Salí de la cama, atravesé la habitación, y entré en el baño. Cogí mi bata, me la puse y me anudé el cinturón. El rostro que me miraba desde el espejo no parecía asustado. De hecho, la mujer del espejo parecía jodidamente satisfecha. Volví a mirar a mi cama y a Liam, extendido sobre el colchón como si le perteneciera. Se había introducido en mi vida rápidamente, y me consideraba una mujer muy afortunada.
Nunca había conocido a un hombre como él. No sabía cómo manejarlo. Cogí el cepillo y me lo pasé por el cabello. El sueño y el sexo lo habían convertido en un desastre. Para cuando deshice los enredos y lo sujeté con una pinza, mi cama estaba vacía. Miré la habitación y encontré a Liam sentado en mi balcón con unos boxers con personajes de los Looney Toons en ellos.
—Dime la verdad: tienes un familiar con un oscuro sentido del humor que te envía esas cosas por navidad, ¿no?
Se rió y negó con la cabeza.
—Te prometo que me los compré yo mismo. Es una de las cosas a las que vas a tener que acostumbrarte.
Tal como estaban las cosas, no era algo malo a lo que acostumbrarse. Me acerqué a él y me senté en el balcón a su lado.
—Se que estás decepcionado por mi negativa a volver a Nueva York y presentar cargos contra Jeff.
—Sí.
Me quedé en silencio un momento; no había esperado que lo admitiera. Me succioné el labio inferior un momento, y lo liberé. No tenía nada más que decir sobre ese tema. Suspiré, me levanté, y extendí la mano.
—¿Por qué no vuelves conmigo a la cama y me demuestras lo mucho que te gusto?
Se levantó y deslizó su mano sobre la mía.
—Solo si me prometes que no harás bromas sobre mis calzoncillos.
Levanté una ceja.
—Cariño, no se me ocurriría. De hecho, estaba pensando que quizá podría comprarte un par, yo también. ¿Tienes algunos con La Sirenita?
Me apretó la mano, y en unos segundos me encontré tumbada sobre la espalda.
Liam se tumbó sobre mí, y usó su rodilla para separar mis piernas.
—Te voy a castigar por eso.
—¿Qué? ¿No te gusta La Sirenita? —le pregunté en voz baja.
Me arqueé bajo su cuerpo mientras presionaba su dura po.lla contra la seda de mi bata. Había demasiada tela entrenosotros. Separé las piernas un poco más, y me tensé bajo su sujeción. Atrapada e increíblemente excitada por su comportamiento agresivo, esperé a que respondiera.
—¿Tú qué crees?
—Vale, pero, ¿qué te parece una pareja de boxers, entonces? Tú podrías ser La Bestia, y yo La Bella —Me mordí el labio para no reírme.
—¿Tú crees?
—Oh, sí —asentí.
Deshizo el nudo de la bata y apartó la tela a un lado. Con una de sus manos sujetó mis muñecas bajo mi cabeza mientras deslizaba la otra entre mis piernas. Me quedé sin respiración cuando Liam acarició mis labios con los suyos antes de bajar su cabeza hasta uno de mis pechos. Con su lengua, jugueteó y acarició el pezón hasta que estuvo tan dolorosamente duro que cada roce de sus labios me arrancaba un tembloroso gemido de los míos.
Todo sobre Liam estaba obligándome a alterar mis percepciones sobre mí misma, y lo que necesitaba para sobrevivir. Liberó mis manos mientras se apartaba de mí, dejaba la cama y se quitaba los boxers. Vi cómo sacaba un condón de la caja que había puesto en mi mesita de noche con una sonrisa y una anticipación que no intenté siquiera esconder. Volvió a la cama, colocándose el látex en la gruesa longitud de su pene.
Apreté los muslos mientras ponía una rodilla sobre la cama y tiraba de uno de mis tobillos. Me arrastró cuidadosamente hasta el borde del colchón. Me senté, y pasé las manos por sus muslos mientras levantaba la mirada y me encontraba con la suya. El intenso deseo se reflejaba desnuda y honestamente en sus ojos.
Besé la plana superficie de su estómago, y dejé que mis manos se movieran para tomar las suyas. Entrelazando sus dedos con los míos, me incorporó y tomó mi lugar en la cama. Dejé que me guiara, y me subió sobre sus muslos. Liberó mis manos y las coloqué sobre sus hombros mientras, cuidadosamente, me conducía sobre su *****.
Y allí estaba aquel caliente mordisco de placer y dolor que siempre venía cuando me colocaba sobre él. Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás mientras se hundía en mi interior; la conexión física era profunda y abrumadora. Cuando pude, levanté la cabeza y lo miré. La luz del baño revelaba suavemente su rostro. Me atrajo hacia él mientras comenzaba a cabalgarlo lentamente.
Cerré los puños sobre su espalda para evitar arañar su piel con mis uñas.
—Nunca lo he entendido.
—¿Nunca entenderás qué, cariño? —Sus manos se movieron sobre mi espalda entonces, gentiles y cuidadosas en su exploración.
—Cómo algo puede ser tan bueno que llegue a doler.
Movió su mano entre nosotros, su pulgar presionó mi clítoris, y perdí el poco control que pensaba que aún tenía.
El orgasmo fue rápido.
Temblando, apenas me di cuenta de que se había levantado de la cama hasta que me tendió boca arriba y comenzó a penetrarme con lentas y calculadas embestidas
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