odio a la familia de Miley en esta novela
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Después de dar dos zancadas, llegó a la cama. Miley cayó con un torpe plop sobre la cama. Las cuerdas del somier crujieron en señal de protesta. Ella trató de echarse a un lado, pero él era demasiado rápido. Después de tirarla sobre la cama, se apoderó de sus hombros y le apretó la espalda contra el colchón. Apoyó luego una rodilla sobre la cama y con una mano sobre el pecho de ella desmanteló cualquier intento de fuga. Le susurró:
—¿Vas a alguna parte?
—No está oscuro todavía. No funciona antes de que oscurezca.
—Estamos hablando de nuevo. No pensé que era parte de tus servicios. ¿Puedo tomarlo cómo que también podemos prescindir de esa regla?— Antes de que pudiera responderle, dijo: —Bien. El sexo no sería lo mismo sin un poco de conversación.
Miley nunca había sentido tanta fuerza en las manos de un hombre. Cuando trató de moverse, tensó los brazos en su contra y la sujetó rápidamente. Con tanta facilidad que le dio verdadero miedo.
—No me gusta que me maltraten, Sr. Jonas. Se está comportando como un bárbaro.
—Haces salir mi lado más salvaje sale, supongo.— Él la soltó y se sentó en la cama frente a ella. Se inclinó para acercársele, diciendo, —No te voy a maltratar ahora. ¿Está mejor?
—Que se fuera, sería mejor aún.
Él se rió suavemente.
—¿Qué te pasa, Miley? ¿Tienes miedo que tus imágenes de sueños no te salvarán esta vez?
Eso era exactamente a lo que ella tenía miedo. Lo que siempre había temido cuando estaba junto a él. Desde el principio, desde que había detectado su obsesión por ella.
Con su mano libre, le acarició la mejilla. El contacto fue punzante y casi la dejó sin aliento. Miley cerró los ojos, tratando frenéticamente de evocar una imagen hacia la que poder escapar. Todo lo que veía era oscuridad. Las puntas de sus dedos duros eran de la misma textura que la seda cruda, provocando una respuesta no deseada en sus sensibles terminaciones nerviosas.
Seda cruda en contra de satén. Un silencio sin aliento se posó sobre Miley. No sólo era plenamente consciente de él, si no que lo era de forma muy aguda, muy real. Podría haber jurado escuchar su sangre latir bajo su piel. Su mano rozando un camino ardiente por la garganta. A continuación, bajó. Sintió que sus dedos trazaban ligeramente la línea de la V de la bata que la cubría.
La vergüenza llenó su interior, y una pena tan espesa que casi la estranguló. Manteniéndose rígida, trató de reprimir el sollozo que salía de su pecho. En su mente, veía su penetrante mirada azul, finalmente sobre ella. La palma de su mano se deslizó con agónica lentitud sobre la seda de la bata, su toque era tan ligero que tenía que concentrarse para sentir el contacto, sin embargo, fue un reclamo que no podía ignorar o negar. Sus pezones se endurecieron y empujaron la tela de seda como signo de anticipación.
Él se rió por lo bajo, satisfecho.
—¿No hay imágenes, Miley? ¿No hay lugares de ensueño donde esconderte de mi?—
Un sollozo ahogado se le escapó y salió de sus labios como un lamento estrangulado. Las lágrimas de humillación escapaban por debajo de los párpados bien cerrados. En ese instante, odiaba a Nicholas Lobo como nunca había odiado a nadie, por hacerla sentirse así.
Incapaz de soportar ni un segundo más, con una fuerza que ni siquiera sabía que poseía, se arrojó lejos de él y se apresuró hacia el suelo. Cayó y se levantó, corrió hasta la cómoda, cogió el montón del dinero y se lo arrojó.
—¡Fuera!— exclamó. —Otros hombres me pueden comprar. ¡Pero para ti no es posible! No quiero volver a verte de nuevo. Nunca, ¿me oyes?
Las monedas golpearon en el piso de madera y saltaron en todas direcciones. Con mirada feroz e implacable, Nicholas se incorporó lentamente de la cama.
—Quédate el dinero, Miley. Obviamente, lo necesitas mucho más que yo. —, se rió de nuevo, pero esta vez el sonido era áspero y cortante.— Algunas personas simplemente nunca aprenden. Y supongo que soy uno de ellos. La conclusión es, que no quieres ser ayudada. Te gusta tu vida tal como es.
Ella puso una mano temblorosa sobre sus ojos, consciente de su presencia en cada poro de la piel cuando pasó junto a ella hacia la puerta. Otro sollozo brotó de su pecho, pero este salió libre. Se odiaba por eso. Pero a él lo odiaba más.
En la puerta, le oyó parar. Un largo silencio se extendía entre ellos. Tan cierto como si se tratara de una fuerza tangible, podía sentir su mirada descansando sobre ella.
—Ninguna mujer tiene que vender su cuerpo—, le dijo en voz baja. —Siempre hay otras opciones. Siempre. Estoy dispuesto a ayudarte.— Dudó un momento y luego prosiguió. —Si no quieres saber nada de mí, como obviamente parece, entonces te daré el dinero. Sin condiciones. No tienes que devolvérmelo. Sólo tienes que tomarlo y salir de esta vida. Vete a otra ciudad, encuentra algún otro tipo de trabajo, y nunca mires hacia atrás.
Otro silencio. Sabía que estaba esperando que respondiese, esperando que pensara su oferta, tal vez esperando a que la aceptase. Sólo que no podía, y porque no podía, no había nada más que decir. Miley sabía lo que debía estar pensando. Que no quería su ayuda o la de alguien más. Que le gustaba jugar a ser pu/ta. Nada podría estar más lejos de la verdad.
—Bueno—, dijo finalmente, —supongo que no puedo hacer nada—. Lo oyó suspirar. —Voy a dejar la señal de ocupado cuando salga hasta que puedas estar lista para trabajar.— Hizo hincapié en la última palabra, enlazada con jarabe de sarcasmo.— Disfruta de la noche.
Un momento después, oyó el suave clic de la puerta al abrirse y luego se cerró detrás de él. A diferencia de los otros hombres que visitaba la habitación, Nicholas se movía tan silenciosamente que sus pasos no se oían por las escaleras. Conteniendo la respiración para controlar los sollozos, esperó hasta que se sintió bastante segura de que se había ido.
Luego cayó de rodillas. Abrazada a su propia cintura, los hombros encorvados, gimió y comenzó a llorar.
Fuera en el pasillo, Nicholas presionó su frente contra la puerta de Miley. El sonido ahogado de sus sollozos lo atravesaron como cuchillos.
***
El domingo siguiente era el cumpleaños decimosexto de Alaina la hermana de Miley, y ella hizo un viaje extra a casa el sábado para poder estar allí para celebrar la ocasión. Los festejos iban a comenzar después de la cena del domingo, eran esperados por todos en la familia, y Miley hizo que todos sus hermanos se reuniesen entusiasmados alrededor de la mesa. Ella acababa de lograr eso y estaba a punto de pedirle a su madre que dijese la bendición cuando alguien llamó a la puerta de entrada.
—¡Al diablo!— Miley murmuró en voz baja. Como siempre lo hacía cuando estaba en casa el domingo, había cocinado una gran comida para el mediodía, las preparaciones habían comenzado inmediatamente después de los servicios religiosos matutinos. Después de poner tanto trabajo, odiaba ver la comida enfriarse antes de que pudiesen comer. —Perdonadme mientras veo quien es.
—¡Date prisa, Francine!— los niños gritaban al unísono. —¡Dile a quien quiera que sea que se vaya!
—¡Silencio!— susurró. —Puede ser predicador Elías. ¿Queréis que se ofenda?
Poniendo una brillante sonrisa en su rostro, Miley se apresuró hacia la puerta, totalmente preparada para invitar al ministro a unirse a ellos para la comida. Había siempre un montón de comer en casa de los Graham, Miley se ocupaba de ello. Su sonrisa se congeló cuando vio quien estaba de pie en el porche.
Dejando caer su peso en una pierna, y con la otra ligeramente flexionada y cruzando una bota sobre el otro pie, la postura de Nicholas Jonas sólo podía ser descrita como insolentemente masculina. Con sus grandes manos dejadas caer como casualmente en las caderas estrechas, también tenía el aspecto de un hombre listo para dar problemas. Llevaba la camisa negra abierta hasta la mitad del pecho, las mangas arremangadas revelando sus antebrazos gruesos. Al ver su expresión de sorpresa, le dedicó una sonrisa lenta y se quitó el sombrero de montar negro, cortésmente inclinando la cabeza en señal de saludo.
—Hola, Miley —, dijo en voz baja.
Miley casi se desmayó. Evidentemente temió que iba a hacerlo. Pensando lo mismo, él se trasladó rápidamente hacia adelante para agarrarla del brazo. Ella fijó sus ojos horrorizados en su atractiva cara, casi no podía creer que estuviera allí de pie. ¿Por qué? La pregunta resonó en su mente aturdida. La había, obviamente, seguido. ¿Pero por qué razón? ¡Oh, Dios!.
Su primer pensamiento fue que había llegado para descubrirla ante su familia, y en el momento en que recuperó un ápice de su compostura, le susurró:
—¿Cómo te atreves?
Como si ella le hubiera expresado su satisfacción al verlo, le dedicó otra sonrisa deslumbrante.
—Te dije que podía encontrar el camino hasta aquí, sin perderme. Das mejor las direcciones de lo que piensas.
¿Cómo salir de esta? Las piernas de Miley temblaron. Mirando más allá de ella a los miembros de su familia que se reunían alrededor de la mesa, él asintió con la cabeza educadamente. Miley no se perdió su sonrisa o él no dibujó ninguna expresión asustada en el rostro cuando vio que había una multitud. Ocho no es un número pequeño.
—¿Francine, querida, tenemos un invitado?— su madre la llamó.
Tomada por sorpresa, a Miley no se le ocurría nada que decir. Para su horror, Nicholas tomó la delantera y cruzó el umbral, como si lo hubiese invitado, vio sus ojos reducirse ligeramente para poder ver a través de la penumbra. El hecho de que su madre no pudo ver por sí misma si tenían un huésped, claramente no se le había escapado, y le disparó una mirada inquisitiva a Miley.
—Usted debe ser la madre de Miley… Francine—, observó con gusto. —Es un placer conocerla al fin. He oído muchas cosas buenas acerca de usted.
Miley tragó saliva. Nicholas dio otro gran paso en la habitación. Bajo la voz hasta ser casi imperceptible, le susurró a ella,
—Será tu funeral.
Miley sabía que le estaba dando una advertencia razonable. Si no jugaba con él sería expuesta y no iba a arriesgarse. Se apresuró a seguirle la corriente y esbozó lo que esperaba fuera una encantadora sonrisa en la boca, y cruzaron la alfombra de la sala de estar los dos juntos. Al entrar en la cocina, anunció,
—Mamá, me gustaría presentarte a mi amigo, Nicholas Kelly Jonas. Señor Jonas, mi madre, Mary Graham.
—Es un placer conocerle—, respondió Mary Graham con elegancia.
Aunque Nicholas apenas había hecho ruido, sus ojos azules sin vida se dirigían directamente hacia él. Se dio cuenta de que debía haber desarrollado un agudo sentido del oído para compensar su ceguera, un fenómeno del que había oído hablar pero del que nunca fue testigo. Su sonrisa era tan dulce como la de Miley, su delicado rostro casi tan encantador. Ahora Nicholas podía ver de quien Miley había heredado su belleza.
La voz ronca de Nicholas contestó con sinceridad cuando se reunió con ella.
—El placer es todo mío.
Frankie, cuyo privilegio era el sentarse en la cabecera de su mesa, cómo el hijo varón de mayor edad aunque fuese menor que Miley, se aclaró la garganta para llamar la atención de su hermana. Los nervios la hacían sentirse algo torpe, Miley se llevó una mano a la cintura y le dijo:
—¡Oh! Joseph, me gustaría que conocieras a mi hermano.— Ella vaciló sólo un instante antes de agregar —Frank Graham .
Frankie deslizó su silla hacia atrás, colocó la servilleta al lado de su plato, y se levantó. Extendió la mano abierta, y dijo:
—Mis amigos me llaman Frankie.
Nicholas dio un paso adelante para estrechar su mano.
—Y a mi llámame Nicholas He oído hablar mucho de ti, Frankie—. Echó un vistazo rápido a Miley. —Me alegro por fin de conocerte.
Sonriendo levemente, Nicholas puso su atención en el resto de los chicos. A partir de Alaina, la mayor después de ella, Miley pasó por el trámite de presentar formalmente a cada uno de sus hermanos.
La cabeza de Nicholas se había llenado con sus nombres en el momento en que terminó, y supo que iba a tener dificultades para acordarse de quien era cada cual. Rubios, todos con características similares, con los ojos azules o verdes, todos se parecían a Miley. Incluso el niño llamado Jason, con su expresión insulsa y la boca floja, era un chico guapo.
Alaina, que se sentía la protagonista porque era su decimosexto cumpleaños, amablemente dijo:
—Sería un honor si se uniese a nosotros para mi cena de cumpleaños, Señor Jonas.
—Oh, no, no quiero que se molesten. No puedo—, dijo.
Miley estaba a punto de decir cuánto lo iban a sentir pero que lo entendían, cuando su madre intervino.
—Tonterías, Sr. Jonas. Los amigos de Francine son nuestros amigos. Por favor, tome asiento. Tenemos un montón de comida en la mesa.
Con un rápido vistazo a las colmadas bandejas de servir, Nicholas comprobó que era cierto. Miley mantenía, obviamente, muy bien a su familia. Y era una gran familia. Su garganta se sentía algo seca cuando aceptó la silla extra que Frankie trajo. Los tres hijos de ese lado de la mesa se mudaron de lugar para hacerle espacio. Con el rostro sonrojado, sus ojos verdes extrañamente brillantes, Miley le dio un plato y los cubiertos antes de recuperar su asiento frente a él. A su derecha estaba sentado, con la boca abierta y los ojos vacíos, el chico llamado Jason, en una silla de gran tamaño, especial, hecha en casa. A juzgar por la altura del niño, Nicholas le calculó alrededor de diez años de edad.
Jason lanzó un gruñido de impaciencia y echó la mano hacia la comida, su boca goteaba baba, la lengua débil le sobresalía ligeramente entre los labios. En lugar de regañarlo, como se pudiese suponer, Miley cantó en voz baja y le tranquilizó con un pedazo de pan, mientras que la familia inclinaba sus cabezas para la bendición. En lugar de asistir a las palabras de oración a María Graham, Nicholas sólo oyó el chasquido de los sonidos húmedos que Jason hizo devorando torpemente el pan. Con una sensación aguda en su bajo vientre, Nicholas dio cuenta de que al fin conocía todos los secretos de Miley, ocho de ellos, siete hermanos y una madre ciega.
Cuando recordó cómo se había erigido a si mismo juez, lo arrogante y farisaico que había sido, acusándola de gustarle su vida tal como era, se sentía más pequeño e insignificante de lo que nunca fue. A veces, al igual que Miley le había tratado de explicar, las circunstancias lo exigían, e hizo lo que tenía que hacer porque no había otra opción.
Después que la oración se terminó y las bandejas de servicio comenzaron a hacer sus rondas, Mary Graham fijó su mirada ciega en Nicholas con enervante precisión y dijo:
—Entonces, Sr. Jonas, usted es un amigo de la señora Belle?
—¿Cómo dice?
—La señora Belle, mi patrona,— Miley rápidamente intervino. —May Belle.
—¡Oh! Sí, por supuesto. May Belle—. Nicholas dio una risa nerviosa. —Es mi amiga también, sí.
Cuando Nicholas habló, María Graham inclinó la cabeza como para escuchar mejor, el primer gesto que había visto hacer acorde con su ceguera. Un rayo de sol entraba por la ventana a sus espaldas y jugó con su pelo de color platino, que llevaba recogido en una trenza que rodeaba su cabeza. Si tuviera algo de gris, que a su edad era lo habitual, Nicholas no pudo detectarlo.
—Ah—, dijo en un tono pensativo, —De modo que es así como ha conocido a Francine.
—Um, sí—. No era exactamente una mentira. A pesar de que formalmente no tenía el título, May Belle era, para todos los propósitos prácticos, la señora en el Lucky Nugget, y supervisaba el trabajo de Miley. —Así es como nos encontramos, sí. A través de la señora Belle y de mi hermana, que es buena amiga de Francine.
—¿Índigo?— La señora Graham le preguntó.
—Sí.
—Oh, Francine habla muy bien de ella. Así que tú eres su hermano. Qué bien.
A pesar de su sonrisa pensativa Mary Graham estaba radiante. Al igual que su propia madre, era todavía una mujer encantadora, del tipo que había adquirido un tipo diferente de belleza con los años. Cuando Miley creciera y el rubor de la juventud desapareciese, iba a ser así de hermosa. Si las dificultades de su vida no la destruían. La idea hizo un nudo en el estómago de Nicholas.
Mary Graham llevaba un vestido de día azul de seda cruda, el corpiño bordado finamente detallado y ribeteado con encaje color crudo para que coincidiese con sus puños. Nicholas ya había tomado nota de la ropa de los niños. Todo esto había sido hecho en casa, cortesía de Miley y su nueva Wheeler-Wilson, su máquina de coser, estaba seguro. Mirando a través de la mesa, la magnitud de las responsabilidades de ella lo golpeó. Sólo para mantener a toda su gente bien calzada, debía de costar una pequeña fortuna cada año. No había escapado a Nicholas que los propios zapatos de Miley estaban rayados y muy desgastados en las plantas.
—Nicholas trabaja en la tala de árboles, mamá.
—Oh, Cielos. Sólo la idea de la tala de esos árboles enormes que hace que mi pulso se acelere.
Nicholas, sonrió.
—Una vez que se aprende el oficio, realmente no es tan peligroso.
—Un trabajo duro, sin embargo.
—Sí, mantiene los músculos de un hombre en forma.
Nicholas miró a Miley.
— Este verano he estado recuperándome de una lesión leve, por lo que estaba en Tierra de Jonas y tuve la oportunidad de conocer a su hija.
—¿Qué tipo de lesiones?
—Costillas rotas. Estaba caminando sobre los troncos apilados, se deslizaron y me aplastaron.
—Pensé que había dicho que no era peligroso—,le recordó María.
Nicholas, se aclaró la garganta.
—Sí, bueno… No estaba usando mi buen juicio cuando sucedió. Uno podría decir que lo estaba pidiendo a gritos.
Los ojos verdes de Miley lo miraron con fijeza.
—¿Cómo es eso?
—Me pasé un poco con el whisky—, admitió Nicholas.
Mary Graham arqueó una ceja delicada.
—¿Es usted un hombre bebedor, Señor Jonas?
Por su tono imperioso, Nicholas supo que no estaba de acuerdo con aquellos que bebían.
Afortunadamente, Jason derramó la leche que Miley le estaba dando en ese exacto momento y la distracción evito a Nicholas el tener que dar más explicaciones. Para asegurarse de que no lo harían, Nicholas le dio un mordisco grande al pan.
—¿Cuánto tiempo hace que conoce a la señora Belle?— preguntó María.
Nicholas tragó saliva para vaciar su boca.
—Yo, eh… durante años.
—Una mujer generosa, sí. Si no fuera por que contrató a Miley como dama de compañía, realmente no sé lo que habría sido de esta familia. Realmente ha sido nuestra salvación.
Nicholas estudió el rostro de la mujer ciega, preguntándose cómo podía creer que alguien pudiera ganar las sumas de dinero que Miley traía a casa trabajando como dama de compañía. Ella servía como compañía, está bien, pero no en la forma en que su madre creía, claramente. La mirada de Nicholas saltó a Miley. Dos brillantes manchas de color sonrosado le subieron a las mejillas. En su visión periférica vio a Jason que le sonreía. Jason, uno de los muchos secretos bien guardados de Miley. Se le ocurrió, de repente, que la joven frente a él estaba rodeada de secretos, y que ninguna de sus identidades era totalmente honesta. Aquí con su familia jugaba un papel, en Tierra de Jonas, otro.
¿En qué parte de todo esto, estaba la Miley real?
Como la comida avanzaba, los niños, que eran muy educados, se unieron a la conversación. Aunque todos parecía genuinamente enamorados de Miley, Nicholas no pudo dejar de notar que gran parte de su admiración por ella provenía del interés por las cosas que había traído a casa, y por las que aún podría proveer. Alaina y la pequeña Mary querían unas zapatillas de baile. Teresa, una preciosa niña de trece años de edad, quería peinecillos con imitación de diamantes. Mateo, un año menor de Teresa, tenía grandes esperanzas de que Francine le regalase un rifle de caza. Incluso Frankie parecía querer algo de ella, describiendo una chaqueta de lana de un traje con chaleco confeccionados, que había visto en la tienda.
Él era lo suficientemente mayor para llevar ese tipo de prendas, dijo. En opinión de Nicholas también tenía la edad suficiente para trabajar y ayudar a mantener a la familia, pero estos eran sus pensamientos. Nadie solicitaba su opinión.
Otra cosa que Nicholas observó, fue que Mary Graham daba la impresión de estar algo preocupada porque que su hija mayor tuviera un caballero llamando a su puerta. Nada muy evidente, sólo matices en sus expresiones, tan sutiles que dudaba que nadie se hubiera dado cuenta. Miley era una mujer encantadora y joven, muy agradable.
También tenía veintiún años, estaba en un incómodo punto de ser considerada una solterona Cualquier madre en su sano juicio se complacería de que hubiese atraído el interés de un hombre joven. Pero Nicholas tenía la clara sensación de que María Graham no estaba muy feliz con eso.
A pesar de que sabía que era poco caritativo por su parte, no podía dejar de preguntarse si María Graham no estaba preocupada de que su hija pudiera casarse y dejar de contribuir al apoyo de su familia. ¿Podría ser que la mujer sospechosa la verdad? ¿Que ella no sólo supiese lo que hacía Miley para ganarse la vida, si no aprobarlo? El pensamiento se abrió camino en la mente de Nicholas y una vez allí se negó a ser desterrado. Mirando fijamente a los platos llenos en la mesa y el número infinito de gastos, no podía ver cómo la mujer no sospechosa de la fuente de ingresos de su hija. No había muchos puestos de trabajo que pagaran a una mujer lo suficiente como para alimentar y vestir a ocho personas.
Desde el aspecto que tenían las cosas, Miley no sólo había logrado proveer las necesidades básicas, sino también de algunos lujos. Mary Graham estaba ciega, pero no era est/úpida.
El ambiente alegre y la animada conversación en la mesa, no le dejaba a Nicholas mucho tiempo para reflexionar, sobre esos pensamientos. Antes de darse cuenta, había sido absorbido por el espíritu de cumpleaños. A pesar de la aflicción de Jason y de la ceguera de su madre, los Graham eran joviales y alegres y parecían disfrutar de la compañía de unos y otros.
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