Por fin, inserté la llave en la puerta de mi apartamento, y la abrí. El viaje a casa no había hecho nada más que llevar al límite mi respuesta física a Liam. Tiré las llaves y el bolso a un lado, y cerré la puerta con un suspiro de alivio. Cuatro cerraduras y una cadena después, la tensión comenzó a abandonar mi cuerpo.
Fui a la cocina y saqué una botella de vino. Con una generosa copa de vino en la mano, entré en la sala de estar. Aún podía olerlo; el aroma del almizcle me había seguido a casa. Sumergiéndome en mis pensamientos sobre Liam Hemsworth, tomé un generoso sorbo de vino y dejé la copa.
Me saqué el vestido por la cabeza. Mi sujetador sin tirantes y mis braguitas blancas cayeron sobre el vestido. Me quedé con las sandalias un momento, y después me las quité mientras volvía a coger la copa. Humedecí mis pezones con el líquido, y dejé el vaso a un lado mientras mi mano se deslizaba sobre mi cuerpo. Me senté en el sofá. El material, ligeramente rudo, frotó mi piel mientras mi espalda se encontraba con su respaldo. Cubrí mi sexo con una mano, y cerré los ojos.
Al acariciar la caliente carne, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Deslicé un dedo entre mis labios menores y rocé mi clítoris cuidadosamente. Mi dedo se movía hacia delante y hacia atrás mientras pensaba en el hombre que me había llevado a aquel estado, sin pretenderlo siquiera. En mi imaginación, veía sus manos moviéndose sobre mis pálidos muslos, la oscuridad de su piel marcada contra la mía. Entonces, su poderoso cuerpo se movería sobre mi mientras su boca dibujaría húmedos senderos por mi pecho, y sus labios buscarían mis pezones. Apreté los dientes cuando el orgasmo me sobrecogió.
Aparté la mano de mi cuerpo. Busqué la copa de vino y vacié el contenido. Esperaba que Shamus Montgomery estuviera sufriendo tanto como yo. Sería lo justo. Aquel hombre me había obligado a recurrir a la masturbación dos veces en el mismo día.
Cuando pude, me levanté del sofá y fui a la cocina a rellenar mi copa. Miré el teléfono y el contestador automático.
La luz indicadora de mensaje estaba parpadeando demencialmente. Pulsé el botón de "Reproducir". El aparato emitió un zumbido, y después no se oyó nada. Colgaron. Borré el mensaje y encontré dos más iguales antes de llegar al mensaje final. En el momento en el que Jane comenzó a hablar, sonreí.
«Será mejor que tengas un montón de cosas sucias y jugosas que contarme. Lo de mi amante lesbiana y mi amigo gay no tuvo éxito. Fui a Peach Tree con Susanne, pero cuando las mujeres empezaron a rondarme me cagué de miedo. Susanne tuvo que decirles que yo era su putilla».
—Qué carcelario —Eché un vistazo al aparato mientras Jane continuaba.
«Sí, sé lo que estás pensando. Pero si estuviéramos en la cárcel, definitivamente, querría una amante como Susanne soltó Jane. —Oh, y he estropeado mis zapatos nuevos, así que ya te imaginarás cómo me siento ahora».
Me lo imaginaba. Jane adoraba sus zapatos del mismo modo en el que yo adoraba mis bolsos. Me recordó una entrevista que tenía planeada para primera hora de la mañana, y después se cortó, seguramente por el límite de tiempo del contestador. Borré su mensaje y pensé en el resto de llamadas. Parecía que había llegado el momento de cambiar mi número de teléfono de nuevo.
Incomoda con la idea, caminé hacia el dormitorio mientras sorbía mi vino. Fui a mi escritorio, y me senté ante el ordenador. Me eché hacia atrás en la silla y observé cómo se descargaba el correo a mi bandeja de entrada. Había un email de Martin, y supuse que me había escrito para ver si había recibido la invitación de la boda. No le había escrito, ni había recibido ningún mensaje suyo, desde hacía más de seis meses. Habría sido difícil contactar con el después de percatarme de cuánto daño le había hecho al dejar Nueva York.
Abrí el email a regañadientes y suspiré. Como no había manera de que pudiera ira Nueva York para asistir a su boda, deseaba poder ignorar el mensaje y la invitación sin más. Pero no podía hacer eso: aquel hombre había sido el centro de mi mundo después de la violación. Se había ocupado de todo, e incluso ahora me era difícil imaginar cómo habría sobrevivido sin él. Nunca nadie pareció entender mi dolor y mi horror del modo en el que Martin lo hacía.
Cerré el mensaje y lo marqué para leerlo más tarde. Si lo ignoraba completamente, llamaría. Entonces tendría que decirle que no podía ir a Nueva York. De hecho, no había vuelto desde que me marché. Mis padres tenían que venir a verme en navidad y en los cumpleaños, aunque habían dejado claro que no les gustaba nada pasar la navidad en Boston.
Mi madre me había mandado dos cartas en cadena, un chiste y el boletín de su club de jardinería. Nunca había llegado a entender por qué pertenecía a un club de jardinería, pues vivía en un apartamento. Al parecer, ella pensaba que las macetas de su ventana contaban como jardín. Le eché un vistazo al boletín; sabía que no me lo habría mandado si no contuviera algo sobre ella.
Lo encontré casi al final. Tish Cyrus estaba allí, en toda su gloria, con una brillante pala en la mano. El artículo afirmaba que había creado un huerto comunitario en Brooklyn.
Ya que los huertos comunitarios habían sido la pasión de mi madre desde hacía más de diez años, no fue una sorpresa. Pero era agradable, y en cierto modo divertido, verla allí, de pie con un mono de diseño y zapatilla de deporte blancas. Miré el reloj y fruncí el ceño. Era demasiado tarde para llamarla. Se iba a la cama con el sol, siempre lo hacía. Me terminé el vino, y fui a darme otra ducha.
Ahora que el deseo ocupaba un segundo plano, me irritaba haber respondido a Shame tan intensamente. Para ser sincera, nunca había sido el tipo de mujer que se niega algo. Si lo quería, generalmente lo conseguía. Verme obligada a lidiar con mis necesidades era un ligero golpe a mi orgullo, sobre todo si esas necesidades habían sido provocadas por un hombre.
Mañana sería un nuevo día, un día que terminaría frente a Liam Hemsworth, desnuda.
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