sábado, 7 de diciembre de 2013

Magia en Ti - Cap: 34



Cuando Miley se despertó por la mañana, era bastante tarde y Nicholas se había ido. Vio la impresión que había dejado en la almohada, donde había descansado su cabeza, luego llevó su miraba soñolienta hacía la ventana por donde entraba el sol. Su posición en el cielo teñido de azul le dijo que eran casi las diez, una hora inusualmente tarde para despertar, incluso para ella.

Sus sentidos poco a poco se fueron agudizando. Miley miró a su alrededor. Las paredes de troncos emanaban la esencia del niño que había dormido en su interior durante muchos años. La ropa sobre la barra y las posesiones que ocupaban las estanterías mostraron el hombre en que se había convertido. Se fijó en la camisa turquesa que colgaba de una percha, recordando la noche en que lo había visto llevándola. Entonces había tenido tanto miedo de él. Ahora aun tenía miedo, pero de una manera totalmente diferente.



En el estante de encima de la barra de la ropa se apoyaba su sombrero negro. Debajo de todo estaban las botas PACS de leñador. Ahora mismo, Miley se dio cuenta que la ropa femenina colgaba en un extremo de la barra. Parpadeó e incorporándose sobre un codo miró la variedad de prendas. Como algo completamente frívolo, sus zapatillas de color rosa se asentaban junto a las PACS, y junto a ellos, estaban sus botas de cabritilla negra. Mientras ella dormía, él había deshecho el paquete de sus pertenencias y las había organizado, perfectamente junto a las suyas.

Como pensando que pertenecía a ese lugar. Como si siempre hubiese estado allí. Qué tonta se sentía, Miley se encontró deseando que ese fuese el caso. Quería todo esto. Y eso estaba mal. Abrazando la colcha sobre su pecho, Miley se sentó y puso los pies en el suelo. El estómago le dio un aviso en forma de náuseas, y tragó convulsamente. Aparte de unos cuantos combates con enfermedades infantiles, siempre había estado sana, y no estaba acostumbrada a sentirse mal.

Malditas náuseas matutinas. Se apretó la mano por encima de la cintura y, a pesar de las náuseas, sonrió débilmente. Un bebé. ¿Todas las mujeres se sentían tan incrédulas cómo ella cuando se enteraban que iban a ser madres? Para Miley, parecía imposible. Un bebé. Su propio bebé. Tantas veces, que había perdido la cuenta, había observado celosamente las mujeres embarazadas a pie por el paseo marítimo, convencida de que la maternidad era algo que ella nunca sería capaz de experimentar. Ahora no sólo estaba embarazada, si no que además, estaba casada.

Era demasiado bueno para ser verdad.

La sonrisa de Miley se desvaneció, y su estómago revuelto se tensó. Tenía miedo de creer que todo esto podía durar. En el instante en que empezó a permitirse pensar que 
Nicholas en verdad la amaba. En el mismo minuto en que ella comenzó a pensar que en realidad podrían ser capaces de construir una vida juntos, también empezó a temer que todo esto podía serle arrebatado. Todo ello. Algo siempre iba mal. Siempre había sido así.

—¿He oído movimiento allá arriba? —Loretta Jonas llamó en voz baja.

Miley casi se sobresaltó, sintiéndose algo culpable.

—Yo… hum… sí, me acabo de despertar.

—No te muevas, querida. Te subiré un poco de té. 
Nicholas dejó un orinal debajo de la cama para ti. Mientras termino algunas cosas, puedes atender tus necesidades. Estaré arriba en unos momentos.

Todavía sosteniéndose el estómago, Miley se inclinó para coger el orinal. ¿Té en la cama? No era una inválida. Tan pronto como pudiera se haría cargo de todo. Cuando Loretta subió la escalera del altillo, Miley estaba sentada con la espalda apoyada en las almohadas, el edredón sobre el pecho y cogido por debajo de sus brazos. Dándose un repaso con las manos en su cabello, tenía una sonrisa nerviosa para saludar a su nueva suegra. Escuchó el sonido de sus zapatos en los peldaños de la escalera, ella era como su hijo, de pie firme. Miley se veía incapaz de subir por aquella empinada escalera, con ambas manos ocupadas.

Loretta entró, pasando el muro divisorio, sus faldas de percal almidonadas eran un torbellino de energía. Las hebillas de sus zapatos brillaban con cada uno de sus pasos.

Llevaba en perfecto equilibrio dos delicadas tazas de porcelana sobre sus platitos, emanaban aroma y un suave vapor flotante. Echando un vistazo a Miley, hizo con los labios una mueca.

—¡Ah, querida, estás verde! —Sus ojos azules se llenaron con simpatía, se sentó con cuidado en el borde de la cama—. Bueno, no te preocupes, veremos que en breve te encontrarás tan bien como todo el mundo.

Miley aceptó su taza y cuando lo hizo, se dio cuenta que había dos rebanadas finas de pan tostado en el borde acanalado del platillo.

—Lo siento, me dormí muy tarde.

—Tonterías. Estoy segura de que estás hecha a dormir más. Estás acostumbrada a tener otro horario, seguramente hasta muy entrada la noche, simplemente. Cuando el tiempo vaya pasando, te volverás a ajustar.

Miley le dirigió una mirada de asombro, pero Loretta estaba ocupada en un poco de café derramado en el platillo y no se dio cuenta.

Nicholas y Cazador se acercarán al Saloon para traer el resto de tus pertenencias. —Sonrió con complicidad mientras sostuvo su taza en alto y vertió el café caído de vuelta a la taza, antes de tomar un delicado sorbo—. Nunca me has visto hacer esto, ¿me oyes?

Miley sonrió conspiradoramente. Verter el café del platito a la taza, no era exactamente una conducta escandalosa.

—Tu secreto está a salvo, —dijo en voz baja mientras tomaba un sorbo de té. Secretamente deseaba café, pero dudaba de que aguantara en su estómago revuelto—. Su porcelana china es una maravilla.

—Directamente traída de Boston, —dijo con orgullo—. Igual que mi piano. Los enviaron en barco, rodeando el Cabo de Hornos. —Sus ojos se entibiaron con los recuerdos.

—Inmediatamente después de su primera huelga de oro, Cazador me compró el piano Chickering, toda la vajilla y los cristales para todas mis ventanas. De eso, querida, hace ahora más de veinte años. Dios mío, cómo pasa el tiempo. —Miró a través de la ventana—. Cazador me lo trajo todo aquí, desde Jacksonville en una carreta. Todo llegó bien, excepto la azucarera.

Era inconfundible cómo el amor suavizó los rasgos de Loretta, cuando habló de su marido. La garganta de Miley se apretó con una emoción indefinible.

Sospechó que era envidia. Qué maravilloso debía ser amar, y ser amada por un hombre como Cazador de Jonas, que le había dado dos hijos y los había criado junto a ella hasta que fueron mayores en aquella acogedora casa de madera. Sus pensamientos se fueron inmediatamente a 
Nicholas  que era la imagen de su padre. ¡Oh, cómo deseaba Miley que este niño que llevaba fuese suyo, que un día todo el mundo comentara sobre lo mucho que se parecía a su padre!

—En cuanto empezamos a desempaquetar la vajilla, 
Nicholas Kelly rompió un plato, —agregó Loretta con una sonrisa—. A día de hoy, me hubiese gustado poder capturar la expresión que cruzó el rostro de Cazador. Después de todo el cuidado que puso en traerlos, y ver la porcelana rota y dispersa por todos los lados alrededor de sus pies.

—Estoy sorprendido de que 
Nicholas sobreviviese con su piel intacta, —murmuró Miley.

Loretta sonrió.

—Oh, Cazador nunca castigó a los niños, al menos no físicamente.

Miley no pudo ocultar su incredulidad.

—¿Nunca? Entonces, ¿cómo les disciplinaba?

—De la misma manera que lo hará  
Nicholas con éste bebé. —Volviendo la taza a su platillo, Loretta se inclinó hacia delante para acariciar la colcha sobre la barriga de Miley_—. Con una mirada, nada más. —Ella se encogió de hombros—. Bueno, a veces le seguía con una charla. A Cazador siempre le ha gustado hablarle a sus hijos.

—¿Una mirada y una charla? Eso no puede haber sido muy eficaz con niños pequeños.

—Es muy efectivo, en realidad. —Loretta se encontró con la mirada de Miley—. Los niños son más perceptivos de lo que pensamos. 
Nicholas e Índigo siempre supieron cuando su padre estaba decepcionado con ellos, y eso era suficiente castigo. Incluso cuando eran pequeños. —Soltó una carcajada que parecía una campanilla—. No creo que entendiesen la mayor parte de las elocuentes conferencias de Cazador. Pero éstas parecían hacer llegar el mensaje. Una cosa buena acerca de los comanches es que tienden a comunicarse con sus manos y las expresiones faciales tanto como con palabras. Ya verás a lo que me refiero, cuando le veas hablar en algún momento. Entonces comprenderás lo que quiero decir.

Haciendo memoria, Miley recordó momentos en los que tanto 
Nicholas como Índigo le había transmitido sus emociones con gestos, así como hablándole.

—Creo que sé lo que quieres decir.

Loretta apretó la mano en un puño y se lo puso sobre el pecho. Imitando a su esposo, dijo:

—Mi corazón está puesto sobre la tierra.

Miley se rió. Riendo con ella, Loretta dijo:
—¿Lo ves? Al decirle eso a un niño travieso, entienden que han hecho algo malo…— simuló un tono de voz grave— ¡Me hace sentir muy triste!

Miley volvió a reír. En su imaginación, no había esperado que su suegra fuese tan cálida y amable con ella. La creía una mujer más sobria. Equilibró la taza y el platillo con una mano, y peinó tímidamente los flecos de lana. Un largo silencio cayó sobre ambas. Mirando hacia arriba, Miley dijo.

—Señora Jonas, quiero darle las gracias por hacerme sentir tan bienvenida.

—¿Señora Jonas? Por favor, Miley. Me haces sentir tan vieja como Matusalén. Llámame mamá, o, si no, Loretta.

¿Mamá? Miley no era tan atrevida.

—Loretta, entonces. Gracias. —Tragó saliva y respiró hondo—. Pese a que 
Nicholas me asegura que no es así, estoy segura que ustedes deben de tener un poco de resentimiento hacia mí. Gracias por no demostrármelo.

Los ojos azules de Loretta se ensombrecieron.

—¿Qué resentimiento, Miley? ¿Por qué, por todos los cielos, íbamos a estar molestos?

—Bueno, porque, yo no puedo ayudarla, pero… —Miley perdió el fleco que acariciaba nerviosamente y su mano chocó contra el plato de porcelana china ruidosamente. Tanto ella como Loretta llevaron la mano disparadas para sostener la tacita. Sus dedos se rozaron, y en el contacto, Loretta agarró tibiamente la mano de Miley. Queriendo terminar con la frase que había empezado, antes de no ser capaz, prosiguió—. Ustedes saben quien soy. Saben lo que soy. Y que mi bebé no es hijo de 
Nicholas.  Han sido tan amables, que yo sólo quiero que sepan que…

Loretta apretó los dedos de Miley.

—Silencio, —dijo en voz baja pero con imperativo maternal— .Eso es lo último que quiero oír en esta conversación.

Ella soltó los dedos de Miley para recoger las rebanadas caídas de pan tostado. Dulcificando su voz, prosiguió.

—Eres la esposa de mi hijo. Estás esperando a mi tercer nieto. Nadie dirá lo contrario, no en mi presencia. Eso, mi querida niña, si que me molestaría, y de todo corazón. Cuando te casaste con mi hijo, todo lo pasado, quedó atrás.

—Pero yo…

—Nada de peros.

—Pero…

—¡Nada de peros! —Había chispas de indignación en los grandes ojos azules de Loretta.—Nadie hablará mal de uno de los míos. Eso te incluye a ti. En el instante en que te casaste con 
Nicholas te convertiste en mi hija, y cualquiera que diga algo contra ti en mi presencia va ha tener serios problemas.

Miley sólo podía mirarla. Por mucho que lo intentara, no podía ver falsedad en las expresiones de su suegra. Tan imposible como parecía, realmente lo decía en serio.

Tan pronto como mostró ira, Loretta suavizó su expresión.

—Ahora, tómate el té, y cómete las tostadas… Si este bebé se parece en algo a su papá, vas a necesitar poner algo en su estómago antes de levantarte y empezar a moverte. Cuando yo estaba esperando, eso pareció ayudarme en todo caso.

Miley obediente, tomó una rebanada de pan y le dió un mordisco. Para su sorpresa, su estómago, ya un poco aliviado por el jengibre, acogió muy bien un poco de comida.

—Creo que ya estoy sintiéndome mejor, —admitió.

—¿Estás viendo? ¡Mejor!. Tal vez hoy te sentirás bien para ver algún patrón para tu vestido. Tenemos que decidir sobre el estilo.

Miley casi se atragantó con el pan.

—¿Mi vestido?

—Para la boda.

—Sin embargo, 
Nicholas y yo…aun no…Pensé que…—Miley se interrumpió, con sentimiento de impotencia.

—Miley, toda mujer debe tener una boda hermosa—. Loretta le recordó amablemente. —
Nicholas nos contó tus preocupaciones esta mañana. Pero Cazador siente que tus temores son infundados. Hum… Él… —Hizo un gesto con la mano—. ¿Cómo puedo explicarlo para que comprendas a Cazador? Para él, son muy importantes las ceremonias, supongo que debido a su educación y sus costumbres… Y él insiste en que haya una ceremonia religiosa. Simple, si lo prefieres, pero una ceremonia para conmemorar el día, sin embargo, en la iglesia de tu elección. Puesto que vamos a tener una ceremonia, también podemos tener un vestido. ¿No te parece?

Miley tenía ganas de gritar que Cazador de Jonas no tenía nada que decir al respecto. La decisión era de 
Nicholas y de ella, era su vida. Evidentemente, sus pensamientos debieron salirle a la cara, puesto que Loretta pareció angustiarse. Miró hacia el techo por un momento.

—Oh, Miley. Cuando 
Nicholas habló con nosotros, entendí de verdad como te debes sentir. Pero, —Ella la miró a los ojos— Cazador simplemente no puede concebir ese tipo de pensamiento. Para él, no hay día de ayer. ¿Tiene esto algún sentido para ti?

Si oía esa expresión una vez más, Miley pensó que gritaría. No hay ayer. Era el dicho favorito de 
Nicholas  y estaba claro de donde la había sacado.

—En cualquier caso, —fue Loretta— en la estructura de la familia comanche, el padre tiene la última palabra. Cazador muy rara vez juega a ser autócrata, pero no cambiará de idea sobre esto. 
Nicholas no tiene más remedio que cumplir sus deseos, y como su esposa, tú también lo harás. Las cosas son simplemente así.

Miley miró a su té.

—Tal vez si lo discutieses con Cazador, —sugirió Loretta—. Sólo tienes que hablarle claro y decirle que a pesar de todo no quieres una boda. Podría aceptarlo si pudiera entender mejor cómo te sientes. 
Nicholas y yo ya lo hemos intentado, pero parece que le hablamos en griego. Él sólo nos mira como si… bueno, está claro que no puede entender cuál es el problema.

Miley no tenía la menor intención de enfrentarse a su suegro por la boda o por cualquier otra cosa. Por un lado, el hombre era intimidante. Por otro, era el trabajo de 
Nicholas mediar con su familia, no el de ella. Tenía la intención de hablar con Nicholas de esto a la primera oportunidad. La idea de que un hombre adulto como Nicholas tenía que obedecer a su padre, le parecía absurdo.

—Voy a hablar con 
Nicholas, —dijo Miley.

—¿Y con Cazador?

Nunca. Sin embargo, Miley no estaba dispuesto a decir lo mismo.

—Oh, Miley. Una boda, la verdad, es que no puede ser tan malo. Podríamos hacerla en Grants Pass, donde habrá menos posibilidades de que alguien te reconozca. Y con sólo la familia allí, ¿que puede salir mal?

Todo. Todo podía salir mal. Sin embargo, por su vida, Miley no sabía cómo poner en palabras todos sus temores.

Loretta le dio una palmadita amable en la pierna a Miley cuando se puso de pie.

—Termina el té, amor. Creo que Índigo vendrá en un rato. Vamos a tener un almuerzo muy agradable cuando te vistas y bajes. He cocinado algo suave, adecuado para tu estómago revuelto, ¿De acuerdo?

Con eso, salió de la habitación.

Miley quedó mirando detrás de ella. Una boda. En el fondo, la sola idea de que realmente podría tener una boda la llenó de una oleada de placer. Pero se apresuró a regresar a la tierra. A pesar de que nadie en Grants Pass sospechaba la verdad sobre su profesión y que probablemente podría llegar a tener una boda en la iglesia de lujo, vestida de blanco, ella sabría la verdad. Ni siquiera se podía imaginar caminando por el pasillo vestida de blanco puro. Sería una burla y una mentira. Dios seguramente la castigaría con la muerte, si se atreviese.

Miley necesitaba tiempo a solas. A pesar de que esperaban a Índigo, se disculpó con Loretta y escapó de la casa. Sus pasos la llevaron hasta el arroyo. En lugar de sentarse, optó por caminar nerviosamente por la orilla, en busca de lugares familiares de cuando había venido con 
Nicholas o Índigo.

El ejercicio no ayudó a calmarla. Su piel se sentía espinosa, y los ruidos inesperados hacían saltar sus nervios. Tenía un dolor sordo por detrás de los ojos que no podía calmar, y tenía una sensación de pesadez en el pecho que sabía era por las lágrimas no derramadas.

¿Por qué no podían entender cómo se sentía? La pregunta hizo a Miley aumentar su ritmo, ya que cuando lo pensaba, tampoco estaba segura de comprenderse a si misma. Entró en pánico. Así es como se sentía. Al igual que un animal indefenso atrapado en una jaula, mientras que la gente metía palos en ella.

Una comparación loca. Pero era la forma en que se sentía. Sobresaltada, con miedo. Convencida de que algo horrible iba a suceder. Quería correr, sólo que no había donde ir. Quería rezar, pero no podía pensar en ninguna oración, y no estaba segura de que Dios la escuchara, incluso aunque rezase hasta caer exhausta.

No se trataba sólo de la boda. Miley no estaba segura de por qué estaba tan molesta. Solo que tenía una sensación de fatalidad que no podía olvidar.

Todo era claro y fácil. 
Nicholas la amaba. Él había insistido en que se casaran. Su familia era una maravilla. Ella iba a tener un bebé. El pasado no existía. Su familia estaría bien atendida. Era un sueño perfecto. Y ella sabía que no podía durar.

***

En el momento que 
Nicholas se enteró que Miley había salido de la casa, se fue a buscarla. A pesar de que había caminado por la orilla rocosa quebrada, su habilidad rastreando la llevó hacia ella. Fue por detrás, moviéndose tan rápido como su ojo podría encontrar el camino. Se sentía preocupado. Sabía que su madre le había dicho a Miley que su padre insistía en celebrar una boda por la iglesia. Ese era uno de los problemas de tener familia, no ser capaz de controlar sus bocas. Miley no estaba preparada para hacer frente a todo esto todavía. Nicholas quería ir poco a poco, pero las cosas parecían estar precipitándose.



Mientras la seguía, jugó con la idea de irse ambos de Jonas inmediatamente. Tenía la esperanza de quedarse, aunque sólo fuese por unos días, para que Miley se diese cuenta de que su madre y su padre aceptaban de verdad al bebé. 
Nicholas no podía dejar de sentir que era de vital importancia para su futura felicidad. Alejándose, él tendría un mayor control. Nadie le diría a su esposa las cosas que la molestaban.

Maldita sea. Incluso en su frustración, 
Nicholas sonrió levemente. La intención de su madre era buena… Ella tenía un corazón del tamaño de Texas. Y también lo tenía su padre. Ambos sólo querían que Miley se sintiese bienvenida y parte de su familia. Nicholas sabía que era la razón principal de su padre para insistir en una boda por la iglesia, debido a que si se hacía una excepción en el caso de Miley era lo mismo que decir que ella era diferente. Su padre era muy perceptivo. Una mirada a alguien a los ojos y, al igual que Nicholas e Índigo, podía ver directamente el corazón de una persona. Nicholas sabía que lo había sentido en Miley y se sentía indignado, y su terquedad ante la boda era su manera de demostrarlo.

El problema era que parecía haber más cosas en la cabeza de Miley, más incluso de las que podía leer. Algo de lo que no estaba seguro, estaba consumiendo poco a poco su corazón. Cuando la miraba a los ojos notaba su miedo. Pero por alguna razón no podía averiguar la causa. Era como si Miley corriera asustada y no sabía por qué.
Nicholas se encontró con ella en un recodo del arroyo. Había dejado de tirar piedras al agua, pero se la veía enfadada. Nunca había visto a Miley con un humor tan malo antes, y al verla decidió darle un momento. Después de ver que seguía lanzando piedrecitas al río, decidió enfrentarla, y que le dijese de una vez qué era lo que la tenía tan molesta.

—¿Te importa si me uno a tí? —preguntó, y se agachó para recoger una piedra.

Se volvió hacia él, sus ojos verdes de fuego.

—¡Tú!
Nicholas casi miró sobre su hombro. Recordó que anoche ambos se habían quedado dormidos en paz.

—¿He hecho algo que te moleste, para que saques ese lado malo que no conocía?

Ella sopesó una piedra, pensó que después de todo quizás estaba pensando en arrojársela.

—Es lo que no has hecho. Cuando me casé contigo, no sabía que me había unido a alguien tan cobarde que aun hace todo lo que su padre le dice.

—¡Ah! 
Nicholas apuntó a un árbol por encima del arroyo y lanzó la piedra, que hizo diana en el punto que quería con un satisfactorio golpe.

—¿Así que eso es lo que te hace rabiar?

—¡Eres un hombre adulto! ¡Sabes bien que no quiero una boda por la iglesia! ¿Cómo dejas que tu padre te haga cambiar nuestra decisión? No lo puedo comprender.
Nicholas se inclinó para elegir otra piedra, una plana esta vez, para que pudiera saltar sobre el agua.

—Miley, Las costumbres Comanche son un poco diferentes a las de los blancos. Eso no las hace malas. No es una cuestión de cobardía, sino de respeto. —Le dirigió una mirada—. Él es mi padre. Aproximadamente una vez cada diez años o así, insiste en algo, y de alguna manera, yo no me atrevo a pelear con él cuando lo hace. ¿Puedes comprenderlo?

—No. —Ella tiró una piedra bastante grande en el agua cerca de la orilla.

El resultado, el agua saltó, salpicando los pantalones de 
Nicholas.  Él le dirigió una mirada.

—¿Lo hiciste a posta?

—¿Y qué si lo hago?

Él sonrió. No podía hacer nada. Nunca había visto tan enojada a Miley. Sus mejillas ardían. Sus ojos le disparaban rayos en su contra.

Sus ojos. 
Nicholas miró profundamente en ellos, y lo que vio detrás de todo aquel brillo no era ira, era dolor. Y un rastro de miedo. Su corazón se entristeció.

Miley, cariño, ¿no puedes hablar conmigo? Esto no es realmente sobre la boda, es algo más, ¿verdad?

Tenía las manos crispadas, y en su frustración, palmeó con fuerza contra sus muslos.

—¡Sí! ¡No voy a caminar por el pasillo preñada! No lo haré. ¡Métetelo en la cabeza! Y una vez que lo hagas, déjaselo en claro a tu padre.

—Muy bien.

Estaba a punto de decir algo más, pero su respuesta la dejó desestabilizada.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Vamos a esperar a celebrar la boda después de que nazca el bebé. A continuación, vamos a hablar de nuevo y planear la ceremonia. ¿Satisfecha?

Se dio cuenta por su expresión que ella pensaba que nunca se volvería de nuevo a discutir el tema, si esperaba todo ese tiempo, librándose así de la ceremonia… La niña tenía mucho que aprender sobre el Pueblo Comanche, eran los más obstinados del mundo.

—¿Vas a decírselo a tu padre?
Nicholas no tenía ganas de hacerlo. Pero no tenía otra opción. Su primera lealtad estaba con su mujer y, si eso significaba contradecir a Cazador, tendría que hacerlo.

—Sí, se lo diré. Pero quiero que entiendas qué una vez que nazca el bebé, habrá una boda por la iglesia. En tu iglesia o en la mía, no me importa. Pero en una Iglesia, con un vestido blanco. ¿Está claro?

Ella asintió con la cabeza a regañadientes, y su color rojo comenzó a desvanecerse. Mirando a los ojos, 
Nicholas sabía que la ira que había sentido era la menor de sus preocupaciones.

De todos modos, no estaba seguro que hablar de sus sentimientos con ella fuese la respuesta. Sentía su confusión. Él estaba del todo seguro que 
Miley estaba molesta por algo más. Pero aun no estaba preparada para contárselo. Tendría que ser paciente. Estaba nerviosa, tan tensa como una cuerda de piano. Dudaba que resistiese demasiado sin romperse.

—Así que… ¿tema resuelto?

Ella asintió con la cabeza, mirando como un rebelde que acababa de perder su causa.

—Supongo.
Nicholas sonrió ligeramente.

—Bien, porque tengo otro asunto que resolver contigo ahora.

Sus ojos se abrieron.

—¿Qué asunto?

—Sobre lo de salpicarme a posta.

Su mirada se disparó a sus pantalones mojados.

—¡Oh, eso!.

Dio un paso amenazador hacia ella.

—Sí, eso. ¿Sabes lo que le hago a las mujeres que me salpican?

Sus ojos aun se abrieron más y retrocedió un paso.

—No… ¿qué?

No era más que una manera de sacar de la mente de la mujer algo de sus preocupaciones. Hasta que Miley estuviese dispuesta a contarle todo, podía ser tan inventivo como cualquier otro. Extendiendo las manos y manteniéndose en constante movimiento, asumió una pose depredadora.

—Las tiro al arroyo, con ropa y todo.

Deliberadamente dibujó una mueca feroz para que ella supiera que le estaba tomando el pelo. Vio una pequeña sonrisa revolotear en la boca, y eso fue suficiente para hacer que 
Nicholas se calentara. Él gruñó. Ella chilló, retrocedió un paso y alzó las manos.

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