Si se dieron cuenta Miley tiene 21 años
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Tal y como lo había hecho una vez al mes durante ocho años, Miley compro un pasaje en la diligencia el siguiente sábado por la mañana y se dirigió a su casa de visita. Aunque los caminos estaban en buen estado y se atravesaban con facilidad durante los meses de verano, el viaje era todavía largo y agotador, tomándola casi todo el día. Diez millas fuera de Grants Pass, había una cabaña de minero desierta, donde siempre se detenía para quitarse el polvo del camino y cambiarse de ropa. Cuando salió de la cabaña en ruinas, la Miley de Tierra de Jonas ya no existía. Francine Graham, una mujer joven con un vestido a la moda y bien peinada, había tomado su lugar. La cofia que ocultaba celosamente el rostro de Miley estaba guardada en el fondo de su bolso, junto con todos sus secretos.
Esta vez, no iba tan llena de alegría como de costumbre cuando iba a visitar a su familia. Nicholas Jonas había abierto viejas heridas dentro de ella y la obligó a mirar lo solitaria y sin sentido que era su vida. Pasar tiempo con él había reavivado el deseo en su interior, por aquellas cosas que hacía muchísimo tiempo que había perdido la esperanza de tener. Y ahora, el dolor en su interior no podía ser aplacado.
Mientras estuviese en casa, Miley trataría de desterrar a Nicholas de sus pensamientos, quería realmente hacerlo así, pero parecía que había removido muchos mas anhelos de los que realmente esperaba.
A la semana siguiente era el cumpleaños decimosexto de Alaina, y la chica apenas podía contener su emoción. Francine había llegado, ¿le traería un bonito regalo? La pregunta de su hermana llevó a la mente de Miley el vestido de encaje sobre su mesa de costura, y la forma en que Nicholas lo había estudiado.
Y así ocurrió.
Al mirar los rostros queridos de las personas de su familia, Miley se recordó a sí misma que su propósito en la vida ya se había decidido. No tenía opciones, y nunca los abandonaría. Nicholas Jonas era peligroso para ella. Y con intención o sin ella, también estaba siendo cruel. Por razones que no podía imaginar estaba tratando de hacerla creer que quería cortejarla. La idea, por sí misma, era absurda. Los hombres no hacían la corte a las pu/tas. Tampoco las respetaban. Cuando se enamoraban, lo hacían de mujeres castas, de mujeres buenas, mujeres puras. Nunca de prostitutas. Ella sería cien veces tonta si empezase a pensar que podría ser de otra manera.
Además, se regañó, aunque por algún extraño capricho del destino, Nicholas cayese enamorado, ella venía con una gran, realmente gran familia que mantener. La suma de dinero que se necesitaba cada mes para apoyar y atender todas sus necesidades especiales era alta y era imposible que un joven asumiese esa responsabilidad financiera. Sin duda, se necesitaría más que amor para convencerlo de que lo hiciese. Tendría que estar loco de remate.
Durante su visita a casa, Miley notó que su hermano Frankie, el mayor de los varones, la miraba en diferentes momentos con una mirada especulativa en los ojos. Ella no pudo evitar dejar de recordar la noche en que él y sus jóvenes amigos se habían presentado en el Lucky Nugget. Cuando pensaba en lo cerca que había llegado a ser descubierta, temblaba. ¿Frankie habría descubierto de alguna manera su relación con la pros/tituta de Tierra de Jonas?
Por momentos, Miley tuvo que morderse la lengua para no regañarlo. Sabía por qué él y sus amigos habían viajado tan lejos de casa para visitar un salón. Los muy pícaros. Aunque se dio cuenta que su hermano estaba llegando a la edad viril, ahora que ya había cumplido diecisiete años, ella quería castigarlo por buscar la compañía de una mujer fácil. Cierto que habiendo ido lejos de su pueblo, al menos trataba de ser discreto. Pero el hecho seguía siendo que había visitado Tierra de Jonas para comprar los servicios de una pros/tituta. Estimaba que aun era demasiado joven para esos asuntos, y que ahora que había ido una vez, no tardaría en intentarlo más veces.
A su madre se le rompería el corazón si lo supiera, y Miley no podía dejar de temer que esta forma de caminar por la vida, acabase estropeando la moral y el buen juicio de su hermano. Ella quería que Frankie fuese un buen hombre, temeroso de Dios, que viviese una vida limpia, no la clase de personas que visitaban los salones y visitaban a las prostitutas.
Por desgracia, Miley no podía enfrentarse a su hermano acerca de su transgresión, sin exponerse.
***
Cuando Miley regresó a Tierra de Jonas el lunes por la noche, se detuvo en la habitación de May Belle y encontró a su amiga llorando. Alarmada, dio un paso dentro del dormitorio y cerró la puerta tras de sí.
—May Belle, ¿qué tienes? ¿Qué ha pasado?
Claramente avergonzada por haber sido sorprendida en un momento de debilidad, May Belle escondió su hinchada cara cubierta de lágrimas en la almohada. Sus hombros se sacudieron con un sollozo.
Preocupada, Mileyse sentó en el borde de la cama y tocó ligeramente el pelo cobrizo de su amiga.
—¿Hay algo que pueda hacer?— preguntó con suavidad.
—Sí—, fue la respuesta ahogada de May Belle. —Si puedes meter algo de sentido común en esta cabeza hueca a mi edad.
Miley palmeó el hombro de la mujer.
—Oh, vamos. No conozco una sola alma con más sentido común del que tú tienes.
—Últimamente no es así.
Con un fuerte suspiro, May Belle rodó sobre su costado. Ahora que su avanzada edad le impedía trabajar entreteniendo señores, ya no se pintaba la cara.
Miley pensó que estaba mucho más bonita sin el maquillaje pesado. Las líneas de su piel eran menos visibles, y su tez color de rosa natural, tenía un brillo saludable que el polvo de arroz había escondido.
—Oh, Miley—, susurró con voz temblorosa. —Tantas veces como te he advertido en contra de ello, nunca vas a creer que yo he ido y lo he hecho.
Miley, perpleja, trataba de pensar qué podría ser a lo que su amiga se refería.
—Me he enamorado—, espetó May Belle.
Por un instante, Miley se sintió alegre. Aparte de su madre, no había ninguna mujer en la tierra más amable o digna de amar que May Belle, y el mayor deseo de Miley era de verla encontrar paz y felicidad en sus años de retiro. ¿Pero un hombre? Jubiladas o no, los intereses amorosos eran peligrosos para una pros/tituta.
May Belle siempre había cuidado de Miley y le había enseñado muchísimo; había sido muy franca con ella, la había dado fe, y la había enseñado a defenderse. La chica de su oficio que daba a un hombre su corazón estaba pidiendo a gritos problemas, por lo general más de lo que podían manejar.
Hace años, May Belle se había enamorado de un jugador y creyó en sus promesas de un anillo de bodas, una cabaña y una cerca blanca. Había comenzado a viajar con él. Una noche, cuando el jugador tuvo una racha de mala suerte, vendió los favores de May Belle a unos extraños en el salón para pagar sus pérdidas. Reformada y resuelta a seguir siéndolo, May Belle había protestado y se había negado a ello. En represalia, el jugador la golpeó hasta casi darla por muerta y la dejó atrás, abandonada, sin dinero y sin nadie que la atendiese mientras se recuperaba del abuso. May Belle había vuelto a ser obligada a prostituirse para sobrevivir, y con el tiempo había terminado aquí en Tierra de Jonas, más sabia por haber soportado aquél revés. En todos los años transcurridos desde entonces, nunca se había permitido a sí misma enamorarse de otro hombre, y con frecuencia advertía a Miley en contra de ello.
—¿Quién es él?— le preguntó Miley.
—Shorty. — Dijo May Belle tristemente.
Miley casi se rió. ¿Shorty? El viejo minero era la cosa más lejana a un Romeo que podía imaginarse; bajito, barrigón, y le faltaba más de la mitad de los dientes. Escondida bajo su disfraz de trabajo, Miley se había aventurado a la planta baja del salón un par de veces y había visto que Shorty estaba allí. Siempre había sido educado y amable con ella, y ella sabía que era un buen amigo de Índigo. ¿Pero la clase de hombre del que enamoras? Ni de lejos.
—Oh, sé que él no parece gran cosa—, admitió May Belle. —Pero cuando llegas a mi edad, cariño, la apariencia de un hombre no es lo que importa. Tiene un gran corazón, y la forma en que me trata, — se le quebró la voz. — Me hace sentir como si yo fuera alguien especial, ¿sabes?
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—No soy tan tonta como para tragarme ese anzuelo otra vez. Ese es el problema.
A pesar de sus apariencias, el viejo Shorty no le pareció a Miley como el tipo de hombre que puede usar y abusar de una mujer, y después a continuación, abandonarla. Cuando ella le contó a May Belle lo que sentía, la mujer soltó un resoplido de burla.
—Al final, cariño, todo son de ese tipo. Por lo menos cuando se trata de chicas como nosotras. He sido una pros/tituta durante más de la mitad de mi vida, y estar jubilada no lo cambia. Incluso alguien como Shorty, puede eventualmente recuperar su sentido y recordarlo. No quiero estar enredada con él cuando esto suceda. Me ha pedido que me casara con él. ¿Puedes creerlo? Dice que vamos a construir una casa muy pequeña en alguna parte a lo largo de la quebrada, que me va a plantar rosales trepadores a lo largo del porche, y podremos sentarnos ahí la noche de verano y escuchar cantar a los grillos.
—Suena bonito,— susurró Miley con nostalgia.
—Sí, y mientras durase, probablemente lo sería. Pero tarde o temprano, de una manera u otra, le saldrá el perdedor.
Miley no podía pensar en nada que decir. Después de un momento, murmuró:
—Tal vez a él no le importa lo que hiciste para ganarte la vida, May Belle. Tal vez…
—Es raro el hombre al que no le importa—, espetó la mujer mayor. —Podrán afirmar que no les importa, pero al final siempre se vuelve en tu contra. Cuando seguí trabajando, me acostumbre a esconder el dinero para construir un nido seguro para mí misma. Si me casase con él, él podría tomar mi dinero y decirme que me largase silbando Dixie. Ya no soy tan tonta.
Tampoco Miley. Existía un paralelismo entre los problemas de May Belle con Shorty y el suyo propio con Nicholas. Si ella era inteligente, tomaría las advertencias de la mujer mayor con el corazón y no creería, ni por un segundo, que Nicholas Jonas podría tener un interés sincero por ella. Una vez pu/ta, siempre pu/ta. Sólo un milagro podría cambiar eso, y Dios seguramente tenía cosas mucho más importantes que hacer que salvar prostitutas.
Con la conversación con May Belle todavía fresca en su mente, Miley se alegró cuando Nicholas se presentó en su puerta esa misma noche antes de que oscureciese. Su llamada con golpes rápidos le dijo quién era. Ninguno de sus otros clientes venían antes de que el sol estuviese completamente escondido, por un lado, y nunca anunciaban su llegada. Estaba en contra de las reglas fijadas.
Envalentonada por las advertencias de May Belle, Miley dejo entrar a Nicholas luego se volvió a abrir el cajón superior de su cómoda, extrayendo los cien dólares en oro que le había previamente pagado. Las monedas estaban ocultas dentro de un pañuelo de encaje filo, y supo por su expresión, que no tenía idea de lo que había dentro hasta que se lo puso en la mano.
Evitando su mirada azul intenso, Miley le rodeó para abrir la puerta y le indicó con un gesto, que saliese.
—No quiero tu dinero—, le informó cortésmente pero con firmeza. —No lo gané, y no acepto caridad. Ahora, si eres tan amable de dejarme, tengo que vestirme para mi turno.
—Miley, ¿podemos hablar un momento?
Su tono de voz suave, dulce, halagüeña, le hizo temer que enfriaría su propósito de alejarlo. Él estaba echando abajo todas las murallas protectoras levantadas con cuidado detrás de las cuales había estado escondiéndose tantos años. De este modo, había estado rompiendo el aislamiento que mantuvo entre ella y la realidad. Cuando él la miraba a los ojos, se sentía desnuda en una forma que nunca se había sentido con otro hombre, pero sabiendo que él no tenía ninguna intención de utilizar su cuerpo. Él quería algo más, y ella no tenía nada más para dar. Estaba tratando de hacerla creer en sueños imposibles. Si bajaba la guardia, al final la destruiría.
—Quiero que te vayas—, insistió. —Los hombres no me pagan por hablar, y es así cómo yo lo quiero, porque no soy muy buena en eso. Ellos quieren una cosa cuando vienen a verme, y eso es todo lo que estoy interesada en dar. —Hizo un gesto hacia el signo con el letrero, que era visible con la puerta abierta.— De ahora en adelante, cumplirá con mis reglas, Sr. Jonas. Nada de venir a mi umbral antes de oscurecer. Ninguna luz, ninguna conversación, ni tampoco un cliente toda la noche. Aunque se que es bienintencionado, no le puedo permitir monopolizar todo mi tiempo, puedo perder todos mis otros clientes, y no puede permitirse el lujo de hacer eso.
—Miley, yo…
—¡Adelante!— dijo estridentemente. —Empiece una gran pelea y hágame perder mi trabajo. Puedo ganarme la vida como pu/ta en cualquier lugar. En el camino, encontraré otra ciudad, otro saloon, otra habitación a la espera de alguien como yo. Si tengo que salir de aquí, no será agradable, pero no será el fin del mundo. Tengo un poco de dinero guardado para mantenerme hasta que pueda encontrar otro trabajo.
Un brillo familiar se instaló en sus ojos azul oscuro. Un músculo se contrajo a lo largo de su mandíbula, pulsando con cada uno de los latidos de su corazón.
—Está bien—, dijo de manera uniforme.
Miley se sobresaltó cuando él golpeó el paquete de dinero sobre la mesa. Aflojando los nudos en el pañuelo, sacó una moneda de oro de diez dólares y la dejó a un lado.
—Según las reglas,— dijo en voz baja, indicando con un gesto de la cabeza hacia el cartel. —Voy a tomar de ti lo que pueda conseguir.
Miley sintió como si se congelase por dentro, apretando la mano en el pomo de la puerta.
—Yo no empiezo mi turno hasta el anochecer—, le recordó, —y como puede ver, no estoy completamente lista para el trabajo todavía.
Miró a su rostro, que carecía de maquillaje, y luego miró hacia abajo a su bata de seda.
—Que vas a hacer. No me gusta tu pelo almidonado, de todos modos.
Con eso, cerró la distancia entre ellos con pasos lentos y medidos. Después de mover de un tirón el cartel para que se leyese ocupado, apretó sus fuertes dedos sobre la mano con la que ella sostenía el pomo de la puerta. Con una presión constante pero suave, separó los dedos de ella y empujó la puerta hasta cerrarla.
Sosteniéndole la mirada con sus ojos relucientes, ojos azules de medianoche, le susurró:
—¿Supongo que trabajas en la cama?
Antes de que Miley adivinase lo que pensaba hacer, se inclinó hacia ella, cogiéndola con brazos de acero por la parte posterior de las rodillas y los hombros.
Ella abrió la boca cuando la tomó contra su pecho. Por la forma en que sus dientes estaban apretados, sabía que sus nervios estaban gritando de dolor.
—¿Qué estás..?— Ella empujó inútilmente a sus hombros. —Suéltame en este instante.
—Estamos hablando—, le recordó-. —Eso va contra las reglas. ¿Recuerdas?
—¡Suéltame!— repitió con furia.
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