domingo, 19 de enero de 2014

Tù eres mi Amor - Cap: 2



La noticia del viaje de miss Stone hacia Francia se propagó como un reguero de pólvora en los alrededores. En ese mundo rural donde nunca pasaba gran cosa, todas las conversaciones giraban habitualmente en torno a Miley cuya movida existencia alimentaba los rumores. Empezando por la vez que escupió en la iglesia cuando tenia ocho años y pasando por el día en que se cayó de un árbol cuando espiaba a Paul Sevarin que estaba en compañía femenina. Las razones por las que su padre había decidido mandarla a Francia parecían evidentes. De forma general las comadres pensaban que 
Miley había traspasado los límites que el pobre hombre podía soportar cuando se exhibió en pantalones. Todas estaban de acuerdo en decir que este viaje seria un alivio para Paul.

En los días que siguieron, los vecinos, fueron a la casa con el pretexto de saludar a lady Gilbert y decir adiós a 
Miley.  La víspera de la partida, Anne Gilbert recibió a tres damas acompañadas de sus hijas. Las escuchó educadamente con una sonrisa, esforzándose en ocultar su fastidio. Con palabras encubiertas insinuaron que la joven iba a deshonrarse en Paris arruinando la carrera de Edward. Cuando se despidieron, Anne se deslizó en un sofá, cansada y furiosa. Al criticar abiertamente a su hija, Martín la había convertido en la cabeza de turco del pueblo. Era absolutamente necesario alejar a su sobrina de aquí para darle la ocasión de desarrollarse en Paris, en una atmósfera más abierta.

-El señor Sevarin desea veros milady-dijo el mayordomo.

-Hágale pasar por favor-respondió Anne rápidamente.

Se sorprendió al ver llegar a Paul con una radiante rubia del brazo, nadie ignoraba los sentimientos de 
Miley hacia él, así que el también debía conocerlos. No era nada cortés venir acompañado de una joven para despedirse de alguien que le adoraba.

Anne le miró detenidamente, intentando ver cualquier detalle criticable pero no encontró ninguno. Era alto, guapo y tenía el encanto de un caballero educado.

-Buenos días señor Sevarin-dijo-
Miley está en el jardín.

Los ojos azules de Paul se iluminaron como si adivinara las reservas de Anne.

-Lo sé-dijo devolviéndole el saludo-Pensé que podría usted conversar con Courtney mientras me despido de 
Miley.

-Estaré encantada-respondió Anne contenta a pesar suyo.
Miley contemplaba los rosales tristemente. Su tía estaba en el salón y escuchaba a los pájaros de mal agüero contar sus travesuras. Emily había vuelto a Londres con sus padres y Paul no había venido siquiera a decirle adiós. Ella ya se lo esperaba. Sin duda estaba en compañía de sus amigos llorando por su marcha.

-Buenos días, bonita joven-dijo una voz grave en la penumbra.
Miley se volvió de un salto. Estaba a algunos metros de ella, apoyado descuidadamente en un árbol.

-Parece que nos dejas-añadió suavemente.
Miley asintió con la cabeza. Le miró intentando memorizar el tono de sus cabellos rubios y los rasgos de su bello rostro.

-¿Me vas a echar de menos?-preguntó ansiosa.

-Por supuesto. Todo va a parecerme aburrido sin ti.

-Si, me da esa impresión-murmuró 
Miley bajando los ojos-Después de mi partida nadie irá a fastidiar tu picnic cayéndose de un árbol o rompiéndote una pierna o...

-Nadie-cortó Paul.

-¿Me esperaras?- preguntó ella levantando hacia él sus cándidos ojos.

-Estaré aquí cuando vuelvas, si es eso lo que quieres decir-respondió el evasivamente.

-Ya sabes lo que quiero decir-insistió 
Miley - Quiero saber si podrías no casarte con nadie hasta que...

Se calló molesta ¿Por qué acababa siempre así con él? ¿Por qué no podía mostrarse distante y flirtear como las chicas mayores?

-
Miley-dijo Paul firmemente-te vas a ir y me vas a olvidar. Algún día te preguntaras porque me pediste que te esperara.

-Ya empiezo a preguntármelo-admitió ella tristemente.

Con un suspiro de comprensión, Paul le acarició la barbilla obligándola a mirarle.

-Estaré aquí- aseguró con una sonrisa forzada-Estaré impaciente por ver como has crecido.

Subyugada, 
Miley levantó los ojos hacia ese bello rostro y después cometió un error fatal. Impulsivamente, se levantó sobre la punta de sus pies y depositó un rápido beso en la comisura de los labios de el.

-Lo siento no, no debería haberlo hecho-barbotó con los ojos llenos de lágrimas mientras él la apartaba.

-En efecto.

Sacó una cajita de su bolsillo y la dejó bruscamente en su mano.

-Te he traído un regalo de despedida.

-¿De verdad?-preguntó con un sobresalto de esperanza.

Abrió la cajita con dedos temblorosos y descubrió un pequeño camafeo colgado de una cadena de oro.

-Paul, es precios, no me lo hubiera esperado nunca.

-Es un recuerdo-dijo el prudentemente-nada más.
Miley apenas le oyó pues estaba muy ocupada acariciando la joya.

-¿Lo escogiste tu mismo?

Dudando Paul frunció las cejas. Había ido al pueblo a escoger una chucheria para Courtney, pero como el comerciante le había hecho notar que debía sentirse aliviado de que 
Miley se fuera a Francia, le había preguntado si tenía alguna cosa apropiada para una niña de quince años. Paul no tenía ni idea de lo que contenía la cajita antes de que Miley la abriera. ¿Para qué decírselo a ella? Con un poco de suerte sus tíos encontrarían un joven francés dispuesto a casarse con ella.

-Lo escogí yo mismo, es un regalo de amigo-dijo por fin.

-¡Pero yo no quiero ser tu amiga! Bueno si pero solo por ahora.

-En ese caso, creo que sería del todo apropiado que dos amigos intercambien un beso de despedida.

Extasiada, ella bajó los párpados y ofreció los labios, pero la boca de Paul solamente acarició su mejilla. Cuando abrió los ojos el ya se alejaba.

-Paul Sevarin-murmuró con determinación-voy a cambiar totalmente. Cuando vuelva de Francia te casarás conmigo.



Mientras el barco cogía velocidad, 
Miley con los codos en la borda miraba la costa inglesa alejarse. El viento azotaba su cara haciendo revolotear su pelo alrededor de ella. ¿Con que se encontraría a su regreso?

Volviendo resueltamente la espalda a Inglaterra, atravesó la cubierta y miró hacia Francia, a su futuro.



Detrás de una verja de hierro forjado, se levantaba la impresionante casa parisina de lord y lady Gilbert. Inmensas ventanas proporcionaban luz a grandes habitaciones pintadas en tonos pastel que daban a la mansión un ambiente alegre y elegante.

-Estos son tus aposentos querida-dijo Anne abriendo una puerta que daba a una suite de color azul pálido.
Miley se paralizó en la entrada, maravillada por la refinada decoración. La cama y las sillas estaban tapizadas de satén estampado rosa y azul y habían puesto flores con los mismos colores en jarrones de porcelana china.

-Preferiría otra habitación tía-dijo por fin, volviéndose hacia Anne con aspecto triste-Algo menos delicado. Cualquiera en mi casa te diría que basta con que pase cerca de un objeto frágil para que este caiga al suelo y se rompa.

Anne se volvió hacia el lacayo que llevaba la maleta de la joven.

-Déjela aquí-ordenó señalando la habitación azul con gesto decidido.

-Te he avisado-suspiró 
Miley.

Se quitó su capa y fue a instalarse con precaución en el canapé de flores. Paris iba a ser el paraíso.

El desfile de visitantes empezó a las once y media tres días más tarde con la llegada de la modista personal de Anne, acompañada de tres jóvenes y amables costureras. Hablaron sin fin de tejidos, de las últimas tendencias de la moda y tomaron las medidas a 
Miley.

Media hora después de que se fueran, la joven se encontró ejercitándose en andar con un libro sobre la cabeza, bajo la mirada crítica de una mujer rechoncha designada por su tía para darle clases de comportamiento.

-Soy terriblemente patosa madame Froussard-explicó 
Miley enrojeciendo mientras el libro caía al suelo por tercera vez.

-No-protestó la dama sacudiendo la cabeza.-Mademoiselle Stone tiene una gracia natural y una postura excelente. Pero debe aprender a no andar como si tuviera al diablo detrás.

El profesor de baile que vino después confesó que á joven podría darle clases a el.

Durante varios meses, madame Froussard vino una hora diaria cinco días a la semana. 
Miley se sometió de buen grado a sus lecciones pensando que las buenas maneras podían llamar la atención de Paul.



-¿Qué te enseña madame Frousard en realidad?-preguntó un día tío Edward a la hora de la cena.

-Me enseña a andar en vez de correr-respondió ella con una mirada maliciosa.

Esperaba oír decir a su tío que eso era una ridícula pérdida de tiempo pero este solo sonrió con aprobación.

-¿Te has dado cuenta tío que es todo un arte darse la vuelta cuando una lleva un traje de baile provisto de un miriñaque?

-Mi traje no me ha molestado nunca-bromeó él.

Un mes más tarde 
Miley se situó frente a su tío y le miró desde detrás de un abanico.

-¿Tienes demasiado calor querida?-preguntó Edward, esperando verla romper a reír.

-Un abanico no es para refrescarse-explicó ella aleteando los párpados de forma exagerada para jugar a coquetear-Sirve para flirtear y para ocupar las manos con gracia y hasta para pegar a los caballeros muy pesados.

-¿Algún joven ha intentado faltarte al respeto?-preguntó Edward divertido.

-Por supuesto que no. No lo habría permitido-respondió 
Miley fastidiada.

Anne les miró con una radiante sonrisa en los labios, feliz de ver hasta que punto 
Miley se había hecho un lugar en el corazón de Edward, este la trataba como si fuera su propia hija.

Una noche de mayo, un mes antes de la primera salida oficial de 
Miley, Edward llegó con tres entradas para la ópera. Las agitó descuidadamente bajo los ojos de la joven y le preguntó si sus obligaciones le permitían unirse a ellos en el palco privado de la embajada.

Un año antes, 
Miley habría saltado de alegría, pero había cambiado mucho desde entonces, hasta el punto que a ella misma le costaba reconocerse a veces.

-Estaría encantada-dijo simplemente como si se tratara de una salida totalmente normal para ella.

Mientras Clarissa, que había servido a su madre antes que a ella, la peinaba dejando algunos pelos caer sobre su nuca, 
Miley permaneció en silencio. Luego se puso un vestido blanco totalmente nuevo, ribeteado con cintas de terciopelo azul brillante y ejecutó una reverencia perfecta.

-¿Puedo presentaros a 
Miley Stone-murmuró con voz grave.




Una niebla fría envolvía la ciudad haciendo brillar el pavimento a la luz de las linternas. 
Miley cerró con frío la capa sobre sus hombros y observó por la ventanilla del coche a la gente que se adentraba en la noche.

Delante del teatro, una muchedumbre elegante desafiaba caliente al mal tiempo. 
Miley bajó del vehículo y lanzó una mirada maravillada a las damas soberbiamente enjoyadas y con peinados suntuosos. Eran las mujeres más bellas del mundo, se dijo, y perdió al instante toda esperanza de poder convertirse algún día en una verdadera parisina. Mientras el trío subía las escaleras de teatro, Anne observó que la mirada de los jóvenes se posaba furtivamente en Miley para después volver a ella y detenerse. No había nada de sorprendente, la joven estaba simplemente maravillosa.

En el palco del consulado, 
Miley acomodó su ancha falda alrededor de ella y abrió el abanico de marfil, utilizándolo como le había enseñado madame Froussard para mantener las manos ocupadas. Se sentía realmente ridícula por haber perdido tanto tiempo aprendiendo lenguas extranjeras y matemáticas, cuando lo que necesitaba saber para agradar a su padre y a Paul era algo tan elemental. Este abanico le resultaba cien veces más útil que el griego antiguo.

El espectáculo comenzó y 
Miley se olvidó de todo, invadida por la música. Estaba más allá de sus sueños más locos.

Cuando cayó el telón en el entreacto, le costó volver a la realidad. Amigos de sus tíos entraron en el palco y su conversación se añadió al murmullo que dominaba ahora la sala.

-
Miley-dijo Anne posando una mano sobre el hombro de su sobrina-querría presentarte a unos amigos.

El matrimonio De la Ville saludaron a la joven con calor, pero Therese, su hija, que tenía más o menos su edad, se contentó con mirarla con curiosidad. Por primera vez desde que dejó Inglaterra, 
Miley se sintió patosa y a disgusto.

-¿Te gusta la ópera?-consiguió articular.

-No-dijo simplemente Therese-no comprendo ni una sola palabra.

-
Miley lo entiende-dijo orgullosamente Edward-habla italiano, griego, latín e incluso un poco de alemán.
Miley tuvo ganas de que la tierra se la tragase. Los elogios de su tío delante de los De la Ville la avergonzaron y tuvo que esforzarse por sostener la mirada sorprendida de Therese.

-Espero que no tocarás el piano y que tampoco cantarás-preguntó la pequeña rubia con una mueca.

-No-se apresuró a responder 
Miley-ni lo uno ni lo otro.

-Estupendo-se alegró Therese con una ancha sonrisa sentándose cerca de ella-Por mi parte son las dos únicas cosas que sé hacer bien. ¿Estas impaciente por tu presentación en sociedad?

-No demasiado-contestó 
Miley.

-Yo si, aunque para mi no sea más que una formalidad. Mi matrimonio esta arreglado desde hace tres años. Eso está bien porque así estoy disponible para ayudarte a buscar marido. Te indicaré los buenos partidos y los que solo son seductores, es decir, sin dinero ni porvenir. Cuando hayas encontrado tu alma gemela, iré a tu boda y diré a todo el mundo que yo soy la responsable.
Miley sonrió, un poco extrañada de esta muestra de amistad tan espontánea.

-Mis hermanas han hecho todas unas bodas perfectas-prosiguió Therese de la Ville-Solo quedamos mi hermano Alexander y yo.
Miley se contuvo con esfuerzo de preguntar si Alexander entraba en la categoría de los buenos partidos o en la de los hombres solamente seductores. Therese le dio la repuesta sin necesidad de solicitarla.

-Alexander no es un buen partido. Bueno, es muy rico y terriblemente seductor, el problema es que no está disponible lo cual desespera a mis padres ya que Alexander es su único heredero masculino y además es el mayor.

A pesar de su curiosidad, 
Miley consiguió decir educadamente que esperaba que su hermano no tuviera ninguna enfermedad.

-No-respondió Therese con una risa cantarina-salvo que uno considere el aburrimiento y la arrogancia como una enfermedad. Desde luego se entiende con todas esas mujeres colgadas de su brazo. Mamá dice siempre que si fuera cosa de las mujeres el proponer matrimonio, Alexander tendría más proposiciones que sus cuatro hijas juntas. Es una pena que sea tan difícil, ya que si asistiera a tu presentación en sociedad, tendrías un éxito inmediato-lanzó un suspiro- Desgraciadamente el no iría a un baile de debutantes por nada del mundo. Dice que uno se muere de aburrimiento. De todas maneras, le hablaré de ti, no se sabe nunca lo que puede pasar.

Solo la cortesía impidió a 
Miley responder que esperaba no conocer nunca al hermano de Therese.



La víspera de su presentación oficial en sociedad, 
Miley recibió una carta de Emily Williams cuya lectura la relajó considerablemente ya que decía que Paul había comprado una propiedad en las Bahamas y pensaba quedarse allí un año. Miley no creía que fuera a enamorarse de la hija de algún colono, lo que significaba que tenía un año para preparar su regreso a Inglaterra.

Para descansar antes del baile del día siguiente, se instaló en un canapé de terciopelo rosa en el salón y releyó con placer todas las cartas de Emily que había escondido en un manual de buenas maneras. Absorta en su lectura no se dio cuenta de la presencia de un hombre que la observaba.

Alexander de la Ville estaba en la entrada llevando una nota que Therese le había rogado llevar en mano a miss Stone. No era la primera vez que usaba tales estratagemas para provocar un encuentro con una mujer, Alexander no dudaba que era uno de esos montajes urdido por las dos jóvenes. Muchas veces su hermana le presentaba alguna amiga suya totalmente carente de cerebro y sabia que la mejor forma de deshacerse de ellas era sorprenderla o intimidarla.

Contempló el delicioso cuadro que la chica sin duda había puesto a punto anteriormente para aparecer favorecida, El sol iluminaba su pelo el cual caía en cascada sobre los hombros, inmersa en su lectura, retorcía distraídamente un mechón, sus largas pestañas, estaban ligeramente entornadas, su perfil estaba relajado y una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios. Molesto por esta pose, Alexander rompió el silencio.

-Encantadora escena mademoiselle, enhorabuena-dijo con insolencia.
Miley se asustó y cerró de golpe la guía de las buenas maneras en la cual tenía escondidas las cartas de Emily. El hombre que la observaba no parecía tener más de treinta años, era seductor con su pelo negro y sus ojos oscuros con reflejos dorados y la miraba desde arriba de su considerable altura.

-¿Acaba usted de ver una aparición mademoiselle?-preguntó secamente.

Ella se dio cuenta de que le estaba mirando fijamente y movió los ojos señalando la nota que él llevaba en la mano.

-¿Ha venido usted a ver a mi tía?

El avanzó hacia ella y le tendió la nota.

-Soy Alexander de la Ville. Su mayordomo me ha dicho que usted me estaba esperando por lo que creo que ya puede quitar esa cara de falsa sorpresa ¿no cree?
Miley se quedó con la boca abierta mientras el se dedicaba a examinarla minuciosamente. ¿Sus ojos se habían demorado en su pecho o era solo una impresión suya? Seguidamente él dio una vuelta alrededor de ella, estudiándola desde todos los ángulos como si fuera un caballo que estuviera pensando en comprar.

-No se canse-dijo mientras 
Miley habría la nota-Dice que mi hermana olvidó un brazalete aquí, pero los dos sabemos que solo es un pretexto.

-
Miley estaba a la vez molesta y divertida. Therese le había dicho que su hermano era arrogante pero jamás hubiera creído que lo fuera hasta ese punto.

-De hecho-dijo él volviendo a mirarla de frente-no es usted como me la imaginaba.

-¡Alexander!-exclamó en ese momento Anne entrando en el salón-Me alegra verte, te estaba esperando. Una de las doncellas encontró el brazalete de Therese debajo de un cojín. El cierre está roto. Espera un momento mientras voy a buscarlo.

La mirada atónita de Alexander se volvió hacia miss Stone, cuyas cejas se levantaron irónicamente. Estaba visiblemente divertida con el curso de los acontecimientos. Alexander se sintió obligado a mostrar una conducta más galante para hacer olvidar su anterior actitud. Se inclinó y recogió la guía de las buenas maneras.

-¿Aprende usted buenas maneras mademoiselle?

-Si-respondió miss Stone divertida-pero sería un placer prestarle el libro.

El le dirigió una sonrisa devastadora.

-Veo que mi conducta de hace un momento ha sido perdonada-dijo el con una gravedad casi cómica-¿Me concedería un baile mañana por la noche?
Miley dudó, descolocada por su sonrisa encantadora y la admiración que leía en sus ojos.

Tomando su silencio por coquetería, Alexander levantó los hombros y su sonrisa perdió todo el calor.

-Duda usted, por lo que deduzco que su carnet de baile esta completo. Otra vez será entonces-dijo con tono despreocupado.
Miley se dio cuenta de que el acababa de anular la invitación. Era decididamente el hombre más arrogante que había visto en su vida.

-No he prometido ninguno de mis bailes-dijo-Es usted el primer caballero que he encontrado en Paris.

Su intención al decir la palabra caballero no escapó al joven que rompió a reír.

-Aquí está el brazalete-intervino lady Gilbert en ese momento-Alexander, no te olvides de decirle a Therese que el cierre está roto.

En el coche que le llevaba a casa de su madre, volvió a pensar en 
Miley mientras atravesaba un parque donde abundaban las flores. Dos mujeres jóvenes le saludaron con la mano pero Alexander apenas las hizo caso. Se preguntaba como Miley y su hermana podían llevarse bien siendo tan diferentes, Therese era bonita pero no tenia ningún atractivo que pudiera retener a un hombre mientras que Miley Stone estaba llena de contrastes, chispeante y llena de promesas. A pesar de sus diecisiete años había mantenido el tipo frente a el. Se dijo que sería una pena dejar que una joya así se quedara sentada en el baile de debutantes porque no conocía a nadie en Francia.



Los espejos de la sala de baile reflejaban la luz de millares de candelabros. 
Miley comprobó nerviosa su aspecto antes de entrar en ella, Su vestido de baile de tafetán blanco le quedaba perfecto y su moño tenía prendidas tres magnificas camelias. Se dijo a sí misma que parecía mucho más tranquila de lo que realmente se sentía.

-Todo irá bien, ya lo verás-murmuró Anne.

Eso no es lo que ella creía.¿Cómo podía rivalizar con todas esas bellezas que reían cogidas del brazo de elegantes caballeros?

Therese y su madre llegaron justo antes del primer baile.

-Tengo una noticia-murmuró Therese a la que su vestido con encajes favorecía mucho-Mi doncella es la prima del ayuda de cámara de Alexander y le ha dicho que mi hermano vendría hoy acompañado por tres amigos. Ha apostado con ellos quinientos francos contra dos horas de su tiempo esta noche y ha ganado. Tienen que bailar contigo todos ellos.

Se interrumpió e hizo una encantadora reverencia al joven que se inclinaba ante ella para pedirle el primer baile.

La orquesta empezó los primeros compases y las parejas se dirigieron a la pista. 
Miley miró a su tía con expresión sombría, sabía sin ninguna duda que nadie la invitaría para el primer baile pero no contaba con sentirse tan deprimida.

Therese continuó bailando pero nadie vino a buscar a 
Miley en los dos bailes siguientes. La humillación empezaba a ser insoportable y se inclinó hacia su tía para preguntarle si podía ir a refrescarse, en ese momento se levantó un murmullo.

Alexander de la Ville y tres caballeros más acababan de llegar. Con una elegante desenvoltura, parecían indiferentes a la atención que suscitaban. La mirada de Alexander se paseó por encima de las debutantes ruborizadas y de los dandis hasta que vio a 
Miley y la saludó con la cabeza.
Miley retrocedió hasta la pared, buscando puerilmente esconderse detrás de Anne. Desconfiaba de un nuevo encuentro con Alexander de la Ville, la víspera había pasado todo tan deprisa que no tuvo tiempo de sentirse intimidada, pero esta noche había perdido toda seguridad en si misma. Además Alexander estaba particularmente seductor vestido de gala.

Vio a los cuatro hombres atravesar la muchedumbre y acercarse a ella. Sobresalían entre los demás por su seguridad y arrogancia naturales.

-¡Alexander no podría estar más sorprendida si hubiera visto llegar al diablo en persona!-exclamó madame de la Ville al ver a su hijo.

-Gracias mamá-dijo este secamente.

Se volvió hacia 
Miley y le cogió la mano llevándosela a los labios.

-No ponga esa cara tan extrañada por verme aquí. Compórtese como si no hubiera nada más natural que eso.
Miley le miró extrañada, no sabiendo como tomarse el consejo.

El le dirigió una sonrisa burlona, como si adivinara sus pensamientos y le presentó a sus tres acompañantes.

La música volvió a empezar. Sin pedirle permiso, Alexander cogió la mano de 
Miley  y la condujo a la pista de baile, después puso su brazo alrededor de su cintura y empezó a bailar un vals mientras ella se esforzaba en aplicar las lecciones de su profesor de danza.

-Mademoiselle-dijo de repente Alexander con voz grave-si levanta usted los ojos verá que la estoy mirando con admiración. Si continúa usted mirando sus pies voy a parecer aburrido y en ese caso, su entrada en sociedad seguirá siendo un fracaso. Ahora míreme y sonría.

-Tengo la impresión de que todo el mundo nos mira-dijo 
Miley.

-No es a nosotros a quien miran-cortó Alexander- es a mí. Se están preguntando si es usted la causa de que yo haya venido a esta asamblea de jóvenes virtuosas.

-¿Lejos de su vida habitual llena de infamia y depravación?-completó ella con una sonrisa teñida de depravación.

-Exactamente-admitió Alexander.

-En ese caso, espero que este vals no comprometa mi reputación para siempre, antes siquiera de que llegue a tener una.

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