jueves, 19 de diciembre de 2013

Magia en Ti - Cap: 36



—La vida es un juego de azar, Miley. Todos nacemos. Todos tenemos que morir. Todo lo que hay en medio es sacar el máximo provecho de la vida que nos sea posible. Las cosas malas suceden a veces, y no te puedo prometer que no va a pasarnos a nosotros. Pero te puedo decir esto. Dios no va por ahí destruyendo personas, porque hayan dicho o hecho algo mal.

Ella levantó la vista, con los ojos llenos de incertidumbre.

Sintiéndose con ventaja, Nicholas señaló una flor, un pincel de la India.

—Piensa en tus arreglos florales de cristal bajo, ¿cómo te sientes cuando los haces?

—¿Qué pasa con ellos?
Nicholas envolvió los brazos sobre las rodillas y miró hacia el bosque.

—¿Cuántas veces has hecho uno de esos cuadros, te diste cuenta de un defecto, y lo tiraste al suelo para romperlo?

Ella lo miró con desconcierto total.

—Nunca.

—¿Por qué?

—Bueno, porque yo… —Sacudió la cabeza ligeramente, como si quisiera ordenar sus pensamientos— trabajo muy duro para hacerlos. Y creo que son bastante buenos. ¿Por qué diablos iba yo a querer romper uno, por que tuviese un defecto? Simplemente levanto el cristal y lo intento arreglar… —Se interrumpió, como si acabase de darse cuenta de lo que realmente estaba diciendo.

—Te gustaría arreglarlo, no tirarlo a la basura.

Ella se ruborizó un poco y miró hacia otro lado. Pero 
Nicholas se dio cuenta que ahora tenía sentido para ella.

—Deja que Dios levante el vidrio y reorganice las cosas —dijo en voz baja—. Piensa en ti como una flor que se ha extraviado del conjunto. Te han arrancado de tu lugar y te han puesto en otro. Aquí, conmigo. Es el lugar donde debes estar. Donde tú perteneces. Ten fe en que aquí es donde Él quiere que tú estés.
Nicholas se puso en pie y miró hacia abajo donde ella se arrodillaba.

—¿Me amas?, —preguntó.

—¡Sí!, —admitió con voz trémula.

—¿Quieres una vida conmigo?

—Oh, sí.

Con la punta de la bota, trazó una línea en el suelo y tendió una mano hacia ella.

—Entonces, pasa aquí conmigo, —dijo con voz ronca—. Deja los últimos nueve años al otro lado. Vamos a hacer un mundo más justo para nosotros, en el que nada nos pueda tocar, donde podemos hacer que nuestros deseos se hagan realidad. Un lugar de ensueño, mi amor. Sólo que va a ser nuestra realidad.

Ella miraba su mano abierta con anhelo.

—Vamos.

—Pero ¿y si? —se interrumpió y deslizó los dedos sobre el pecho—. ¿Qué pasa si algo malo sucede, 
Nicholas?  ¿Qué pasa si te amo, y algo horrible sucede?

—Cuando suceda, ya veremos. La vida no viene con ninguna garantía. Para nadie. Es por eso que es tan condenadamente importante que no pierdas el tiempo preocupándote por el ayer. Todos tenemos un ahora y la esperanza de un mañana.

Se levantó aun temblando, su mirada siguió fija en su mano extendida. 
Nicholas quería decir que era sólo una est/úpida línea en la tierra. Quería alcanzarla y apoderarse de ella. Pero este era un paso que sabía que ella debía dar sola.

Por fin levantó la vista hacia su rostro. Sus ojos verdes se oscurecieron del color del agua en un día tormentoso de invierno.

—¿Y no te irás? ¿No me dejaras empezar a amarte y luego decidirás que ya no me quieres?

—Siempre y cuando quede un soplo de aire en mi cuerpo, nunca te dejaré, —dijo solemnemente—. Te lo juro.

En lugar de tomar su mano, se lanzó hacia él. 
Nicholas la cogió en sus brazos y giró en un círculo vertiginoso, con la cara apretada contra su pelo.

Ella se aferró a él como si nunca pudiese dejarlo ir.

Él esperaba que no lo hiciese.



Cuando 
Nicholas giró con Miley en sus brazos, ella cerró los ojos a la pura gloria de la sensación que la recorrió. Su abrazo la rodeaba como caliente seda envolviendo acero. Su fuerza la había impulsado. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás. Levantó las pestañas sólo lo suficiente para ver los árboles y el cielo por encima de ella.

Un lugar de ensueño. Un lugar donde sólo estuvieran ellos dos y su bebé, donde nada pudiera tocarlos. Anoche, no creía posible ir con él a ningún lado. Pero ahora estaban allí. Solo que no era un lugar creado dentro de su cabeza. Era real. Absolutamente real. Y más hermoso de lo que nunca pudo imaginar.
Nicholas. Oh, cuánto lo amaba. Cuando finalmente detuvo el giro y permitió que sus pies tocaran el suelo, Miley sintió como si el mundo siguiera girando aúna su alrededor, y la sensación se incrementó cuando él la besó.

No un beso como habían compartido anoche, si no uno profundo, un beso que buscaba su alma, haciendo que se devanara su mente.

Sin reservas, Miley abrió la boca para él, hacer otra cosa con ese hombre era imposible. Sus labios se apretaron sobre los de ella, húmedos, increíblemente calientes y sedosos, su lengua buscó y encontró la suya. La sensación se expandió a través de ella como una ola, que se fragmentaba en ondas de plata fundida, que calentaron cada parte de ella. Ondas brillantes calientes como el fuego. Miley perdió todo sentido y se hundió contra él, amando la sensación de tener sus manos en su espalda, en sus lados, en sus pechos.

Recordó la mañana que él se le acercó caminando a través de la sombra de los árboles cercanos a la pequeña casa de Índigo. Qué fuerte y potente le había parecido. Ahora toda esa fuerza y potencia la rodeaba. Sin embargo la tocaba delicadamente, como si fuera un vidrio frágil. Su aliento salía en pequeños suspiros cuando finalmente él volvió a mirarla, sus ojos azules como la medianoche, tenían una pregunta y, debió leer dentro de los suyos una respuesta, pues comenzó a desabotonar su blusa.

Los ojos de Miley vagaron medio cerrados.

“No me dejes”, susurró desgarradamente. Él llovió besos en su rostro, deslizó la tela abierta por sus hombros. “Por favor Miley, no lo hagas amor, te juro que no lo lamentarás. Quédate conmigo”

Las mangas de su blusa, bajadas hasta los codos, atrapaban sus brazos a los lados como si fueran cuerdas. Cuando su caliente boca comenzó a bajar desde su mejilla a la garganta, ella no podía hacer nada para detenerlo. La pregunta era: ¿Quería? Un escalofrío la recorrió cuando su lengua comenzó a hacer pequeños círculos sobre la suave turgencia de sus pechos. Con cada toque, su piel se erizaba más. Gimió y susurró su nombre. 
Nicholas.  Se deslizó a través de su mente tan dulce y suave como una brisa. Nicholas.

Tiró de la cinta de su camisola. La tela suelta y ligera cayó desnudando sus pechos. Los pulmones de Miley dejaron de funcionar y su columna se arqueó tensa. Los recuerdos surgieron, abriéndose como alas negras sobre su placer, y por un horrible momento, sabiendo lo que quería hacer se espantó. Cuando sintió el cambio en ella, levanto su morena cabeza. Sus ojos azules buscaron los suyos y sus firmes labios iniciaron una sonrisa.

¿Me quieres?

Miley se perdió en su mirada ¡Oh, sí!

¿Entonces confías en mí, hm?

Su pulso se aceleró. Sí. Confío.

Tensando el abrazo en torno a su cintura, dobló su espalda sobre su brazo y, con el otro liberó sus brazos de las mangas. Miley se agarró a su camisa, rígida, una inquietante angustia la llenaba, porque los recuerdos estaban ganando la batalla dentro de ella. Se sentía rodeada por ellos. Mantenerse con él mientras hacía esas cosas… Era una invitación a recordar. Se ahogaba con ellos. Eran demasiado feos para encararlos.

Como cuando tenía nueve años, Miley tembló ante la invasión. Sólo que esta vez, para salvarse a sí misma, tendría que hacer daño a ese hombre que amaba más que a ella misma.Quédate conmigo. El prado lleno de margaritas, la reclamaba, casi podía oír el agua corriendo, casi sentía la luz del sol tocando su piel. ¡Era tan fácil escapar!, aislarse de todo. Pero él le había pedido que se quedara y ella se quedaría.

Moviendo sus manos por su pelo, Miley sostenía su cabeza para que su boca se moviera por sus pechos. Calor. Un húmedo calor la recorría. Con cada movimiento de su lengua desnudaba un nervio que terminaba en la punta de su pezón endurecido. Cuando sus dientes entraron en juego mordiendo, tirando, arañando suavemente, ella se estremeció y tuvo que ahogar un grito sordo. ¡No!. Esa era la palabra que quería gritar.

¡Dios mío, eres tan dulce!, susurró. ¡Oh, Miley, mi ángel precioso! Eres tan maravillosa, imposiblemente dulce.

Con el sonido de su voz, la negrura en la mente de Miley comenzó a aclararse. Cuando su boca cubrió nuevamente su pecho, ella se concentró no en los recuerdos, sino en las sensaciones que evocaba dentro de ella. Placer, no dolor. Un dulce, hormigueo de placer. Sus manos grandes y fuertes apretaron sus costillas, levantando su pecho hasta la boca. Ella percibió que sus manos entre su pelo, le guiaban manteniéndole cerca. Ella dejó que su cabeza cayera hacia atrás y cerró los ojos, por un momento, deleitándose con los sentimientos que la sacudían.

Esto no era en nada parecido a lo que ella había sufrido antes. Esto era… jadeó, una sensación maravillosa. ¡Oh 
Nicholas!

“Estoy aquí”.



Y estaba. Como una brillante capa de magia a su alrededor. Su calor la había chamuscado. Miley abrió los ojos y miró al cielo, llevada a la deriva por los sentimientos que él la evocaba, cada uno más maravilloso que el anterior. La dobló sobre su brazo u la recostó en la blanda hierba.

¡Dios mío, no puedo creer lo perfecta que eres!, susurró contra su pecho.

Perfecta... Las lágrimas llenaron los ojos de Miley. Sus manos cálidas como el terciopelo, se deslizaban por su piel, las callosas palmas, ligeramente rasposas, le recordaban los nudos en la seda. 
Nicholas.

Cabello oscuro. Un feroz rostro esculpido con un ligero color caoba. Ojos que mantenían los suyos, ardientemente apasionados. Era tan elemental como la tierra. Con una maldición baja tiró de la parte delantera de su camisa, los botones volaron. Gimió en su garganta, reclamando su boca para otro beso y dibujándola con su lengua. Piel contra piel. Los latidos de su corazón golpeaban su pecho. Sudor y músculos. Todavía la sujetaba con temblorosa reverencia.

Sin aliento, separaron las bocas para mirarse a los ojos. Mensajes mandados y recibidos. Su mirada se enturbió con ternura. Miley se sentía como si tuviera vértigo. El mundo estaba boca abajo, la derecha a la izquierda, dando bandazos. Su aliento se hizo profundo, rasgado, llenaba su cara de calor húmedo. Estaba tan cerca que su pulso palpitaba sobre ella.

“Te amo”, susurró.

¡Oh, 
Nicholas te amo, demasiado!

Un rayo de luz solar cayó sobre la cara de Miley, tocándola y convirtiéndolo todo en oro. Ella deslizó sus manos por los hombros. Sonriente, él le quitó el vestido y bajó la camisola hasta la cintura. Miley no protestó. No podía protestar, sentía como si hubiera estado esperando esto toda su vida.

Oscuridad, sombras, extrañas voces poblaban sus pesadillas, ¡Qué acertado estaba
Nicholas haciéndole el amor, bajo la luz del sol! Sentía el beso del calor sobre su piel y gozaba con su brillo dorado.

No más pesadillas. Sólo sueños. Sueños maravillosos que mágicamente se habían convertido en su realidad.

¡Eres absolutamente hermosa!, susurró.

Su aliento quedó atrapado cuando levantó su pecho a la luz. El sol calentaba su pezón, pero no era comparable al calor ardiente de sus dedos. El pasó su lengua por un pico y ella gritó ante el placer que la recorrió. Apoyándose en un codo, se tendió a su lado.

Amar a 
Nicholas. Ser amada por él. Para Miley, no existía nada más. Él era su todo. Allí a la luz del sol, donde no había secretos, no podía haber secretos, la enseño cómo amar y ser amada.

Sol y 
Nicholas.  Parecían combinarse y convertirse en una inmensa llama. Con sus manos, con su boca, con su cuerpo, la había adorado y enfrentada a tal amor, ella se entregó entera a él.

Cuando él se quitó el resto de sus ropas y se tendió sobre ella, espléndido en su desnudez, acarició las líneas de su bronceado cuerpo con una amorosa mirada. Desplazando su peso sobre sus manos, se colocó entre sus muslos, los músculos de sus brazos y sus hombros temblaban, su pecho brillaba con el sudor. Parecía lo más natural del mundo levantar las piernas a su alrededor y atraerle hacia ella.

Sosteniendo su mirada con la suya, él empujó lentamente en ella. Su rostro estaba en tensión, sus ojos vidriosos por la pasión, las aletas de la nariz muy abiertas y entre sus labios apretados se veían sus blancos dientes, dijo ásperamente: ¡Oh, Dios mío!

Miley no necesitó decir nada. Ella compartía sus sentimientos. Con un poderoso empuje de sus caderas, entró empalándose por completo en ella, bajó su cuerpo, se retiró sólo un poco y volvió a empujar profundamente de nuevo. Un hormigueo glorioso, comenzó dentro de ella.

-¡Oh, sí...!

Con cada movimiento establecía el ritmo, ella levantaba las caderas para mantener el contacto, sollozando por la necesidad que iba creciendo en ella. Y llegó. La liberación rodó sobre ella, con ondas espasmódicas, llenándola con un sentimiento que nunca creyó que fuera posible. Cuando alcanzó la cima y comenzó a descender, su cuerpo respondió poniéndose rígido, sus empujes se hicieron violentamente rápidos y se dejó ir con un gruñido. Un instante después tembló y se quedó inmóvil. El hormigueo se extendió dentro de ella.



Magia... Cuando se derrumbó encima de ella, Miley cerró sus brazos a su alrededor, demasiado cansada para moverse, demasiado cansada para que le importara. Oyó los cantos tenues de las aves por encima de sus cabezas. En algún lugar cercano, el agua se precipitaba por una cascada de piedras. El suave aroma de las flores silvestres le llegaba con una suave brisa. El sol la besaba. Todas esas cosas combinadas, asaltando sus sentidos, la hicieron pensar en su pradera. Sólo que esta era mucho mejor, porque 
Nicholas estaba allí con ella. Y porque era real.

Ella podía quedarse allí, se dio cuenta. En sus brazos, en su sueño, durante el tiempo que deseara. Con ese pensamiento, Miley flotó hacia un maravilloso sueño, protegida de la cabeza a los pies por el fuerte cuerpo de su marido.

Cuando Miley abrió sus ojos, estaba acunada en los brazos de 
Nicholas.  Se dio cuenta de que la llevaba a algún sitio. Pasó un brazo por detrás de su cuello y levantó la cabeza para mirar.

Agua. El frío la golpeó. Gritó y se revolvió pero no pudo escapar a su control. ¡
Nicholas! ¿Qué estás haciendo…? ¡Oh, Dios mío!

Riendo, se metió en la laguna hasta los hombros. ¡Te dije lo que hacía con las mujeres que me salpicaban de agua!

Ella dio un chillido indignado y golpeando la superficie con la palma salpicó agua hasta su cara oscura. Bufó y parpadeó, sacudiéndose las gotas de su cabello oscuro. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, no vió otra cosa que travesura en su mirada.

¡Oh, ho-ho! Lo has vuelto a hacer.

Miley rió y se retorció en sus brazos, sólo para descubrir que no hacía pie. La cogió por la cintura para mantenerla a flote, con su oscura cara dividida por una blanca fila de dientes, fue caminando hacia aguas más profundas. Acostumbrada ahora al frío, Miley se agarraba a sus hombros, riéndose a su pesar.

-¿Qué tienes bajo la manga?

-No tengo ninguna manga. Estoy desnudo.

Ella echó un vistazo a la superficie oscura del agua que le llegaba hasta el pecho.

-Y también tú, -dijo sugestivamente.

Ella le miró astutamente.- En el arroyo no, seguro.

-¿Por qué no en el arroyo?

-Podría ser malo para el bebé.

Él guiñó un ojo. -¿Cómo…?

-Puede ahogarse.-
Echó atrás su cabeza y aulló con sus risas.

-Bueno, tal vez. Recuerdo haber oído que los baños eran peligrosos.

-Tonterías. -La acercó a él. -Pon tus brazos alrededor de mi cuello.

Ella le obedeció.

-Ahora tus piernas, -dijo ladinamente.- Ponlas alrededor de mis caderas.

Ella lo hizo. -¿
Nicholas, estás seguro de que esto es seguro?

Él besó su garganta. -No, es peligroso como el infierno, pero no para el bebé, para ti. Fijo que vas a ser violada.

Ella rió y mordió juguetonamente su hombro. En respuesta, la levantó y alcanzó sus pezones endurecidos. Miley arrastró las manos sobre sus hombros, estiró sus brazos y arqueó la espalda para darle cabida.

-Pervertida.

-Sinvergüenza.

Con un poderoso empuje de sus brazos, la sacó fuera del agua, colocando sus rodillas sobre sus hombros. Temerosa de caerse, se agarró a su pelo para estabilizarse. Lanzándole una sonrisa malvada, acarició los rizos dorados en el vértice de sus muslos. Miley le miró boquiabierta, incapaz de creer lo que veían sus ojos. En precario equilibrio, se arriesgaba a caerse si cambiaba de posición. Él le pasó las manos por detrás de los muslos para colocarla en la posición que mejor se adaptaba a sus propósitos.



-
Nicholas, ¿qué haces…? ¡No hagas eso…! ¿Has perdido…? ¡Oh, Dios mío!

Su boca se notaba terriblemente caliente tras la frialdad del agua, se cerró sobre un punto sensible. Ella gesticuló. Con un movimiento de su lengua, la hizo temblar.

-¿
Nicholas? No… Eso no… No puedes…

Pero, por supuesto, él podía.

Y lo hizo.

Cuando Miley convulsionó y se estremeció, la bajó suavemente hacia el agua, la acercó y se introdujo dentro de ella. Agotada por el placer, pensó que no podría soportar más o que no podría responder.

Pero, por supuesto, pudo.

Y lo hizo.

Felicidad. Miley se dio cuenta de que nunca había entendido el significado de esa palabra. Amar a 
Nicholas.  Estar con él. Era mejor que sus sueños. Allí, en la sombría ribera de Shallows Creek, se amaron hasta que el día se fue, tan ávidos el uno por el otro como los niños por los caramelos, ninguno reparó en que sus estómagos estaban vacíos. Cuando se cansaban se dormían abrazados. Cuando se despertaban volvían a hacer el amor una vez más, a veces en el agua, a veces sobre césped aterciopelado, a veces en la sombra, a veces al sol.
Nicholas no había seguido ninguna regla cuando le hizo el amor. Por algo tenía un corazón comanche. Sabía intuitivamente cuáles eran sus áreas sensibles, para avivar y mantener el fuego en ella. Sus técnicas eran extrañas a veces para ella, pero eficaces. Cuando acabó el día, se sentía amada de todas las formas posibles y se encontraba esperando expectante cada nueva experiencia.

Juntos al atardecer, ya vestidos, comenzaron a caminar lentamente de regreso, parándose con frecuencia para abrazarse y besarse bajo las copas de los árboles. Miley odiaba que su intimidad terminara. Si no hubiera sido por las necesidades básicas, vivienda y comida, podría haber sugerido que se quedaran en la quebrada toda la noche. Mientras entraban en la casa a través del patio, no podía sacudirse la sensación de que su tiempo con él era limitado, que podría perderle en un abrir y cerrar de ojos.

-¡No!, -susurró él.

Miley le miró asombrada de que pudiera leer con tanta facilidad sus pensamientos. Sonrió y llevó su mano a los labios.

-Por ahora es todo lo que tenemos, Miley.

Ella asintió, aceptándolo en su mente, pero no en su corazón.

Cuando entraron en la casa, el olor de la comida llegó a los sentidos de Miley y a su estómago vacío, que había estado bien durante todo el día, pero que ahora se revolvió. Loretta había preparado pollo frito con varias guarniciones para la cena. Normalmente a Miley le encantaba. Pero esa noche el olor le hacía sentir nauseas. 
Nicholas debió verlo en su mirada, porque rápidamente la llevó hasta la mesa y se dispuso a prepararle un té de jengibre.

-Te sentiste tan bien durante todo el día- observó.- No puedo creer que el tufillo de la cena, te hiciera enfermar. Yo tengo hambre.

Miley también. Hasta que olió la comida.

-Es la grasa, comentó Loretta. Algo que revuelve el estómago de las embarazadas. Sonrió a Miley, no te preocupes, cariño, el jengibre lo solucionará.

-Eso espero - dijo 
Nicholas en tono preocupado.-  No ha comido en todo el día.

Miley intentó tranquilizarle, pero cada vez que comenzaba a hablar, sentía como si fuera a vomitar. Afortunadamente, Loretta, llevaba razón y el jengibre, logró que se sintiera mejor. Una hora después de tomar una taza, pudo comer una cena ligera, después 
Nicholas la llevó a la cama.

-¡Te amo!-, susurró suavemente, mientras la ayudaba a desvestirse.

Todavía un poco mareada, Miley sonrió lánguidamente. -Yo también te quiero. Siento estar enferma. Me sentí bien hasta que olí el pollo.

Su estómago también lo recordó y se quejó con un gruñido, dijo ¡No lo pienses!

¡Mie/rda!. Vistiendo su camisola, Miley se hundió en el abrazo reconfortante del colchón de plumas. Poniendo un brazo sobre su tripa, suspiró. Esto de tener un bebé no está resultando tan divertido como pensé.

Se despojó de su camisa y se sentó en el borde de la cama para quitarse las botas. Después se quitó los pantalones de mezclilla, que tintinearon cuando cayeron al suelo. Tendiéndose a su lado susurró, parte de la enfermedad pasará.

Ella suspiró, resistiéndose a ser tan conciliadora. Después de tan hermoso día no era justo que la noche se hubiera arruinado por su estómago. -Cuando la enfermedad haya pasado, tendré una gran barriga.

Entonces, le sintió sonreír, -¡Te encontraré adorable con tu gran vientre!

Miley escuchó la puerta de atrás cerrarse abajo. Cerró los ojos y se acercó a él. -“No me lo creo”

-Lo haré, prometió.

Miley podría sólo podía rezar para tener mucho tiempo con él.

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