Vaya. . . Sonaba bastante simple. Sólo que para Nicholas no lo era. A medida que subía la escalera al altillo, pensó en un centenar de cosas que podría decirle a Miley y descartó todas ellas. La luz de la lámpara de la planta baja se filtraba por los escalones, creando bandas oscuras contra ámbar reflejadas en el techo. Nicholas se detuvo cerca de la pared divisoria, recordando una y mil veces cuantas veces había entrado en esta habitación. Como un niño. Como un hombre joven. En todos los años, no había cambiado. Era su hogar, y siempre estaría en casa. La colcha de pachtwork. Las mantas de lana que su madre había trenzado. La barra para la ropa que colgaba en una esquina. No había nada elegante. Pero había una gran cantidad de amor, y eso hacía toda la diferencia. Su padre nunca sería un hombre rico. Pero había dado una riqueza a su familia más allá de toda comparación. Les había dado amor.
Moviéndose lentamente hacia la cama, Nicholas oyó los sollozos ahogados de Miley, y cada uno lo atravesó como un cuchillo. Una vez más, pensó en una docena o más de cosas que podría decirle. Que era un imb/écil. Que estaba arrepentido. Que nunca había querido hacerla daño. Pero cada vez que trataba de hablar, las palabras se convertían en una maraña y su lengua parecía de trapo. Quería que tuviera todas las cosas que la vida le había negado, y en su mente, ella se lo merecía. Los últimos nueve años podrían ser como una hoja de otoño, arrastrada por una fuerte brisa si ella se lo permitiese. ¿Por qué no podía dejarlo todo atrás, y empezar de nuevo?
Nadie podía caminar hacia adelante, sin caer, si continuamente miraba el camino que dejaba detrás.
La bondad y el amor eran mas fuertes que el pecado, y Dios era algo más que un ser que la enjuiciaría. Pero no sabía cómo expresar esas convicciones.
No a alguien como Miley. Su padre siempre le había enseñado comparando entre la naturaleza y lo divino para darle cualquier razonamiento, pero dudaba que ella pudiese ver la importancia, si tratase de hacer lo mismo.
Nicholas había aprendido desde la infancia que todo tenía sus raíces en la mística. Para ella, el agua estaba mojada y corría cuesta abajo. Para él, no sólo sentía todo lo que existe, si no también el susurro de los grandes misterios y la sabiduría. Para ella, la luz del sol era bonita y cálida. Para él, era digno de adoración, el dador de la vida. Madre Luna, la Madre Tierra, las Cuatro Direcciones, el viento. Todos eran dioses de su padre. El horizonte, el amanecer de un nuevo día, la puesta del sol, la oscuridad. Esas cosas eran todo lo divino y se entrelazaban con la magia. No había ayer, sólo mañana.
Siempre tenías que fijar la mirada y caminar hacia adelante, nunca mirar hacia atrás.
Era la belleza en esos conceptos tan simples. Era la paz. Sólo cuando Nicholas pensó en transmitir sus creencias a alguien como Miley, ya no parecía tan simple. Se sintió demasiado culpable. No había horizonte por delante para ella, sólo otro día como el anterior, y una realidad de la que no podía ni sabía escapar.
¿Cómo podía escuchar una canción en el viento? Todo lo que hacía ella era para sobrevivir.
Al final, porque las palabras le fallaron, Nicholas hizo la única cosa que sabía hacer, y fue recogerla entre sus brazos. Esperaba que se resistiese. O peor aún, que lo atacase con ira. Si lo hubiera hecho, no la culparía. Una boda. Aunque a Nicholas le pareció la cosa más natural del mundo, no lo era para ella.
Pero él no se había planteado la manera en que Miley pensaba. En su mente, ella no se merecía una boda. Era un alma perdida y sucia. Una mujer mancillada no podía usar el color blanco, y una vez sucia, no había manera ya de que pudiese quedar limpia.
Los sollozos sacudieron todo su cuerpo. Cuando Nicholas cerró los brazos a su alrededor, la magnitud de su dolor se apoderó de él. Cuando no trató de soltarse y se aferró a su cuello con desespero, las lágrimas picaron tras sus ojos.
—Estoy… lo…lo siento —acertó a susurrar—. Tus padres… Yo…estoy tan triste. Eso fue imperdonable, grosero por mi parte, yéndome así… Ahora me van a odiar, seguro.
—Oh, no, Miley, yo soy el que lo siente.
Nicholas apretó su abrazo, un poco sorprendido cuando ella se acomodó, presionándose cerca de su calidez como un niño abandonado. Apretó la cara en la curva de su hombro y respiró el aroma de la lavanda que había llegado a asociar sólo con esta mujer. Se le ocurrió que esta era la primera vez, además del más breve de los toques, abrazos frecuentes, y el fiasco en el porche delantero aquella tarde, que en realidad la había abrazado. Y se sentía como se imaginaba que el cielo se pudiese sentir. Perfecto. Tenía toda la razón.
Nicholas tenía en la punta de la lengua decirle que se había equivocado al sugerir que tuviesen una boda formal en una iglesia, cuando se le ocurrió mirar hacia arriba y ver las estrellas más allá de la ventana. Al igual que un millón de brillantes diamantes repartidos por todo el terciopelo azul oscuro, que le guiñaban los ojos y brillaban, cada una rodeada por una nube plateada que le hizo pensar en el pelo de Miley encendido a la luz del sol.
Maldita sea. Si alguna mujer joven en la tierra merecía una boda hermosa, esta era Miley. Si tan sólo pudiera hacerle creer en eso.
Deseando tener las estrellas. Buscando un arco iris. Sueños tontos. Nicholas la meció y le alisó el pelo, con la mirada fija en los cielos. Esas estrellas eran reales.
Todo lo que tenía que hacer era mirar hacia arriba, y podría deleitarse con su brillantez. La realidad no era triste y aburrida y sin esperanza. Fue lo que hizo.
Meciéndola suavemente, Nicholas mantuvo la mirada fija en las estrellas y comenzó a hablar. Le contó historias de su infancia, las historias que los Comanches habían transmitido de generación en generación. Llegaron a su lengua con facilidad, cada detalle, cada palabra grabada en su mente, porque su padre se las había repetido muchas veces. Después de un rato, Nicholas no estaba seguro de lo que estaba diciendo, o si sonaba est/úpido o tonto. La verdad era que no le importaba. Lo que importaba, lo único que importaba, era alguna forma de distraer a Miley y aliviar su dolor.
Finalmente, la tensión comenzó a salir de su cuerpo, y sus sollozos se convirtieron en el ritmo suave de la respiración en contra de su camisa. Nicholas miró hacia abajo y vio que su mirada estaba fija en la ventana, su expresión entre aturdida y soñolienta. Por un instante terrible, pensó que se había escapado a ese lugar escondido en su interior que le había contado. Pero entonces vio la mirada cambiar a otro punto de la luz estelar, y supo que estaba todavía con él.
Aún con él. . . Sin embargo, flotando en sueños. No sueños secretos dentro de su mente, si no los sueños que con voz suave le susurraba, historias que eran una parte intrínseca de la fantasía, sino también su herencia. La tranquilidad se posó sobre Nicholas. Los lugares de ensueño podrían convertirse en su terreno común. De ellos Miley entendía mucho.
Había estado escapando allí durante años. ¿Por qué no podía borrar la línea que ella había trazado entre este mundo y sus fantasías creadas en su mente? Después de todo, había estado caminando entre dos mundos durante toda su vida.
—¿Miley?
Se movió un poco.
—¿Hum?
—Háblame de tus imágenes de ensueño —pidió con voz ronca—. Compártelo conmigo.
Ella se quedó sin aliento y se estremeció con un suspiro de cansancio. Un sollozo casi asomó, lo había adivinado, pero perdió su fuerza. Acariciándola con una mano arriba y abajo de su brazo, la quería obligar a que atendiese su solicitud. Un puñado de sus sueños, era todo lo que quería. Todo lo que necesitaba. No era mucho pedir, pero sentía que para él, era todo. Pero describir los lugares a los que se escapaba, quizás disminuyera su magia y pasase a ser menos sacrosanto. Una vez que lo hiciese, ya no sería la completa dueña de ese lugar, y ya no podría esconderse completamente allí.
Con una voz temblorosa apenas un susurro, dijo finalmente.
—Tengo un montón de lugares de ensueño, pero al que me voy más a menudo es un prado lleno de margaritas.
Nicholas cerró los ojos en eso. Un prado lleno de margaritas. Habló de la luz del sol brillando a través de las gotas de rocío, de la hierba alta susurrando en la brisa, del agua corriendo por las cascadas de piedras, de las esencias florales tan dulces, que lo único que quería era abrir los brazos de par en par y respirarlo. Era un lugar mágico, le susurró, donde nadie podía seguirla, en el que nadie podía tocarla, donde no había fealdad. Era su lugar. Suyo solo, esperando siempre allí dentro de su mente cuando ella lo necesitaba para separarse de lo que estaba sucediendo a su alrededor.
—Papá nos llevaba a un prado igual que el de mi sueño —admitió—. Los ratos que pasábamos allí eran siempre tan felices. Me lo imagino a él a veces cuando voy. Él y mamá, y todos nosotros cómo niños. Antes de que Jason pasase el sarampión, antes de que ella se quedase ciega, antes de caer desde el campanario. El prado que imagino dentro de mi cabeza parece tan real para mí. A veces… —Arrastró una respiración entrecortada—. A veces me quiero quedar y seguir adelante a partir de ahí. Si pudiera, lo haría todo diferente. Lo haría todo bien y obedecería a mis padres. Nadie volvería a contraer el sarampión. Papá nunca moriría. Me gustaría hacer que todo sucediese de la forma en que debería haber ocurrido. Yo nunca haría las cosas mal, ya no haría daño a todas las personas que quiero.
En su lugar de ensueño, las cosas podrían ocurrir de la manera que ella deseaba desesperadamente que fueran, se dio cuenta. Nicholas sentía como si estuviera mirando a través del ojo de la cerradura dentro de su alma, y no estaba contento con lo que veía allí. La culpa. Un sentimiento de culpa terrible y abrumadora, que estaba empezando a sospechar había sido cuidadosamente cultivado. La idea le hizo sentirse mal.
—Bueno —dijo en voz baja—. Espero que nunca sigas adelante con la idea de permanecer allí. Te echaría muchísimo de menos.
Lo había pensado y dicho como una broma. Sin embargo, ella se movió como si la hiciese sentirse incómoda.
—¿Qué?
Ella sacudió la cabeza ligeramente.
—Nada. Es una tontería.
—Nada de lo que creas que es una tontería, lo es para mí.
—Es sólo que… —Movió sus manos sobre la colcha, con los dedos nerviosamente y estrujó los flecos de lana—. El día de hoy, me fui allí cuando yo no tenía la intención de hacerlo, y si May Belle no hubiese llegado y me hubiese agarrado y sacudido, yo… —Ella movió negativamente la cabeza otra vez—. Es una tontería.
Un escalofrío recorrió a lo largo de la columna vertebral de Nicholas.
—¿Qué pasó?
—Sólo que la sensación que tuve de que estaba en la pradera era tan real. Que era más real que mi vida misma, y que me podría haber quedado allí si yo quisiese.
—¿Sólo por May Belle no llegó a pasar?
—Más o menos. ¿Ya sabes cómo la mente se distrae a veces, cuando alguien está hablando con uno? Y, ¿de repente, se habla más fuerte o algo así y parece el tirón que te trae de vuelta? Así fue. Ella me llamaba, y cuando me volví a mirar, me tocó. De alguna manera me asusté. Creo que estuve a punto de perderme en ese país.
Nicholas no le gustaba el sonido de eso en absoluto. Lo cual era una razón más para crear un nuevo lugar de ensueño, uno donde anclarse en la realidad, aquí junto a él.
—Si te gusta tanto, ¿por qué te habría de asustar?
—Debido a que me necesitan aquí —Arqueó el cuello dándole un aspecto un poco exasperado—. No estoy loca, Nicholas. Sé que el prado no es real. No puedo ir allí y hacer retroceder el reloj. Lo que pasó, pasó, y mi familia cuenta conmigo. Es sólo. . . así, como un deseo. Me gustaría poder ir allí y cambiar todo. Pero sé que no puedo.
—¿Escuchaste la llamada de May Belle?
—Sí. Cuando estoy en los lugares de mis sueños, todavía puedo oír a la gente hablando aquí. —Tenía la boca apretada—. Si ellos están diciendo cosas feas, yo tengo que crear nuevos acontecimientos en el sueño y así hacer cómo que mi familia las está diciendo.
Con un nudo en el corazón, Nicholas le susurró,
—¿Cuándo la gente te dice cosas feas?
Sus dedos se apretaron con más urgencia en la colcha.
—Los hombres.
Nicholas cerró los ojos.
— A veces dicen cosas feas, y cuando no puedo cerrar los oídos, sólo pretendo que las palabras están inmersas en mis sueños por lo que ya no suenan feas nunca más.
Tratando de ocultar el temblor de sus manos, Nicholas cruzó los brazos sobre su pecho y le frotó los hombros. Aunque fuese lo último que hiciese, nunca tendría que volver a fingir eso, nunca volvería a escuchar una fealdad más en su vida de nuevo.
—Nunca te vayas y me dejes aquí —susurró antes de que ella pensara. Una vez que las palabras salieron, se dio cuenta de que realmente tenía miedo de que hiciese precisamente eso.
No le gustaba la idea de que la pradera apareciese, cuando ella no la había conjurado.
—¿Me lo prometes, Miley? ¿Que nunca huirás de mí al prado para no volver?
Le frotó la sien contra su mandíbula.
—Sólo ocurrió una vez. Había ido a ver al Dr. Yost y estaba mirando las perchas, pensando en lo que iba a tener que hacer. Tenía miedo. Así que estaba muy asustada. Y triste porque sabía que no me querrías más cuando te dijera lo del bebé. Era como un sentimiento de soledad, terrible. Miré al dibujo del biombo y apenas, entré.
—¿El dibujo del biombo? —Nicholas no podía ver cómo se relacionaba.
—La margarita de la tela que lo forra, en mi habitación.
—Oh. —Apretó su abrazo sobre ella—. Si alguna vez te sientes sola y con miedo de nuevo, ¿me prometes una cosa?
—¿Qué?
—Que me buscarás, así yo haré que no sientas miedo ni soledad.
—Oh, Nicholas —dijo con voz trémula—. Nunca soñé entonces que te casarías conmigo de todos modos. Es por eso que me sentí tan sola. Pensé que me odiarías.
—Bueno, te has equivocado. Nunca podría odiarte. No importa lo que pase.
—Hay algunas cosas que un hombre no puede pasar por alto.
—¿Por qué estás tan preocupada? ¿Estás ciega y no puedes verlo? No tengo que pasar nada por alto.
Se quedaron en silencio por un tiempo. Mientras miraba las estrellas, Nicholas trató de pensar en una manera de abordar el tema de crear un sueño común para ambos. Ella había descrito su pradera de manera tan clara que casi podía verla. Lo que le rompió el corazón fue que había necesitado alguna vez un lugar donde esconderse. No podía empezar a imaginar el horror que debían haber sido sus noches, si la única forma posible que pudiera sobrevivir era separar su mente de su cuerpo.
—¿Sabes qué me gustaría? —le preguntó en voz baja—. Me gustaría crear un nuevo escondite, que nos perteneciese sólo a nosotros dos.
Ella suspiró y se frotó la mejilla en su camisa. Vio una sonrisa perpleja revolotear en su pequeña boca.
— ¿Un prado?
—No —dijo con seguridad—. El prado es tu lugar especial. Un nuevo lugar, que vamos a hacer sólo para nosotros. Y para nuestro bebé.
—En realidad, sin embargo, no es tu bebé.
—Ah, pero en nuestro lugar de ensueño, podemos hacer nuestras propias reglas, ¿no? Todo puede ser justo a la manera que queramos. Y yo quiero que sea mi bebé.
Ella suspiró.
—Oh, Nicholas me gustaría que así fuera. Realmente, hubiera deseado que no me hubieses conocido así, sino como lo hace la gente común, y nos hubiésemos enamorado como tantos, y que yo no fuese así…
—En nuestro lugar de ensueño, podemos hacer realidad los deseos. Dime Miley, ¿quién quieres ser?
—¿Quieres decir que puedo ser quien yo quiera?
Nicholas sonrió ligeramente.
—Por supuesto. Es nuestro lugar de ensueño.
—Entonces yo sería… —Se interrumpió para reflexionar sobre la cuestión—. Supongo que tendría el mismo nombre. Pero por lo demás, sería totalmente diferente. No tendría un pasado. No hubiera estado en el Lucky Nugget nunca. Me gustaría hacer borrón y cuenta nueva y ser capaz de empezar desde el principio.
Cambiando su peso en el otro brazo, Nicholas apoyó la barbilla sobre su cabeza y miró a las estrellas.
— ¿Entonces podríamos tener una boda?
Siguiendo en el juego, dijo:
—Oh, sí, una boda gloriosa. Incluso dejaría que tu madre pusiese cientos de perlitas en mi vestido.
—Supongo que las perlas no son tu mayor preocupación.
Ella se rió en voz baja.
—Las odio.
—Estaría decepcionada.
—Bueno, no podría estarlo, no en un lugar de ensueño.
Nicholas acarició la mejilla contra su pelo, recordando como había sido tocado por la luz del sol. Oro plagado de plata, tan brillante como las estrellas, sin embargo, el calor de su cuero cabelludo y con un olor que era únicamente Miley, una mezcla de piel recién lavada y de lavanda.
—Va a ser un lugar donde podemos hacer todo lo que queramos.
—Sí, cualquier cosa, —ella estuvo de acuerdo en sus sueños.
—¿Y vamos a ser intocables? ¿A nadie más que a nosotros le importará?
—Absolutamente.
—Dios, Miley, me gustaría realmente poder ir allí.
Por un momento, ella estuvo totalmente en silencio. Y luego dijo:
—Yo también.
La tensión se cerró alrededor de la garganta de Nicholas.
—Entonces vamos a hacerlo.
Se volvió para mirar hacia arriba. Volvió la cabeza hacia atrás para encontrarse con su mirada de desconcierto.
—No es un lugar real, —le recordó ella.
—Es tan real como tu prado.
—Pero mi… —Ella ladeo la cabeza con un ligero movimiento—. Mi prado no es real, tampoco.
—Pero fuiste allí.
—Bueno, sí, pero eso era…— se interrumpió y lo miró fijamente—. Esta conversación es una locura. ¿Te das cuenta de eso?. Estamos discutiendo sobre un lugar que no existe.
—Pero podría. En nuestras mentes. Miley, has estado escapando a la pradera durante casi nueve años. Si podías hacerlo sola, ¿por qué no podemos ir juntos, si es que es tan hermosa?
Su expresión de preocupación le hizo sonreír.
—Estas tomando todo demasiado en serio. ¿Te das cuenta de eso? —preguntó Miley.
—Es sólo un juego. ¿Qué daño puede hacernos imaginar?
—Ninguno, supongo.
—Pues imagina conmigo, —susurró—. Sólo por esta noche.
Él sonrió de nuevo y se encogió de hombros.
—Si es tan maravilloso, tal vez podamos hacerlo de nuevo en algún otro momento.
Sus brillantes ojos estaban llenos de recelo.
—¿Hablas en broma?
—Mi madre le hizo a mi padre esa pregunta una vez. ¿Sabe cómo respondió? Dijo que lo que él quería de ella, podría tomarlo fácilmente. Sin necesidad de trucos. Corrígeme si me equivoco, pero creo que no lo necesita tampoco. —Él tocó la punta del dedo el frágil puente de su nariz. —¿Punto de partida?
—Sí,— respondió ella en voz baja. Sus ojos adquirieron un brillo malicioso—. Sin embargo, para permanecer en el lado seguro, en nuestro lugar de ensueño, quiero ser más fuerte que tú.
En ese momento, Nicholas casi se ahogó con la risa. Cuando pudo respirar, dijo,
—No iras a golpearme, ¿no?
—Sólo si lo necesitas, —admitió.
Se inclinó hacia ella considerándolo.
—¿Y bien?
—Bueno, ¿qué? —dijo Miley
—Vamos a ir.
Estaba claramente dudosa.
—Tenemos que soñar con un lugar dónde ir en primer lugar.
Pretendiendo tener en cuenta ese problema calló unos segundos. Luego se encogió de hombros.
—Puede ser aquí mismo. —Indicó la habitación—. Es acogedora. Y mira las estrellas. Nada de lo que hayas imaginado podría ser tan hermoso como eso.
Su mirada cambió a los cielos, y una sonrisa beatífica le tocó la boca.
—Tienes razón. El cielo es hermoso esta noche, ¿no?
—¿Lo suficientemente hermoso para ser un lugar de ensueño?
—Mmm.
—Por lo tanto, estamos oficialmente de acuerdo, ¿no?
Ella soltó una risa suave.
—Nunca he tratado de ir a un lugar de ensueño con alguien. No estoy segura de que vaya a funcionar.
—Claro que sí. —Hizo chasquear los dedos—. Estamos ahí.
Ella sonrió de nuevo.
—Está bien. Estamos ahí.
Él adoraba su suavidad en el regazo.
—Desde que te conozco, sólo me ha dado esta noche, quiero disfrutar de ello cada minuto. Mi voto es que nos acostemos a mirar las estrellas y hablemos hasta que nos durmamos.
Le apartó un mechón de cabello perdido en de la mejilla.
—¿Eso es todo? ¿Sólo quieres hablar? —preguntó con desconfianza. Nicholas levantó las manos.
—Si trato de hacer cualquier otra cosa puedes mandarme al infierno e irte a tu pradera.
Ella soltó una carcajada sorprendida.
—Estás loco, Nicholas Jonas.
Nicholas apoyó una rodilla en el borde del colchón y puso su otro pie en el suelo. Se arrodilló en la cama, mirándola cauteloso e incierto.
Poco a poco, para no asustarla, llegó hasta el botón en su cuello.
—Yo estoy loco, lo admito. Loco por ti, —dijo con voz ronca.—¿Qué te parece volverte loca conmigo?
—Creo que ambos lo estamos ya, sobre todo con toda esta tontería acerca de los lugares de ensueño.
Cuando le desabrochó el vestido, se inclinó a darle besos sobre su cara pequeña. Le gustaba su nariz, tan pequeña y de puente frágil. Y las cejas. Eran del color de la miel y arqueadas finamente. Había soñado con acariciar sus formas más de un centenar de veces y lo hizo ahora, con la punta de la lengua. Sabía ligeramente a sal y a piel femenina, tan dulce que podría haber felizmente lamido desde la orilla de su cabello a los pies.
Cuando le sacó la blusa por los hombros, ella se estremeció un poco, y dado el calor de la noche, él sabía que no era por el frío.
—Nunca te va a doler, Miley, y si hago algo que no te gusta, simplemente me dices que pare.
Ligeramente, muy ligeramente, Nicholas perdía los dedos por sus brazos mientras bajaba las mangas. Ella se estremeció de nuevo, y él sonrió, mojándose los labios para dirigirse a acariciar con la boca el punto en el que latía el pulso a lo largo de su esbelta garganta.
Falda, enaguas, calzones. Cuando la despojó de todas y cada una de las prendas y los bajó sobre sus caderas, le mordisqueó suavemente en el cuello, en busca de todos aquellos lugares que por instinto sabía que iban a su favor. Ella suspiró y alzó la cabeza hacia atrás para dar mas cabida a sus labios. Por ese suspiro, Nicholas sabía que no había huido de él a su prado todavía.
Y a pesar de su necesidad dolorosa por ella, estaba decidido a no darle ninguna razón para hacerlo. En especial, no esta noche. Esta noche era para soñar juntos.
Era hora de tenerla en sus brazos, para contemplar las estrellas, con ella, para demostrar que por unos instantes, los sueños puede ser una realidad, y la realidad un sueño.
En cuanto a las maniobras tácticas, esta no fue la mejor que había hecho alguna vez con una mujer. Pero era todo lo que tenía. Sólo podía rezar a Dios para que funcionase. Una vez que la hubo despojado de su camisa, Nicholas se bajó de la cama. Lo miró nerviosamente mientras se quitó las botas, luego la camisa. Prestando atención a la preocupación que vio en su expresión, optó por mantener sus jeans. Después de voltear de nuevo la colcha y empujarla un poco a ella entre las sábanas, se tendió a su lado sobre su espalda. Ella no se resistió cuando la cogió en el círculo de su brazo.
Por un momento, parecía incierta de dónde podía descansar la cabeza. Luego encontró el hueco de su hombro con la mejilla. El vientre de Nicholas se puso tenso cuando ella colocó una pequeña mano sobre su pecho desnudo. Cerró los ojos frente a una ola de fuego tan intensa que le dolió.
—Pensé que íbamos a contemplar las estrellas, —le recordó ella.
Abrió los ojos.
—Sí, las estrellas, —dijo con firmeza.
—¿Nicholas? … ¿Pasa algo malo?
—¿Qué si pasa algo malo? —Todo lo que tenía era un poco de su confianza, y un movimiento en falso podía alejarla de él. Soltó una risa baja, se centró en las estrellas, y oró para convertirse en un eunuco.
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