Liam estaba colocando una nueva pieza cuando llegué. Cerré la puerta e hice tintinear las llaves que me había dejado en la cerradura mientras caminaba hacia él. Tenía un aspecto delicioso, y yo estaba verdaderamente hambrienta. Había dormido demasiado, así que también tenía hambre de comida. Me fui de casa de Lisa antes de que ella despertara, sobre todo porque me imaginaba que ella lo preferiría así.
Liam me ofreció una sonrisa y después terminó de colocar la pulida escultura de palo de rosa de una mujer con un bebe en la plataforma.
Esta ya está vendida. Pero no he podido resistirme a exponerla durante las pocas semanas que le quedan conmigo.
—Es preciosa —Me acerqué a ella y pasé la mano por las elegantes formas de las figuras. La silueta femenina emergía de la madera de un modo hermosísimo, y tenía a la pequeña acunada entre sus brazos.
—¿Un encargo?
—Sí. Un amigo de la universidad me envió una fotografía de su esposa y su hija, y me preguntó si podría trabajar basándome en ella. Esto es el resultado. Se la enviaré en un par de semanas. Actualmente está fuera de la ciudad, por negocios.
—¿Es una sorpresa para su esposa?
—Sí. Una buena, espero.
—Sería imposible que no le gustase —Toqué el rostro del bebé con la punta de uno de mis dedos. —¿Es una niña?
—Sí. Su esposa se llama Lily, y la pequeña, Abigail.
—Es preciosa, y seguramente vale una fortuna.
Liam se rió.
—Sí, advertí a Greg que se abstuviera de mencionar de dónde había salido.
—¿Te molesta estar tan solicitado?
—A veces. No me arrepiento del éxito que he conseguido. Sería difícil arrepentirse. Ahora puedo mantener a mis abuelos y a mis padres del modo que siempre quise, y haciendo algo que me encanta.
—Y conseguir la adulación de las mujeres más hermosas es un beneficio adicional.
Me echó una mirada y se encogió de hombros.
—Sí, algo por el estilo.
Fruncí el ceño y aparté la mirada.
«¿Estoy celosa por un hombre al que apenas conozco?».
—¿Estás preparada para subir?
—Sí —Aún tenía su llave. Se la ofrecí. Sus dedos rozaron los míos cuando la cogió. La observé desaparecer en el interior del bolsillo de los amplios pantalones de lino que llevaba.
Parecía estar muy cómodo, y sentí la necesidad de tirar de la cuerda de su pantalón y desnudarlo, total y completamente. Subí las escaleras delante de él. La butaca roja estaba aún allí. Me pregunté qué había planeado para mí. Caminé hacia la butaca, y me giré hacia él.
—¿Y bien?
—Vamos a desayunar.
Vi cómo caminaba hasta el segundo tramo de escaleras, y levanté una ceja.
¿Estás invitándome a subir, Liam?
Se giró y me miró.
—Eso parece.
Dejé mi bolso sobre la butaca y lo seguí. El espacio que le servía de residencia era diáfano, y el mobiliario estaba dispuesto en grupos. Había una enorme televisión frente a la chimenea de piedra. La cocina también era abierta, y tenía una isla en el centro.
—Bueno, ¿cómo fue tu cita de anoche?
Apreté los labios para evitar contarle la verdad.
—Bien.
Liam se rió mientras sacaba los huevos.
—¿Tostada francesa?
—Vale —Me senté en un taburete. —¿Quieres que te ayude en algo?
—No —Negó con la cabeza.
—¿Por qué te has reído?
—Bien es lo último que yo querría que una mujer usara para describir una cita conmigo.
—Fue una velada muy agradable.
—Jesús, Miley, cállate antes de que el cosmos se abra y destruya a ese pobre hombre in absentia —Me miró. —Espero que eso no se lo dijeras a él.
Parpadeé y me encogí de hombros.
—Se lo dije.
—Nunca te pediré una cita.
Me reí e incliné la cabeza mientras lo miraba de arriba abajo.
—¿Qué te hace pensar que yo querría salir contigo?
Sonriendo, sacó una rebanada de pan tostado y comenzó a cascar los huevos en un cuenco.
—Acércame la canela. Está en el especiero, allí.
Le acerqué la especia.
—Lo conocí en un almuerzo de citas rápidas.
—No me pareces el tipo de mujer que tiene que recurrir a ese tipo de cosas para conseguir la atención de un hombre.
Le tendí la canela y volví a mi lugar en la encimera.
—En cualquier caso, no encontré a nadie interesante.
—Lisa Millhouse llamó preguntando por ti.
—Sí —asentí y alcé la mirada, para descubrir que estaba mirándome fijamente. —Supongo que sabes que se encontraba mal.
—Sí. Me ofrecí a ir a verla para charlar un rato, pero me dio la impresión de que mi ***** me convertía en una compañía poco deseable.
—Su casa es, definitivamente, una zona libre de pollas —Lo miré mientras abría el frigorífico y sacaba un par de botellas de agua. Tomé la que me ofreció. —He pasado la noche en su casa.
—Vosotras dos no parecéis tener demasiado en común.
—A veces las apariencias engañan —Lo observé maniobrar con la sartén que tenía delante. —Es una mujer fuerte y considerada. Su compañía es muy estimulante para mí.
—Deberías haberla conocido antes de que se casara con Greg Carson —Agitó la cabeza. —Era una mujer alegre y desenfadada. Siempre tenía una sonrisa para todo el mundo.
—¿Conociste bien a su ex-marido?
—Lo suficientemente bien como para querer darle un puñetazo en la cara —Me miró de nuevo. —Es un hombre patético.
—Según lo que he oído de él, no podría estar más de acuerdo —Hice girar la botella de agua entre las manos. —Vosotros fuisteis amantes.
—Sí, en la universidad. No pude resistirme a ella.
Sonreí ante su tono compungido.
—¿Y por qué no terminasteis juntos?
—Teníamos el sexo y el arte en común. No tardamos mucho en darnos cuenta de que era solo eso. Aun así considero que mi relación con ella fue una de las mejores de mi vida. Me enseñó un montón de cosas sobre las mujeres.
—Ella piensa que eres muy guapo.
—Yo pienso lo mismo de ella —Se acercó a un armarito y sacó algunos platos. —Me sorprende que haya hablado de su pasado contigo.
—El tema salió, sin más —Fruncí el ceño.
—¿Mi relación sexual con Lisa Millhouse salió en la conversación, sin más? —Levantó una ceja. —Miley, ¿estás escondiéndome algo?
—Las mujeres hablan de un montón de cosas. La mayoría de las veces no hay una razón especial.
Después de comerme cuatro rebanadas de tostada francesa, me encontré una vez más ante la butaca. Me giré hacia Liam.
—¿Dónde me quieres?
—Las posibles respuestas a esa pregunta te dejarían atónita —Señaló la butaca. —Desnuda.
Me desabroché los botones delanteros de mi vestido y lo dejé caer por los hombros. Lo llevé hasta el biombo, lo tiré por encima, y me quité los zapatos. Me giré y metí los dedos en las pequeñas braguitas de algodón que aún llevaba.
—Déjatelas puestas.
Intenté no cubrirme los pechos mientras volvía a la butaca, aunque me moría de ganas. ¿Por qué me ponía aún tan nerviosa? Aquel hombre ya lo había visto todo de mí. Además, me había tocado del modo más íntimo posible, incluso aunque las caricias hubieran sido fugaces.
Me senté en la butaca y miré el alabastro. Ahora tenía una forma distinta, y una base definida y casi cuadrada. La parte que finalmente seria yo, ya tenía algo de forma.
—Sube las piernas como hiciste la ultima vez —Se agachó frente a mí mientras hacía lo que me había pedido. —Bien, ahora abrázate las rodillas como la última vez.
—¿Porqué así?
—Tu modestia es seductora y sincera —Me apartó el cabello de los hombros y levantó mi barbilla ligeramente. —Justo así. Cuando necesites descansar dímelo.
—De acuerdo.
Vi cómo se ponía unas gafas de seguridad y se preparaba para trabajar. Se concentró y, después de un momento, era como si yo ni siquiera estuviera allí. El arte había estado siempre presente en mi vida, conocía a más artistas que a cualquier otro tipo de gente. Aun así, observarlo trabajar era una experiencia única para mí. Era la primera vez que veía a un artista trabajando.
Se detuvo y me miró.
—Quítate las bragas.
Me sonrojé y bajé las piernas. Sin dejar de mirarlo, me levanté de la butaca.
—¿Porqué?
Volvió a ponerse las gafas de seguridad y me miró mientras haría lo que me había pedido. Seguí mirándolo, porque no había respondido a mi pregunta, volví a la butaca y subí las piernas. Sentía la diferencia, mi recién adquirida vulnerabilidad. Miré hacia donde estaba Liam y vi cómo asentía. Sonrojada, coloqué los brazos alrededor de mis piernas mientras él las colocaba.
—Cuéntame tu primera experiencia sexual.
Sus palabras me sorprendieron un poco, y me obligaron a corresponder su mirada, con la boca seca.
—Mejor no.
Liam chasqueó la lengua.
—Cuéntamelo, de todos modos.
Me negué a mirarlo a los ojos.
—Tenía dieciséis años.
—No fue una buena experiencia, supongo. —No me miró mientras hablaba. —Háblame entonces de tu primer amante real.
Mis pensamientos vagaron hasta el joven que había conocido en la universidad.
—Fue en la universidad. Fuimos amigos hasta la noche en la que nos metimos en la cama juntos. Fuimos amantes hasta que él se graduó.
—¿Disfrutabas con él?
—Sí —Lo había hecho. Tenía muy buenos recuerdos de Brian. —Tenía buenas manos y se esforzaba mucho en la cama. Fue el primer hombre con el que estuve cuyo placer me interesó. Me enseñó muchas cosas sobre cómo ser una buen amante.
—¿Tienes algún amante ahora, Miley?
—Ahora no —La pregunta me sorprendió. Me irritaba, además, haber respondido tan rápidamente.
—¿Por qué?
Lo miré fijamente.
—Eso no es asunto tuyo.
Liam se detuvo un momento y asintió mientras volvía al trabajo.
—Dime, ¿disfrutas teniendo a una mujer en tu cama, tanto romo de un hombre?
—Nunca he estado con una mujer —Sin embargo, ese pensamiento había cruzado mi mente una vez o dos. No creía que pudiera acostarme con una mujer, pero había algo en aquel tabú que encontraba interesante.
—Pero te hubiera gustado.
Me sonrojé y bajé la mirada hasta el suelo.
—Yo no he dicho eso.
Cuando lo miré de nuevo, estaba concentrado una vez más en la zona que estaba trabajando con un delgado cincel.
—¿Alguna vez has estado con otro hombre? —le pregunté.
—No —Cogió un trozo de tela del suelo, y lo usó para limpiar el polvo y las partículas de su zona de trabajo. —Tengo un amigo que se follaría cualquier cosa que se mantuviera quieta el tiempo suficiente, pero yo prefiero a las mujeres.
—¿Cualquier cosa?
Se encogió de hombros.
—Aún no lo he visto hacer una excepción.
—He conocido a muchos hombres heteros que no se sentirían cómodos con un amigo bisexual.
—Derek no es bisexual. Es trisexual.
—¿Trisexual?
Liam se rió.
—Intenta probarlo todo. En cuanto a su atracción por los hombres, no me molesta. Sabe que no tiene nada que hacer conmigo —Frunció el ceño, mirando el trabajo que había realizado, y mis manos. —Tienes unas manos muy bonitas.
—Gracias —Eran las manos de mi abuela. Me había dado cuenta un par de años antes, cuando me compré un diamante bastante impresionante para mi cumpleaños. Aquel anillo aún era uno de mis favoritos.
—¿Qué prefieres en cuanto al sexo?
Tomé aliento profundamente.
—¿Por qué insistes en hacerme preguntas tan personales?
—Estás en mi butaca favorita, desnuda.
Vale, estaba desnuda. Me había estado preguntando por qué estaba usando aquella butaca. Ahora ya lo sabía. Saber que estaba desnuda en su sillón favorito era extraño, e íntimo, tan íntimo como el momento en el que deslizó sus dedos en mi interior. Me apreté los muslos brevemente cuando aquel recuerdo recorrió mi cuerpo.
¿Qué tendría de malo responder a sus preguntas?
—Me gusta estar cerca de alguien. Es fantástico acariciar, y ser acariciado. Hay algo muy hermoso en esos primeros momentos de descubrimiento.
—Aun así, tu cama está vacía.
Una vez más, me encontré mirando al suelo que se extendía entre nosotros. No podía decir nada sin revelar lo que me había pasado en Nueva York, y eso no era algo de lo que hablara despreocupadamente. Me senté un poco más derecha y no dije nada. No iba a picar el anzuelo y a darle información sobre mi pasado.
—Me han dicho que estás cortejando a Samuel Castlemen para la colección de este invierno —dijo Liam.
Me sentí aliviada porque hubiera cambiado de tema, y suspiré.
—Sí, me gustaría exponer en Boston su Fases de una mujer. Me estuvo ignorando un tiempo, pero cuando se enteró de que ibas a exponer con nosotros me escribió. Así que debería darte las gracias.
—Tiene mucho talento. Siempre he envidiado la energía que es capaz de plasmar en sus lienzos —Se quitó las gafas de seguridad y las dejó a un lado. —Necesitas un descanso; llevas así sentada una hora y media.
Me encogí de hombros, sorprendida por todo el tiempo que había pasado.
—¿Estás listo para parar?
—Es un buen momento —Liam retrocedió un paso y me miró de arriba abajo. —¿Y tú, estás lista para parar?
—¿Para parar de qué? —pregunté. En realidad, ya estaba lista para dejar de jugar a su juego, pero no sabía si se refería a eso.
—De esconderte.
—Has visto, y has tocado más partes de mí, que cualquier otro hombre con el que haya salido últimamente. No entiendo qué es lo que podría estar escondiendo.
Su mirada cayó un momento hasta mis pechos, y una sonrisa cruzó sus labios brevemente antes de mirarme a los ojos.
—Has estado saliendo con hombres con muy mala suerte —Dio un paso atrás. —¿Por qué tuvieron tan mala suerte?
Todos eran tipos aburridos con los que había decidido salir porque no estaba interesada en follar con ellos. Por supuesto, decirle aquello a Liam sería una locura. Subí de nuevo las piernas y las rodeé con mis brazos.
—Estás haciéndome preguntas demasiado personales, William.
—¿No te había dicho que quería tener una relación contigo tan personal como fuera posible? —Le dio la vuelta a la butaca, y sus dedos recorrieron el respaldo, rozando mi cabello un instante. —¿Qué te parece?
—Depende —Me sonrojé un poco al recordar la sensación de sus manos en mi sexo, con un dedo deslizándose entre mis labios.
—¿De qué?
—¿Quieres algo más de mí que un polvo ocasional?
—Soy un hombre de gran apetito. Así que digamos que no sería solamente un polvo ocasional.
—Vale... Entonces, ¿quieres algo más de mí que follarme regularmente? —Sonreí un momento cuando volvió a aparecer frente a mí. —Nuestra atracción física es evidente, pero soy demasiado mayor para esos jueguecitos.
Era obvio que nuestra conversación estaba afectándole tanto como a mí. Apreté los muslos para intentar ignorar la excitación que me consumía. Mi mirada volvió a su rostro antes de caer en la tienda de campaña de sus pantalones Estaba muy interesada en ver cómo era de grande su *****. Me daba la impresión de que no me decepcionaría.
—No sé si eres lo suficientemente buena para pedirme tanto. Te deseo, y lo que obtuve la otra noche no es suficiente.
—Sí, me he dado cuenta —Dejé que mis ojos bajaran hasta su entrepierna, de nuevo, y me humedecí los labios.
Aquel hombre iba a matarme de frustración sexual. Deseaba desesperadamente que hiciera el próximo movimiento, aunque de algún modo sabía que no lo haría. Y yo no creía tener valor suficiente para pedirlo. Menuda mujer moderna había resultado ser. Ni siquiera era capaz de decirle a un hombre que quería acostarme con él. Pero aquello era más que sexo.
Necesitaba más, y no estaba segura de poder darle a entender aquello con precisión.
—Es injusto que tu excitación no sea más evidente. Apreté los puños y me obligué a relajar las manos, sabía que estaba empapada. Lo único que tenía que hacer era extender las piernas. Los húmedos rizos que cubrían mi sexo serían obvios entonces. Mis pezones se irguieron contra mis muslos mientras pensaba qué debía hacer. Lentamente, bajé las piernas, dejando que se deslizaran hasta el suelo. Inhalé y miré a Liam. Podía sentir mis pezones, endureciéndose más. Empezaban a dolerme.
Su mirada era dura, tensa. Podía sentir la tensión creciendo entre nosotros. Extendí las piernas un poco más, y me mordí el labio cuando su mirada automáticamente cayó hasta mi sexo. Tenía los muslos húmedos, así que sabía que un estado físico no podía malentenderse. Quería que me levantara de la butaca, que me tirara al suelo y me follara a lo bestia. Pero aún no estaba preparada para pedírselo.
Vi cómo Liam se humedecía el labio inferior, y mis muslos se tensaron, en respuesta. Solo tenía que pedirlo. Si se lo pedía, él se acercaría y deslizaría su lengua sobre mí y me comería. Lo sabía, y lo quería.
—Podrías volver loco a cualquier hombre —Retrocedió un paso, alejándose de mí y del espacio que me había proporcionado en su butaca favorita. —Podrías llevarlo a una locura de paredes acolchadas, y camisas de fuerza.
Me incliné hacia delante y coloqué mis pies totalmente sobre el suelo.
—Me deseas.
—Por supuesto.
Me pasé las manos por los muslos.
—¿Pero?
—Pero yo no me aprovecho de las mujeres.
—¿Crees que estarías aprovechándole de mí?
—No estás aquí por voluntad propia. Estás desnuda en mi estudio, porque yo le tendí una trampa. Así que si, estaría aprovechándome de ti. —Observé como tragaba saliva y cerraba los ojos un momento. —No quiero ser ese tipo de hombre.
—Comprendo.
Me ofreció la mano y la acepté sin pensar. De pie frente a él, me aclaré la garganta.
—¿Liam?
—¿Sí, Miley?
—Seguramente debería vestirme —Pasé a su lado, resistiendo la necesidad de rozarme contra él, y fui hasta el biombo.
Con manos poco firmes, cogí el vestido y me lo puse. Cuando lo abotoné, salí del biombo para ir a buscar mis zapatos. Liam estaba sentado en la butaca roja, observándome.
—¿Por qué me besaste el otro día?
No respondió inmediatamente. Después de lo que pareció mucho tiempo, me miró.
—No pude evitarlo. Tengo poco control sobre mis impulsos en lo que se refiere a ti, creo. En aquel momento no pareció importarte. ¿Te incomodé?
—No —Cogí mi bolso y busqué las llaves en su interior. —Solo me sorprendió.
—Eres una mujer preciosa, Miley. No debería sorprenderte que los hombres te encuentren atractiva.
Me sonrojé. ¿Cómo demonios podía sonrojarme cuando acababa de abrirme de piernas para aquel hombre?
—No siempre has actuado como si te sintieses atraído por mí.
—Normalmente no me acuesto con mis modelos.
—Ya me has dicho eso antes. —Lo miré, y vi la frustración y confusión en su rostro. Me sorprendió. No me había parecido un hombre que pudiera mostrar sus pensamientos fácilmente.
—No puedo pensar en ti sexualmente mientras trabajo. No puedo hacer nada.
—Has sido tú el que me ha preguntado por mi vida sexual.
—Eso era para incomodarte.
Su afirmación cayó entre ambos como una losa, y el silencio se extendió, tenso.
—¿Por qué?
—Quería captar lo que veo en ti cuando nadie más está mirando —murmuró.
—¿Y qué es?
—No estás cómoda en tu propia piel.
Enrojecí de rabia.
—Eso no es verdad.
—Miley, ¿me contarás por qué dejaste Nueva York?
Mi estómago se tensó de nuevo. Pensar en revelarle un horrible pasado casi me enfermaba físicamente. Aquel hombre que me había besado solo porque no pudo evitarlo no se merecía conocer mi pesadilla. Tensé los hombros y miré hacía las escaleras que eran mi ruta de escape.
—Ya te lo he dicho.
—Me has contado una media verdad —Extendió la mano para tocarme. Sus dedos se posaron cálidos y suaves sobre mi mejilla, y viajaron con un lento movimiento hasta mis labios. —Puedo ver tu miedo.
Retrocedí, enfadada por la invasión. En mi interior sabía que mi rabia era irracional, pero no podía evitarlo.
—Me marcho.
—Te veré el lunes.
Asentí. En las escaleras, pronunció mi nombre. Me giré para mirarlo.
—¿Si, Liam?
—¿Porqué me devolviste el beso?
Sonreí.
—No pude evitarlo.
*****
Ya en casa, me quité la ropa en el salón y fui desnuda hasta el baño. Estar desnuda es una experiencia liberadora y calmante. Es como si todo mi cuerpo pudiera relajarse y respirar. Pensé en Liam, y supe que mis reacciones ante él eran distintas. De hecho, estar desnuda con Liam no se parecía a nada que hubiera sentido antes. Mis amantes pasados eran pálidos y débiles fantasmas comparados con la forma sólida y real de Liam Hemsworth.
Me miré los pechos en el espejo, copas C, aún firmes y altos. Mis pezones eran rosados pero se ponían un poco más oscuros cuando me excitaba. Tenía un estómago decente teniendo en cuenta mi talla: no era plano, pero tampoco fofo.
Tenía las caderas redondeadas, unos muslos decentes, y un culo que no hubiera deseado a mi peor enemiga. Bueno, quizá a ella sí. Lo miré en el espejo, y suspiré.
Después de darme una ducha rápida, cogí un tentempié y me senté frente a la televisión. Tres horas de zapping después, lo único que podía decir con total honestidad era que estaba totalmente asqueada de la gente de verdad. Fui a mi dormitorio y cogí mi vibrador favorito. Era brillante, con una cabeza rotatoria y una pequeña cosa de látex que estimulaba mi clítoris cuando me lo introducía en el coño.
Lo aparté y presioné el botón que controlaba el estimulador de clítoris. Mi cuerpo respondió instantáneamente al rápido placer del instrumento mecánico. El calor atravesó mi cuerpo mientras pensaba en Liam y en sus manos. Sería estupendo que me tocara y me acariciara del mismo modo en el que lo hacía con el alabastro mientras trabajaba en la escultura. Con la mano libre, me acaricié un pecho, pellizcando el pezón hasta que me dolió.
El calor del orgasmo congeló mi respiración mientras atravesaba mi cuerpo. Era un placer tan intenso que casi dolía. Saqué el vibrador de mi coño y lo tiré en la cama junto a mí. Mi clítoris latía agradablemente entre mis labios.
Llevaba masturbándome desde que tenía uso de memoria. Mirando el techo, pensé en el placer que podía obtener sola, y en el placer que podía proporcionarme un hombre. Dos años eran demasiado tiempo para seguir sin pareja. Había mantenido mi cama vacía a propósito, y las razones eran dos. Enfadada, me levanté de la cama y llevé el vibrador al baño.
Lo lavé y lo sequé con una toalla de mano. Era demasiado tarde para apartar el recuerdo. Estaba allí, ya en la primera línea de mi mente, devastador y tan nítido que casi podía oler a Jeff. Pasé un dedo por mi mandíbula, y casi pude recordar el horror y el dolor de aquel momento. Me golpeó solo una vez. Estaba tan aturdida, tan dolida por haber dado a Jeff mi confianza...
Aparté la mano de mi rostro, fui al dormitorio e intenté olvidarlo. Fue inútil. Frustrada y cada vez más enfadada, fui a la cocina y saqué una botella de Crown Royal del frigorífico. Me gustaba el whisky frío. Me serví medio vaso, y me apoyé en la encimera mientras me lo bebía.
El alcohol no consiguió tranquilizarme, nunca lo hacía. Me terminé el vaso y esperé el amodorramiento. Beber no alejaba mis recuerdos, pero hacía que recordar fuera más fácil de sobrellevar. Me pregunté por un momento, qué haría el alcohol por Lisa. ¿Lo alejaba todo de su mente, o la hacía sentirse lo suficientemente fuerte para enfrentarse al hombre que la había golpeado?
Jeff había roto mi confianza, robándomela cuando le supliqué que no lo hiciera. Me hizo daño, me violó, y todo el tiempo fingió que yo lo había querido así. Me sentía avergonzada de un modo que apenas podía expresar con palabras. Avergonzada por haber confiado en él, y dolida porque no se lo merecía. Dejé mi trabajo en el museo cuando descubrí que no podía entrar en el edificio sin querer hacerme un ovillo y morirme. No quería volver a verlo jamás.
Pensar en aquella horrible noche me trajo a la mente, inevitablemente, a la persona que me había encontrado, Martin, el hombre más dulce y comprensivo que he conocido nunca. Me encontró acurrucada en mi despacho a la mañana siguiente, donde Jeff King me había dejado, rota y destrozada por el trauma físico y emocional. Martin me levantó del suelo y me llevó hasta el sofá de mi oficina. Entonces me dijo que iba a llevarme a urgencias.
Recuerdo a los dos detectives: al hombre con el rostro que mostraba que había visto demasiadas tragedias, y a la mujer que deseaba desesperadamente ayudarme a sanar. Se disgustaron cuando les dije que no iba a presentar cargos, y que no nombraría al hombre responsable. Al final, Martin les pidió que se marcharan y acataran mi decisión. La mujer se detuvo en la puerta. Mientras se giraba para marcharse, vi que las lágrimas corrían por su rostro.
Nunca entendió la elección que hice esa noche. Lloraba por mí. Yo no había llorado, y ese pensamiento se quedo conmigo durante meses, hasta después de mudarme a Boston. Había sobrevivido a Jeff, y eso había sido suficiente para mí, hasta ahora.
Mis pensamientos vagaron hasta Liam Hemsworth y su hermosa obra. Su pasión por la vida y el arte era parte de su ser, y temía exponerle todo lo que yo era. No quería ensuciarlo con mis recuerdos de Jeff. Sin pretenderlo, una imagen mental de la última obra de Lisa Millhouse me embargó. Vi a la mujer, su feminidad desnuda frente al mundo, postrada a los pies de alguna fuerza maléfica desconocida.
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