Me lavé la cara con el jabón de manos del lavabo, aun a sabiendas do que eso haría que mi rostro se secara. Eché un vistazo al pequeño armarito de medicinas y encontré un frasco pequeño de crema hidratante. No era la que yo hubiera elegido, pero tendría que servir.
Al darme cuenta de que llevaba casi diez minutos en el baño, me obligué a abrir la puerta y salir. Shame estaba en el extremo opuesto de la habitación, donde lo había dejado, de pie frente a la butaca.
Me senté, cogí una cajita de pollo kung pao, y me decidí a enfrentarme a la tortura que se avecinaba con el estómago lleno. Desde mi posición, en la mesa, lo observé atravesar la habitación y unirse a mí. Volví a mirar la butaca varias veces antes de mirarlo a él.
—¿Te pone nerviosa la butaca?
¿Que si me ponía nerviosa? Aquella maldita cosa me revolvía el estómago. ¿Qué era lo que pretendía con aquello? El sillón era grande, mucho más de lo que necesitaría cualquiera persona normal. Parecía que aquella cosa pudiera tragarme.
—¿No se supone que tiene que ponerme nerviosa?
—Pensé que quizá te gustaría un espacio más definido.
—¿Espacio?
—Sí, espacio. Un espacio que no pueda ser asaltado. Te lo creas o no, Miley, no pretendo incomodarte.
—No te tengo miedo.
—No, no creo que tengas miedo de demasiadas cosas.
—Eso intento.
—¿Y qué es lo que te da miedo?
—No soy diferente del resto del mundo. Supongo que mi mayor miedo es la pérdida de control. ¿La mayor parte de los miedos no tienen su raíz en ello?
—Supongo que sí —Liam bajó la mirada hasta su comida, y después se reincorporó en su silla para mirarme.
—¿Y tú a qué le tienes miedo? —le pregunté.
—Es extraño. Cuando era más joven, supongo que la mayor parte de mis miedos personales giraban en torno al rechazo de mi obra, o quizá al rechazo hacia mí, a un nivel personal. Nunca me gusto que me dijeran que no, ni siquiera de niño. Ahora no tengo razones para temer el rechazo, en ningún sentido. Como artista, me he hecho un hueco que es lo suficientemente cómodo, aunque no tanto como para evitar ponerme nervioso cuando corro un riesgo.
—¿Y a nivel personal?
—He conocido a tantas mujeres que, por cada una que me dice que no, sé que hay muchas otras que me dirán que sí —Bebió de una botella de agua. —He heredado buenos genes de mis padres, y me cuido. El resto viene solo.
—¿Y cuando una mujer te rechaza?
Sonrió de oreja a oreja.
—Ella se lo pierde.
—¿No te cabreas?
—No. Soy demasiado mayor para ese tipo de juegos. Si una mujer no está interesada en mí, me retiro.
—Aun así, me tendiste una trampa para que posara para ti.
—Eso es distinto. Los pasos que estoy dispuesto a dar a nivel profesional son totalmente diferentes de los que daría a nivel personal. El hecho es que, si mi interés en ti hubiera sido solo personal, hubiera encarado la cuestión de un modo totalmente distinto.
Apartó su comida, y me pregunté por qué no parecía interesado en comer. ¿Es que yo haría que él se pusiera nervioso? Era una idea tentadora, pero bastante improbable.
—De modo que no estás interesado en mí a nivel personal.
—Yo no he dicho eso —Sonrió, y me sentí como si le hubiera dado un puñetazo en la boca. —Ya sabes que eres preciosa.
Ya me han dicho eso antes —Cogí un cuchillo y arponeé un trozo do pollo. —Cuando era más joven, la atención do los hombres me hacía sentirme muy incómoda. No es que haya deseado ser fea, pero a menudo me sentía frustrada porque la gente nunca parecía capaz de ver más allá de mi rostro.
—¿Y qué hay más allá de ese precioso y encantador rostro?
—Estoy licenciada en Empresariales y en Historia del Arte. Si todo sale bien, seré la directora de la galería Holman en agosto de este año. Soy hija única de unos decepcionados padres que nunca imaginaron que su hija resultaría ser tan distinta de ellos —Abrí la botella de agua que había colocado para mí, y tomé un trago.
—¿Tus padres se sienten decepcionados contigo de verdad, o es algo que tú te imaginas?
Riéndome, no pude evitar encogerme de hombros.
—Bueno, es obvio que no soy lo que se imaginaron que sería. Si se hubieran dado cuenta de que yo nunca compartiría su insana necesidad de aceptación social, hubieran tenido otro hijo. No comprenden por qué he escogido trabajar, cómo puedo vivir fuera de Nueva York, y por qué no siento la cabeza con algún hombrecillo estrecho de miras de mi clase social, y les doy un nieto.
—¿No hay ningún hombre en tu vida?
Dejé caer la mirada hasta mi comida.
—No.
—Cuéntame por qué has elegido estar sola.
—No creas que voy a desnudarte mi alma sólo porque hayas conseguido ponerme entre la espada y la pared.
—¿Quieres que te diga lo que yo veo, Miley?
—No —Lo miré. —Pero me da la impresión de que me lo vas a decir de todos modos.
Se rió y apoyó la barbilla sobre su mano mientras miraba mi rostro.
—Veo una mujer que se esfuerza demasiado por parecer feliz, en lugar de esforzarse por ser feliz. La primera vez que te vi, me pareciste una mujer que tenía el control de su mundo. No eras así hace dos años, cuando trabajabas Nueva York. ¿Qué ocurrió allí, qué te cambió?
—No recuerdo haberte visto nunca en Nueva York —Seguramente era algo de lo que me acordaría.
—No, nunca nos presentaron. Aunque teníamos un amigo en común, Edward Morrison —Hizo una pequeña pausa. —¿Por qué dejaste Nueva York?
—Me di cuenta de que trabajar en un museo no me gustaba. Descubrir a un artista es mucho más excitante que proteger el trabajo de los que llevan ya mucho tiempo muertos. La vida es para los vivos. Los museos están dedicados al pasado —Había dicho aquellas mismas palabras más de veinte veces desde que había llegado a Boston, y aún no me sonaban convincentes. Pero como no podía ir contándole a todo el mundo que había huido de Nueva York porque tenía miedo de Jeff King, eso era lo único que podía decir.
—Hay algo más.
Lo miré a los ojos.
—Estás presionándome, y no me gusta.
Se echó hacia atrás en su silla.
—Cuando te vi la primera vez di por sentado que no eras pelirroja natural.
Su recordatorio de lo íntima que había sido nuestra situación la noche antes fue como una jarra de agua fría. Apartando mi plato, me levanté.
—He terminado.
Se incorporó, caminó hasta la butaca roja, y me miró. —Entonces ven aquí.
Caminé hacia él y me di a mí misma una sacudida mental. Era imprescindible que no le permitiera ponerme nerviosa.
—Iré a ponerme la bata.
—No —Me miró de arriba abajo. —Aquí. Quítate la ropa aquí.
Me detuve, mirándolo fijamente.
—¿A qué estás jugando conmigo, William?
—Te dije que me llamaras Liam.
—Como si yo aceptara órdenes tuyas —Resistí la necesidad de cruzar los brazos sobre mi pecha La necesidad de controlar la situación era insoportable, y sabia que la llamada de Jeff era, en parte, responsable. —No soy unastripper.
Se rió, y dio un paso atrás.
—No, no lo eres —Se sentó en el suelo a un par de pies de la butaca, con el cuaderno de dibujo en la mano.
—Preferiría desnudarme detrás del biombo.
—¿Siempre te sales con la tuya?
Apreté los labios, y lo miré fijamente un momento.
—¿Eso te hace pensar que soy caprichosa?
—No, creo que eres, con diferencia, la mujer menos caprichosa que conozco —Inclinó la cabeza suavemente. —Creo que anoche acordamos que confiarías en mí.
—Tú me pediste que confiara en ti.
—Y tú no das tu confianza fácilmente —murmuró, en respuesta. —Desnúdate para mí, Miley.
Caminé hasta colocarme frente a la butaca, y me saqué la blusa del interior de la falda. Con dedos temblorosos, comencé a desabotonarla. Para cuando llegué al último botón, tenía los dedos casi paralizados. Evitando mirarlo, me quité la blusa y la tiré en el suelo frente a él.
Nuestros ojos se encontraron mientras comenzaba a desabrochar el cierre delantero de mi sujetador. Había demasiado silencio en la habitación. Tragué saliva, dejé que el cierre se abriera, y mi sujetador cayó de mis manos hasta el suelo. Cuando tiré del lazo de la falda cruzada que llevaba tenía los dedos casi entumecidos. Finalmente, me quede ante él con las medias de medio muslo, las braguitas, y mi par de ligeras sandalias de tiras.
—Déjale el resto puesto.
Miré la butaca y dejé caer las manos.
—La butaca es mi espacio.
—Sí —Sus ojos vagaron sobre mí, deteniéndose en las duras protuberancias de mis pechos, y después moviéndose hacia abajo hasta las sandalias. —Y yo no invadiré ese espacio a menos que me lo pidas.
—¿Y si nunca te lo pido?
Liam se rió.
—Creo que ambos sabemos que lo harás. Por ahora, concentrémonos en el trabajo.
—De acuerdo —Me senté y él se levantó, dejando su cuaderno y su carboncillo en el suelo.
—Échate hacia atrás, y separa las piernas.
Sonrojándome, hice lo que me pidió.
—¿Dónde pongo las manos?
—En los brazos de la butaca —Rodeó el sillón, asintiendo dos veces, y después se detuvo frente a mí y me miró. —No te comprendo, Miley.
—No hay mucho que comprender.
—Claro que sí —Se alejó de mí. —Inclínate más en la butaca.
Inhalé aire, hice lo que me había pedido, e intenté ignorar el modo en el que mis pezones empezaban a erguirse. Liam volvió a su cuaderno de dibujo, aparentemente satisfecho con mi postura.
No dijo nada durante los siguientes treinta minutos. Llenó tres hojas de papel con distintas perspectivas mías en la butaca, concentrándose en mis piernas. Esparció los bocetos sobre el trozo de suelo entre nosotros, como si estuviera haciendo una especie de puzzle. Entonces se movió hasta la parte superior de mi cuerpo y mi rostro. Me moví un poco, cansada, pero intenté mantener la pose que me había indicado. Cuando sus ojos se posaron en los míos, suspiró y negó con la cabeza.
—¿Qué?
Dejó el cuaderno.
—Tus ojos te traicionan, Miley.
—¿A qué te refieres?
—Eres una mujer preciosa, rebosas sensualidad, y aun así veo una cautela en ti que es inconfundible. Las mujeres como tú no tienen que ser tan cautas como gatitos. Los sonrojos recatados son para las inexpertas. Una chica se esconde, niega su sexualidad. Una mujer se acepta, tanto a ella como a su propio placer.
—Crees que sabes demasiado.
—Sé demasiado —Inclinó su cabeza. —Anoche me deseabas. Tu cuerpo me lo dijo —Su mirada viajó sobre mis pezones, y estos parecieron erguirse bajo su escrutinio. —Aun así, no intentaste por ningún medio animar un avance. Una mujer deja claras sus necesidades.
Lo miré, enfadada por que supiera tanto de mí.
—Jamás caeré ante los pies de un hombre, ni suplicaré por su po.lla. Si necesitara una, podría comprármela.
Yo si, ven a mi Liam, ok no jajjajajaj estaba bromeando hahhah Jeny siguela
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