—Confía en mí.
—¿Qué tipo de confianza puede garantizarme un extraño?
—Confía en que llevo creando belleza toda mi vida, y en que nunca, en mis treinta y dos años, he pensado en destruirla —Se aclaró la garganta, sin que su mirada se apartara jamás de la mía. —Cuando era pequeño, mi padre coleccionaba mariposas. Cuando cumplí ocho años me dio la colección que había tardado años en reunir. Me sentí devastado ante toda aquella belleza sin vida. Como puedes imaginar, mi padre no sabía qué hacer conmigo.
—Sí, me lo imagino —Tomé aliento cuando sonrió con dulzura,
—No puedo comprender cómo puede alguien admirar la belleza, y luego destruirla en un intento de mantenerla consigo. Al final, enterramos aquella colección de mariposas en un pequeño funeral en el patio trasero.
—Yo crecí en un edificio de apartamentos de Nueva York —Tragué saliva, y mantuve mis ojos en su rostro. Apenas podía creer que Shamus no hubiera bajado la mirada ni siquiera por un momento.
Dejé caer la bata, y un escalofrío corrió por mi espalda mientras la seda bajaba por mi hiper-sensibilizada piel hasta caer totalmente. Estaba expuesta… vulnerable. Me asustaba poder complacerlo. Me asustaba no poder hacerlo.
Habían pasado dos años desde la última vez que había estado desnuda frente a un hombre. Desnudarse para alguien era algo íntimo, mucho más íntimo de lo que yo me había permitido en mucho tiempo. En alguna parte del camino le había dado a Liam la confianza que me pedía.
Expuesta y preocupada, vi cómo retrocedía un par de pasos. Permanecí inmóvil mientras la mirada de Liam dejaba mi rostro, y vagaba lentamente sobre mis pechos, y después más abajo. Inhaló bruscamente, contuvo el aliento, y después lo liberó como si se hubiera olvidado de cómo respirar. Su reacción me ayudó a dejar escapar parte de la tensión que había estado enroscándose en mi interior. Nadie puede permanecer impasible ante la admiración de alguien.
—Túmbate —dijo amablemente.
—¿De lado? —pregunté, deseando que mis entrañas dejaran de temblar.
Asintió en silencio, sostuvo mi mano hasta que estuve de rodillas, y entonces me liberó. Encontré su mirada y no vi nada excepto aprobación. Dios, aquel hombre era increíble, y su aprobación significaba más para mí de lo que había esperado. Retrocedió un par de pasos y se detuvo para mirarme. Sus ojos se movieron desde mis pies hasta mis piernas, después hasta mis pechos, y, finalmente, hasta mi rostro.
—Preciosa —Se giró y cruzó la habitación para coger algo. Volvió hasta mí con un trozo de seda roja y la sostuvo frente a él, viéndola a ella, y a mí. Liam se detuvo, y entonces agitó la cabeza y se alejó de nuevo. Esta vez trajo un pequeño cojín, que coloco bajo mi cabeza.
Sus dedos se movieron por mi cabello, extendiéndolo sobre el pequeño cojín. Entonces colocó la seda, cuidadosamente, sobre mi pecho. Mis pezones se irguieron inmediatamente, estimulados por el roce del suave material. Sus suaves dedos rozaron mi hombro mientras el material se deslizaba bajo mi brazo y caía a mi espalda. La seda, acariciando y cayendo por mi espalda, envío una oleada de conciencia y excitación por mi espina dorsal.
Aparté la mirada mientras Liam se arrodillaba en la plataforma frente a mí.
Intentando mantenerme inmóvil mientras sus manos se movían sobre la línea de mi cadera, me concentré en el aún intacto bloque de alabastro. Él movió su mano hasta mi muslo; empujó mi pierna izquierda hacia delante, y deslizó la seda entre mis muslos para cubrir mi sexo. Luché contra la necesidad de moverme hacia él, de animarlo a que siguiera tocándome. ¿Me deseaba él del mismo modo en el que yo lo deseaba?
La seda, fría al principio sobre mi piel, se calentó con mi roce. Me sentí enrojecer, e intenté pensar en algo horrible para evitar que mi cuerpo respondiera a una atracción que Liam parecía no tener interés en explorar en ese momento. Su roce había sido tan impersonal que me sentía desamparada. Era difícil recordar que no estaba en una situación personal íntima. Y para él, aquello era trabajo.
Cerré los ojos un momento mientras Liam llevaba la seda de nuevo sobre mi muslo, cubriendo mis "partes íntimas", pero dejándome en un estado de desnudez que era increíblemente estimulante.
—No sabía que cubrías a tus modelos.
Me miró a los ojos y asintió.
—Es una pena cubrirte. Pero cuando te vi por primera vez, fue lo que pensé —Bajó de la plataforma. —¿Estás cómoda?
Sorprendentemente, lo estaba.
—Sí.
Me dejó y volvió con un enorme cuaderno de dibujo. Se sentó en el suelo a medio metro de distancia de la plataforma.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a pasar un par de sesiones dibujándote. Una vez que elija la pose final, comenzaré a trabajar la piedra. Los esbozos me permitirán trabajar en la obra cuando tú no estés aquí.
No tenía nada que hacer, excepto observarlo. Y eso era suficiente.
Liam tenía unas poderosas y cuidadosas manos. Manos que se deslizarían, y dedos que se moverían sobre la piel, brindando calidez y placer. ¿Sería un amante cariñoso, o tomaría a la mujer bajo él y la devoraría con ansia? Casi podía sentir su cuerpo, fuerte y grácil, moviéndose contra el mío, entre mis piernas, y en mi interior. Mi vientre se tensó contra la nada, y me mordí el labio inferior un momento para evitar gemir.
Me concentré en su rostro de nuevo. Era perfecto... la línea de su mandíbula era fuerte, clásica. Angular y masculina, de un modo que me hacía desear tocarla. Tenía un cuerpo fantástico, definido y musculoso, pero no demasiado. Era un artista que se expresaba en un medio físico, así que era de esperar.
Cuando estaba en la universidad salí una vez con un hombre, pero no había comparación. La diferencia era abrumadora. Mis recuerdos de Brian eran un frenesí de uniones físicas que me dejaban dolorida, y pidiendo más. Brian me había enseñado muchas cosas sobre mí misma, y sobre cómo complacer a un hombre.
Pero Liam no era un universitario. Intenso y apasionado, era el tipo de hombre al que la mayoría de las mujeres no se pueden resistir, al menos en algunos aspectos. Todas sus obras de arte, incluso las más pequeñas de su galería eran sensuales, y estaban llenas de voluptuosidad. Yo admiraba su trabajo desde hacía años, y ahora estaba esculpiéndome a mí. Si alguien me hubiera dicho que conocería y posaría para Liam Hemsworth el mismo día, me hubiera reído.
EI silencio de la habitación era sorprendentemente reconfortante. Era extraño, porque yo adoraba el ruido, y generalmente tenía la radio o la televisión encendida cuando estaba en casa. ¿Por qué el silencio era más fácil de soportar con él?
—¿Tomarás fotografías?
—No —Levantó la mirada y se encontró con la mía. —Nunca fotografío a mis modelos.
Aquello era un alivio. Tener dibujos míos era una cosa, pero fotografías en color era otra. ¿Qué mujer normal querría que su culo quedara inmortalizado en color?
Me estremecí ante el pensamiento de la cámara. Durante la terapia habíamos hablado de las fotografías que me habían tomado durante el examen médico en el hospital, después de la violación. Aún podía recordar el débil clic de la cámara, y el flash iluminándose. A pesar de mis esfuerzos para no reaccionar, Shamus lo había notado y había dejado el cuaderno.
—¿Estás bien?
—Sí.
Se echó hacia atrás, apoyándose sobre sus manos, y me miró.
—Pareces disgustada.
—Estaba pensando en algo desagradable —Dejé caer mi mirada en el trozo de suelo que se extendía entre nosotros. —Pero estoy bien.
Cogió su libreta y volvió al trabajo mientras yo intentaba dejar el pasado a un lado. Últimamente, me parecía más fácil apartar lo que me había pasado en Nueva York. Nunca abandonaba mis pensamientos, pero ahora parecía doler menos, y enfurecerme más. No había sido fácil para mí traspasar el punto del dolor y la traición. Quizá hubiera sido más fácil llegar a la fase de rabia si no hubiera considerado a Jeff King como un amigo. No es que fuera un amigo íntimo, pero tampoco era un extraño. Hasta ese momento en mi despacho, cuando me di cuenta de que era peligroso, nunca había pensado, ni por un momento, que pudiera hacerme daño.
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