sábado, 7 de diciembre de 2013

Magia en Ti - Cap 35



—¡Tú no me harías eso!

—Oh, sí que lo haré.

—Pero tus padres. ¿Qué van a pensar si vuelvo empapada?

Avanzó hacia ella.

—Me importa un comino lo que piensen.

Se volvió para correr, y la persecución comenzó. La dejó obtener una ligera ventaja, luego alargando las zancadas se puso detrás de ella. Chillando y riendo, le cortó el paso en la entrada del bosque. Puso un árbol entre los dos, ella giraba, logrando mantenerse fuera de su alcance. Durante unos minutos, Nicholas se contuvo para permitirla creer que podía evadirle. Se reía como una niña. Los ojos le brillaban de emoción. Tuvo la sensación que Miley había jugado muy pocas veces en su corta vida.

Regateando hacia la izquierda, 
Nicholas lanzó el brazo derecho para interceptarla mientras huía. Gritó cuando la tomó de la cintura y la levantó contra su pecho.

Pataleó, trató de retorcerse para liberarse… Él vio un lugar cubierto de hierba debajo de un árbol, la llevó hasta allí, teniendo cuidado de no hacerle daño, luego la bajó al suelo.

—¡Esto no es el arroyo! —exclamó sin aliento.

Cayendo sobre ella, 
Nicholas capturó sus brazos y esposó sus muñecas con una mano. Le colocó los brazos sobre la cabeza, dejándose caer con un muslo entre los de ella.

—Antes de ahogar a mis víctimas, suelo hacerles cosquillas primero.

Ella se rió, después se puso seria y sus hermosos ojos le buscaron. Las lágrimas brotaron de las piscinas de color verde con tanta rapidez que 
Nicholas se sorprendió con la guardia baja. Por un momento pensó que estaba asustada. Pero entonces ella lloró y susurró su nombre como si su corazón se rompiese.
Nicholas soltó las muñecas, y le tomó la cara entre las manos. Quería mirarla a los ojos, pero ella se le adelantó, abrazándose ferozmente a su cuello y enterrando la cara en su hombro.

—Abrázame, —gritó entrecortadamente—. Oh, por favor, 
Nicholas  sostenme. No vuelvas a dejarme ir.

Estaba feliz de hacerlo. La abrazó con fuerza y rodó sobre el costado, arrastrando su peso ligero con él. Sintió que se estremecía con un escalofrío. Y después, como si el dique se rompiera, comenzó a llorar. Acariciándola el pelo con la mano, 
Nicholas le susurró.

—Miley, cariño… ¿qué te pasa? Dime.

—Tengo miedo. Tengo tanto miedo.

Dijo las palabras una y otra vez, cómo una letanía de súplica. Sabía que ella buscaba consuelo, pero que Dios lo ayudase, no sabía cómo calmarla. Claramente no tenía miedo de él. Sin embargo, estaba asustada de algo. El violento temblor de su cuerpo se lo demostraba. 
Nicholas apretó los brazos a su alrededor.

—¿De qué tienes miedo? Dime, yo cuidaré de ti. No voy a dejar que nada te haga daño. Te lo juro.



Ella siguió lamentándose.

—No lo podrás parar. Nadie puede. Va a ser igual que Pañales. Yo lo sé, lo quería, ¿te das cuenta? Al igual que Pañales, sólo que peor, mucho peor. No creo que pueda soportarlo.

Completamente desconcertado, 
Nicholas le pasó una mano arriba y abajo de la espalda, masajeándole los músculos crispados en sus hombros y a lo largo de la columna vertebral.

—¿Pañales? Miley, ¿quien es Pañales?

—Está muerto. —Sus sollozos ganaron fuerza—, Murió.
Nicholas cerró los ojos, sintiendo su dolor tan intensamente como si fuera suyo. ¿Pañales? Besando su pelo, le susurró:

—¿Quién era Pañales, cariño? Cuéntame.

—Un gatito. Sólo un pobre gato viejecito.
Nicholas, impactado, abrió los ojos.

—¿Un qué?

—Un gato. Mi gato. Traté de no quererlo. Realmente no quería quererlo. ¡Pero era igual que tú!

—¿Como yo?

—Sí. No importaba lo que hiciera, no sabía mantenerse alejado de mí. Incluso le di una patada una vez. Era tan… —Ella balbuceó mientras buscaba una palabra apropiada—. Est/úpido. Fue un tonto. Yo no lo quería. Nunca le quise. Pero él no quería alejarse.
Nicholas no estaba seguro si él apreciaba que lo comparasen con un gato, y mucho menos un est/úpido gato viejo, pero estaba tan apenada, que lo dejó pasar.

—Siempre estaba a mí alrededor. —Su voz se hizo estridente—. Seguía viniendo a mí, no importaba lo que le hiciese. Y empecé a quererlo.

Su estómago, cuando comenzó a comprender, se revolvió.

—Él era todo mío. ¿No lo ves? Alguien que se quedaba conmigo todo el tiempo. Alguien que sabía todo sobre mí y me quería de todos modos. Y una noche —ella agarraba las manos en su camisa —. Le dispararon. Solía saltar la barra. A Gus no le importaba. Los clientes habituales le compraban un tazón de leche. Sin embargo, dos extraños, estaban borrachos, y le dispararon antes de que Gus pudiese detenerlos.

—Oh, Miley…

—Y ahora, Yo te amo. ¿No lo ves? Ahora Te amo.

Con eso, se deshizo en lágrimas otra vez. 
Nicholas apretó la cara en la curva de su cuello y se encogió de hombros a su alrededor. Ella lo amaba.

Dios, había trabajado como un perro para sacarle esas palabras, y ahora que por fin las había dicho, todo lo que quería hacer era llorar con ella.

—Ahora Te amo.

Había tenido una gran cantidad de dolores de cabeza por esas tres palabras. Ella no tenía que decir nada más, para él era todo. “Ahora Te amo”. 
Nicholas gimió. Finalmente, Dios le había concedido lo que tanto deseaba.

El misterio de Miley. Era un puzzle hermoso e intrincado que había tenido que desmontar pieza por pieza, estudiándola, analizándola, tratando desesperadamente de entenderla. Su fe cristiana. Su creencia en que era una pecadora. Sin embargo, él había pasado por alto lo que debería haber sido manifestaciones evidentes, sobre todo para un cristiano. Penitencia. En la mente de Miley, ella tenía que ser castigada por todos sus actos ilícitos, y qué mejor manera para que Dios la castigase, que arrebatarle todo lo que llegase a amar y considerar suyo.

Pañales y 
Nicholas, los dos tontos que no podían mantenerse alejados, no importaba lo que hiciese. Volvían una y otra vez. ¿Quienes sabían toda las cosas malas sobre ella y la amaban de todos modos? Su familia no contaba, por mantener su amor, tenía que ocultarles la verdad. Una rabia impotente lo lleno. Pero murió tan rápido como llegó. No podía ayudarla si le cegaba la ira.

Él buscaba algo, cualquier cosa, que poder decir para aliviar su mente, pero no había nada. Él mismo no podía hablar. Sus creencias estaban demasiado arraigadas para borrarlas con las palabras. Miley, la pros/tituta, era, por definición, indigna de ser amada. Cualquier persona o cosa que se atreviera a romper esa ley no escrita, le sería arrebatada.

Pañales y él.
Nicholas hizo la única cosa que sabía hacer, y que era simplemente abrazarla. Con Miley parecía que la mayoría de las veces sólo podía reducirse a esto. Ella se aferró a él y lloró hasta agotarse. Hasta que no tuvo más lágrimas que derramar. Entonces se quedó quieta en sus brazos, recorriendo las yemas de los dedos de una mano sobre su pelo, por la parte posterior de su cuello, por encima del hombro.

La forma en que le tocó le rompió el corazón a 
Nicholas  Lo tocó maravillosamente, como si estuviera tratando de memorizar cada uno de sus rasgos. Podía entender mejor su renuencia a tener una boda ahora. Y Dios no permitiría que llevase un vestido blanco. Toda su vida, había escuchado a la gente en tono de broma decir que el techo de la iglesia cedería si entraba una pros/tituta. En ese sentido, Miley se sentía así. Sin embargo, su paranoia se extendía al resto de su vida. Ella era una mala persona. Y si se atrevía a olvidarlo, la venganza de Dios sin duda la alcanzaría.

Amar y ser amada era, para ella, la olla de oro al final del arco iris, algo que sólo se otorgaba a personas que lo merecían. Tenía la sensación de cuán profundamente anhelaba una boda, pero ¿ella quería tener una? En su mente, caminar por el pasillo en blanco equivaldría a abofetear a Dios en la misma cara e invitándolo a fulminarla con su ira. ¿Ser aceptada por su familia? Lo mismo. Ella no se lo merecía, y si admitía, incluso para sí misma, cuanto deseaba lo que la vida le ofrecía, Dios seguramente se lo acabaría arrebatando.
Nicholas sentía como si estuviera atrapado dentro de las paredes de ladrillo de veinte metros de altura. Ahora que había identificado el problema de Miley, no tenía idea de cómo resolverlo.

No tenía idea en absoluto.

Con el tiempo, tal vez. Sin duda finalmente conseguiría hacerla olvidar. Pero 
Nicholas odiaba dejarla sufrir hasta entonces.

—Miley, —dijo suavemente—. ¿Cómo te sientes acerca de hablarlo con el padre O’Grady?

Ella se puso rígida.

—¿Sobre qué?

¿Sobre qué? Era una maldita buena pregunta.

—Oh, sólo sobre estas cosas. Pañales, tal vez. Y sobre mí. Acerca de cómo te sientes.

—¿Con un sacerdote?

Dijo sacerdote como si fuera una mala palabra. 
Nicholas sonrió a pesar de sí mismo.

—¿Con el Predicador Elías, entonces?

Ella levantó la cabeza.

—¿Estás loco? No puedo hablar con ese predicador Elías. Si lo hiciera, entonces lo sabría.

—¿Qué sabría?

—Esto, lo que yo…soy… —Se interrumpió y se irguió sobre un codo para echarle una mirada incrédula—. ¡Sabes muy bien el qué!

—Miley, es un hombre investido. Él seguramente ha visto y oído casi todo. ¿Crees que iba a morir de un choque, si se enterase?

—Probablemente. Y me odiaría. ¡Podría decírselo a mi madre!

Por la forma en que 
Nicholas lo vio, Mary Graham ya lo sabía.

—¿Sería tan malo?

Sus pupilas se dilataron.

—¿Malo? ¿Sería tan malo? Ella nunca sentiría lo mismo por mí. Nunca. —Empujó para librarse de su abrazo—. Ni se te ocurra. ¿Lo entiendes? He tenido que luchar mucho para mantener a toda mi familia ignorante, y ahora tendría que exponerme al riesgo de que lo supiesen, al hablar con el Predicador Elías.
Nicholas la agarró del brazo. Sosteniendole la mirada, dijo:

—Hay que hablar con alguien, cariño. Alguien en quien puedas confiar. Alguien que pueda entender tus temores y darte paz.

—¿Conoces a alguien? ¿Tú? —dijo suavemente.
Nicholas, suspiró.

—Miley, yo no puedo aliviar tu mente. Lo he intentado. Estás llevando una carga de culpabilidad muy grande. Crees que Dios va a castigarte. No puedes seguir sintiéndote de esta manera. No es saludable para ti o para nuestro bebé.

—No puedo arriesgarme a que mi familia se entere, —exclamó—. ¡No lo haré! Son todo lo que tengo. ¿No ves? Me aman.

—¿Y no te querrán si saben la verdad sobre ti?

—¿Cómo podrían?
Nicholas gimió, y subió el antebrazo para cubrirse los ojos.

—¡Jesús!. —Movió el brazo ligeramente para mirarla y dijo:

—De la misma manera que yo lo hago. Es fácil amarte, Miley. Y tu familia no es todo lo que tienes. Ya no es así. Me tienes a mí. Tú tienes a mi familia y a Índigo.

—Por ahora.

—¡Para siempre! ¿Crees que Dios nos va a matar a todos?

Ella se puso de rodillas.

—No quiero hablar de esto.

—Porque tengo razón, y tú lo sabes. Cariño, te digo, tu familia va a amarte, no importa lo que hagas. Porque tú eres tú. ¿No sería un alivio si supieran la verdad? Todas aquellas personas que saben todo lo que hay que saber acerca de ti, te queremos de todos modos.

Ella sacudió la cabeza. 
Nicholas podía ver, hablando con ella, que lo que dijese era inútil. Fijó sus ojos verdes grandes en él.

Nicholas, prométemelo. Prométeme que no se lo dirás nunca a mamá. Ni siquiera insinuárselo. Si lo haces, nunca te lo perdonaré. Nunca.

—Nunca haría una cosa así, y tú lo sabes.

—Me amenazaste con eso ayer.

—Sí, te amenacé. Y los dos sabemos que era sólo eso, una amenaza.

Se incorporó, cepillando las agujas de pino y hojas resecas de su camisa. Fijando su mirada en ella, dijo.

—Tú sabías que nunca haría ese viaje a Grants Pass. En el fondo, lo sabías. Lo que nos lleva a otro asunto. Tú deseas una boda, Miley. Tú lo quieres todo. Mi nombre, el bebé, la vida que te he prometido. Sólo tienes miedo de llegar y cogerlo. Sí, lo sé, ¿no te parece que Dios probablemente también lo sabe? —Levantó las manos y miró hacia el cielo—. ¿Crees realmente que Él es tan condenadamente est/úpido?

Ella inclinó la cabeza y jugó nerviosamente con su cuello.

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