martes, 20 de agosto de 2013

Magia en Ti - Cap: 22


De los retazos  de la conversación, Nicholas se cercioró de que Frank Graham, el padre de Miley, había muerto en un accidente mientras hacia su trabajo de carpintero hacía más de nueve años atrás. Sin preguntar, Nicholas supuso que Miley, la hija mayor, tendría unos trece años en el momento de su muerte.
—Fue una trágica pérdida—, dijo Mary suavemente, proyectando una sombra sobre el ambiente festivo. —Por razones en las que no entraremos— dirigió una dulce sonrisa hacia Miley_ —El sarampión entró en esta casa, y toda nuestra familia cayó enferma y Jason.— se le quebró la voz como si estuviera abrumada por emoción. Tragó como para recuperar su voz, y continuó. —Jason y yo sufrimos los efectos permanentes, y los gastos médicos fueron exorbitantes. Frank, Dios le tenga en su gloria, tomó todos los trabajos que le ofrecían y se llevó él mismo a un estado de agotamiento. Si no fuera por ese cansancio permanente, bueno, él era muy ágil y siempre fue cuidadoso.— Sonrió de nuevo, pero con tristeza. —Tenía a muchos que dependíamos de él, como ves. Sabía que se le necesitaba desesperadamente y tuvo siempre gran cuidado. Si no fuera por nuestra tragedia familiar, nunca habría trabajado en el tejado de la torre de la iglesia cuando ya había comenzado a llover. Era resbaladizo y peligroso. Pero quería terminar el trabajo para poder cobrar. Debido a ello, siguió trabajando.
Nicholas no podía dejar de notar la expresión herida en el rostro de Miley. Su corazón encogido, pero antes de que pudiese mirarla fijamente a los ojos, inclinó la cabeza.
—Bueno, ¡basta de eso!— María dijo con un brillo forzado. Colocó una mano sobre su pecho: —Cómo he llegado a este tema, nunca lo sabré. Cuando lo que importa es el ahora. Mi maravillosa, y preciosa Francine ha cuidado de nuestras necesidades muy bien. A pesar de que siempre lloraré la muerte sin sentido de mi Frank, ninguno de nosotros podemos decir que hemos sufrido necesidades. Francine ha procurado siempre por nosotros, Dios te bendiga querida.

Nicholas tragó una bola de carne seca. Buscando entre las características preciosas de María Graham, él mismo se aseguró que estaba leyendo mal en toda esta situación. Por un momento, le había parecido que Mary Graham había revelado las circunstancias de la muerte de su marido, no por informar a Nicholas,  sino para recordar a Miley de sus obligaciones familiares. ¿Tal vez incluso tocar su conciencia? ¿Como si hubiera sido culpa de ella que su familia tuviese el sarampión? La noción misma era absurda. Nicholas decidió que, aunque por lo general sabía leer bastante bien los ojos de las personas, tal vez mirando en la ceguera de los ojos de María Graham debía estar recibiendo falsas señales.

Después de la comida, Mary Graham se había instalado en un taburete para arrancar la máquina de helados, mientras Miley y las niñas lavaban los platos. Frankie invitó a Nicholas a salir al exterior y con prontitud comenzó a liar un cigarrillo en el momento que estaban en el porche.
Reconociendo el logo en la bolsa de Frankie como la de una de las mas caras de tabaco, Nicholas tuvo que tragarse de nuevo las preguntas y mucho más que un poco de indignación. Frankie tenía edad suficiente para asumir las responsabilidades de un hombre, sin embargo, seguía  asistiendo a la escuela, estudiando matemáticas avanzadas  preparándose para la universidad, bajo la guía de un tutor especial, dejando toda la carga de su madre y sus hermanos a su hermana mayor. Algo acerca de esta imagen dejó un mal sabor en la boca de Nicholas. ¿El chico tenía la menor idea de lo mucho que su hermana tenía que sacrificar para proporcionar el dinero que tan a la ligera desperdiciaba? En tabaco caro, además. Si el muchacho quería disfrutar, debería pagar por sus propios vicios.

Nicholas no podía dejar de recordar los vestidos raídos y los zapatos desgastados que Miley usaba todos los días en Tierra de Jonas. Sin embargo, ¿su familia llevaba sólo lo mejor? La casa era de modesta  estructura, pero el interior estaba bien hecho, los muebles mas que bien. Todo esto era una carga demasiado pesada para un hombre. Y mucho mas pesada para los hombros frágiles de una mujer. 

Se moría de ganas de preguntarle a Miley sólo por qué no insistía en que Frankie y Alaina dejaran la escuela y trabajaran y ayudarán con los gastos para que ella  pudiese buscar otro empleo.
En una familia del tamaño de los Graham, Nicholas pronto se dio cuenta que los momentos de privacidad eran un bien escasos. En el momento en que el helado estuvo listo, Miley sirvió el pastel de cumpleaños, lo que hizo que la fiesta llegase a su pleno apogeo.

Sentándose en una silla de asiento de crin de caballo trenzado que había en una esquina, Nicholas se retiró para poder  observar sin inmiscuirse.
Miley. . .

Al verla en esta situación con su familia, Nicholas apenas podía creer que esta joven fuera la misma mujer reservada que había creído llegar a conocer. Aquí, ella no tenía miedo de ser reconocida, una paranoia que ahora entendía, pues  era por proteger a su familia del escándalo. Su risa era fácil y su voz sonaba a través de la casa tan dulcemente como una melodía. Su amable paciencia con su madre y Jason, le dijo a Nicholas más acerca de ella, de lo que podía haber averiguado hasta ahora, no sólo que ella era tan dulce fuera como lo era dentro, sino que además era cariñosa y fiel con los que la necesitaban.

Esas dos cualidades, obviamente, la había llevado a una vida como pros/tituta, el último sacrificio que cualquier mujer joven puede hacer. Pero, ¿qué otro recurso tenía en su poder? Mary Graham, con todo lo que  claramente amaba a sus hijos, era ciega e incapaz de asumir la responsabilidad de su cuidado. A diferencia de muchas viudas,  no había estado en condiciones de volver a casarse. No muchos están dispuestos a unirse a una mujer ciega con una familia de este tamaño ya hecha. La carga financiera por sí sola, sería un factor disuasorio.
Ese pensamiento hizo un nudo en el estómago Nicholas.  Con qué ligereza había perseguido a Miley, pensando que la rescataría de la vida que llevaba. Ahora se dio cuenta de que no era así de simple. Para asumir la responsabilidad de Miley, también tendría que asumir la responsabilidad de su familia. El gasto mensual de comida y alojamiento  serían más que considerable. Nicholas sospechaba que un niño con necesidades especiales como Jason, probablemente tuviese extraordinarios gastos médicos. El hombre que asumiese este reto, haría bien en tener un buen  trabajo para conseguir llegar a fin de mes. Cosas como la compra de grandes extensiones de bosques madereros estaría fuera de la cuestión.

En ese momento le golpeó la realidad de esta situación,  perseguía lo imposible. Por su cuenta, con sólo tener que preocuparse de sí mismo, su futuro parecía brillante. Podía llegar a la luna, y tuvo una maldita buena oportunidad de alcanzarla. Si se casase con Miley, podía besar sus sueños y decirles adiós.

Una vida a cambio de ocho años, que era el sacrificio de Miley había hecho. Tan noble como era, también era un despilfarro vergonzoso. Inclinada sobre Alaina cuando la chica abrió los regalos, Miley se veía tan dulce y hermosa, el sueño de todo hombre, con su dulce sonrisa y brillantes ojos verdes. Se merecía tanto más de lo que tenía, mucho más. Y Nicholas anhelaba dárselo.
Cuando Alaina abrió el regalo de Miley, Nicholas reconoció inmediatamente el vestido de encaje de color rosa como el que había visto en la mesa de costura de Miley. La niña dio un grito de alegría y bailó alrededor de la sala, sosteniendo el vestido apretado contra ella.
—Oh, Miley, es tan hermoso! Me encanta.

La mirada de Nicholas pasó de Alaina y su nuevo vestido al  atavío de Miley. Su color era  rosa, una blusa de algodón ligero con elegantes tapas, con volantes en las mangas y también en la cintura. Su falda de lana, cortada al bies para fluir con gracia desde sus caderas hasta el suelo, era un rosa profundo. En contraste con sus cabellos de oro, la mezcla de colores le puso en la mente los pétalos de una flor y la luz solar. Era un traje bonito y a la última moda, a diferencia de los trapos grises y raídos que usaba normalmente.

Nicholas sospechaba que tenía a un lado la ropa especial para usar sólo en el hogar para que su familia nunca pudiese adivinar la verdad, y que lo hacía para que ninguno de ellos se viera privado de nada de lo que necesitasen.
Después que Alaina terminó de abrir todos los regalos, Nicholas fue nuevamente invitado por Frankie para salir al aire libre para fumarse un cigarrillo. A pesar de que disfrutó de su tabaco, tanto como de la charla con el joven, Nicholas había sido criado por un padre que por lo general ayudaba con las tareas de cocina, y encontró irritante la aversión de Frankie al Trabajo de la mujer. A pesar de sus aires de mayor, el muchacho tenía un montón que madurar, estimó Nicholas, y mientras más pronto se hiciese un hombre, mucho mejor para Miley.

Incapaz de resistirse a tener un poco de diversión a costa de Frankie, Nicholas consideró el guapo perfil del joven por un momento.
—Sabes, Frankie, juraría que nos hemos conocido antes de hoy.
Los ojos azules del muchacho se llenaron de perplejidad. Tomando una profunda calada a su cigarrillo recién liado, exhaló y dijo:
—¿En serio? pues no me acuerdo.
Disfrutando inmensamente del cigarrillo, Nicholas pretendía reflexionar sobre el pasado. Por último, negó con la cabeza.
—Sé que te conozco. Supongo que de donde, va a venir a mí, mas temprano o mas tarde.
Pocos minutos después, cuando él y Frankie volvieron a entrar en la casa, Nicholas esperó a un lapso en la conversación, chasqueó los dedos, y le dijo:
—¡Lo tengo!
—¿Que es lo que tienes?— Miley dejó el fregadero, fijando en él sus curiosos  ojos verdes.
Nicholas dio una palmada en la espalda Frankie.
—Donde y cuando conocí a Frankie.— Soltó una carcajada sabihonda—. Eres un bribón, tú. Es todo un viaje llegarse hasta Tierra de Jonas un sábado por la tarde para ir al saloon. Me sorprende que te aventuras a ir, te queda muy lejos.

El silencio que siguió y que cayó sobre la habitación parecía ensordecedor. La cara de Frankie se puso roja.
—¿Tierra de Jonas? Me temo que estás…
Interrumpiéndole, Nicholas dijo:
—Sabía que me acordaría con el tiempo. Dónde te había visto, quiero decir.— Por la expresión de agonía de Frankie, Nicholas lanzó una rápida mirada hacia su madre. —Oh, lo siento, viejo. No quise decir nada que, bueno, ya sabes. Pensé que,— aclaró la garganta y Nicholas,  hizo todo lo posible para parecer avergonzado. —Cómo eres el hombre de la casa y todo, no me di cuenta que me habían pasado al decir esto… Bueno,  no tenía intención de levantar la liebre.
—¿Frankie?— dijo María en voz baja. —¿Qué estabas haciendo en Tierra de Jonas? La única razón que se me ocurre sería la de visitar a tu hermana, y sabes muy bien que la señora Belle le prohíbe tener visitas personales en su casa.
Frankie se retorcía.
—Yo, hum, sí, fui a Tierra de Jonas con algunos amigos míos, mamá.
— ¿Al saloon?
—Sí, señora.
—¿Con qué amigos?
—Sólo algunos compañeros de la escuela.
Nicholas echó un vistazo a Miley. Para su alivio, sus ojos brillaban y pudo ver que estaba luchando por no reírse. Ella presionó los labios, asumió una expresión de desaprobación mientras doblaba el trapo de cocina y lo colgaba en unos clavos.
—El saloon de Tierra de Jonas no es lugar para los chicos de tu edad, Frankie, —ella le  reprendió.—  He oído los rumores sobre ese lugar, y me he enterado de que hay mujeres de mala reputación en el piso de arriba del local.

María se quedó boquiabierta. La cara de Frankie se sonrojó un tono más profundo casi carmesí.
Nicholas decidió que ahora sería un momento prudente para hacer su salida. Dio a Frankie otra palmadita en la espalda de disculpa, y ofreció la señora Graham un educado adiós, dándole las gracias por haberlo incluido en la fiesta de cumpleaños y expresando su pesar por no poder quedarme más tiempo.
—Es un largo viaje de vuelta—, explicó, —y me gustaría sacar el máximo provecho de lo que queda de sol antes de que  oscurezca.

Como una reina de su trono, Mary Graham le tendió la mano a Nicholas para que la tomase. Sonrió un poco con el gesto, consciente de que nacía más de la necesidad que de las ilusiones de grandeza. La mujer no podía ver y había aprendido las formas de manejarse para compensar. Al extender la mano a la expectativa, la gente simplemente se la tomaba, y por lo tanto evitaba por su parte cualquier tanteo torpe en busca de una mano que si se la ofrecían antes, no vería. Nicholas encontró sus maneras entrañables, parecían de una mujer que no había sido golpeada por la aflicción, y probablemente nunca lo sería.
—Te acompaño—, dijo Miley mientras sacaba su sombrero del estante. —Le ruego me disculpe por unos minutos, mamá. Estaré de vuelta pronto.
Nicholas había atado su caballo en el abrevadero. Miley caminó a su lado mientras bajaba los escalones del porche y se fue en dirección a su montura. Ella esperó hasta que estuvieron fuera del alcance del oído de la casa antes de hablar.
—Bueno, ¿por fin satisfecho?
Nicholas escuchó la amargura en su voz y sabía que se lo merecía. Ahora que había conocido a su familia,  podía entender mejor su inclinación por mantener el secreto.
—Lo siento, Miley. Cuando te vi salir de la ciudad de nuevo ayer, no pude resistir ir tras de ti.
—¿Pasaste la noche en Grants Pass?
Se puso el sombrero negro y dio un toque a la ancha ala para mirarla mientras caminaban.
—Estoy acostumbrado a dormir al aire libre. Me limité a esconder mi saco de dormir debajo de un árbol.
—¿Y esperaste hasta la tarde para venir?
Se encogió de hombros.
—No podía aparecer demasiado pronto sin que pareciese sospechoso. Si hubiera viajado todo el camino desde Tierra de Jonas, me habría llevado la mayor parte de la mañana.
—Ya veo.

Sólo que, por supuesto, ella no lo veía, ni mucho menos. Nicholas podría decirlo por su expresión.
 —Supongo que piensas que soy un incurable entrometido.
—Estoy más preocupada por lo que piensas hacer con lo que has averiguado de mí.
Nicholas se paró.
—¿Qué demonios significa eso?
—Es muy difícil entender por qué has querido averiguar todo sobre mí, y me gustaría saber que vas a hacer con respecto a tu descubrimiento de mi verdad. Quiero saber por qué es importante para ti.
—Miley, te quería ayudar. Eso es todo.
Las sombras le llenaron los ojos.
—¿Y ahora? ¿Sigues tan ansioso por ayudarme, Nicholas?

Ambos sabían que la respuesta a esa pregunta ya no era tan simple. Tragó saliva y miró hacia otro lado, con el deseo, Dios le ayudase, de poder decir que sí. Pero la verdad era que necesitaba tiempo para pensar. Miley venía envuelta en un arca con una familia de ocho personas. Cualquier hombre que asumiese esa responsabilidad, mejor que estuviese malditamente seguro de en qué estaba metiendo, antes de dar el paso.

Cuando finalmente Nicholas se volvió hacia ella, vio un sospechoso brillo en sus ojos, que  supuso que era lágrimas no derramadas. Por Dios, nunca tuvo la intención de hacerla daño. Por la misma razón, no podía hacer cualquier promesa a la ligera, ni siquiera para salvar sus sentimientos ni la situación. Por mucho que quisiese cuidarla, tenía docenas de sueños no cumplidos, los cuales, ni en un millón de años podría lograr si se comprometía con Miley.
Eso era egoísta, y él lo sabía. Imperdonablemente egoísta. Pero no era fácil decir adiós a todo lo que había soñado. Desde su infancia, había deseado tener su propio campo maderero algún día. Desde hacía años, había estado trabajando cómo un animal y ahorrando casi cada centavo que hizo para comprar los terrenos forestales. Si se dejaba encantar por esta chica, tendría que abandonar todo eso.
—Miley, necesito tiempo para pensar en todo.
Su boca se torció en una sonrisa amarga.
 —Traté de decirte que no podías hacer nada por mí, pero te negaste a escuchar.— Su barbilla se elevó con orgullo. —No te sientas mal por mi causa. Mis obligaciones son una extraña sorpresa para ti, pero no te preocupes, lo tengo asumido desde hace mucho tiempo, y he aceptado ya que tengo que seguir haciéndolo.
—Ahora aquí diferimos de opinión—, aventuró Nicholas, probando suerte. —Frankie y Alaina tienen la edad suficiente para contribuir al apoyo de esta familia. Tú deberías insistir en que lo hiciesen y luego, conseguirte otro tipo de trabajo.
—Ya veo—, dijo en voz baja. —¿Y Frankie y Alaina? ¿No crees que ellos deben casarse y tener una oportunidad para una vida normal?
—¿Por qué? Tu has sacrificado todo. No es justo para ti seguir siendo la única en hacerlo.
Se levantó la brisa y tomó un rizo perdido en su peinado. Con dedos temblorosos, se apartó el pelo de los ojos.
—No, tu lo ha dicho. He sacrificado todo. No hay ninguna vuelta atrás para mí, Nicholas  Desde esa primera noche, mi destino estaba sellado. No puedo pretender que nunca sucedió. Y aunque pudiera, ¿qué posibilidades tengo de llevar una vida normal?
—Con el hombre adecuado, una buena maldita oportunidad.
—¿Y dejar que Alaina y Frankie envejezcan cuidando a nuestra familia? En el momento en que los otros niños tengan la edad suficiente para mantenerse y sólo queden Jason y mamá para cuidar, Alaina será una solterona y Frankie va a ser un mal partido, atrapado con los grilletes de una madre ciega y su hermano ****a.
—Ah, ya veo—, dijo con un toque de sarcasmo. —Es mejor para ti ofrecerte para ser el sacrificio.
—Sí.
La respuesta sencilla atrajo su mirada a la suya y le obligó a ahondar en las verdes profundidades. Leyó una gran cantidad de dolor allí.
—¿Por qué, Miley? ¿No crees que te mereces un poco de felicidad? No es como si fuera tu culpa que tu madre y Jason tengan aflicciones.
—Sí—, le susurró de nuevo. —Es mi culpa. Enteramente mi culpa.
—¿Qué?— preguntó con incredulidad. —¿La ceguera y la ****ez? Vamos, Miley. ¿Cómo puedes cargar con esa culpa?
—Es una larga historia. Sólo confía en mí cuando digo que ambos serían normales si no fuera por mí. Como una extensión de eso, yo también soy responsable de que mi padre subiera al techo del campanario bajo la lluvia.— Levantó sus manos en un gesto desamparado.— Así que, ¿ves? Tomé la decisión hace mucho tiempo que era mi deber de cuidar de mi familia. Cuando los otros niños sean adultos, todavía deberé ser yo quien haga los sacrificios necesarios para cuidar de mamá y Jason. Mejor una vida arruinada que tres. Quiero que Alaina y Frankie…— Su voz se apagó, y tragó con dificultad, abrazándose a sí misma, como protegiéndose del frío.— Quiero que tengan una oportunidad de ser feliz, eso es todo.
Nicholas sabía que había estado a punto de decir que quería que su hermano y hermana tuvieran una oportunidad de tener todas las cosas que ella se había perdido.
—¿Qué hay de tu felicidad?
Ella bajó los ojos un poco para que no pudiera leer su expresión.
—No importa.
—¿No importa?
Dejando caer los brazos a los costados, exhibió una sonrisa temblorosa.
—Adiós, Nicholas. Confío en que lo que has sabido hoy sobre mí, seguirá siendo un secreto entre nosotros. Esto haría pasar un dolor indecible a mi familia, si se enterasen de la verdad..
Con esto, se volvió hacia la casa. Nicholas la agarró del brazo.
—Miley, espera.
Ella lo miró por encima del hombro.
—¿No te das cuenta?— le preguntó con una vocecita hueca. —Si de verdad quieres ayudarme, mantente alejado de mí. Todo lo que has hecho es hacerme desear las cosas que nunca podré tener.
Con eso, ella se soltó de su mano y se fue de inmediato.


Magia en Ti - Cap: 21


odio a la familia de Miley en esta novela 
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Después de dar dos zancadas, llegó a la cama. Miley cayó con un torpe plop sobre la cama. Las cuerdas del somier crujieron en señal de protesta. Ella trató de echarse a un lado, pero él era demasiado rápido. Después de tirarla sobre la cama, se apoderó de sus hombros y le apretó la espalda contra el colchón. Apoyó luego una rodilla sobre la cama y con una mano sobre el pecho de ella desmanteló cualquier intento de fuga. Le susurró:
—¿Vas a alguna parte?
—No está oscuro todavía. No funciona antes de que oscurezca.
—Estamos hablando de nuevo. No pensé que era parte de tus servicios. ¿Puedo tomarlo cómo que también podemos prescindir de esa regla?— Antes de que pudiera responderle, dijo: —Bien. El sexo no sería lo mismo sin un poco de conversación.
Miley nunca había sentido tanta fuerza en las manos de un hombre. Cuando  trató de moverse, tensó los brazos en su contra y la sujetó rápidamente. Con tanta facilidad que le dio verdadero miedo.
—No me gusta que me maltraten, Sr. Jonas. Se está comportando como un bárbaro.
—Haces salir mi lado más salvaje sale, supongo.— Él la soltó y se sentó en la cama frente a ella. Se inclinó para acercársele, diciendo, —No te voy a maltratar ahora. ¿Está mejor?
—Que se fuera, sería mejor aún.
Él se rió suavemente.
—¿Qué te pasa, Miley? ¿Tienes miedo que tus imágenes de sueños no te salvarán esta vez?
Eso era exactamente a lo que ella tenía miedo. Lo que siempre había temido cuando estaba junto a él. Desde el principio, desde que había detectado su obsesión por ella.

Con su mano libre, le acarició la mejilla. El contacto fue punzante y casi la dejó sin aliento. Miley cerró los ojos, tratando frenéticamente de evocar una imagen hacia la que poder escapar. Todo lo que veía era oscuridad. Las puntas de sus dedos duros eran de la misma textura que la seda cruda, provocando una respuesta no deseada en sus sensibles terminaciones nerviosas.
Seda cruda en contra de satén. Un silencio sin aliento se posó sobre Miley. No sólo era plenamente consciente de él, si no que lo era de forma muy aguda, muy real. Podría haber jurado escuchar su sangre latir bajo su piel. Su mano rozando un camino ardiente por la garganta. A continuación, bajó. Sintió que sus dedos trazaban ligeramente la línea de la V de la bata que la cubría.

La vergüenza llenó su interior, y una pena tan espesa que casi la estranguló. Manteniéndose rígida, trató de reprimir el sollozo que salía de su pecho. En su mente,  veía su penetrante mirada azul, finalmente sobre ella. La palma de su mano se deslizó con agónica lentitud sobre la  seda de la bata, su toque era tan ligero que tenía que concentrarse para sentir el contacto, sin embargo, fue un reclamo que no podía ignorar o negar. Sus pezones se endurecieron y empujaron la tela de seda como signo de anticipación.
Él se rió por lo bajo, satisfecho.
—¿No hay imágenes, Miley? ¿No hay lugares de ensueño donde esconderte de mi?—

Un sollozo ahogado se le escapó y salió de sus labios como un lamento estrangulado. Las lágrimas de humillación escapaban por debajo de los párpados bien cerrados. En ese instante, odiaba a Nicholas Lobo como nunca había odiado a nadie, por hacerla sentirse así.
Incapaz de soportar ni un segundo más, con una fuerza que ni siquiera sabía que poseía, se arrojó lejos de él y se apresuró hacia el suelo. Cayó y se levantó, corrió hasta la cómoda, cogió el montón del dinero y se lo arrojó.
—¡Fuera!— exclamó. —Otros hombres me pueden comprar. ¡Pero para ti no es posible! No quiero volver a verte de nuevo. Nunca, ¿me oyes?
Las monedas golpearon en el piso de madera y saltaron en todas direcciones. Con mirada feroz e implacable, Nicholas se incorporó lentamente de la cama.
—Quédate el dinero, Miley. Obviamente, lo necesitas mucho más que yo. —, se rió de nuevo, pero esta vez el sonido era áspero y cortante.— Algunas personas simplemente nunca aprenden. Y supongo que soy uno de ellos. La conclusión es, que no quieres ser ayudada. Te gusta tu vida tal como es.

Ella puso una mano temblorosa sobre sus ojos, consciente de su presencia en cada poro de la piel cuando pasó junto a ella hacia la puerta. Otro sollozo brotó de su pecho, pero este salió libre. Se odiaba por eso. Pero a él lo odiaba más.
En la puerta, le oyó parar. Un largo silencio se extendía entre ellos. Tan cierto como si se tratara de una fuerza tangible, podía sentir su mirada descansando sobre ella.
—Ninguna mujer tiene que vender su cuerpo—, le dijo en voz baja. —Siempre hay otras opciones. Siempre. Estoy dispuesto a ayudarte.— Dudó un momento y luego prosiguió. —Si no quieres saber nada de mí, como obviamente parece, entonces te daré el dinero. Sin condiciones. No tienes que devolvérmelo. Sólo tienes que tomarlo y salir de esta vida. Vete a otra ciudad, encuentra algún otro tipo de trabajo, y nunca mires hacia atrás.
Otro silencio. Sabía que estaba esperando que respondiese, esperando que pensara su oferta, tal vez esperando a que la aceptase. Sólo que  no podía, y porque no podía, no había nada más que decir. Miley sabía lo que debía estar pensando. Que no quería su ayuda o la de alguien más. Que le gustaba jugar a  ser pu/ta. Nada podría estar más lejos de la verdad.
—Bueno—, dijo finalmente, —supongo que no puedo hacer nada—. Lo oyó suspirar. —Voy a dejar la señal de ocupado  cuando salga hasta que puedas estar lista para trabajar.— Hizo hincapié en la última palabra, enlazada con jarabe de sarcasmo.— Disfruta de la noche.

Un momento después, oyó el suave clic de la puerta al abrirse y luego se cerró detrás de él. A diferencia de los otros hombres que visitaba la habitación, Nicholas se movía tan silenciosamente que sus pasos no se oían por las escaleras. Conteniendo la respiración para controlar los sollozos, esperó hasta que se sintió bastante segura de que se había ido.

Luego cayó de rodillas. Abrazada a su propia cintura, los hombros encorvados, gimió y comenzó a llorar.
Fuera en el pasillo, Nicholas presionó su frente contra la puerta de Miley. El sonido ahogado de sus sollozos lo atravesaron  como cuchillos.

***
El domingo siguiente era el cumpleaños decimosexto de Alaina la hermana de Miley, y ella hizo un viaje extra a casa el sábado para poder estar allí para celebrar la ocasión. Los festejos iban a comenzar después de la cena del domingo, eran esperados por todos en la familia, y Miley hizo que todos sus hermanos se reuniesen entusiasmados alrededor de la mesa. Ella acababa de lograr eso y estaba a punto de pedirle a su madre que dijese la bendición cuando alguien llamó a la puerta de entrada.
—¡Al diablo!— Miley murmuró en voz baja. Como siempre lo hacía cuando estaba en casa el domingo, había cocinado una gran comida para el mediodía, las preparaciones habían comenzado inmediatamente después de los servicios religiosos matutinos. Después de poner tanto trabajo, odiaba ver la comida enfriarse antes de que pudiesen comer. —Perdonadme mientras veo quien es.
—¡Date prisa, Francine!— los niños gritaban al unísono. —¡Dile a quien quiera que sea que se vaya!
—¡Silencio!— susurró. —Puede ser predicador Elías. ¿Queréis que se ofenda?

Poniendo una brillante sonrisa en su rostro, Miley se apresuró hacia la puerta, totalmente preparada para invitar al ministro a unirse a ellos para la comida. Había siempre un montón de comer en casa de los Graham, Miley se ocupaba de ello. Su sonrisa se congeló cuando vio quien estaba de pie en el porche.
Dejando caer su peso en una pierna, y con la otra ligeramente flexionada y cruzando una bota sobre el otro pie, la postura de Nicholas Jonas sólo podía ser descrita como insolentemente masculina. Con sus grandes manos dejadas caer como casualmente en las caderas estrechas, también tenía el aspecto de un hombre listo para dar problemas. Llevaba la camisa negra abierta hasta la mitad del pecho, las mangas arremangadas revelando sus antebrazos gruesos. Al ver su expresión de sorpresa, le dedicó una sonrisa lenta y se quitó el sombrero de montar negro, cortésmente inclinando la cabeza en señal de saludo.
—Hola, Miley —, dijo en voz baja.
Miley casi se desmayó. Evidentemente temió que iba a hacerlo. Pensando lo mismo, él se trasladó rápidamente hacia adelante para agarrarla del brazo. Ella fijó sus ojos horrorizados en su atractiva cara, casi no podía creer que estuviera allí de pie. ¿Por qué? La pregunta resonó en su mente aturdida. La había, obviamente, seguido. ¿Pero por qué razón? ¡Oh, Dios!.

Su primer pensamiento fue que había llegado para descubrirla ante su familia, y en el momento en que recuperó un ápice de su compostura, le susurró:
—¿Cómo te atreves?
Como si ella le hubiera expresado su satisfacción al verlo, le dedicó otra sonrisa deslumbrante.
—Te dije que podía encontrar el camino hasta aquí, sin perderme. Das mejor las direcciones de lo que piensas.
¿Cómo salir de esta? Las piernas de Miley temblaron. Mirando más allá de ella a los miembros de su familia que se reunían alrededor de la mesa, él asintió con la cabeza educadamente. Miley no se perdió su sonrisa o él no dibujó ninguna expresión asustada en el rostro cuando vio que había una multitud. Ocho no es un número pequeño.
—¿Francine, querida, tenemos un invitado?— su madre la llamó.

Tomada por sorpresa, a Miley no se le ocurría nada que decir. Para su horror, Nicholas tomó la delantera y cruzó el umbral, como si lo hubiese invitado, vio sus ojos reducirse ligeramente para poder ver a través de la penumbra. El hecho de que su madre no pudo ver por sí misma si tenían un huésped, claramente no se le había escapado, y le disparó una mirada inquisitiva a Miley.
—Usted debe ser la madre de Miley… Francine—, observó con gusto. —Es un placer conocerla al fin. He oído muchas cosas buenas acerca de usted.
Miley tragó saliva. Nicholas dio otro gran paso en la habitación. Bajo la voz hasta ser casi imperceptible, le susurró a ella,
 —Será tu funeral.

Miley sabía que le estaba dando una advertencia razonable. Si no jugaba con él sería expuesta y no iba a arriesgarse. Se apresuró a seguirle la corriente  y esbozó lo que esperaba fuera una encantadora sonrisa en la boca, y cruzaron la alfombra de la sala de estar los dos juntos. Al entrar en la cocina, anunció,
—Mamá, me gustaría presentarte a mi amigo, Nicholas Kelly Jonas. Señor Jonas, mi madre, Mary Graham.
—Es un placer conocerle—, respondió Mary Graham con elegancia.
Aunque Nicholas apenas había hecho ruido, sus ojos azules sin vida se dirigían directamente hacia él. Se dio cuenta de que debía haber desarrollado un agudo sentido del oído para compensar su ceguera, un fenómeno del que había oído hablar pero del que nunca fue testigo. Su sonrisa era tan dulce como la de Miley, su delicado rostro casi tan encantador. Ahora Nicholas podía ver de quien Miley había heredado su belleza.

La voz ronca de Nicholas contestó con sinceridad cuando se reunió con ella.
 —El placer es todo mío.
Frankie, cuyo privilegio era el sentarse en la cabecera de su mesa, cómo el hijo varón de mayor edad aunque fuese menor que Miley, se aclaró la garganta para llamar la atención de su hermana. Los nervios la hacían sentirse algo torpe, Miley se llevó una mano a la cintura y le dijo:

—¡Oh! Joseph, me gustaría que conocieras a mi hermano.—  Ella vaciló sólo un instante antes de agregar —Frank Graham .
Frankie deslizó su silla hacia atrás, colocó la servilleta al lado de su plato, y se levantó. Extendió la mano abierta, y dijo:
—Mis amigos me llaman Frankie.
Nicholas dio un paso adelante para estrechar su mano.
—Y a mi llámame Nicholas  He oído hablar mucho de ti, Frankie—. Echó un vistazo rápido a Miley. —Me alegro por fin de conocerte.

Sonriendo levemente, Nicholas puso su atención en el resto de los chicos. A partir de Alaina, la mayor después de ella, Miley pasó por el trámite de presentar formalmente a cada uno de sus hermanos.
La cabeza de Nicholas se había llenado con sus nombres en el momento en que terminó, y supo que iba a tener dificultades para acordarse de quien era cada cual. Rubios, todos con características similares, con los ojos azules o verdes, todos se parecían a Miley. Incluso el niño llamado Jason, con su expresión insulsa y la boca floja, era un chico guapo.

Alaina, que se sentía la protagonista porque era su decimosexto cumpleaños, amablemente dijo:
—Sería un honor si se uniese a nosotros para mi cena de cumpleaños, Señor Jonas.
—Oh, no, no quiero que se molesten. No puedo—, dijo.

Miley estaba a punto de decir cuánto lo iban a sentir pero que lo entendían, cuando su madre intervino.
—Tonterías, Sr. Jonas. Los amigos de Francine son nuestros amigos. Por favor, tome asiento. Tenemos un montón de comida en la mesa.

Con un rápido vistazo a las colmadas bandejas de servir, Nicholas comprobó que era cierto. Miley mantenía, obviamente, muy bien a su familia. Y era una gran familia. Su garganta se sentía algo seca cuando aceptó la silla extra que Frankie trajo. Los tres hijos de ese lado de la mesa se mudaron de lugar para hacerle espacio. Con el rostro sonrojado, sus ojos verdes extrañamente brillantes, Miley le dio un plato y los cubiertos antes de recuperar su asiento frente a él. A su derecha estaba sentado, con la boca abierta y los ojos vacíos, el chico llamado Jason, en una silla de gran tamaño, especial, hecha en casa. A juzgar por la altura del niño, Nicholas le calculó alrededor de diez años de edad.

Jason lanzó un gruñido de impaciencia y echó la mano hacia la comida, su boca goteaba baba, la lengua débil le sobresalía ligeramente entre los labios. En lugar de regañarlo, como se pudiese suponer, Miley cantó en voz baja y le tranquilizó con un pedazo de pan, mientras que la familia inclinaba sus cabezas para la bendición. En lugar de asistir a las palabras de oración a María Graham, Nicholas sólo oyó el chasquido de los sonidos húmedos que Jason hizo devorando torpemente el pan. Con una sensación aguda en su bajo vientre, Nicholas dio cuenta de que al fin conocía todos los secretos de Miley, ocho de ellos, siete hermanos y una madre ciega.

Cuando recordó cómo se había erigido a si mismo juez, lo arrogante y farisaico que había sido, acusándola de gustarle su vida tal como era, se sentía más pequeño e insignificante de lo que nunca fue. A veces, al igual que Miley le había tratado de explicar, las circunstancias lo exigían, e hizo lo que tenía que hacer porque no había otra opción.
Después que la oración se terminó y las bandejas de servicio comenzaron a hacer sus rondas, Mary Graham fijó su mirada ciega en Nicholas con enervante  precisión y dijo:
—Entonces, Sr. Jonas, usted es un amigo de la señora Belle?
—¿Cómo dice?
—La señora Belle, mi patrona,— Miley rápidamente intervino. —May Belle.
—¡Oh! Sí, por supuesto. May Belle—. Nicholas  dio una risa nerviosa. —Es mi amiga también, sí.

Cuando Nicholas habló, María Graham inclinó la cabeza como para escuchar mejor, el primer gesto que había visto hacer acorde con su ceguera. Un rayo de sol entraba por la ventana a sus espaldas y jugó con su pelo de color platino, que llevaba recogido en una trenza que rodeaba su cabeza. Si tuviera algo de gris, que a su edad era lo habitual, Nicholas no pudo detectarlo.
—Ah—, dijo en un tono pensativo, —De modo que es así como ha conocido a Francine.
—Um, sí—. No era exactamente una mentira. A pesar de que formalmente no tenía el título, May Belle era, para todos los propósitos prácticos, la señora en el Lucky Nugget, y supervisaba el trabajo de Miley. —Así es como nos encontramos, sí. A través de la señora Belle y de mi hermana, que es buena amiga de Francine.
—¿Índigo?— La señora Graham le preguntó.
—Sí.
—Oh, Francine habla muy bien de ella. Así que tú eres su hermano. Qué bien.

A pesar de su sonrisa pensativa Mary Graham estaba radiante. Al igual que su propia madre, era todavía una mujer encantadora, del tipo que había adquirido un tipo diferente de belleza con los años. Cuando Miley creciera y el rubor de la juventud desapareciese, iba a ser así de hermosa. Si las dificultades de su vida no la destruían. La idea hizo un nudo en el estómago de Nicholas.

Mary Graham llevaba un vestido de día azul de seda cruda, el corpiño bordado finamente detallado y ribeteado con encaje color crudo para que coincidiese con sus puños. Nicholas ya había tomado nota de la ropa de los niños. Todo esto había sido hecho en casa, cortesía de Miley y su nueva Wheeler-Wilson, su máquina de coser, estaba seguro. Mirando a través de la mesa, la magnitud de las responsabilidades de ella lo golpeó. Sólo para mantener a toda su gente bien calzada, debía de costar una pequeña fortuna cada año. No había escapado a Nicholas que los propios zapatos de Miley estaban rayados y muy desgastados en las plantas.
—Nicholas trabaja en la tala de árboles, mamá.
—Oh, Cielos. Sólo la idea de la tala de esos árboles enormes que hace que mi pulso se acelere.
Nicholas, sonrió.
 —Una vez que se aprende el oficio, realmente no es tan peligroso.
—Un trabajo duro, sin embargo.
—Sí, mantiene los músculos de un hombre en forma.
Nicholas miró a Miley.
— Este verano he estado recuperándome de una lesión leve, por lo que estaba en Tierra de Jonas y tuve la oportunidad de conocer a su hija.
—¿Qué tipo de lesiones?
—Costillas rotas. Estaba caminando sobre los troncos apilados, se deslizaron y me aplastaron.
—Pensé que había dicho que no era peligroso—,le recordó María.
Nicholas, se aclaró la garganta.
—Sí, bueno… No estaba usando mi buen juicio cuando sucedió. Uno podría decir que lo estaba pidiendo a gritos.

Los ojos verdes de Miley lo miraron con fijeza.
—¿Cómo es eso?
—Me pasé un poco con el whisky—, admitió Nicholas.
Mary Graham arqueó una ceja delicada.
—¿Es usted un hombre bebedor, Señor Jonas?
Por su tono imperioso, Nicholas supo que no estaba de acuerdo con aquellos que bebían. 

Afortunadamente, Jason derramó la leche que Miley le estaba dando en ese exacto momento y la distracción evito a Nicholas el tener que dar más explicaciones. Para asegurarse de que no lo harían, Nicholas le dio un mordisco grande al pan.
—¿Cuánto tiempo hace que conoce a la señora Belle?— preguntó María.
Nicholas tragó saliva para vaciar su boca.
—Yo, eh… durante años.
—Una mujer generosa, sí. Si no fuera por que contrató a Miley como dama de compañía, realmente no sé lo que habría sido de esta familia. Realmente ha sido nuestra salvación.
Nicholas estudió el rostro de la mujer ciega, preguntándose cómo podía creer que alguien pudiera ganar las sumas de dinero que Miley traía a casa trabajando como dama de compañía. Ella servía como compañía, está bien, pero no en la forma en que su madre creía, claramente. La mirada de Nicholas saltó a Miley. Dos brillantes manchas de color sonrosado le subieron a las mejillas. En su visión periférica vio a Jason que le sonreía. Jason, uno de los muchos secretos bien guardados de Miley. Se le ocurrió, de repente, que la joven frente a él estaba rodeada de secretos, y que ninguna de sus identidades era totalmente honesta. Aquí con su familia jugaba un papel, en Tierra de Jonas, otro. 

¿En qué parte de todo esto, estaba la Miley real?
Como la comida avanzaba, los niños, que eran muy educados, se unieron a la conversación. Aunque todos parecía genuinamente enamorados de Miley, Nicholas no pudo dejar de notar que gran parte de su admiración por ella provenía del interés por las cosas que había traído a casa, y por las que aún podría proveer. Alaina y la pequeña Mary querían unas zapatillas de baile. Teresa, una preciosa niña de trece años de edad, quería peinecillos con imitación de diamantes. Mateo, un año menor de Teresa, tenía grandes esperanzas de que Francine le regalase un rifle de caza. Incluso Frankie parecía querer algo de ella, describiendo una chaqueta de lana de un traje con chaleco confeccionados, que había visto en la tienda.

Él era lo suficientemente mayor para llevar ese tipo de prendas, dijo. En opinión de Nicholas  también tenía la edad suficiente para trabajar y ayudar a mantener a la familia, pero estos eran sus pensamientos. Nadie solicitaba su opinión.
Otra cosa que Nicholas observó, fue que Mary Graham daba la impresión de estar algo preocupada porque que su hija mayor tuviera un caballero llamando a su puerta. Nada muy evidente, sólo matices en sus expresiones, tan sutiles que dudaba que nadie se hubiera dado cuenta. Miley era una mujer encantadora y joven, muy agradable. 
También tenía veintiún años, estaba en un incómodo punto de ser considerada una solterona  Cualquier madre en su sano juicio se complacería de que hubiese atraído el interés de un hombre joven. Pero Nicholas tenía la clara sensación de que María Graham no estaba muy feliz con eso.

A pesar de que sabía que era poco caritativo por su parte, no podía dejar de preguntarse si María Graham no estaba preocupada de que su hija pudiera casarse y dejar de contribuir al apoyo de su familia. ¿Podría ser que la mujer sospechosa la verdad? ¿Que ella no sólo supiese lo que hacía Miley para ganarse la vida, si no aprobarlo? El pensamiento se abrió camino en la mente de Nicholas  y una vez allí se negó a ser desterrado. Mirando fijamente a los platos llenos en la mesa y el número infinito de gastos,  no podía ver cómo la mujer no sospechosa de la fuente de ingresos de su hija. No había muchos puestos de trabajo que pagaran a una mujer lo suficiente como para alimentar y vestir a ocho personas.

Desde el aspecto que tenían las cosas, Miley no sólo había logrado proveer las necesidades básicas, sino también de algunos lujos. Mary Graham estaba ciega, pero no era est/úpida.

El ambiente alegre y la animada conversación en la mesa, no le dejaba a Nicholas mucho tiempo para reflexionar, sobre esos pensamientos. Antes de darse cuenta, había sido absorbido por el espíritu de cumpleaños. A pesar de la aflicción de Jason y de la ceguera de su madre, los Graham eran joviales y alegres y parecían disfrutar de la compañía de unos y otros.