sábado, 8 de junio de 2013

Magia en Ti - Cap: 11


—Bastante corto, lo sé. Pero lo que realmente quería era devolverte la zapatilla en persona. Gus es bastante controlador, ¿no?— Ella no estaba sonriendo. —Traté de decirle que tu y yo somos amigos, pero no quiso hacer ninguna excepción.
—¿Amigos?— repitió usando el mismo tono que había usado la noche anterior. Incrédula, sorprendida. —Tú y yo, ¿amigos?
Nick hizo lo posible para parecer inofensivo.
 —Bueno, sí. Considero que somos amigos. ¿No? Por no hablar de que tengo tu zapatilla, y tu tienes mi camisa.— Empujó el zapatito hacia ella de nuevo. —¿Hacemos un intercambio?
—Tenía la intención de lavar y planchar la camisa antes de devolvértela.
—Oh.— Nick tenía la certeza de que no era necesario, pero luego se le ocurrió que tendría otra excusa para ir a verla si dejaba la ropa atrás. —Eso estaría bien.


Ahora que lo pensaba, le gustaba la idea de que ella planchara su camisa. Imaginaba la punta de sus pequeños dedos alisando y estirando cada centímetro, decidió que después de que ella se la devolviese, se la pondría más a menudo que cualquier otra. Loco, estaba loco.
Debido a que ella no había aceptado la zapatilla, optó por mantenerla en su mano. Ya no había duda, le indicaría la puerta en el instante en que se la devolviese. Sonriente, se volvió a contemplar la habitación. Un biombo ocultaba un extremo entero, y sospechaba que era el mueble que había oído moverse. ¿Qué había detrás la pantalla?
Cosas que no quería que él viese, obviamente. Quería echar un vistazo, pero eso habría sido una imperdonable grosería.

En su lugar posó su mirada sobre la pequeña mesa redonda cerca de la ventana. Un pedazo de pan a medio comer se apoyaba en el borde de un plato con algo de fiambre, y una taza de café junto a él. Supuso que debía pedir sus comidas de la cocina del saloon. Gus había remodelado el Lucky Nugget poco después de comprarlo y, entre otras cosas, había añadido un pequeño restaurante para que sus clientes no tuviesen que ir por la calle hasta el hotel por una comida.
—Muy bonito—, comentó, aunque su verdadera reacción ante sus aposentos fue todo lo contrario. No podía dejar de pensar en lo solitaria que su vida debía ser, la suma total de su existencia confinada dentro de estas cuatro paredes, donde comía, dormía y trabajaba. Ahora mejor que nunca podía entender por qué Índigo, había estado tan molesta con él ayer. Sin un amigo, Miley jamás escaparía de esta prisión.

Volviendo su atención a ella, Nick pensó que con la blusa que llevaba se parecía más de una maestra de escuela que a una mujer caída.
Contra toda lógica, el gris monótono combinaba con su piel de marfil y el rubor rosa de las mejillas y labios. El color crema de los apliques de encaje del cuello rodeaban a su garganta esbelta. Su cabello, con vetas de platino sobre oro, estaba atado en una trenza elegantemente  enroscada en su coronilla.  Esta mañana, no había evidencia del almidón que usaba para hacerse los tirabuzones .

La mirada de Nick quedó atrapada en los puños deshilachados de las muñecas. La blusa de percal había visto días mejores. Asomando bajo el dobladillo de la larga falda, asomaba la puntera de sus desgastadas botas de cabritilla, dando testimonio de lo poco que gastaba ella en vestir. Claramente incómoda con su inspección, se frotó las palmas de las manos sobre su falda.
—Bueno…— dijo, dejando la palabra en el aire.

Nick sabía que era una invitación a salir, pero no tenía ninguna prisa. La victoria rara vez se daba en las primeras batallas. Le dio lo que él esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora y cambió su atención, de ella hacia su habitación. A la izquierda del biombo, casi oculta por su marco de madera, vio lavamanos, y colgado de un clavo de la pared una vejiga de piel llena de agua casi en sus dos tercios, unido a ella una larga manguerita de goma, de lo que supuso era un irrigador vaginal para su limpieza. En el lavabo, por debajo estaba el balde habitual para el agua sucia y la taza, además de un frasco de esponjas y una jarra de vinagre de Caballero. También había un frasco de farmacia con glóbulos de color marrón, probablemente una mezcla hecha en casa para evitar el embarazo.
Imaginar Miley usando esas cosas-que tuviese la necesidad de utilizar tales cosas-hizo que Nick se sintiese enfermo. Sin embargo, allí estaba la evidencia.  Lo que él había esperado encontrar allí, no lo sabía. ¿Una habitación llena de parafernalia religiosa, tal vez? Con la dulzura y la inocencia que emanaba, esta chica vendía su cuerpo para ganarse la vida. Si él no sabía hacerle frente a la fea realidad sin revolverle su estómago, mejor que saliese de inmediato de allí, mientras que todavía tenía la oportunidad.

Se volvió hacia ella. Supo por el color escarlata de sus mejillas, que estaba sintiendo una dolorosa vergüenza por que él contemplase esas cosas tan personales e intimas. Avergonzada y apenada. En la cruda luz de la mañana, no había mundos de ensueño para que ella pudiese escapar.
Nick tragó saliva y la miró a los ojos. Dios, cómo quería sacarla lejos de aquí. Ella no pertenecía a un lugar como éste, y aunque fuera la última cosa que hiciese, la ayudaría a encontrar una manera de irse. Era algo que tenía que hacer, no sólo por ella, sino por sí mismo. Y tal vez, de alguna manera abstracta, por Gloria. Él no le daría la espalda esta vez.
Sin pensar en cómo podría interpretarlo, Nick se frotó con la punta de su zapatilla bordada de color rosa a lo largo de su mandíbula. Sus pupilas se dilataron hasta que sus ojos parecieron casi negros. 

La conciencia de algo eléctrico surgió entre ellos. Algo ocurría que Nick no se atrevía a reconocer. Todavía no.
Se odiaba por lo que estaba a punto de decir. Pero de aquí en adelante, las cosas no iban a ser fáciles, y probablemente estaría haciendo y diciendo un montón de cosas que podrían parecer crueles para ella.
—Me di cuenta en tu cartel  del exterior que cobra diez dólares por treinta minutos. ¿Cuántos clientes  por lo general recibes cada noche?
Palideció ante la pregunta. Echando un vistazo a la cómoda, frunció el ceño.
Podía ver que estaba nerviosa, además de sentirse humillada. Supuso que estaba tratando de recordar la cantidad de dinero que quedaba por lo general sobre el mueble cada noche, una prueba más de que Índigo le había dicho la verdad. Tanto como buenamente podía, Miley, se mantenía aparte del feo asunto de su negocio.
—Yo… eh…— Se mordió el labio y encogió un hombro. —Tres, cuatro personas, supongo. ¿Por qué lo preguntas?
—Así que cincuenta cubriría toda la noche?
—Toda la, ¿qué?
Casi se echó a reír al ver la expresión horrorizada de sus ojos.
—Toda una noche—, repitió. —Si un hombre desea tu compañía durante todo ese tiempo, cincuenta haría más que cubrir lo que se podría perder en el otro negocio?

Por un momento interminable, ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza. Y Nick se preguntaba si tal vez la había perdido. Ninguna mujer en la tierra valía cincuenta dólares por noche. Excepto tal vez una rubia frágil, de sorprendidos ojos verdes y una boca tan dulce todo lo que podía pensar era en besarla.
—Yo no trabajo toda la noche—, se apresuró a recordarle. —Sólo hasta la una, sin excepción, nunca.
—Ya veo.— Nick, extendió la zapatilla hasta ella de nuevo. —Voy a tener esto en cuenta entonces y tenerte de vuelta a la una.
—¿De vuelta?
Apretó la zapatilla en la mano y apretó los dedos alrededor de ella.
—Sí, de vuelta. Si yo pago por la noche, no hay por qué quedarnos aquí. Sería más divertido salir y hacer algo.
Era evidente que sospechaba, dijo,
—¿Cómo qué?
Nick sabía que por lo general evitaba a la gente del pueblo, así que no podría esperar a que asistiese al baile de esa noche. No era por él, sino que la gente del pueblo la iba a hacer sentir incómoda.
—No lo sé. ¿Un día de campo, tal vez?
—Al caer la noche?
—Si la luna no es lo suficientemente brillante, siempre podemos llevar una linterna.
Ella sacudió la cabeza.
—No. Lo siento. No acepto toda la noche con los clientes.
Nick, arqueó una ceja.
—¿En serio? No me di cuenta de que esa regla estuviese publicada.
—Un descuido—.
—Un descuido que no está publicado.—
—Voy a poner remedio a eso.—
Nick, puso de un dedo debajo de la barbilla de la niña y le levantó la cara ligeramente.
—Espero que no.
No había duda de que la ansiedad de sus ojos era real. Se supone que se sentía segura al entretener a los hombres en su habitación, donde Gus podía escuchar si gritaba pidiendo ayuda. Si salía del salón con una persona, no tendría ningún protector. No es que fuese a necesitar alguna cuando estuviese con él. Pero ella no tenía manera de saber eso.
—Voy a estar esperando a verte de nuevo, Miley—, dijo cuando la soltó y dio un paso a su alrededor apara tomar el pomo de la puerta. —Espero que desees lo mismo.

Si su expresión era una indicación, ella se veía con el mismo interés y entusiasmo con que esperaría pillar una gripe. Nick se fue sonriendo.
Miley estaba temblando. En el instante en que la puerta se cerró detrás de él, ella se dio vuelta para mirarlo, su mente corría casi tan loca como su corazón. Una nueva regla. Ella tenía que escribirlas de nuevo y comunicarle a Gus sobre el cambio inmediatamente. No, nunca toda la noche con un cliente. Con esa decisión, Miley se sintió un poco mejor, pero no por mucho. No sabía lo que estaba a punto de hacer Nick Jonas, pero el hombre podría hacer trizas su corazón con nada más que una mirada penetrante de los azules ojos. Él suponía un problema. Lo sentía en la médula de sus huesos.

¿Quería volver a verla? La idea era tan absurda, que casi se echó a reír. ¿Realmente creía que dejaría el saloon e iría haciendo cabriolas fuera, en la oscuridad, con él? De ninguna manera. Cualquier hombre que quería pasar toda una noche con una mujer de su oficio, había perdido un tornillo. Sería un tonta si confiara en él, y la experiencia la había curado de ser un tonta hacía mucho tiempo.
Recién bañado y afeitado, Nick se sentó en el porche de sus padres esa noche esperando a que oscureciera. Cinco piezas de diez dólares de oro pesaban mucho en su bolsillo, esto pondría en grave riesgo de agotar su dinero en efectivo, pero mientras revisaba las ventanas de los pisos superiores del Lucky Nugget y se imaginó pasar toda la noche con Miley, decidió que el gasto valdría la pena.

Al día siguiente era lunes. El banco estaría abierto. Por la mañana, podría firmar un cheque de ventanilla y retirar el dinero suficiente para llevar a cabo la próxima semana.

Dependiendo de cómo fuese esta noche, podría ser suficiente para monopolizar la retirada de las noches de Miley hasta el fin de semana. Eso haría levantar las cejas, en especial al Sr. Villen, el presidente del banco. Nick casi podía imaginar la expresión de su rostro. Suspirando, miró al cielo, deseando que oscureciera. Jesús. ¿Sabía en lo que se estaba metiendo? ¿Estaba incluso pensando con claridad? O incluso, ¿estaba pensando? El rescate de una paloma mancillada sonaba bien. Pero para hacerlo, tenía que tener algo que ofrecer a Miley como una alternativa. No había muchos empleos bien remunerados para las mujeres, y no estaba seguro de cuáles eran las necesidades financieras de Miley. ¿Y si ella necesitaba  hacer tanto dinero como hacía hasta ahora? Nick no podía pensar en una sola ocupación para las mujeres, que no fuese la prostitución, que se pagase tan bien.
¿Y no era este un hecho lamentable? Como Índigo dijo, los hombres en el mundo de los blancos no había dado a sus mujeres muchas opciones cuando se trataba de mantenerse a sí mismas.
Esas mujeres que caían en desgracia no recibían ninguna ayuda. En su lugar, se convertían en presas fáciles. En las víctimas, su padre las llamó, y tal vez tenía razón.

La sociedad estaba llena de hombres que guardaban cola para victimizarlas. La posibilidad de que él podría ser segundo en la línea esta noche a la puerta de Miley fue suficiente para hacer nudos en su estómago. La idea misma de un sucio, y medio borracho hijo de pu/ta poniendo las manos sobre ella. Cristo. Se sintió enfermo al pensar en ella. Lo cual era absurdo. Miley había estado haciendo negocios en el piso de arriba  por mucho más tiempo de lo que quería contemplar. Un cliente más no debía  hacer una diferencia. Pero lo hizo. No quería a otro hombre tocándola.

Cuando trató de analizar sus sentimientos e interpretarlos, lo único que sentía era confusión. Por definición, Miley era propiedad pública, a disposición de cualquier persona que tuviera monedas para alquilar sus favores, y hasta que ella optara por cambiar eso, era muy poco lo que podía hacer o decir.

Una imagen de sus ojos cándidos verdes y su cara expresiva cruzó por la mente de Nick, y sus manos pequeñas cerradas en puños apretados. ¿Desde cuando le sucedía esto? Tenía sus pensamientos en orden antes de que él fuese a verla, pero cuanto más lo intentaba, más revueltos le parecían ahora. Una cosa la tenía clara, quería  ayudarla. Tenía que ayudarla. Se había convertido en una obsesión. Tal vez estaba tratando de purgar, y dar a sus viejos demonios un descanso. O tal vez sus sentimientos hacia ella fuesen más profundos que eso. No lo sabía. Lo único que sabía era que tenía que ir a verla y no tenía la intención de dar marcha atrás hasta que la sacase de ese infierno de lugar.
Cuando Nick entró en el Lucky Nugget unos minutos más tarde, la música de piano palpitaba contra sus tímpanos. Trató de bloquear el sonido, pero a medida que se dirigió hacia las escaleras, la voz de Gus le detuvo en seco. Se volvió y miró a través de la oscuridad iluminada por la lámpara, con los ojos enrojecidos por las nubes de tabaco de fumar. Saludándolo agitando su paño blanco con la mano, Gus hizo una seña a Nick para que se  acercara a la barra.

Abriéndose paso entre las mesas, Nick trató de no tropezar con los codos de los jugadores de poker con la canasta que llevaba. Los olores abrumadores de cigarros, cigarrillos, y los cuerpos sin lavar a la vez hizo asquearse su estómago. No podía dejar de pensar en Miley, que trabajaba en este lugar, noche tras noche. El pensamiento lo hizo aún más impaciente por verla. A medida que llegaba a la barra, Gus le sirvió una jarra de cerveza.
—Invita la casa.
En todos los años que Nick había conocido a Gus Packer, nunca había oído hablar de que invitase a una bebida. Algo estaba pasando, y si una cerveza gratis iba unido a ello, Nick tuvo un presentimiento que no iba a gustarle. Agarró el asa de la jarra, y luego la sacudió derramando la espuma fuera de su mano.
—Gracias—. Vacilante, para dar énfasis, Nick agregó, —al menos eso creo.
Gus tenía la delicadeza de mirarlo avergonzado.
—Mira, Nick, no quiero ningún rencor, pero me dieron una especie de ultimatum .
Dejando de lado la canasta, Nick apoyó una Boya en la barra de pie de bronce.
—Afuera con él, Gus.
El cantinero se rascó un resto de comida reseca en el borde del mostrador.
—Es Miley—, comenzó diciendo en voz baja. —Por alguna razón, ella está muy determinada a mantenerse alejada de ti.
—Ya veo.
Gus, finalmente levantó la vista.
—Ella me pidió que lo mantuviera fuera de su habitación.

Nick, tomó un trago lento de su jarra. Después de limpiarse la boca con el dorso de la muñeca,  dejó el recipiente en la barra con un golpe decisivo.
—Voy a subir a verla, Gus.
—Haz eso, y voy a tener que enviar a alguien a por el sheriff.
—Supongo que eso es su obligación.
—No quiero enredos con la ley, Nick.
—No será mi primera vez y probablemente no será la última. Vengo de una larga lista de renegados, ¿recuerdas?
—No vale la pena. Ninguna mujer lo vale.
—Esa es mi decisión.
Gus apretó los dientes.
—Si comienzas a dar problemas aquí, no hay un hombre en este lugar que vaya a dudar en saltar y ayudarme con esto.

Nick se volvió para mirar la colección de gentuza que había en el salón. Aunque cansados, como los mineros parecían y de mala reputación, no los subestimaba. Un hombre no podía ganarse la vida de un agujero en el suelo sin desarrollar bordes duros. Por la misma razón, los leñadores no eran exactamente suaves, y Nick sabía a ciencia cierta que aunque el oficio de minero era un infierno, en el suyo eran mucho peor. Estos tipos no tenían nada que decir, ya que no había estado en su contra de antes. La rotura en las costillas que arrastraba, no dudaba que lo ponía en desventaja. Pero una vez que el primer golpe fuese lanzado, él sabía que su temperamento se haría cargo.

Cuando él deslizó su mirada de nuevo a Gus, sonrió ligeramente.
—Bastante destructiva, una pelea de saloon. Esto se volverá un infierno de destrucción. Si empiezo una pelea, yo cumplo la regla de que siempre hay que pagar por los daños y perjuicios. Pero no soy tan complaciente si otra persona me da el primer golpe. ¿Crees que estos sujetos tienen las monedas suficientes para pagar por las mesas rotas y sillas, por no hablar de todos los vasos, jarras y botellas que seguramente sólo quedarán sus pedazos?
—No quiero problemas, Nick.
—Problemas es mi segundo nombre.
—Hablas mucho para ser un hombre con las costillas rotas.
—Realidad o presunción, esa es la pregunta, y yo no creo que usted lo quiera averiguar.
—Oh, he escuchado  historias sobre ti, muchacho—, admitió Gus. —Un habitual juerguista, ¿no? Pero eso es cuando estás lejos de casa. Tengo la corazonada de que lo vas a pensar dos veces antes de empezar nada aquí, donde tu gente se va a enterar de primera mano, y no creo que quieras hacer llorar a tu mamá.

En cualquier otro momento, la amenaza podría haberle hecho retroceder a Nick. Pero esta noche era las lágrimas de Miley lo que le preocupaban, no las de su madre. Si malas eran unas, peor las otras, tenía la certeza de que sus padres entenderían eso.
—Gus, te lo advierto. No me detengas.
—Tú padre tenía que haber domado este carácter tuyo, mientras eras lo suficientemente pequeño para una azotaina.
—Probablemente. Pero golpear a sus hijos con regularidad, no era uno de sus puntos fuertes.
—Nunca le puso una mano encima, o me equivoco. Si lo hubiera hecho, no serías ahora un cu/lo arrogante.— La mirada de Gus vaciló. —Miley no quiero verte. ¿Por qué no puedes respetar sus deseos y mantenerte alejado?
—Porque yo no creo que sepa lo que es bueno para ella.

Nick devolvió la jarra casi llena al dueño del salón le había servido, poco menos al haber  derramado la espuma sobre su mano. Tratar con Miley sería bastante difícil, sin nublarse su juicio con la bebida.
—No tienes una razón real para negarme acceso a las habitaciones de arriba, Gus, y ella tampoco las tiene. Puede que sea indio, y le aseguro que no voy a negar que puedo ser intratable cuando me retan, pero no importa cómo sea por fuera, por lo general soy cien por cien un caballero con las damas. Usted no encontrará a nadie en Tierra de Jonas o en cualquier otro lugar, que le diga lo contrario.
—Caballero, o no, ella no quiere nada contigo.
—Yo diría que dada la naturaleza de su negocio, habrá mas de un cliente que pague y que no sea de su agrado. Si hay problemas, porque esta noche usted y ella no están de acuerdo de que yo la visite, y termino en la cárcel por pelear, ese punto va a ser utilizado por mi abogado defensor. Una pu/ta no se puede negar a un hombre, sin justa causa, y yo no le he dado ninguna.
—¿Sí? Bueno, sólo recuerde esto, compañero. Mientras espera para que el juez a aparezca aquí, en Tierra de Jonas, puede dormirse en los laureles dentro de la cárcel.
—Y usted estará cerrado por reparaciones—, replicó Nick. —Unas reparaciones no voy a tener que pagar. Si empiezas algo, vas a correr con el costo de los daños y perjuicios, no veo esto muy lógico.
La cara de Gus se volvió carmesí.

Nick, arqueó una ceja desafiante.
—Por cierto, tomando al pie de la letra la ley, ¿la prostitución es legal? ¿O es que la ley por aquí simplemente hace la vista gorda?
—No hay prostitutas de este establecimiento, sólo bailarinas.
—Y una mie/rda—. Nick, se echó a reír y sacudió la cabeza.
—Y vas a echar a estos patanes sobre mí, entonces ¿me meterás  en la cárcel por invitar a una chica a bailar? Explíqueselo a un juez, Gus .
Con eso, Nick se apartó de la barra y se dirigió hacia las escaleras. Así que por aquí iba a soplar el viento. Bueno, tenía noticias para la señorita Miley, en esta ocasión había subestimado seriamente a su oponente. No echaba un farol muy fácilmente. Y cuando tocaba jugar sucio,  era un maestro.
La ira hizo su camino ligero, y sus movimientos felinos. Como no quería intimidarla en su actual estado de ánimo,  consideró esperar abajo unos pocos minutos hasta que se calmase, pero temía que si lo hacía, otro hombre podría ganarle llamando a la puerta de la chica. La prueba era que antes de tocar la barandilla se topó con un minero que se dirigía en la misma dirección, con una botella de whisky en una mano, y el dinero en la otra. Nick puso la mano sobre el hombro del compañero y paró secamente.
—Lo siento, amigo. La señora no está aceptando llamadas esta noche.
—¿Quién lo dice?
—Lo digo yo,— Nick le informó en voz baja.

A pesar de la música de piano bastante alta, Miley escuchó el giro de  pomo de la puerta. Un instante después, el ruido de la planta baja, subió un decibelio más alto por la falta de la barrera de la puerta, y apenas flotando una corriente de aire, lo que le dijo que la puerta se estaba abriendo. Un eje estrecho de luz pobre se derramó por el suelo hasta dar contra la pared, iluminando el dibujo de margaritas del tapizado de su biombo. Como siempre con el primer cliente de la noche, la tensión  la llenó, pero con la facilidad de una larga práctica,  separó su mente consciente de su cuerpo.
            

Margaritas, un prado de margaritas.
Trató de ignorar el ruido de las botas del hombre que se acercaban a su cama, cerró los ojos. La concentración, ese era el truco. Ella no acaba de ver el prado, pero se sumergió en el, sintiendo la caricia de la luz, de la hierba en la falda mientras caminaba, el calor del sol sobre sus hombros. Incluso podía escuchar el murmullo de la brisa. Y los olores. ¡Ah, los maravillosos aromas! Nada olía tan dulce como un prado lleno de flores. Uno por uno, dedicó sus cinco sentidos en su mundo de sueños, hasta que no tenían conciencia de sobra para la realidad.

No estaba segura de cuánto tiempo pasó antes que comenzó a sentir que algo andaba mal. Poco a poco, medida por medida, que reapareció, intensamente consciente de que  estaba sola en la cama, aún acostada, y que su imaginaria  luz del sol se había convertido en cierto modo real. Su calidez dorada presionaba contra sus párpados cerrados.
Confundida, levantó sus pestañas un poco. ¿Había dormido? ¿Era por la mañana ya? A medida que estudiaba la luz, se le ocurrió que su tono era demasiado ambarino para ser luz del sol. Entonces oyó el zumbido suave, del mecanismo de la linterna.
Todos sus clientes sabían que encender la lámpara estaba estrictamente prohibido, y con la excepción de sólo dos hombres hacía varios años, siempre habían hecho caso a la regla.
Se alarmó. Empujó con los codos para incorporarse y parpadeó para aclarar su visión.
—¿May Belle?— dijo esperanzada.
Su mirada saltó a la mesa donde un hombre de cabello oscuro se sentaba. Reconoció a Nick Jonas casi al instante. Con los pies cruzados a la altura de los tobillos y apoyado en el borde de la mesa, su postura era insolente, la silla debajo de él se echó hacia atrás sobre sus dos patas traseras. En lugar de sus habituales botas de maderero con clavos, esta noche llevaba negras botas de tacón alto Montana, no elegantes, sino más bien útiles para andar por Tierra de Jonas. Además, llevaba pantalones negros de mezclilla y una camisa de confección, color turquesa de un tejido como la seda, con pechera ajustada y con botones dorados en la tapeta frontal y en los bolsillos. Debido a que ella había ordenado un pedido recientemente de un poco de ropa para su hermano Frankie, ella sabía que una camisa de esa calidad, el costo mínimo era de $ 2.50 en el catálogo de Montgomery Ward, un precio extravagante cuando algo en domette, franela o paño Melton se podía obtener por 45 centavos.
Se había vestido para una ocasión clara y, a juzgar por su expresión, tenía la intención de que ésta fuera una gran noche.

Rígidamente,  lo miró a sus penetrantes ojos azules, incómodamente consciente de que los rasgos de su rostro eran morenos y de expresión dura en sus líneas. No había ninguna duda del hecho de que Nick Jonas estaba enojado. La emoción irradiaba de él como la electricidad antes de una tormenta, por lo que el aire se volvió tan pesado que sintió un hormigueo en la piel. Peor aún, sabía por qué estaba tan furioso. Esto se debía a que le había pedido a Gus que vigilara para mantenerlo alejado de ella.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Con un movimiento pausado, deliberado,  puso una pequeña pila de monedas de oro de diez dólares sobre la mesa, su mirada estaba clavada en ella no en las tintineantes monedas.
—¿Por qué los hombres, por lo general, vienen aquí?
Desconcertada y determinada a no prestar atención a la ira que él irradiaba, se echo por encima su bata y se aseguró de atarse el cinturón, se sentó. Balanceó las piernas a un lado de la cama, y puso sus pies en las zapatillas de fieltro.
—Fuera de aquí.
Él se rio bastante bajo retumbando casi en su pecho, con arrogancia marcial.
—Bueno, ahora, cariño, ¿por qué no tratas de echarme?
—Lo que me falta en músculos,  Sr. Lobo,  lo puedo compensar con refuerzos. Dame alguna dificultad, y todo lo que necesito hacer es llamar a Gus. ¿Por qué no te ahorras a ti mismo un montón de problemas y dejas esto antes de que sienta que es necesario llamarle?
No parecía intimidado. De hecho, en todo caso, parecía divertido. Sus ojos azul oscuro lentamente la recorrieron entera,  persistiendo con valentía, por primera vez en sus caderas a continuación, en sus pechos.
—Problemas, esta palabra lleva apareciendo toda la tarde. Es curioso cómo todo el mundo parece pensar que voy a caminar un kilómetro y medio para evitarlos.— Él levantó la pila de monedas, y luego comenzó a dejarlas caer, una por una, sobre la mesa. —Soy un leñador, Miley. Lo he sido desde hace años. No hay nada que nos guste más a  que una buena pelea, a menos, por supuesto, exceptuando las mujeres y el alcohol.
Miley desvió la mirada.
—Tengo todo el derecho de rechazar prestar el servicio a cualquier persona, sin más explicaciones. Me gustaría que te fueses.
—Y a mí me gustaría quedarme. Como tengo las de ganar, puesto que peso un centenar de libras mas que tú y nadie va a impedírmelo abajo, creo que voy a hacer justamente eso.— El reafirmó su declaración dejando caer la última moneda en la pila. —Cincuenta dólares. Me dijiste que, ¿por lo general recibes de tres a cuatro clientes en una noche? Me imagino que debe bastar con estos cincuenta por lo que suele hacer, además de los extras.
—No hago extras—, replicó ella con voz temblorosa. —Si te hubieras molestado en leer el cartel, ya lo sabrías.
—Oh, lo leí. Pero creo firmemente que las reglas para lo único que son buenas es para romperlas.
Sus ojos brillaban con picardía mientras movía lentamente a sus pies hacia ella. Alzado ahora en toda su estatura, parecía aún más intimidante. 

Miley retrocedió un paso y lanzó una mirada a la puerta. Para su horror, vio que el cerrojo había sido echado. Ella no tenía ninguna oportunidad de escapar antes de que la agarrase.
Ella se abrazó a su cintura y escondió sus manos temblorosas, metiéndolas dentro de las amplias mangas de su bata. Dos veces antes, se había enfrentado a una situación como la presente, y sabía que hacer notar su debilidad sería un error costoso.
Los recuerdos. Saltaron a su mente con una claridad aterradora. Sabía de primera mano cuánto daño podía hacerle un hombre del tamaño de Nick Jonas y la fuerza que podría infligir sobre una mujer. También sabía lo rápido que podría suceder.
—Te he pedido amablemente que te vayas—, finalmente logró decir.
—Y me he negado. Muy bien.
Ayuda sólo era un grito de distancia. Ella sabía que Gus  subiría las escaleras en un flash si lo necesitaba. Pero con la palpitante música de piano retumbando en las paredes, ¿sus gritos incluso serían escuchado? Sabía por experiencia que iba a tener tiempo para gritar una sola vez, dos veces si tenía suerte. Después de eso, estaría sobre ella, y con sólo una de esas manos grandes, y fuertes, podría amortiguar sus gritos.

Una ligera sonrisa torció las comisuras de la boca firme, y levantó una moneda de la pila, la echó hacia arriba, brilló en el aire, y volvió a atraparla en su puño con un arco acrobático.
—Te estás vendiendo, dulzura. Y yo voy a comprarte. ¿No es así como va esto?
Eso picó. Estaba siendo cruel, despiadadamente cruel. Pero era también una verdad que no podía negar.


2 comentarios:

  1. O.O que feo, que pasara?? gracias por hacerme caso bitch, de seguir subiendo esta nove, me encanta, siguela pronto

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  2. Me encanto así nick controlando,síguela pronto Porfi.simplemente genial

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