Miley se quedó mirándolo en
estado de shock. ¿Estaba bromeando con ella? Nunca antes lo había hecho.
Él le había contestado bruscamente o le había dicho algo imposiblemente
arrogante con la única intención de enfurecerla.
Él
le había gruñido, se había burlado de ella, la había llamado por
hermosos diminutivos cariñosos y, en general, hizo todo lo imposible por
convertir su vida en un infierno. Pero nunca le había gastado bromas
tan amablemente. Tan dulcemente.
El
tiempo que habían compartido juntos en los laboratorios no había dado
lugar a ninguna oportunidad para la risa o para bromear. La vida y la
muerte eran la lucha diaria, día a día. Cada minuto de sus vidas había
sido una lección en la muerte. Cómo lograrla, ya fuera de forma rápida y
poco llamativa, o llena del máximo dolor. Miley supuso que ella
conocía más formas de matar a un hombre que la mayoría de asesinos que
paseaban a su alrededor ahora. Pero nunca había sabido cómo bromear.
—Miley—él le recordó su petición con ternura, su voz regañándola.
Caballeroso.
Él podía ser tan suave, tan tierno, el pensamiento de la sola noche que
él le había dado la desgarraba por dentro. No quería recordarlo, ella
necesitaba desesperadamente olvidar aquella noche. Recordarla la hacía
débil, la hacía ansiar todas las cosas que se había negado a sí misma.
—Sabes que no puedo—murmuró, se sobresaltó cuando él atrapó su mano, vigilándola estrechamente.
Sus
dedos llenos de duros callos, acariciaron su mano, mucho más suave,
creando una fricción de calor que convirtió su respiración en un suave
jadeo. Amaba su toque. El calor y fuerza de su carne siempre la
asombraban, como lo hacían las llamas ardientes de hambre que crecían en
su vientre.
—Siempre
retrocedes temblando, cuando te toco—le dijo con pesar, su mirada la
miró fija y sombriamente—¿Acaso te asusta que te lastime?—Su mirada era
muy oscura, arrepentida—¿Te lastimé, Miley, te lastimé cuando hice el
amor contigo por primera vez?
La
respiración de Miley aumentó cuando él se llevó sus dedos a sus
labios ¿Hacerle daño? Él había destrozado su corazón, pero físicamente
le había dado el placer más grande que hubiese conocido alguna vez en su
vida.
Ella negó con
la cabeza lentamente, sus ojos ampliándose mientras él acariciaba con la
yema de su dedo índice sus labios entreabiertos. La sensación la
atravesó como una lanza directamente lanzada contra su clít/oris y, de
allí, a su co/ño dolorido. Sus labios eran firmes y picantes, llenos con
promesa sexual.
—¿Estás
mojada?—Le preguntó con una sonrisa rara en sus labios—Espero que estés
al menos tan mojada como yo duro, nena. No sería justo de otra manera.
Su
lengua lamió su dedo, causándole una fuerte sacudida por la sensación.
Mojada, suave, ella podía fácilmente recordar cómo él había surcado su
clít/oris con ella, cómo le mantuvo sus muslos abiertos mientras chupaba
la pequeña perla que no dejaba de agitarse. Ese nudo ciego de carne se
hinchó y latió en el pensamiento mientras ella contraatacaba con un
gemido.
Sin respirar
apenas, ella se chupó sus labios secos, luchando por mantener los ojos
abiertos, asegurarse de que veía cada movimiento que él hacía. No podría
resistir mucho más tiempo. No teniendo su toque atormentador sobre
ella. Un placer atormentador contra el que pronto estaría indefenso, lo
sabía.
—Tenemos que detenernos—hablar se estaba convirtiendo en algo cercano a lo imposible. Ella apenas podía respirar.
El
hambre la atacó, llenándola del dolor agridulce de la lujuria que ella
sabía que nunca podría culminar. Había cometido un error, desde luego
sin saberlo, había condenado a su organismo a un dolor sin remisión. No
le haría lo mismo a Nicholas. Él se había angustiado ya sobradamente en
su atrevimiento por tratar de salvarla.
—Comparte
la cama conmigo, Miley—le pidió, su voz baja y ronca, vibrando por
la necesidad.—Déjame ayudarte a sobrellevarlo. Estoy malditamente
demasiado débil para imponerte cualquier otra cosa a la fuerza ahora
mismo.
Él no tendría
que hacerlo. Su mirada se arrastró por sus fuertes pectorales hasta su
abdomen apretado y el largo y rígido tallo de su po/lla levantándose.
Ella se relamió los labios nerviosamente. Era tan débil. Mientras él
había estado enojado con ella, disparándole dardos de odio por su
negativa hacia él, ella había podido esconderse, mantenerse lo
suficientemente lejos para mantener su determinación. Pero este
Nicholas, más suave, más amable aumentaba su hambre hasta un nivel mucho
más profundo.
Nicholas gimió.
—Caramba,
cariño. Quiero ese lamido de tu lengua todo para mí, no sobre tus
labios. Déjame relamerte tus labios—él tiró de su mano, tirándola hacia
abajo antes de que la intención de su peligroso movimiento pe/netrase en
su mente, y ella avanzó dando tumbos hacia atrás.
—No. No puedo—su lengua palpitaba, las glándulas hinchadas y desesperadas ahora.
Sus
pechos le dolían, sus pezones endurecidos formando picos firmes que
raspaban casi dolorosamente en contra del ataque ajustado de su top.
—Seguro
que puedes.—Sus ojos brillaban calientes, mostraban un hambre oscura
cuando él clavó los ojos en la carne de sus pechos que se alzaban y casi
rebosaban de su top.—Vamos, Cariño. Déjame besarte otra vez. Sé lo
mucho que lo necesitas. Cómo de hinchada tienes tu preciosa lengüecita.
La puedo sentir en mi po/lla, latiendo. Vamos, Miley, ninguna cosa va
a ser más intensa que lo que ya estoy sintiendo.
Él
la tiró hacia abajo. Su cabeza no gritaba. Pero, en cambio, cada célula
de su cuerpo lloraba por él. Ella podía saborear la mezcla suave de
lluvia y la dulzura en su boca mientras ella temblaba del miedo
repentino y se sacudía por fuerza que él transmitía otra vez,
inconscientemente se tragó el sabor potente de la hormona.
Ella
tembló ante el conocimiento de lo rápidamente que el calor progresaba
esta vez. Ella debería tener más tiempo antes de que las glándulas
comenzasen a marcar nuevos rumbos y derramar su especia en su sistema.
Más tiempo para prepararse y asegurarse que ella podría escapar lo
suficientemente lejos de él, aun sabiendo el infierno que ella aún tenía
que resistir.
Ella se movió hacia atrás de la cama precipitadamente.
—Tengo que irme.
—No—él
se apoyó en la parte superior de la cama, su mirada fija agudizándose,
su expresión endureciéndose.—No huyas de mí en esto, Miley. Déjame
compartir esto contigo, si no deseas nada más.
—No lo entiendes—ella forzó a
las palabras a salir de sus labios, mientras el sabor enriquecedor de la
hormona y el deseo regaba sus glándulas.—No lo sabes, Nicholas. No
puedes entenderlo.
—Entiendo
que reviento de ganas por ti, y ha sido así durante ocho años—le dijo
suavemente.—¿Piensas?—le dijo apenas,—¿piensas que no analicé todo lo
que podía ocurrirme, lo que me iba a hacer a mí mismo cuando vi lo que
había experimentado Merinus? ¿Piensas realmente que es más jod/idamente
peor que estar completamente duro, sin tregua? Te podría fo/llar durante
semanas y no tener bastante de ti. La pequeña hormona que se está
apagando en ti no va ha hacerlo peor.
Él no tenía ni idea de cuánto peor podía llegar a ser realmente.
—Estás
chiflado—ella alzó la voz apenas, su voz ronca.—¿Piensas que no puede
ponerse peor, Nicholas? ¿Piensas que el deseo no puede convertirse en
una tortura tan dolorosa que gustosamente morirías en vez de resistirla
durante más tiempo?—ella fijó la mirada en él reflejando la amargura del
conocimiento.—Puede empeorar. El infierno dentro de ti no sería peor.
Estarás tan mal que tus caderas no se calmarán cuando trates de fo/llar
el mismo aire. Tan profundo y doloroso que gritarás de agonía y
fo/llarías cualquier cosa o cualquiera pero sin poder aguantar el toque
de otra persona tocando tu carne. Tan debilitante que serás un cero a la
izquierda en combate porque que todo lo que querrás hacer es fo/llar.
Sus
ojos se oscurecieron en ese momento, ampliándose en estado de shock
mientras ella describía los pasados episodios que había tenido que
padecer. Sus mejillas se sonrojaron tomando un color rojizo y ella casi
podía ver su lujuria aumentando rápidamente al pensar en tal desfogue.
—Entonces trae tu trasero aquí y foll/emos—gruñó casi violentamente.—Sabes que hacerlo es el único modo de aliviarlo, Miley.
—Nada
lo alivia, Nicholas—ella quiso gritar fuera de sí, furiosa.—¿No
entiendes? Callan fo/lló a Merinus cada vez que la hormona la hacía
ovular. Su cuerpo la estaba preparando y le dio a ella bastante tiempo
para ver si la concepción ocurriría antes de forzar su hambre otra vez.
No puedo concebir. No concebiré. ¿Recuerdas?
—Podría
prescindir de una disección de la vida sexual de mi hermana—le informó
arrastrando las palabras.—Y no sabes si lo que dices es cierto o no.
Todo lo que tienes es una suposición.
—Y
todo lo que tú tienes es una erección—se burló ella.—Puedes ayudarte tú
mismo. Por lo menos tú puedes encontrar algún alivio en eso, Nicholas.
No encontrarás satisfacción en mi cuerpo.
—Creo
que no, gatita—siseó con los dientes apretados cuando se cayó en la
cama, al tropezar un segundo como si sus pies hubiesen decidido
traicionarle.
Miley lo miró, con los ojos muy abiertos, mientras seis pies de macho furioso
y despierto hacía una pausa como si estuviese turbado. Su po/lla estaba
oscura y llena, la humedad anterior, multiplicada sin previo aviso,
rezumó de su cuerpo. Él se tambaleó sobre sus pies, las drogas afectaban
ahora a su coordinación. Él se detuvo, se quedó con la mirada fija en
ellos un minuto, luego avanzó hacia ella otra vez y rápidamente tropezó
de nuevo.
—Hijo de pu/ta. Odio las jodidas drogas—maldijo.
Instintivamente, Miley se movió más cerca de él, viendo la frustración y la
determinación que probablemente iban a hacer que él terminase sobre su
trasero. No es que ella no pensase que él merecía caer sobre su trasero,
pero si él se abría los puntos, entonces Doc tendría que coserle de
nuevo.
Ése fue su primer error.
Sus
brazos la rodearon, una malvada risa ahogada sonando en su oreja, y
antes de que ella le pudiese detener, la tiraba hacia atrás en la cama.
—Demonios—maldijo
él dolorosamente cuando cayó sobre ella, dejó caer su peso en el hombro
bueno, aunque él hizo una mueca de dolor ante una sacudida del hombro
herido.
Miley se
quedó con la mirada fija en él con ceño fruncido. Maldito hombre terco.
Estaba convencido de seguir su propio camino, aunque no supiese nada de
eso, y se negaba a escuchar el sentido común.
—¿Nicholas,
estás loco?—ella no luchó contra él cuando se situó entre sus muslos,
su hinchado pe/ne contra el montículo de su co/ño mientras su
respiración crecía junto a su hambre.
Los
ojos de Nicholas se cerraron por un segundo. Justo el tiempo suficiente
para que ella observase el placer ardiente que veteaba a través de su
expresión.
—¿Ahora
qué, gran chico?—le preguntó burlonamente. Sus ropas los separaban y
ella sabía malditamente bien que él se iba a apagar como una luz antes
de que pudiese cumplir su objetivo completamente.
—Dios,
te sientes tan bien que podría morir aquí mismo, ahora, y sabiendo que
nada puede ser mejor que esta sensación—su voz estaba ronca y gruesa
tanto por la lujuria como por el cansancio de la droga.
Las
palabras se estrellaron contra su corazón. Los ojos de Miley se
cerraron mientras ella peleaba para evitar que su rostro mostrase la
dicha destructiva que sentía. Sus ojos se habían estrechado como puntas
de alfiler de color oscuro cuando él presionó sus caderas en la cuna de
sus muslos. La larga y dura carne picante presionaba firmemente contra
su clít/oris henchido, haciéndola jadear en su creciente éxtasis.
—Siente
lo bueno que es, cariño—murmuró cuando su cabeza bajó, su lengua
acariciando la carne húmeda de su clavícula.—¿Lo recuerdas, Miley?
¿Que tan caliente y bueno fue la primera vez? Observar a mi po/lla
hundirse en tu dulce co/ño pequeño fue la cosa más erótica que alguna
vez he visto en mi vida.
La
percepción de sus labios moviéndose en contra de su piel fue el cielo y
el infierno. El placer fue tan exquisito que su co/ño se contrajo,
pulsó, derramando sus jugos en un rastro sedoso sobre la delgada tela
que la separaba de la po/lla ansiosa de Nicholas. Su lengua latió con un
ritmo que palpitaba de necesidad, derramando la especia dulce de la
hormona en su boca y enviándola a acelerarse a través de su sistema.
Oh, esto estaba mal, pensó, mientras sus caderas se sacudían con fuerza contra las de él por reflejo. Esto era muy malo.
Sus
manos agarraron su carne desnuda, sosteniéndose en su cintura firme,
sus musculosas caderas, mientras él movía su eje caliente contra su
sensible hendidura.
—Nicholas—su nombre fue un suspiro de anhelo que no pudo controlar.
Demasiados
años de sufrir los efectos atormentadores del calor y no conocer la
calma. Tantas noches perdidas en anhelar justamente eso, ansiando la
percepción de su cuerpo firme cubriéndola, sus brazos sujetándola, tal
como él hacía en ese momento.
—Shh,
nena—él lamió la cima de sus pechos por encima de su top.—Siente lo
bueno que es. Déjame acariciarte, Miley. Todo liso y suave y caliente
contra mí. Un coñ/ito tan pequeño y bonito.
A
pesar de la fiebre que aumentaba, de la lujuria fluyendo en su sangre, Miley bufó divertida.—Has perdido el juicio—gimió cuando sintió el
rastro de sus dedos bajo el tirante de su top y el tirón que dio para
sacarlo de su hombro.
—Mmm.
Mira lo que encontré—él se aproximó al escote y lo bajó con su
barbilla, revelando el pezón duro, henchido, que se alzó suplicantemente
hacia él.—Una baya bastante pequeña, toda madura y dulce hecha para mí.
Su
lengua se rizó alrededor de la misma antes de ella pudiese fortalecerse
ante la acción. Se arqueó involuntariamente, empujándose más cerca de
sus labios, un gemido desigual de hambre resonó alrededor de ellos
cuando ella se estremeció violentamente en sus brazos. Nicholas gimió
entonces lenta, pesadamente, derrumbándose contra ella.
—¿Nicholas?—Miley
tragó mientras sentía la presión de la cabeza de Nicholas descansando
sobre su hombro, su cuerpo grande casi aplastando el de ella con toda la
presión de su peso encima de ella. Era consolador, pero realmente
pesado.
—¿Nicholas?—ella golpeó su hombro fuerte.
Su respiración era ligera y relajada. Él pesaba más a cada segundo.
—Maldita
sea, Nicholas—ella no supo ya si reírse o llorar cuando comenzó a
luchar contra su cuerpo, lo empujó sobre su lado ileso hasta que
finalmente, compasivamente, logró sacarlo de encima de ella.
—Loco—masculló ella.—Estás desquiciado, Nicholas. Completamente loco. Deberías estar encerrado.
Y
él todavía estaba completamente duro. Ella gruñó frustrada mientras
rodaba de la cama y tiraba la manta sobre él con un siseo de
repugnancia. ¿Salvada por las drogas de Doc? Sacudió su cabeza
cansadamente. Era la primera vez que ella supiese que los analgésicos de
Doc habían puesto fuera de combate a alguien. Él era tan agarrado con
las drogas como un avaro con su dinero. Y ahora Nicholas dormía
profundamente y sin dolor mientras ella caminaba de arriba abajo por el
cuarto, pateándose a sí misma para su falta de control.
Se
lanzó en la silla al lado de su cama y se quedó con la mirada fija en
su forma inconsciente. No debería haberse dejado herir para empezar,
bufó silenciosamente. Si él la hubiera dejado sola en el infierno, él no
se habría desmayado a dos segundos de la llegada a la meta debido a las
drogas inyectadas para la herida.
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