Nick oyó las carcajadas y silbidos antes de que se acercase lo bastante al salón para ver que motivaba todo el escándalo. Cuando se acercó lo suficiente, no podía creer lo que veía. Había visto una serie de cosas extrañas bajo la influencia del whisky, pero nunca un par de piernas tan bien torneadas colgando fuera del borde de un tejado.
Se tambaleó un poco al parar y parpadeó, convencido de que tenía que estar imaginando cosas. Pero lo extraño es que los otros dos hombres tuviesen la misma visión. De paso aquello sí que sería asombroso, Nick pensó que todo se debía a lo borracho que estaba.
—¡Oye, nena, abre más las piernas y nos dan un buen espectáculo!— gritó uno. El otro saludó la aparición gloriosa con su botella de whisky casi vacía y se rió de la ocurrencia. —¡Whooee!
Nick se centró en un pie delicado del que colgaba una zapatilla de fieltro rosa. En su mente aturdida, se podría llegar a sólo dos explicaciones: o bien, desde el cielo estaban lloviendo ángeles o una mujer estaba colgando del techo del Lucky Nugget. Puesto que ya no creía en los ángeles, decidió que la única lógica conclusión, era que las piernas bien formadas eran de la variedad mortal. Se acercó un poco más cerca, todavía incrédulo.
—¿Qué está pasando aquí?
—¿Qué está pasando?— uno de los borrachos lloraba de risa. —Miley nos está regalando una mirada gratuita de lo que tiene entre los muslos.
—¡Ayúdenme, por favor!
Nick inclinó su cabeza hacia atrás para tener una mejor visión y, por supuesto, era Miley colgando del techo. En esa posición, la visión era tan hermosa que lo agradeció secretamente con una oración.
Mientras miraba, su agarre se deslizó sobre las tejas, y se deslizó unos centímetros precarios hacia el borde. A través de la niebla licor que le rodeaba, arrastrando las palabras.
—Uno de ustedes mejor la ayudan, o se va a romper el cuello, imbéciles.
Uno de los borrachos tambaleándose más cerca, pero parecía más interesado en ver algo más, que de asistirla. Nick puso una mano sobre sus costillas, agudamente consciente de que él no estaba en condiciones de atrapar la caída de la mujer. La irritación aumentó en cuando el hombre debajo de ella no hizo ningún intento de echar una mano. En su lugar, agarró un puñado de encaje, y lo levantó para ver mejor, y emitió un silbido sugerente.
—¡Por favor!— -exclamó ella. —¿Alguien puede?
—Diablos, no. ¡Lo estoy pasando demasiado bien para acabar con la diversión!
Con un pie, ella buscó a tientas desesperadamente uno de los postes de soporte del voladizo, para poder deslizarse hacia abajo, al suelo. Cambió su peso aflojando su agarre sobre las tejas aún más. Buscando sin poder encontrar el asidero para un pie, Nick empezó a temer que, efectivamente, podría caer. Haciendo un cálculo rápido, sólo era una distancia de poco más de dos metros desde el techo hasta el suelo, a menos de que si se medía desde sus pies colgando. Nick había saltado esa medida decenas de veces sin sufrir una lesión. Pero ella no estaba preparada para una caída así. Cuanto más se acercaba a ella, más evidente se hacía.
Nunca había visto un despliegue tan hermoso de piernas. Hipnotizado, dio un paso más cerca, y lo que vio debajo de la seda y el encaje, fue suficiente para dejar caer a un hombre sobrio de rodillas. Pero él estaba a kilómetros de estar sobrio…
—¡Jesucristo!
—¿No es espectacular?
—Espectacular— no dijo ni la mitad. Nick apenas podía dar crédito que cualquier hombre que se llamase hombre pudiera quedarse por debajo de ella y simplemente mirar. Era evidente, incluso para él en su borrachera, que estaba desesperada por ayuda y que no se había puesto en esta posición para entretener a los transeúntes. Si se tratara de cualquier otra mujer de la ciudad, estos tipos se romperían una pierna para prestar su ayuda. Pero debido a que ella era una pu/ta, se estaban aprovechando de su situación, sin importarle si ella se lastimase en su caída.
—¡No te quedes ahí parado mirando embobado! ¡Ayuda a la niña!
—No es mi culpa que ella esté colgada ahí arriba. Si ella tuviera algún sentido, no lo estaría.
Nick entendió que no era el momento para debatir si la niña tenía buen sentido o no, o para preguntarle por qué estaba en el techo. El hecho era que necesitaba ayuda. Y rápidamente. Cogió al otro hombre por el brazo.
—Si no tienen la intención de ayudarla, váyanse al infierno, fuera de mi camino.
—¿Con qué autoridad me hablas así?
—Con la mía—, Apretó los puños. Dio un empujón al hombre, Nick añadió: —En cuanto a esto, fuera de mi vista. Si necesitara aquí a una multitud, me pondría a vender entradas.
—Yo no te veo que pongas una maldita venda en tus ojos para no mirarla.
Rezando que Miley pudiera mantenerse unos pocos segundos más, Nick volvió a enfrentarse a los dos hombres.
—Les dije que se fuesen de aquí.
Los dos mineros se pusieron rígidos y, por un momento, Nick pensó que podría tener un conflicto en sus manos. Pero al final, sus miradas se apartaron de él y, arrastrando los pies, murmurando airadamente en voz baja acerca de pu/tas est/úpidas e Indios locos. Nick pensó que tenían razón en ambos casos. Eran sin lugar a lugar a dudas una pu/ta, y el hecho de como se lo estaba tomando por ella era una prueba irrefutable de que a él tenía que faltarle algún tornillo.
Pasando de la confrontación, se volvió para ayudar a Miley. Él agarró un tobillo fino y dio un paso por debajo de las piernas que se agitaban. Con costillas rotas o sin ellas, no podía dejar que cayese. Mirando hacia arriba para quedarse justo debajo de ella, hizo lo mejor que pudo pasar por alto el cuerpo expuesto de la chica.
—Miley?—
—¿Qué?— ella respondió en un gemido tenue.
—Voy a ****, ¿de acuerdo? Basta con que te sueltes y deslizarte hacia abajo.
Él sintió que se le deslizaba un poco y buscó a tientas con el otro pie, que estaba descalzo. A medida que sus dedos se cerraron alrededor de su tobillo, se quedó más aturdido de lo frágil que era. Si ella se cayese, seguramente se rompería un hueso, o algo peor. Nick respiró hondo, con la esperanza que sus costillas no armasen un escándalo con su peso adicional.
—He ayudado a Índigo a bajar de los árboles de esta manera docenas de veces.
—Nick?
—Diablos, no. Soy un maldito predicador. ¿Quién te crees que soy?
—Oh, Dios mío… no le veo, debajo de mis faldas.
La verdad es que Nick tuvo miedo de mirar muy de cerca por temor a ver algo más de lo que era casi obvio. Nunca en toda su vida había visto tal despliegue. Encaje y la seda y hermosas piernas que se extendían hacia el cielo. Sus manos se perdían en el movimiento de sus piernas, y se deslizó unos centímetros más abajo, peligrosamente. A modo de ropa íntima, todo lo que tenía era una camisa de seda voluminosa, ligas y medias finas. ¿Tan pura como la nieve, era ella? Y una mie/rda.
—Jesucristo—, murmuró de nuevo. Liberando una de sus piernas que lidiar con su vestido de encaje diáfano y su bata de seda, él metió las capas de telas entre sus desnudos muslos. Jurando de nuevo, dijo: —Yo sé que no es tiempo de preguntar. Pero, ¿qué diablos está haciendo en el maldito techo?
—Ayúdeme a bajar—, exclamó. —Se lo explicaré más tarde.
Nick dudaba, no había ninguna explicación de tal locura. Deslizó sus manos sobre sus pantorrillas y la apretó con más fuerza.
—Está bien, te tengo. Déjate de ir y deslízate hacia abajo sobre mis hombros.
—No me siento segura.
Nick tiró y ella chilló.
—¿Quieres hacerlo de una vez?
—No confío en que me coja.
—Maldita sea.
—¿Y bien? No es como si… — Se resbaló un poco más. —Por favor, señor Jonas, no me deje caer.
—Por todos los infiernos, ¿puedes acabar de una vez?
Cuando ella insistió en aferrarse a la azotea, miró hacia arriba de nuevo con irritación. Con ese punto de vista, sin embargo, sólo un eunuco podría haber quedado descontento de la vista.
—Caerás sobre mis hombros, Miley. No dejare que te caigas, te lo prometo.
—Júremelo.
—Te lo juro. Sobre una maldita pila de Biblias. ¿Es suficiente?— agarró más ampliamente sobre sus pantorrillas. —¿Cree que quiero que te lastimes?
—La última vez que…— se deslizó un poco hacia él — hablamos, no era exactamente amigable.
Armándose de valor para soportar su peso, Nick tiró de ella.
Lanzó un grito de desesperación, arañó con sus uñas contra la madera áspera, pero la gravedad ganó. Él la guió hasta sus hombros. El encaje de su vestido revoloteaba sobre su cabeza. Nunca había visto una pu/ta cubierta con tantos metros de tela. Maldita sea el infierno. No muy firme sobre sus pies, se tambaleó y trató de sacar lejos los frunces para poder ver.
—¡Oh, Dios mío! ¡Está usted borracho!
¿Oh, Dios mío? La chica ni siquiera hablaba como una pu/ta lo haría. Arrancó el encaje de su cara y juró de nuevo. Agarró firmemente sus muslos, y se quedó sin aliento.
—Usted no puede… ¡No ******** las manos ahí!
—¿Dónde diablos me sugieres que las ********? ¿Quieres caerte?
—Entonces, si es tan amable déjeme en el suelo, esto es…— Se tambaleó y se agarró a un puñado de su cabello oscuro para mantener el equilibrio — indecente.
—¿El espectáculo de tu trasero desnudo en la calle principal no lo era?— Nick estiró el cuello para mirar hacia ella y de inmediato se arrepintió. La mitad inferior de su rostro rozaba con el interior de su sedoso muslo. —Y, para tu información, no puedo sujetarte de otra manera.— dijo entre dientes para conseguir otro poco de aire en sus pulmones. —Tengo tres costillas rotas, ¿recuerdas? ¡No estoy exactamente en la mejor forma para capturar mujeres locas que caen desde el tejado!
En el sonido chirriante de las puertas del salón abriéndose, hizo que se pusiese rígida. Sus manos se cerraron sobre el cabello de Nick, lo que hizo que le doliese.
—¡Oh, Dios mío. Son ellos! ¡Son ellos! No puede dejar que me vean.
En el terror en su voz, Nick empezó a girar y mirar.
—¿Quienes son ellos?
—¡Oh, por favor! Dese prisa. Escóndase tras la esquina del edificio. Por favor, señor Jonas. ¡Por favor!
En cualquier otro momento, Nick se habría enfrentado a quienquiera que fuese, parecía tan aterrorizada de esos hombres, pero este no era ni el momento ni el lugar y las circunstancias no eran exactamente ideales para jugársela y hacerse el héroe, con tres costillas rotas y una mujer a horcajadas sobre sus hombros. Tenía pocas opciones, y él hizo exactamente lo que ella le sugirió y se tambaleó no con demasiada elegancia por el lado del edificio, haciendo todo lo posible para ignorar el hecho de que ella estaba a punto de arrancarle el pelo y le estimulaba a correr con fuertes empujes de sus talones.
—En los árboles—, exclamó. —Oh, por favor, señor Jonas. Es Frankie. No puedo dejar que me vea. ¡Oh, por favor!
Nick se tambaleó por el callejón entre los dos edificios, el Lucky Nugget por un lado, la librería del otro. Su visión de la noche era por lo general excepcional, pero entre el whisky que había bebido y el encaje blanco revoloteando sobre sus ojos, su percepción no era exactamente lo que debería haber sido. También tarde, vio un bulto al que se acercaba, tropezó de lleno con el obstáculo, y casi cayó.
Un barril. La maldita cosa cayó y rodó, lo que hizo un ruido para despertar a los muertos. Nick lo eludió pasando a su lado. Mientras lo hacía, su bota pisó algo resbaladizo y le hizo de nuevo casi perder el equilibrio. Era todo lo que le hacía falta ahora para mantenerse en sus pies. Grasa.
El cocinero en el Lucky Nugget había echado los restos de aceites y grasas por el callejón. Nick luchaba por mantenerse en posición vertical y no dejar caer su carga, tanto que tensó los músculos por encima de sus costillas. El dolor le lanceó y casi se le doblaron las piernas.
De alguna manera, llegó a los árboles. Pero eso fue todo lo que era capaz de hacer.
—Puedo bajar ahora—, le susurró ella con voz temblorosa.
Sintiendo como si fuera a vomitar, Nick se quedó quieto.
—No te muevas—, le apretó con los dientes fuertemente. —Mis costillas. Te he sacado de allí, así que quieta.
Ella despegó los puños de sus cabellos y se inclinó ligeramente hacia delante.
—¡Oh, por todos los cielos! ¿Está mal herido?
¿Por todos los cielos? Sin duda alguna, tenía que hablar con esta chica sobre su lengua.
—No. Te. Muevas. Por favor.
Se quedó inmóvil, con su carita asomando por encima de la suya.
—Oh, Santo cielo. Está herido. ¿Puedo hacer algo?
Nick tragó, duro.
—Sí. Puede quedarte quieta, por todos los infiernos, hasta que pueda bajarte.— Tomó una respiración superficial. —Sólo necesito un minuto.
Al parecer, ella estaba empezando a darse cuenta que bajarse de sus hombros podría llegar a ser un problema.
—¿Podría simplemente deslizarme por su espalda?
Nick parpadeó, viendo manchas negras.
—A menos que te deje caer como una roca, tendría que inclinarme hacia adelante, y no puedo. Mis costillas están muy doloridas. Caer de mis hombros podría ser igual que caer desde el techo. Sería casi — hizo una mueca — misma distancia. Si caes a tierra mal, y te puedes romper un tobillo.
Ella se calló por un momento.
—Las ramas de un árbol. Si pudiéramos encontrar una rama de un árbol, podía agarrarme y tratar de bajarme. Eso no haría sufrir sus costillas.
Era una idea. El problema era encontrar el árbol adecuado y reunir la fuerza necesaria para llegar a él. Menudo rescatador estaba demostrando ser. Respiró, aliviado cuando el dolor resultante era más soportable.
—Dame un par de minutos más. Entonces se me ocurrirá algo.
A medida que el dolor disminuyó lentamente, Nick fue cada vez más consciente de lo absurda que era esta situación. Y la suavidad de seda de sus muslos internos entre los que se aprisionaba su cabeza. Sus manos estaban agarradas sobre las ligas de encaje y la parte superior de sus muslos. Ha habido un par de veces en su vida en las que se había encontrado con la cabeza entre los muslos de una mujer, pero nunca exactamente de esta manera.
Aspiró. Ella olía ligeramente a lavanda. Soltó una carcajada dolorosa.
—Sé que probablemente es una pregunta est/úpida, pero ¿es una costumbre lo de escalar por los tejados?
—No, por supuesto que no. No me acordaba hasta que estuve colgando del tejado que el árbol de Índigo fue cortado el pasado verano.
—¿ El árbol de Índigo?
—El que estaba en la esquina y se levantaba hasta el techo del saloon.
Nick recordaba vagamente que hubo un árbol alguna vez en la esquina derecha trasera del edificio del saloon.
—¿Mi hermana subía a la azotea trepando? Para hacer ¿qué?
—Para visitarme.
Lo dijo de tal forma cómo si tuviese mucho sentido.
—¿Por qué, por el infierno, no utilizan la puerta?
—Bueno, ya. Alguien podría haberla visto. Su reputación se habría arruinado.
Eso sí tenía sentido. Supuso. Por último la sensación de que podía moverse sin que se rompiesen sus costillas sueltas, se volvió casi soportable, giró en un medio círculo lento y buscó las ramas de árboles. Cuando vio uno factible se movió en esa dirección, teniendo cuidado de no perder pie en el suelo irregular. Cuando llegó a una rama cómoda, se acercó lo máximo posible para facilitarle a ella agarrarse y sujetando aun sus piernas, esperó a que se agarrase al tronco. Tuvo algo de miedo de que pudiera caer, Nick la dejó ir, orando todo el tiempo que no necesitara de su ayuda. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando ella se dejó caer ágilmente al suelo deslizándose agarrada al tronco hasta su lado.
La luz lunar iluminaba su salvaje pelo rizado. Se quedó mirando sus rasgos muy pintados. No se parecía en nada a la dulce y angelical niña de ojos verdes que había visto dos veces antes. Debajo del vestido de seda y los encajes que la envolvían, vio que llevaba una camisola de seda hasta la rodilla. Cada pieza del conjunto por sí mismo podría haber sido sugerente, pero en capas como estaban, muy poco de la mujer debajo se revelaba. A menos, claro, que estuviese uno debajo de ella mirándola cómo al principio.
Miró con inquietud hacia el callejón entre el salón y la librería. Nick vio que ella había comenzado a temblar, pero era como una reacción tardía a su aventura, tanto que se dio cuenta de que Miley estaba muerta de miedo, pero por él. Montones de imágenes pasaron por su mente de un hombre perverso maltratándola. Casi le aseguró que no tenía nada que temer, al menos no mientras él estuviese allí, pero los viejos resentimientos le hicieron callarse.
Cuando se trataba de rescatar a las palomas mancilladas, había aprendido su lección. Sin embargo. . .
Nick pasó la parte posterior de la mano por la boca.
—Si ese personaje de Frankie te está dando un mal rato, Gus probablemente cuidará que no te moleste si se lo dices.
—¿Gus?
—Gus, el propietario del salón.— Nick la estudió, perplejo. —Ciertamente él cuidará de ti y de May Belle, cuando hay problemas. Si tienes miedo de este Frankie, simplemente, díselo a Gus .
Ella sacudió la cabeza.
—¿Miedo? ¿De Frankie? Yo no le tengo miedo. Recién entró en el salón con unos amigos, y por casualidad, yo estaba en el rellano para hablar con May Belle. Cuando miré hacia abajo, bueno, Frankie era la última persona que yo esperaba… —Se interrumpió.— Yo no le tengo miedo. Simplemente no podía dejar que me viese.
—Oh.— Nick se frotó la boca de nuevo. ¿Quién demonios era Frankie, y por qué estaba tan decidida a permanecer oculta de él? —¿Es un antiguo amante, o algo así?
—¿Frankie?— Ella soltó una risa débil, medio histérica y tomó sus manos sobre sus ojos. —Oh, Dios. Cuando pienso en lo que podría haber sucedido. Si no hubiese ido a la habitación de May Belle, si yo no lo hubiese vislumbrado a través de la baranda del balcón y lo hubiese reconocido, él hubiese subido arriba. ¡¡¡Santo Cielo!!! En la oscuridad, yo no hubiera sabido que era él. Él tampoco… oh, Dios.
Su voz se apagó a un gemido tenue y ella empezó a llorar. No sólo unas cuantas lágrimas, sino sollozos y resoplidos impropios de una dama.
—Hey, ya basta,— lo intentó. —Nada puede ser tan malo.
Eso era claramente lo que no debía decir. La hizo llorar más, y se lo puso a él más difícil.
Mie/rda. ¿Cómo lo hacía meterse en estas situaciones?
Holaaa!!!!!
ResponderEliminarOMG!!!!!! Te e dicho alguna ves que estoy completamente ENAMORADA de tus noves, de los dos, sinceramente no se cual me gusta más, ambas son tan AWSOME *-*
Jeny sube pronto porfas, que muero por leer un poco más de las dos noves, porfa no te demores en subir!!!!!!
Cuídate muchito, besis, bye ♥
hahaha bitch me encanto, sube mas, todavia no entiendo como fue que Miley fue a dar en el techo, pobresita, espero que Nick deje de juzgarla y la conozca mejor. Siguela
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