domingo, 24 de julio de 2011

The έναν εξαπατώντας σύζυγο: cap 11

La madre de Liam empezó a pasar más tiempo con Miley. No mencionaba el domingo que su nuera había pasado en Londres, pero el hecho estaba allí, aguardando tras sus cuidadosos gestos, tras la cautela con que abordaba ciertas conversaciones.

Anne Hemsworth estaba orgullosa de su hijo. Era un hombre, que se había hecho a sí mismo, que había triunfado a pesar de las dificultades. Pero no estaba ciega ante lo que la tentación podía suponer para un hombre del calibre de Liam. 

Era un hombre perspicaz, inteligente y lleno de vida. Con treinta y dos años, ya era respetado en la comunidad de ejecutivos.
La profunda mirada de sus ojos azules y su habilidad para hacer dinero donde no lo había, lo hacían muy interesante para las mujeres. Y, aunque nadie le había dicho nada de por qué el matrimonio de su hijo atravesaba por tiempos difíciles, Anne no era tonta y tenía una idea bastante acertada de la verdad. Así que decidió pasar más tiempo con Miley, para ofrecerle su apoyo moral. 

Miley, se lo agradecía, porque había llegado a la dolorosa conclusión de que, en el mundo extraño en el que había empezado a vivir, ella era su única amiga.
 
Se sentía decepcionada consigo misma por haberse dejado llevar hasta convertirse en una persona vacía. Su hogar, que antaño era su orgullo y su gozo, se había convertido en continuo objeto de sus críticas. Podía ser un buen lugar para ella, pero no para Liam. Su avance en la vida merecía una casa mayor, una que reflejara sus éxitos. Miley no dejaba de atormentarse recordando las muchas veces que Liam le había comentado que quería mudarse a una casa más grande, mejor. Tal como había empezado a considerarlo últimamente, lo comprendía perfectamente. No había duda de por qué no había llevado a aquella casa a ninguno de sus amigos: debía avergonzarse de su hogar.
 
Pero Miley también se sentía furiosa con su marido por no abrirle las puertas de su mundo. Tal vez fuera culpable por permanecer ciega a lo mucho que él había cambiado, pero él tenía parte de culpa por esconderla, como si fuera un incómodo secreto que no convenía a su imagen de triunfador.

La ira se convirtió en resentimiento y el resentimiento en una inquietud que la hacía irritable e impaciente, hasta el punto de que hasta sus hijos estaban alerta para evitar sus reacciones intempestivas.
«¿Quién eres, Miley?», se preguntó una noche que Liam volvía tarde del trabajo, después de muchas semanas en que había vuelto a las seis y media en punto. La tardanza de su marido aumentaba su inquietud. Necesitaba que Liam estuviera allí para experimentar cierta paz.
 
 «No puedes echarle a Liam la culpa de todo», se decía. «Has vivido en una nube, tan encerrada en tu pequeño mundo que ni siquiera te has preguntado cómo era el de tu marido. Sabías que acudía a muchas comidas de negocios, que tenia que moverse en ciertos círculos si quería estar al día, pero no te preguntaste si debías preocuparte por entrar con él en ese mundo, ni siquiera te preocupaste de escucharlo y apoyarlo.»
Se dio cuenta de que ni siquiera sabía que la compra de Harveys se había consumado hasta que Tay se lo dijo. Aún más, sólo se enteró de que quería comprar Harveys cuando la madre de Liam salió en su defensa una noche que ella se quejaba de que volvía demasiado tarde a casa.
 
-¡Está ocupado con la compra de Harvey's! -había exclamado molesta- ¿No te das cuenta de que es muy importante que consiga ese negocio?
La verdad era que no podía darse cuenta, porque no sabía de su existencia, pero lo más triste era que todavía no se había preocupado de averiguarlo. ¿Qué futuro tenía un matrimonio que no compartía más que una casa, una cama y tres hijos?
 
-Ni siquiera soy guapa -dijo con un suspiro, mirándose al espejo una mañana.
«Al menos, no en el sentido clásico, supongo», se dijo sin dejar de mirarse al espejo. «Mi figura no está mal, sobre todo, teniendo en cuenta que he tenido tres hijos. Tengo unas piernas bonitas, pero no tengo una cara que llame la atención. No es la cara que se espera de la mujer de Liam Hemsworth. Tengo los ojos demasiado grandes y la nariz demasiado pequeña, la boca no está mal, pero mi mirada es demasiado vulnerable.»
 
Hizo una mueca de disgusto.
«¡Y mira qué pelo!», se dijo acariciando su larga melena dorada. «¡No he cambiado de peinado desde que tenía la edad de Marie! ¡Incluso la ropa que me pongo es demasiado juvenil!»
«Pues haz algo para cambiar», le dijo con impaciencia una voz interior.
 
-¿Por qué no? -susurró con un impulso desafiante- Vaya decirte tina cosa, William -dijo dándose la vuelta y hablando a su hijo pequeño, que jugaba en la moqueta-. ¡Me voy de compras! Vamos a ver si la abuela puede cuidar de ti, y si no puede, pues ... pues llamaremos a papá y que se ocupe él, por un día no le va a pasar nada -dijo y se mordió el labio, exactamente igual que hacía su hija Marie cuando tomaba una decisión.
 
Pero la madre de Liam aceptó cuidar a su nieto con alegría, lo que en cierto modo contrarió a Miley. De alguna manera, le atraía la idea de entrar en el ultramoderno edificio de oficinas donde Liam tenía el despacho y dejarle a William en brazos. «Aunque, sin embargo», pensaba mientras se dirigía en taxi al centro de Londres, «una cosa es imaginarlo y otra muy distinta hacerla».
Se sentía feliz y esperaba que aquella sensación le durara algún tiempo.

¿Era tan malo no tener otra ambición que ser una buena madre y esposa? Siempre había amado su trabajo, que consistía en cuidar de sus tres hijos, escucharlos, jugar con ellos o, simplemente, disfrutar de ellos.
Y de Liam. Liam podía ser un león en la jungla de los negocios, pero Miley sabía que la tensión desaparecía de su cuerpo en cuanto llegaba a su casa y encontraba a su pequeña familia con sus pequeños problemas, esperando que él los solucionara.
 

Muchas noches llegaba agotado y con el semblante serio, con el rostro de un cazador implacable, pensó Miley  en aquellos momentos-, pero en menos de media hora, estaba tumbado en el suelo jugando con los gemelos. Jugando o viendo la televisión. Se compenetraba absolutamente con ellos y podía llegar a pelearse con Lucas por un juego de ordenador, y no tenía la menor señal de tensión ni de pesadumbre, tan sólo aquella sonrisa infantil igual a la de su hijo, que decía que había abandonado el mundo de los negocios para sumergirse en el feliz alivio que le ofrecía su familia.

Miley  se preguntaba si el mismo proceso funcionaba a la inversa, ¿le era tan fácil desprenderse de su papel de padre y esposo cada vez que salía para irse a trabajar? ¿Era un alivio para él volver a aquel otro mundo mucho más excitante, ser el gran hombre con poder sobre otros y verse tratado de forma especial? ¿Se convertían su pequeña mujer y sus tres hijos en poco más que nada una vez que volvía a aquel escenario sofisticado lleno de gente inteligente y sofisticada, con ropa sofisticada y sofisticadas conversaciones?
Sofisticado, se repitió por enésima vez, en eso se había convertido Liam, en un hombre maduro y sofisticado. Mientras, ella se había estancado.
 

Se odió a sí misma por haber dejado que ocurriera y odió a Liam por obligarla a ver sus propios defectos, porque eso significaba que ella tenía que asumir parte de culpa por lo que les estaba ocurriendo.Miley sintió un inexplicable alivio al no ver el BMW negro de Liam cuando el taxi la dejó en casa a las seis en punto de la tarde.
Iba tan cargada con bolsas y paquetes que tuvo que llamar al timbre con el codo.
-¡Cielo Santo! -exclamó la madre de Liam, abriendo la puerta y mirando a su nuera con asombro.Miley siguió hacia el interior sin detenerse.
-Cielo Santo! -volvió a exclamar cuando, una vez en el interior de la casa, Miley dejó caer los paquetes a sus pies.
-¿Qué te parece? --preguntó Miley con incertidumbre.
La Miley que había abandonado su hogar una hora después que su marido no era la misma que estaba ante su suegra.
Se había cortado el pelo en un óvalo alrededor de la cara, hasta la altura de la barbilla. La habían maquillado de modo que quedaran realzados los hermosos rasgos que ella no creía tener. Tenia un aspecto tan natural que era imposible decir cómo le habían arreglado los ojos y la boca para que, de repente, llamaran tanto la atención.
Pero aquello no era todo. Ya no llevaba el abrigo de lana azul pálido y los vaqueros con que había salido aquella mañana. En su lugar, llevaba el traje de chaqueta de lana más exquisitamente cortado que Miley había visto. Era de color marrón pálido y se ajustaba perfectamente a su figura. Se abrochaba con dos filas de botones de un marrón más oscuro en la pechera y estaba adornado con tres botones en cada puño. También llevaba unas botas de ante por debajo del tobillo y un bolso a juego.

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