domingo, 9 de junio de 2013

Magia en Ti - Cap: 12


—Yo no hago negocios en la forma habitual. No hay garantías, no hago reembolsos. Y me reservo el derecho de rechazar prestar el servicio a cualquier persona. —Se volvió hacia la puerta y oró con cada paso que dio para que él no la detuviese físicamente.— Si no se va a la cuenta de tres, llamaré a Gus para que le eche.
—No creo que quieras hacer eso.

Su tono hizo que sus dedos se congelaran sobre la cerradura. Miró por encima del hombro.
Tiró la moneda de oro por descuido sobre la mesa y metió los pulgares en el cinturón de cuero hecho a mano que le ceñía. Con una cadera empujó hacia fuera y una pierna larga la tenia ligeramente doblada, parecía como si estuviera buscando pelea. A pesar de eso, fue sin lugar a dudas el hombre más guapo que había contemplado, con la ceñida camisa que resaltaba la oscuridad de su piel y la luz de la lámpara, que brillaba en su pelo caoba.
Su expresión se tornó amable, dijo,
 —No tienes nada que temer de mí, Miley. Te prometo que no. Si cooperas conmigo.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces, que se desate el infierno. Gus va a subir, probablemente con refuerzos, y esto va a ser una pelea como nunca has visto.
—Estás mintiendo. Con tres costillas rotas, no estás en forma para participar en una pelea a ****azos.
—Es cierto. Pero antes de bajar, voy a llevarme unos cuantos hombres por delante. Y en el proceso, este lugar será demolido.— Entrecerró los ojos, como estudiando sus pensamientos. —La barandilla de la escalera caerá, y para entrar tendrán que romper la puerta a patadas, y seguro que algún imb/écil saldrá por la ventana, rompiéndola en mil pedazos.— Se encogió de hombros.— Esas son las cosas que ocurren cuando un grupo de hombres comienzan a lanzar golpes. Otra cosa que no debes descartar es el contagio de las peleas dentro de los salones. Hay muchas posibilidades de que lo que empieza arriba, se extienda a la planta baja, y el saloon entero podría sufrir un daño grave.
Detestándose a sí misma porque su voz temblaba, dijo,
—Tendrá que pagar por los daños y perjuicios o ir a la cárcel.
Él le dirigió una sonrisa perezosa.
—No, si yo no lo inicié. Esa es la madre del cordero, cariño. Tú no tienes una sola infernal razón para negarte a bailar conmigo. Si Gus y los demás suben aquí, voy a ser un perfecto caballero hasta que alguien me golpee. Eso me hace la parte lesionada. Si se va ante un juez, ¿qué vas decir, que no te gustaba mi aspecto? Lo siento. Pero las mujeres de tu oficio no pueden ser tan exigentes.
—Voy a mentir. Voy a decir que se pasó de la raya. Que usted era áspero y desagradable.
Se encogió de hombros otra vez.
—Tu elección.
—Los daños que me cuenta va a costar más de lo que puede pagar. Únalo a mis palabras, y le meterán en la cárcel, y tirarán la llave.
—No. Ahí es donde te equivocas. Tengo un montón de dinero para cubrir los daños y perjuicios. En cuanto a todo esto, podría pagar daños similares mañana por la noche. Y la noche siguiente. De cualquier forma que se mire, Gus se verá obligado a cerrar, mientras hace las reparaciones. —Retiró los pulgares de su cinturón, y puso sus manos ligeramente sobre sus caderas. —Si sigues negándote, te prometo que lo haré, y si persistes en rechazar mi compañía en un futuro volveré a hacerlo. Solo siendo amable conmigo evitarás los problemas. Tú no quieres problemas, ¿verdad? Si continuamos discutiendo, tarde o temprano Gus va a comenzar a preguntarse quién es el culpable de todas sus miserias.
—Usted.
—Y tú. Por mucho que le agrades, probablemente, el negocio es el negocio, y no eres indispensable. Antes de ver a su salón con pérdidas, te pondría de patitas en la calle,  cariño. Cuando esto suceda, ya no tendrás trabajo en Tierra de Jonas.
—Eso es despreciable.
—Sé que lo es. Estoy acostumbrado a ser despreciable, sobre todo cuando quiero serlo.
—Necesito este trabajo.
Él sonrió levemente.
—Apuesto a que si.
—Eres un maldito bribón despreciable.
—Eso lo sé también. Pero hasta que hagas lo que yo quiero, no me voy permitirme el lujo de ser encantador.— Él inclinó la cabeza hacia el cerrojo. —Tu elección. O abres la puerta y llamas a Gus, o admites que te he ganado la partida.
Temblando tanto que apenas podía, Miley dejó caer las manos del cerrojo y se volvió, presionando la espalda contra puerta.
—¿Por qué haces esto?
—No estoy seguro de que pueda explicarlo.
—No puedo perder este trabajo.
—Coopera conmigo, y tu trabajo estará perfectamente seguro.
—Yo no trabajo con las luces encendidas. No lo haré, ni para usted ni para nadie más.
—No espero que lo hagas.
Con las piernas temblorosas, Miley se dirigió hacia la cama. —Entonces, apaga la lámpara y termina con esto.
—La luz permanece encendida.
Ella se quedó paralizada. —Pero acabas de decir…
—Todo lo que quiero es pasar tiempo contigo. Para hablar, nada más.— Se agachó y sacó una canasta que ella no había visto de debajo de la mesa. —Un día de campo, ¿te acuerdas?

Miley miró boquiabierta.
—¿Estás loco? ¿Estás dispuesto a gastar cincuenta dólares para llevarme de picnic? ¿En la oscuridad? No soy tan est/úpida, señor Jonas. Cualquier hombre dispuesto a gastar tanto dinero tiene más cosas, además de hablar y comer en su mente. Yo sería una tonta si saliese de aquí con usted.
—Mi nombre es Nick. Y por la misma razón, yo sería un tonto para hacer daño a un sólo cabello de tu cabeza, si vienes conmigo. Todos, en la planta baja verán que salimos juntos. Si algo te ocurre, todos van a saber quien fue el culpable.
Miley supuso que eso era cierto. Llena de indecisión,  lo estudió y se preguntó si se estaba tirando un farol. Por razones ajenas a ella, tenía la horrible sensación de que había querido decir cada palabra. 

Los hombres que subían a su habitación a veces subían cayéndose y balanceándose, y causando tanto daño como les era posible mientras estaban con ella. Lo de Nick Jonas no tenía ningún sentido. Absolutamente ninguno. Y, sin embargo el brillo de determinación en sus ojos era inconfundible. Él quería algo de ella, y tenía la intención de conseguirlo.
Esa era la cuestión.
Como si leyera su mente, volvió a sonreír, su expresión era más amable ahora.
 —Cariño, nunca he puesto una mano sobre una mujer para dañarla, y no tengo planes de comenzar contigo. Sólo quiero pasar la noche contigo. ¿Dónde está el mal en ello si Gus sabe con quién estás? Yo consigo lo que quiero, y tu consigues tu salario de la noche. Eso suena como un trato justo para mí.
—Si querías llevarme de picnic, ¿se te ha ocurrido pedírmelo simplemente? Sería posible que te hubieses ahorrado cincuenta dólares.
Sus ojos se llenaron de brillo al saberlo.
—Si te preguntara, ¿irías?

Era evidente que sabía la respuesta a eso. En lugar de mirarlo, Miley miraba hacia la punta de sus zapatillas. Su mente buscó una explicación de su loco comportamiento, pero no había ninguno.
¿Era curiosidad acerca de ella? ¿Era eso? Tal vez él nunca había conocido una mujer como ella, y estaba fascinado. Echándole un vistazo, su pensamiento se frustró. Nick Jonas había estado en un montón de burdeles. Se podría apostar dinero a ello.
¿Le apetecía hacer el amor con ella? Miley había recibido  propuestas de algunos hombres, algunos simplemente porque se sentían solos y no podían encontrar otra cosa, otros porque querían jugar al héroe y rescatar a una mujer caída en desgracia. Gracias a que May Belle le contó de su pasado, Miley sabía cómo ese cuento de hadas siempre terminaba en algún momento. El héroe despertaba una mañana y se daba cuenta de que estaba casado con una pu/ta, y punto y final al cuento de hadas. Las cosas se ponían feas después de eso. Muy feas. Y era una cosa que ella no tenía ninguna intención de comprobar.

Sólo que ella no tenía otra opción. Gus le pediría que se fuera, antes de sufrir pérdidas financieras irreversibles. Miley no podía culparlo por ello. Este saloon era su medio de vida.
—¿Y bien?— Nick dijo en voz baja.
Ella asintió lentamente.
 —Creo que pasaremos un día de campo.
—Esta es mi chica—. Puso la canasta en la mesa y se volvió hacia la ventana, dándole la espalda.
—Lávate la cara, cepíllate el almidón del pelo y vístete, ¿eh? Es una noche hermosa. Sería una maldita vergüenza perder ni un minuto de ella.
Para vestirse, Miley se escondió detrás del biombo, Nick empezó preguntarle cuestiones sutiles al principio, que ella se arregló para pasar por alto, a continuación, consultas más directas, a la que le dio respuestas vagas. Finalmente, se sintió frustrado con sus evasivas y le dijo:
—Háblame de ti.

Había nada o poco de contarle. Miley, en Tierra de Jonas, llevaba una vida bastante aburrida, y Francine Graham, no existía a menos que ella estuviese en Grants Pass visitando a su familia. Ella dudaba de que se conformase con esa respuesta, sin embargo, y aunque lo hubiera sido, no tenía ninguna intención de abrir su corazón. Nadie sabía de Francine Graham, ni siquiera Índigo.
—Yo no soy una persona muy interesante.
—Yo seré el que lo juzgue.
Con dedos temblorosos, se abotonó el cuello alto de su blusa blanca.
—En verdad, no hay mucho que contar. Trabajo, visito a Índigo, duermo, como. Esa es mi vida.
—¿Tienes secretos, Miley?
El tono de burla en su voz hizo erizarse el vello de su piel.
—No tengo secretos. Nada lo suficientemente interesante como para mantenerlo oculto.—
—¿Cuál es tu apellido?
Se enderezó la cintura.
—No tengo.
—Te encontraron en un huerto de repollos, ¿verdad?
—No, en un campo de fresas—. Se sentó en su mecedora a ponerse sus mejores zapatos de tacón alto. Recuperar sus abotonadores de fuera de la mesa, se inclinó hacia adelante y casi empaló su tobillo cuando su sombra cayó sobre ella. Levantó la mirada, enojada mas allá de lo expresable de que él se hubiera atrevido a invadir su santuario privado. —¿Y a ti? ¿Te encontraron en el corral, tal vez? ¿Dentro del estiércol de vaca?
En ese momento, se echó a reír. Arrodillándose frente a ella, le arrebató los cordones de entre sus dedos rígidos y levantó el pie de Miley sobre su propia rodilla.
 —Tu si que serás un peligro para ti si no te atas bien esta bota.— dijo, y empezó a tirar con destreza de los cordones a través de los ojales.

Miley pensó que él representaba el mayor peligro. A sus ojos cautelosos, parecía inusualmente amplio de hombros, todo músculo oculto bajo la seda de su camisa, marcándose cada vez que se movía. En las sombras que bailaban, su cara se veía mucho más morena, al igual que una escultura de caoba, con el pelo reluciente varios tonos más oscuro, sus pestañas increíblemente largas y que acariciaban sus mejillas cada vez que parpadeaba. Su boca era perfecta y masculina, el labio inferior sensualmente grueso, el superior, más fino y claramente definido. Su mandíbula cuadrada claramente hizo que su rostro pareciera duro y terriblemente invulnerable. 

Un ligero nudo a lo largo del puente de la nariz, cortesía de una rotura que nunca había reparado correctamente, desmentía eso. Sin embargo, esa única imperfección aun mejoraba su masculinidad.
No pudo mirar hacia otro lado, se preguntó cuáles eran sus planes para ella. Su pestañas levantándose en un arco de seda hasta las cejas fuertemente pronunciadas, y el color azul oscuro de los ojos tan extraños y bellos. Después de estudiarla por un instante, le pasó una mano alisando su falda y sus enaguas, sus dedos cálidos agarraron su tobillo y bajaron su pie hasta el suelo.
Incluso a través de la piel de la bota, el calor de su tacto le hizo un nudo en el estómago. Al parecer a él no le afectaba, cogió el otro pie y lo volvió a ponerlo en su rodilla levantada. Hábilmente, inserto los cordones en sus ojales. Él no era ajeno a vestir a una mujer.
—He visto que sabes coser—, señaló con voz de seda. —¿Para quién es el payaso bordado en la almohada? ¿Hunter o Amelia Rose?
Miley lanzó una mirada a la mesa de costura. Este era su lugar privado donde podía olvidarse de su vida en Tierra de Jonas y ser ella misma. Tenerlo a él aquí la hizo sentir violenta.
Al no responder a su pregunta, él la miró de nuevo.
—Me gusta ese vestido que estás haciendo. El rosa te irá bien con tu color, por no hablar de que es hora de que tengas algún vestido bonito con volantes y encajes. Los que usas ahora parecen los de una viuda pobre del doble de tu edad.
¿Cómo se atrevía a criticar a su guardarropa? Miley apretó los dientes.
—¿Y estos zapatos?— Carraspeó con disgusto. —Ya han visto mejores días. ¿Qué porcentaje de tu salario compartes con Gus y May Belle, por el amor de Cristo? Con los treinta o cuarenta de una noche, yo pensaba que podrías darte el lujo de un calzado decente.
—Mis ingresos es no son asunto tuyo.
Reconoció el punto con una risa baja, lo que la enfureció. Nada de lo que dijo pareció alterarle. Bajó el pie al suelo y se inclinó ligeramente hacia adelante para encontrar su pómulo con un dedo. Su corazón se deslizó en el contacto. Como si intuyera su efecto en ella, él le bajó con cuidado el labio inferior con la yema del dedo, con la mirada clavada en la boca. Por un momento,  pareció dejar de respirar. Miley sabía que ella sí lo había hecho.
—Eres tan dulce—, susurró. —¿Cómo puede ser eso posible?
Era una pregunta que no merecía una respuesta. Y tanto,  su único deseo era hablar, pensó con amargura. Había visto esa mirada en los ojos de los hombres antes, y sabía lo que presagiaba. Cuando él liberó el contacto de su boca, ella dijo:
—Sr. Lobo, ¿hay algo que pueda decir para hacerle cambiar de opinión acerca de esta idea del picnic?  Realmente prefiero…
—Nick—, corrigió él, —y no, no hay nada que puedas decir para hacerme cambiar de idea. Acéptalo y disfruta de la noche, ese es mi consejo para ti.

Él se levantó bruscamente y dejó su caricia. Ella vio sus ojos azules oscuros escanear las páginas de su Biblia, y  quiso patearse a sí misma por haberla dejado abierta.
—¿La historia de María Magdalena, Miley?
Para consolarse, leía los pasajes por lo menos una vez al día. Pero jamás admitiría eso. No es que tuviera que hacerlo. Su mirada de complicidad le dijo que había adivinado sus razones para leer esa historia en particular.
—Estoy lista para salir.
Cogió uno de sus rizos almidonados entre sus dedos.
—No del todo.
Caminando hasta el lavabo, humedeció un trapo y cogió jabón. Después de volver, se puso a su lado y lavó el maquillaje de su cara. En el primer toque de la tela, Miley farfulló indignada, eso a él parecía divertirle.
—¿No es difícil?
Ella le golpeó en la mano.
—Estás arrancándome la piel.
El suavizó la presión.
—Entonces, dejar de ponerte esta mie/rda en la cara. Te ves más como la cara del payaso que estás bordando en la almohada.
Miley se negó a ser hostigada. Después de limpiarle la cara, él cogió el cepillo antes de que pudiera anticiparse y comenzó a pasar las cerdas a través de sus endurecidos tirabuzones. Fue sorprendentemente cuidadoso y se esmeró en no tirar de su cuero cabelludo.
—Realmente es difícil sacarlo—, dijo con asombro evidente.

Ningún hombre había cepillado su pelo alguna vez. Parecía una cosa muy personal, algo que un marido podía hacer por su esposa. Miley tenía dificultad para respirar, una condición de que se hacía más pronunciada con cada segundo que pasaba. Después de haber cepillado la mayor parte del almidón, pasó el cepillo en toda la longitud de sus cabellos con una lentitud sensual. Ella le miraba fascinada, congelada mientras dejaba su cabello dorado limpio y brillante. En las sombras de color ámbar que le tocaban, le tomó el pelo caído sobre su regazo como fibras hiladas de oro.
—Hermoso—, susurró. —Al igual que sol líquido con toques de plata.
Miley arrancó el pelo de su mano y mantuvo el cepillo a distancia.
—Me haré la trenza, y entonces estaré lista para salir.

Teniendo en cuenta el agobio que sentía en este lugar cerrado, escapar al aire libre sería un alivio. Al menos, así  podría tener espacio para respirar. Se puso de pie, lo que le obligó a balancearse hacia él pisándole los talones. Ella deseaba que se cayera de plano sobre su trasero arrogante, pero Nick Lobo era más ágil que la mayoría, incluso con las costillas doloridas. Ella no perdió la sonrisa que cruzó por su boca.

Así que lo encontró divertido, ¿verdad? Tomó la decisión de renunciar a una trenza, que tomaría demasiado tiempo, se recogió el pelo y le dio varios giros. Paso hacia el espejo sobre el lavabo, tomó las horquillas dispersas al lado de la cuenca y las apuñaló brutalmente en el rodete sobre la cabeza, pinchándose algunas de las veces. ¿Sol líquido? Hombres.
Eran todos iguales. Cogió su sombrero de sobre el perchero, se lo puso, agarrando fuerte las cintas mientras se los ataba. El resultado fue hacerse daño en la barbilla.
Él la miró con una sonrisa pícara.
—¿Miedo de tener pecas?
Miley bufó en respuesta a su pregunta y pasó con rapidez junto a él. Que se riese. No le importaba. Ella no estaba dispuesta a explicar por qué pensaba usar un sombrero de sol por la noche. Podía pensar lo que quisiera.

En el momento en que se encontraron fuera del salón, Nick cambió de manos la canasta de picnic, desató los lazos de Miley y le quitó el sombrero. Él no se perdió ni un ápice de la expresión de pánico que puso en sus ojos, y ella quiso arrancarle de nuevo el sombrero pero aunque lo dejó lejos del alcance de su mano,  estaba claramente determinada a que se lo devolviese.
—Es de noche, por el amor de Dios. No lo necesitas para mantener tu rostro oculto ahora.
Por su expresión, supo que había llegado más cerca de la verdad de lo que a ella le hubiera gustado. Vaciló y luego dejó caer las manos, su mirada siguió fija en el sombrero.
—He pagado cincuenta dólares para pasar este tiempo contigo—, dijo en voz baja. —Que me cuelguen si voy a mirar a ese feo sombrero toda la noche.

 Decidido a pasar por alto la mirada asustada en su cara, Nick dobló la tela del sombrero y lo metió en su cinturón. Una vez hecho esto,  la agarró del codo para guiarla a lo largo del paseo marítimo, no iba a preguntarle por qué lo llevaba siempre, porque probablemente no le respondería. ¿Por qué tenía miedo que la reconociesen? ¿Se escondía de alguien en particular?
El estudio de su perfil pálido, Nick tuvo que darle la razón de alguna manera. Los rizos almidonados y la pintura chillona que llevaba cuando trabajaba alteraban tanto su apariencia que, sólo un observador muy cercano podría hacer una conexión entre esta mujer de apariencia remilgada, propia de una dama joven y la pros/tituta que trabajaba en el Lucky Nugget.

Decidido a hacer la noche tan productiva como pudiese, Nick empujó todas sus preguntas a un lado y soltó el codo para tomar su mano. Ella lo miró con incredulidad, que le hizo preguntarse si ella había tenido alguna vez un novio. Era tan bonita que tenía dificultad para creer que no. Esta no podía ser la primera vez que un joven la hubiese escoltado a un paseo.

En este extremo de la ciudad estaba la sala de la comunidad. Un poco más al norte estaba la casa de Índigo y la escuela. Nick tenía un destino en mente, y aceleró el ritmo, ya que dejaron el paseo marítimo. El sonido de las voces, de las risas y de la música derivan hasta ellos en el aire de la noche, y miró hacia arriba para ver varias parejas salir del lugar. El baile debía de estar terminando. Le hubiera gustado poder haber llevado a Miley allí. Casi la podía sentir flotando en sus brazos al ritmo de un vals, con las mejillas ruborizadas, los ojos brillantes de placer.

Al mirar hacia ella, no dejó de notar la mirada de anhelo en su expresión cuando vio a las jovencitas con sus mejores galas, todas acompañadas por atentos hombres jóvenes. Tampoco se perdió el hecho de que aumentó su ritmo en un obvio intento de darse prisa para que nadie la viera. Sufría por ella, y no pudo entender por qué continuaba en una profesión que le traía tanto dolor. Tenía que haber una manera de salir. Todo lo que tenía que hacer era ayudarla encontrar una salida.
Sólo cuando se acercaron a la escuela se relajó un poco, e incluso entonces sólo por una medida insignificante. Nick optó por ignorar su inquietud y la condujo hasta el patio de recreo. Cuando se dio cuenta que él quería que se sentase en uno de los columpios, se agarró de la falda y sacudió la cabeza.
—No he estado en un columpio durante años. Realmente NO LO HE HECHO-
—Ya es hora, entonces, ¿no?
Después de dejar de lado la canasta,  la presionó hacia abajo sobre el asiento.
 —Agárrate—, ordenó, y luego le puso sus manos alrededor de las cuerdas y se fue hasta su espalda, agarrándola y tirando de ella hasta que sus pies no tocaron el suelo. Ella chilló cuando la soltó. La falda se le agitó en el viento. Con una mano, luchó para meter los pliegues debajo de sus rodillas. Dios no permitiese que le viese ningún tobillo. Joseph sonrió para sus adentros y la empujó de nuevo con las manos en la cintura cuando ella se columpió de nuevo hacia atrás. Dios, cómo quería conservar sus manos en su cintura y ojalá pudiese tocar con la boca la nuca de la muchacha, donde su rubio cabello  de seda estaba desprendido en esos rizos tentadores.

Se resistió a la tentación y le dio otro empujón fuerte. Al verla, sintió un cierto grado de satisfacción cuando vio que desaparecía algo de la tensión de sus hombros. Sabía condenadamente bien que no siempre era tan seria y retraída. Quería indagar a su manera más allá de las defensas que había subido para defenderse. Quería que se relajase, y recuperase su facilidad y rapidez de reír con él igual que cuando estaba con Índigo y los niños.
La capturó por la cintura otra vez, la suspendió por un momento en el aire, su trasero apretado contra su abdomen. La parte de atrás de su cuello se encontraba a la altura perfecta para que se la besara, y fue una vez más tentado. Se imaginó que su piel se sentiría tan suave como el terciopelo en contra de sus labios, y recordando su olor ayer por la noche, supuso que usaba aroma dulce de  lavanda.

Pero Nick tenía una misión en mente, y que se sobresaltase con sus avances sexuales no era parte de su plan. La soltó y siguió con otro impulso para enviarla columpiándose a una altura mayor que antes. Ella chilló de alarma de nuevo, pero la risita que le siguió le dijo que estaba más animada por la altura que por el miedo.
—Me estás empujando demasiado alto. ¿Qué pasa si me caigo?
—Te cogería.
—¿Qué pasa con tus costillas?
Nick había casi olvidado sus costillas.
—Están mejor.
—No pueden estar mucho mejor.
—Deja que yo me preocupe por mis costillas Relájate, Miley. Diviértete un poco, por una vez.
Ella soltó una risita sorprendida cuando le dio otro empujón.
 —Parece una manera muy peculiar para un hombre de perder cincuenta dólares.
—Soy un tipo peculiar.
Continuó empujándola hasta que hizo lo que le sugirió y disfrutó de ella misma. Cuando finalmente se cansó y la paró con cuidado, ella ladeó la cabeza para mirarle, sus grandes ojos llenos de preguntas y mucho más que un poco de desconcierto. Esto parecía un juego de adivinanzas.
—¿Por qué me has traído aquí?— preguntó finalmente.
Con cada minuto que pasaba en su compañía, sus motivos eran cada vez más confusos, incluso para él. Evadiendo el tema, la dejó sentada allí y fue a buscar la canasta de picnic. Ella lo miraba con recelo cuando puso una manta ligera debajo de la encina en el borde del campo de recreo.
Sentado con las piernas cruzadas sobre la franela, le dio unas palmaditas en un lugar junto a él.
—Vamos. Yo no **beep**. Por lo menos es difícil que lo haga.

Ella permaneció en el columpio por un momento, claramente recelosa y sospechando de sus intenciones. Nick fingió no darse cuenta y comenzó a sacar la comida. No era nada espectacular, pero era lo mejor que había sido capaz de conseguir sin pedir a su madre que le preparara algo especial. Panecillos de maíz,  melón, el pollo asado frío y una botella de vino que había comprado especialmente para esta ocasión. Se sirvió un poco de vino tinto en cada una de las tazas que había traído, muy consciente de que ella finalmente estaba caminando en su dirección, aunque lentamente.
—Espero que te guste el pollo frío.— Él hundió sus dientes en una pata y cayó de espaldas sobre un codo, sonriéndole mientras masticaba. —¿Tienes hambre?

En verdad, Miley se moría de hambre. Rara vez comía algo de  noche. Hasta ese primer cliente que entraba por la puerta cada noche, siempre estaba medio enferma con la tensión, y había aprendido hacía mucho tiempo que su estómago se rebelaba si comía algo antes que su turno comenzase.
—Supongo que podría tomar un aperitivo.
Hizo un gesto para que se sentara. A pesar de que sabía lo rápido que podía moverse, tener algo entre ellos, incluso algi tan inadecuado como una barrera hecha con una cesta de mimbre, la hacía sentirse mejor. Recolocó su estrecha falda, se envolvió bien las rodillas. Él la miró especulativamente. Teniendo cuidado de cubrir con modestia los tobillos,  lanzó una mirada curiosa hacia la cesta, espiando otra pata de pollo, y vacilante, la tomó… Dorada y crujiente. Ella le dio un mordisco pequeño.
—Mmm. Es delicioso.
—Mi madre es buena cocinera.

Él cambió de codo, se inclinó más cerca de la canasta para buscar dentro de su contenido. Oyó el ruido de utensilios de comer. Un instante después, con la mano sacó un tenedor con un trozo de melón atravesado en sus dientes. Sin previo aviso, lo llevó hasta ella, no dejándola más remedio que separar sus labios para comerlo.
Melón. El jugo dulce le llenó la boca y el sabor era absolutamente exquisito. Gus rara vez compraba fruta fresca, pues no era cosa que a los clientes ebrios, por lo general les gustara comer. A veces había fruta en la casa de Índigo, por supuesto, pero por lo demás no la probaba.

Después de tragar, se le ocurrió que el melón no estaba todavía de temporada. Sorprendida, y por un momento olvidando su cautela, le preguntó:
—¿De donde sacaste el melón?
—Jeremy, el cuñado de Ínndigo. Ya sabes, el hermano de Jake. Volvía desde California, y se detuvo aquí en su camino de regreso a Portland. Le trajo a mi madre una caja entera de melones. No estaban del todo maduros, por lo que los envolvió en papel para que madurasen y endulzasen. Ahora tenemos melón que nos sale por las orejas.
Eso sonó celestial a Miley, y le hubiera gustado tener  alguno para llevar a casa de su madre el fin de semana siguiente. El melón era la fruta favorita de María de Graham.
—¿Melón casi dos meses antes del tiempo? Me cuesta creerlo, y su sabor es tan bueno. ¿Quién iba a pensar que iban madurar envueltos en papel?
—California tiene una temporada mucho más larga de crecimiento. El sol, un montón de sol. La gente de ahí abajo tienen rostros curtidos y morenos todo el año.
—Y en Oregón sólo estamos morenos por el óxido de las minas.
—Hablas como una nativa de Webfoot, o me equivoco. ¿Dónde naciste, Miley? ¿En algún lugar cerca de aquí?

El calor inundó sus mejillas. Era evidente que esperaba la menor ocasión para sacarle información, ella no podía  bajar la guardia, porque al mínimo resbalón se olvidaba de su cautela.
—En un campo de fresas, ya te lo dije.
—Pero no en una parcela de aquí en Tierra de Jonas. Si fuese así, habrías ido a la escuela aquí, y no te recuerdo.
—Tal vez nunca fui a la escuela.
—Mi trasero. Eres muy bien hablada para que ese sea el caso. Tengo un buen oído para la gramática vulgar. Mi tía Amy fue un infierno de maestra, haciéndonos aprender el uso correcto del idioma.
—He leído mucho.
—¿Y quién te enseñó a leer?
Miley suspiró.
 —Un maestro, por supuesto. Asistí a la escuela hasta mi decimotercer año. Luego tuve que dejar de asistir.

La garganta de Nick se hizo un nudo. Trece. Poco más que un bebé. Cristo.
 —¿Fué cuando empezaste a trabajar?
—Poco después de eso.
—¿A los trece años?
—Sí.
—Hijo de pu/ta.— Nick tiró su muslo. Quería tirar más que eso. La cesta de picnic, tal vez. Una niña vendiendo su carne inocente a los hombres.—¿Dónde diablos estaba su padre? ¿No tienes uno?
—No. Murió en un accidente.
—¿Y te dejó huérfana?
Ella dudó.
—Sí. Soy huérfana.— Una mentirosa consumada, es lo que era.
—¿Y nadie se ofreció a cuidar de ti?
Ella volvió la cara. Después de un largo momento, dijo:
—He dicho todo lo que puedo contar. Si me trajiste aquí para hacerme preguntas, me voy a volver.
Nick sabía que significaba eso. Volvió sobre sus conversaciones, tratando de recordar lo que habían estado hablando antes de que él se hubiese salido del camino.
California.Webfeet. Terreno seguro. —¿Te gustaría un poco más de melón?
—No, gracias.
Había echado a perder su gusto por él, y él quiso patear lo que fuese. Con el tiempo iba a aprender todo lo que quería saber acerca de ella, pero el proceso no podía ser con prisas.
—¿Alguna vez has estado en California?
—No, he conocido a gente de allí.— Es evidente que trataba de recuperar su compostura, ella respiró hondo, exhaló con voz temblorosa, y luego forzó una sonrisa trémula.
—Todos se ven ricos. Sé que no puede ser, por supuesto, pero hay algo acerca de ellos… un aire de sofisticación. Y todo el gasto que parecen hacer comprando ropas en la tienda. ¿Has notado eso?
—No todos ellos. Tal vez, todos los que he visto. La gente que puede pagar el pasaje de tren suelen ser adinerados, supongo. Vi gente pobre allí, igual que ví ricos. La única cosa que la mayoría de ellos tenían en común, que yo recuerde, fue rostros tan tostados como las uvas pasas.
—¿Incluso las damas?
Su boca se apretó un poco.
 —No, no las señoras, por supuesto. Ellas protegen su piel.— Al tocar su sombrero, que todavía estaba metido en su cinturón, añadió, —Van siempre con cofias y sombreros, en su mayoría.
—Me atrevería a decir que serán mas lindos que ese mío.
—Algunos. A decir verdad, yo no tuve mucho trato con las señoras, mientras que estuve allí.
Algo en su expresión y la forma en que dijo que las señoras, le dijo que su visita había sido desagradable. No pudo resistirse a preguntar,
—¿Qué te llevó hasta allí?
—Madera. Quise conocer los bosques de secuoyas. Durante un descanso, me fui más al sur en busca de otro trabajo. Si piensas que hace calor aquí, deberías  estar abajo allí en el verano. Se puede freír un huevo en el asiento de un carro.
            —Bueno, todo ese sol sin duda lo convierte en una maravilla, sobre todo para el melón.


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Amo esta novela el es tan lindo con ella fdsaldksjfjds ok ya comenten :D

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