—esta bien, Hoy en día no me fío de nadie —Levanté la mirada y vi que estaba escribiendo en un cuaderno amarillo. Odiaba cuando haría eso, porque nunca sabía si estaba escribiendo la lista de la compra, o creando un perfil psicológico que acabaría conmigo internada en una institución mental. La alarma que señalaba el fin de la sesión comenzó a sonar. Me levanté rápidamente del sillón.
—Hasta luego.
—Miley.
Me senté de nuevo y apreté los dientes.
—De acuerdo.
Demi extendió la mano, cogió el temporizador de su lugar sobre el escritorio y lo metió en un cajón del mismo.
—Dejando a un lado tus preocupaciones laborales, es importante que continúes haciendo progresos en el modo en el que afrontas tus problemas personales.
—Estoy aquí porque quiero solucionar esos problemas.
—Sí —asintió, e inclinó la cabeza. —Pero cuando empezamos a avanzar, retrocedes.
—Estoy haciendo todo lo que puedo.
—Quiero que pienses en el sexo, Miley. Piensa en el sexo y en el lugar que tiene en tu vida. Escribe lo que sería para ti una vida sexual normal. Cuéntame qué te haría disfrutar del sexo antes de la violación. ¿Te gustaba el sexo duro?
Enrojecí por la rabia y la vergüenza.
—¿Cómo iba a desear, o siquiera pensar en desear sexo violento?
—El sexo duro no tiene nada que ver con una violación.
—Ya.
—La lujuria puede hacer que la gente desee cosas que son normales cuando tienen lugar entre adultos, y hay consentimiento.
—Quizá —No quería discutir sobre aquello. Me levanté. —Tengo que irme.
—Haz los deberes.
Asentí.
—Lo haré.
Al entrar en la galería, veinte minutos más tarde, sentí que parte de mi pasado se disipaba. El trabajo que hacía en la galería Holman me llenaba de un modo que nunca había experimentado hasta entonces. No necesitaba un hombre.
En la planta de arriba de la galería encontré a mi ayudante, Jane Tilwell, merodeando cerca de la puerta de mi despacho. Llevaba un traje pantalón de Armani que mostraba una esbelta y atlética figura por la que muchas mujeres habrían matado. Se había cortado su cabello castaño claro, y me gustaba el corte, de punta. Le daba un toque moderno y fresco. Algo que cuadraba, supongo, con la imagen que estaba intentando proyectar. Jane era una de mis compañeras favoritas.
Cuando me uní a la galería Holman, me di cuenta inmediatamente de que Jane Tilwell estaba siendo desperdiciada en su puesto actual, y que debería ser nombrada sub—directora.
Esperaba resolver esa situación cuando yo misma fuera nombrada directora. Me ofreció una de sus rápidas y agradables sonrisas.
—¿Qué pasa? —pregunté, deteniéndome frente a ella y echando un vistazo a mi despacho.
—El señor Storey quiere reunirse contigo antes de la negociación del contrato de Hemsworth. —Me entregó la carpeta que contenía el contrato de Liam Hemsworth.
—¿Dónde está?—pregunté, y miré mi reloj.
Francamente, lo último que me apetecía hacer era charlar con Milton Storey, otra vez, sobre el contrato de Hemsworth.
—El señor Storey está ya en la sala de juntas —Inclinó la cabeza, señalando nuestra enorme sala de reuniones, que estaba en el ala opuesta del edificio.
La miré de nuevo y agité la cabeza.
—Odio lo bien que te queda ese traje.
—Lo pillé en las rebajas —Sonrió con la petulante expresión de la mujer que se ha ahorrado un montón de dinero, y lo sabe.
—¿Te compraste un traje de Armani en las rebajas y no me avisaste? —La miré rápidamente. —Eso podría ser causa de despido.
Jane se rió mientras yo entraba en mi despacho, tiraba mi bolso en un cajón del escritorio y cogía mi agenda.
La importante reunión, con Liam Hemsworth en persona, era mi último punto del día; resultaba curioso que esto no me pusiera de buen humor.
Mi despacho en la galería de arte era el segundo más grande de la tercera planta, y tenía el aspecto de una pecera. La pared que daba a la zona de trabajo general estaba totalmente hecha de cristal. El arquitecto que había diseñado el edificio había apostado por el cristal, el metal, y un diseño moderno. Yo lo odiaba. Hubiera dado mi mejor bolso Gucci por una pared de verdad.
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