo que ella está llevando voy a tener que ponerlos a ambos una
correa —le dijo acaloradamente.— Deja de alentarla. Ella es simplemente
una niña.
En un segundo su expresión pasó de una risa presumida a una de intensa y oscura sexualidad.
— ¿Una correa, eh? —Su voz se volvió ronca, aterciopelada, su mirada
cayendo sobre sus pechos mientras ellos se alzaban bajo la camiseta de
algodón que ella llevaba puesta. Ella podía sentir sus pezones
endureciéndose.— ¿Podemos incluir esposas? Tengo algunas, sabes.
El calor hizo erupción entre sus muslos. Maldito él y sus burlas. Él
sólo estaba alimentando la progresión de su calor, haciendo más duro
para ella luchar. E iba a insistir en empeorarlo. ¿Podía ponerse el día
mejor? Se preguntó sarcástica.
— Sólo si tú eres el que está en ellas —ella retrocedió de golpe,
tratando de ignorar la imagen de él encadenado a su cama, estirado bajo
ella mientras se bajaba a sí misma sobre la rígida longitud de su
erección. La vista era demasiada tentadora para permitírsela por mucho
más tiempo.
Desafortunadamente, sus palabras cáusticas tuvieron poco efecto en él.
Sus insultos raramente obtenían más que un tenue vislumbre de irritación
dentro de esos ojos oscuros. Pero eso le trajo a ella la esencia de
varón ardiente, excitado.
Ella podía oler su lujuria ahora, como la ráfaga de una tormenta
repentina cerrándose de golpe en sus sentidos. Sus ojos brillaron
intensamente, su expresión oscureciéndose con excitación. Si ella miraba
más abajo, entonces sabría que la protuberancia en sus pantalones
vaqueros parecería una gruesa barra acerada ansiosa por la liberación.
— Eso podría arreglarse —murmuró el en forma cálida, mientras daba un
paso más cerca, su cuerpo pesado moviéndose con fluida gracia y poder
masculino.— ¿Mi cuarto o el tuyo?
Ella se acercaba al orgasmo sólo por la pura intensidad de su voz. Miley sintió su co/ño inundarse con sus jugos, sintió el duro dolor
de sus pezones bajo la tela de su camisa y quiso sisear de furia. ¿Por
qué no podía la vida, sólo por un año, ser amable con ella? se preguntó
abatida. ¿Qué había hecho para merecer esto?
— Sólo en tus sueños —ella logró arrastrar las palabras burlonas más allá de sus labios.
Él se rió ahogadamente entonces. El sonido era bajo, exaltando sus ya
inflamados nervios mientras él se acercaba más. Ella no estaba a punto
de retirarse. Si lo hiciese, entonces sólo la seguiría. Si él la
siguiese sabría justamente lo desesperada que estaba por mantener tanta
distancia como fuera posible entre ellos.
— No tienes ni idea, nena. ¿Quieres que yo te cuente un poco sobre ellos?
Él hizo una pausa ante ella, su ancho pecho a no más que unos
milímetros de sus pechos. Ella luchó por mantener su respiración lenta y
pareja, pero era consciente del hecho de que estaba fallando. Tal como
sabía que él lo sabía. Su cabeza descendió mientras veía el pecho de
ella subir más fuerte que antes de que él levantara sus pestañas,
fijando su mirada en la de ella de manera sugerentemente.
— No —negó con la cabeza, tratando de apartarse de él. No necesitaba
saber de sus sueños. La tentación de su toque era demasiada grande.
— Uno de mis favoritos… —él ignoró su negativa mientras movía su mano,
sus nudillos subiendo ligeramente sobre el brazo de ella— es uno donde
te tengo extendida sobre mi regazo, volviendo tu trasero de un vibrante
rojo por fastidiarme por tanto tiempo. Tú retorciéndote y mendigando por
mi po/lla cada vez que yo palmeo una de esos pequeños y redondeados
cachetes. Estaría más que feliz de representarlo para ti —ofreció con
toda la apariencia de considerada educación.
Ella debería estar indignada. En lugar de eso, Miley se quedó
sobresaltada y lucho contra la presión de sus nalgas al pensar en sus
manos cayendo sobre ellas de tal modo. Oh, sí, ella podía imaginar eso
también. Demasiado bien.
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